Diario Literario

Diario literario 2023, abril (parte V): Chalon-sur-Saône, “El jardinero apasionado”, elegía romana (ii), Chillida

Amanecer en Chalon-sur-Saône. Fotografía de crash71100 | Flickr

29/04/2023

Chalon-sur-Saône, domingo 23 de abril de 2023

Chalon-sur-Saône fue uno de los asentamientos romanos en su empresa de la conquista de las Galias. En los tiempos modernos era una típica ciudad borguiñona dedicada a la producción de vinos y la agricultura, satisfecha y tranquila, como el río del cual toma el nombre. En francés, el río Saona es femenino, la Saona. El género depende del caudal de la corriente; si es rápida y violenta, como la del Ródano, entonces es el río es masculino. La necesidad de sistematizarlo todo es, como se sabe, un vicio francés. La Saona y el Ródano (o, por lo mismo, el Sena, y la Loire). Ciudades como esta, más o menos grandes, se repiten en toda Borgoña (Tournus, Chagny, Beaune, Chablis). La diferencia es que, en Chalon-sur-Saône, la empresa Kodak estableció su fábrica para Francia. La decisión promovió la construcción acelerada de horribles edificios de habitación que desdibujaron para siempre el paisaje urbano. Como si no fuera suficiente tragedia, con el colapso de la industria fotográfica tradicional, la Kodak se retiró, dejando detrás una ciudad desfigurada y con unos índices de contaminación química cuyos alcances están por ser precisados, pero que seguramente serán devastadores. Chalon-sur-Saône en menos de un siglo pasó de ser una ciudad agropecuaria para transformarse en ciudad industrial y ahora en centro post-industrial con toda su tristeza. Sus vinos, los caldos de la Côte Chalonaise, no obstante, son cada vez más reconocidos, después de haber sido disminuidos por los más promocionados de la llamada Côtes-de-Nuits. Una de las razones, la más importante, de esta rápida visita es precisamente, incursionar en esta producción. Etiquetas como Rully, Mercurey, Givry, Bouzeron, con precios más accesibles, pueden ser tan gratificantes como sus parientes del norte. Si poco conocida en persona, Chalon-sur-Saône es bien conocida por los aficionados a la fotografía. En esta ciudad, en 1765, nació el gran Nicéphore Niépce; y, aquí, tomo la primera fotografía que se conserva, la mítica “Vista desde la ventana. Le Gras”, un proceso que requirió ocho de exposición.

Milán, lunes 25 de abril de 2023

Hoy celebran los italianos el llamado Día de Liberación para referirse al día oficial del fin de la pesadilla fascista, que se prolongó por dos años después de la muerte de Mussolini. Durante

setenta años, el 25 de abril de 1945 era una fecha casi sagrada. Y no podía ser de otra manera al considerar la tragedia que precedió la fecha y que se extendió por dos décadas de totalitarismo.

Juegos privados

Juegos privados, en una edición de Kalathos, la activa editorial venezolana en Madrid, es el quinto poemario del también venezolano y durante veinte años docente de la Escuela de Letras de la UCV, Carmelo Chillida. Esta vez el carácter demótico de su escritura, que se anunciaba en sus libros anteriores, llega a su pleno desarrollo, difícil ir más allá. Formado en la lectura de los mejores poemas de la modernidad venezolana (Francisco Pérez Perdomo fue durante un tiempo su suegro), la lírica de Chillida es una ruptura con esa poética que incluía al hermetismo, la oscuridad expresiva, entre sus rasgos más apreciado. Reacciones hubo, sin embargo. Formas de anti-poesía que surgieron en distintos países, Venezuela incluida. Frente a dudosas expresiones como “En los bosques de mi antigua casa/escucho el jazz de los muertos”, los vates del cuestionamiento eran más convincentes, “Cómo camina una mujer después de haber hecho el amor?”. Chillida asume la continuación de esta poética. Sin descuidar la expresión, la suya es una poesía del asunto más que de la forma. Se trata de un canto que busca desesperadamente ser escuchado. Y, en tiempos de pandemia, guerras y exilios, no son pocos los dispuestos a escucharlo. En el fondo, se trata de una vuelta a los orígenes, cuando el vate asumía una de las grandes funciones de la sociedad, la de contar y cantar el destino de la tribu.

 

Prendieron la luz del Ávila

 

Ya entramos en este extraño diciembre.

En las calles se respiran los nervios,

en los mercados, en las casas.

Nadie sabe qué va a pasar,

pero de que pasa, pasa.

 

Cómo brillas, lucecita,

entre la oscuridad del bosque.

Tú no le perteneces a nadie.

Le perteneces a Dios o no

le perteneces a nadie.

No importa quién te prendió.

Lo que importa es que estás ahí,

y brillas sobre nuestras borboteantes

y acaloradas cabezas,

con tu luz fría.

 

Qué nos espera, quién lo sabe.

La locura pulula por estas comarcas,

también cosas peores.

El odio, el fanatismo, la violencia.

 

Brilla, lucecita linda,

allá en las laderas del Ávila,

y no te olvides de nosotros,

y protégenos

hasta donde sea posible.

 

 

Escucha.

Escucha lo que dice tu cuerpo.

Tu cuerpo, que es tu alma.

Tu cuerpo, que eres tú. Ni más, ni menos.

 

Desde lo profundo hasta lo superficial, te habla claro si logras hacer silencio, si afinas bien el oído.

 

No ignores lo que dice.

No prestes ya más resistencia.

No juzgues ni prejuzgues.

 

Atiende su llamado, déjate llevar, mientras el verso se diluye en prosa, el poema en estas notas que fluyen a su propio ritmo.

 

Un tenue arroyo corre por lo bajo, pero puede volverse un torrente y desbordarte.

 

Atención.

Escucha a tu cuerpo que es tu alma.

Escúchate a ti mismo.

Escucha lo que tienes que decirte aquí y ahora.

Rudolf Borchardt en Italia. Fotótgrafo desconocido

Milán, miércoles 26 de abril de 2023

Comparto las lecturas de la novela y el diario de Brigitte Reimann con la del legendario tratado de jardinería El jardinero apasionado (1938), de Rudolf Borchardt, que tiene en una consecuente lectora estos diarios a uno de sus admiradoras más fieles. En una de las primeras páginas, recuerda Borchardt la importancia del jardín: “De los seis días de la Creación, uno entero fue dedicado a crear un jardín”. Lo leo en la impecable edición italiana de la editorial Adelphi, pero entiendo que ha sido traducido al castellano con una fortuna que desconozco. Se trata de un libro complejo y hermoso, con una prosa que recuerda la del Goethe tardío, a ratos críptica pero siempre reveladora. Borchardt pasó buena parte de su vida en Italia, un voluntario exilio que marcaría toda su obra, al identificarse con otros dos grandes exiliados, Virgilio y Dante, sobre los cuales escribió largamente. De la Divina comedia realizó una difícil traducción al alemán medioeval de los tiempos del florentino. El jardinero apasionado no puede disimular que se trata de la obra de un poeta. Su escritura no tiene el despojamiento de los grandes ensayistas (Montaigne, Johnson, Addison, Voltaire), su lenguaje rinde un culto a las imágenes que nos recuerda a Rousseau y Coleridge, De Quincey y Proust. Borchardt reconoce en el jardinero una de las formas que adopta el poeta. Y, así, el más grande de los jardineros habría sido Dante. Aunque escrito cien años antes, y en una cultivada prosa tardo romántica, tal vez menos épico pero igualmente conmovedor, Celia Thaxter en su An Island Garden, reconocía el papel de la inspiración en el arte de la jardinería: “Como el músico, el pintor y el poeta, el verdadero amante de las flores nace, no se hace”. Nadie más lejano que yo, y no por decisión personal, de la jardinería, pero me atrevo a escribir que estos dos magníficos volúmenes sobre el tema, el de Borchardt y el de Thaxter, se complementan y necesitan. Thaxter es Emily Dickinson y Borchardt es Goethe.

Cabriales en el Puente Morillo

Milán, jueves 27 de abril de 2023

Elegía romana (ii)

En junio de 1998, de regreso de un encuentro de profesores en la Universidad Federico II de Nápoles, me detuve unos pocos días en Roma para visitar una muestra del Guercino en Stazione Termini, y hablar con Luciano, por supuesto. Allí estaba, impecable como un pingüino, con su frac negro y su camisa de inmaculado blanco, circulando por las mesas de Café Greco. “Tu negroni de siempre. Como regresas a Venezuela el lunes, el domingo almuerzas en la casa, voy a preparar una caccio e pepe, mucho mejor que la del Chechino, vas a ver. Como te dije por teléfono, lo del apartamento en Trastevere se cayó, como dicen allá. Pero me ofrecieron otro, a cien metros de via Giulia, más o menos al mismo precio. Está disponible a partir de mediados de enero.” Y el domingo el taxista me dejo en la iglesia de Santa Maria Trastevere con tiempo suficiente para admirar una vez más sus mosaicos. Apenas a unas cinco cuadras se encontraba el edificio donde vivía mi amigo. Un apartamento amplio y lleno de puertas, como todos los pisos de la era mussoliniana Y, en efecto, algo de fascista, de restricción de la libertad de circular, he sentido siempre en esta profusión de puertas. Ester, la esposa de Luciano, ya no tan joven como la conoció mi padre, seguía siendo una mujer hermosa, con su pelo oscuro y canoso y sus ojos inteligentes. El mismo tipo de Silvana Mangano, nada infrecuente en las zonas más tradicionales de la ciudad. “Cristina tenía un partido de voleibol escolar y no pudo quedarse. Este cuadrito es una pintura del Cabriales de Leopoldo Lamadriz, me lo regaló antes de venirme. ‘Para que no te olvides de Valencia’, fue lo que me dijo. Pero para eso no la necesito. En Valencia, en esos años tan duros, me encontré con algunas de las mejores personas que he conocido en mi vida. No sólo tu papá, que es una cosa aparte. Los clientes del Roma eran gente seria. El señor Labarca, jefe de linotipistas de El Carabobeño; Raúl Albers, también periodista. El poeta Felipe Herrera Vial. Incluso José Rafael Pocaterra, el novelista. El restaurant Roma acababa de abrir y el señor Pocaterra, que creo que vivía en Canadá, tenía ganas de comerse una pasta y lo llevaron allí. En realidad, era lo que aquí llamamos una trattoria, pero el dueño, il signore Volpato, no pudo registrarlo sino como restaurant. Después de la caída de Pérez Jiménez, muchos artistas iban a Valencia a dar clases de teatro o de arte. O al Ateneo donde había todos los años una exposición muy importante. Yo apenas salía del restaurant, donde los dueños alquilaban habitaciones a los italianos inmigrantes. Éramos muchísimos en esa época. Por las calles del centro se podía escuchar a los paisanos, casi todos de Nápoles, Sorento y Salerno, hablando en su italiano, mientras trabajaban en construcción o haciendo cualquier cosa. Eramos heladeros, zapateros, mesoneros, choferes, vendedores de perros calientes, albañiles, pintores de brocha gorda, jefes de obra, albañiles, panaderos, cocineros, mesoneros, “pizzeros”. Hacíamos de todo y nos pagaban bien. Italia, especialmente el sur estaba en ruinas, a causa de la guerra y los años de Mussolini. Cuando regresé, Italia había cambiado, pero cuando me fui a Venezuela, en 1954, la pobreza era impresionante. Un pan al día, si tenías suerte, sobre todo en las regiones pobres del sur de Italia, Molise, Bassilicata, Sicilia. En Roma, teníamos un poco de ayuda de los norteamericanos, pero era muy humillante. Muchos preferimos emigrar que rogar por un poco de pan y un pedazo de chocolate. Venezuela es un país muy generoso del mundo. No sé si hice bien en regresar a Italia y casarme, o debido venir a buscar a Ester y quedarme allá con ella para siempre. Pero el país siempre llama, es una cosa de adentro. Debe ser como un cordón umbilical que uno nunca suelta. Pero, después de tantos años en Venezuela, y de sentirme venezolano, y de pasar allí mi juventud, a veces siento que me llaman desde Valencia. Un día tu papá me llevó al Hotel Cumboto de Puerto Cabello y me lo dijo: ‘Cuando llegues a Italia te vas a sentir menos italiano que cuando te viniste, vas a ver.’ Era una despedida y tomamos mucho, nunca había tomado tanto. Aquí, en Italia, no se bebe como allá. Aquí nadie toma, o tomaba, whiskey. Esos son los libros de Moravia que te dije, puedes revisarlos. Vamos a abrir una botella de Frascatti”. Y, efectivamente, había una cantidad de libros de Moravia dedicados, Gli indiferenti, Agostino, Il conformista. Y otros de Morante, Flaianno, Gadda, todos firmados para Luciano. “No me los he leído todos. Nunca he tenido tiempo. Pero Ester sí. Ella lee muchísimo. Le dije que tú eras escritor y estaba muy emocionada. No es así, amore? Ven, agarra tu copa y vamos a la cocina, sírvete cuando quieras. Si eres como el señor Oliveros vamos a necesitar más de una botella.”. No bebo tanto como él, por desgracia. “Tienes que tener todo a mano para preparar la pasta “caccio e peppe”. El queso peccorino romano, no sardo que es muy fuerte; ni toscano, que no sabe a nada. El aceite extra-virgine del Lazio, de la región de Montiano, es el más indicado. Buena pimienta negra de Malabar y los espaghetti tienen que ser de Las Marcas. Ahora vamos a colarlos y guardamos un par de tazas del agua de cocción. Aquí pongo la pasta ya cocida en la olla vacía y comienzo a revolverlos agregándoles el agua poco a poco, el aceite, el queso rallado y mucha pimienta recién molida. Sigues así hasta conseguir una cremosidad de la emulsión de los ingredientes. Tienes que ser generoso con el aceite y la pimienta, con el agua siempre a mano por si queda muy espesa la salsa; eso sí, siempre a fuego medio, ni muy alto ni muy bajo.

En noviembre de ese año volví a Roma con mi hermano durante un fin de semana por asuntos relacionados con la importación de vinos a Nueva York. Lo llevé al Palacio Doria Pamphili a ver el retrato de Bonifacio VIII y con eso ya compensaba mis gastos. Daniel es de los que viaja miles de kilómetros por una pintura o por un vino. Y en su álbum de Velázquez faltaba esta barajita, nada menos. Por supuesto, fui a visitar a Luciano. “Ah, tú eres Daniel? Recuerdo que eras un niño muy gordo”. “Gracias a la boloñesa del Roma!” Luciano estaba feliz con sus proyectos. “El año que viene me jubilo y tú te vienes a vivir a Roma por un tiempo. Y Cristina entra en la universidad. Cuando regreses con tu familia para Navidad, vamos a ver el apartamento de via Giulia. Te va a gustar. Por allí hay varias librerías y un buen restaurante. ¿Y tú cuándo vuelves, Daniel? Te veías mejor cuando eras gordo!” “Si montas un restaurant con la misma boloñesa, me mudo!”

Via GIulia. Fotografía de Geobia | Wikimedia

Milán, viernes 28 de abril de 2023

Elegía romana (II, cont.)

 

-Pronto!

Si, dica.

Professore Oliveros?

Si, certo.

Sono Tomasso, il cognato de Luciano.

Si, lo riccordo dal Café Grecco.

Prego. Senta, professore. Luciano è morto.

-No! È comme, quando?

Tre gironi fa. Un ictus, un attacco di cuore fulminante. Ho trovato il suo teléfono nell suo portafoglio

-La ringrazio, anche é bruta noticia, molto penoso anche per me.

-Lo so professore. No mi piace essere io il portavoce.

Posso immaginarlo, ma comunque grazie. Ci vediamo à Natale, e cari saluti alla famiglia di Luciano, Ester, Cristina.

Senz’altro. Buon giorno professore.

 

Pero no, no fuimos, a Roma en Navidad.  La muerte de Luciano, el amigo de mi padre en el restaurant Roma de Valencia, Venezuela y, mucho después mío, en el Cafe Greco de Roma, modificó de tal modo nuestras vidas que nunca más hemos vuelto a Roma. Ahora estoy en Milán, veinticuatro años después de aquellos días, y me animo a escribir estas notas para tratar de entender por qué recuerdo de tal manera algo que nunca he vivido. Me refiero a mis dos años en Roma, viviendo en el apartamento que me consiguió Luciano, a pocos metros de via Giulia. El año que pasó Constanza con nosotros, perfeccionando su italiano. Los estudios de Eileen en el Instiuto Jung de Roma, y la peregrinación que hicimos a Zurich siguiendo los pasos del maestro. Recuerdo vivamente mis caminatas por via Giulia, sus olores, el brillo de su empedrado, las voces de otros tiempos girando sobre mi cabeza como una farfalla; su luz, discreta en la mañana y pecaminosa al atardecer. Mis caminatas para coger el autobús que me llevaba a La Sapienza, en cuya biblioteca escribí la mayor parte de mi libro sobre Arte y poesía en la Roma de los Papas. Las reiteradas visitas a San Giovanni dei Fiorentini, a encender velas por el alma de Borromini, la cual  sabía perdida irremediablemente. Recuerdo la luz dorada de la ciudad y sus cielos azules, que tienen fama de ser los más altos del mundo. Recibimos cantidad de amigos que venían de lejos. Y a mi hermano Daniel, con sus giras por los museos y restaurantes, las épicas ingestas de los mejores vinos italianos, con los Brunello de Soldera a la cabeza, comiendo pasta caccio e pepe siguiendo la receta de Luciano. Recuerdo incluso mi Diario de Roma, que habría escrito a lo largo de esos dos años, y que se quedará inédito como tantos otros volúmenes de mis diarios. Traduje a cantidad de poetas, mas no alcanzo a recordar ninguna de esas traducciones. Fueron dos años espléndidos. Recibimos el 2000 tomando Prosecco en Piazza del Popolo para seguir celebrando en Piazza di Spagna. Constanza estaba feliz, y nosotros también. Sentíamos que había sido una escogencia mutua. Habíamos escogido Roma y Roma nos había escogido a nosotros. Pude terminar mi libro sobre el Barroco y las ediciones de la Biblioteca de la UCV estaban interesados en publicarlo. Todo eso lo recuerdo en esta primavera milanesa mientras espero que mis rosas del edificio de al lado florezcan. Entonces, cortaré la más bella y la pondré en una botella vacía de Frascatti como homenaje a Luciano, cuya amistad, incluso en el recuerdo, mi sigue acompañando en este inesperado exilio.

 

A LUCIANO

 

Eres el tercero de mis seres queridos

en las sombras de via Giulia perdidos.

Primero fue Borromini, por su propia espada mal herido;

luego Ingeborg Bachmann, transformada en cigarrillo.

Te perdiste en la calle más recta de Roma

y en la más torcida,

una calle honda en mi corazón,

pero jamás vivida.

Siempre al alcance de la mano,

de mis ojos y mis pasos,

y siempre perdida en un hueco del cielo lejano.

Ahora, cuentas vieja Giulia, en tu fauna de palúdicos pájaros,

con el fantasma bondadoso de Luciano.

Cuídalo para que un día, más cerca que lejano,

siga sirviendo boloñesa en el Roma valenciano.


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