Diario Literario

Diario literario 2023, abril (parte II): Brigitte Reimann, notas sobre una poesía del petróleo, las tres pasiones, memorias del lago, La ultima cena

08/04/2023

Brigitte Reimann. Fotografía de Heinz Rick |​Literaturzentrum Neubrandenburg

Milán, domingo 2 de abril de 2023. Domingo de ramos

No es ninguna ocasión especial este día en Italia. Y, aunque no sea obvio en un país con el mayor número de iglesias por metro cuadrado, tampoco lo es la Semana Santa, días que no son de asueto ni en la administración pública ni privada. No dejan de observarse, por supuesto, los fieles que salen de los sitios de culto con un ramito de oliva en la mano. No era tan indiferente mi país, ni lo es, espero, mi país, al Domingo de Ramos.

Brigitte Reimann

En un ejemplar del Newyorker, en su edición impresa que me trajo Constanza del aeropuerto Kennedy, doy con una reseña sobre Brigitte Reimann, una leyenda de las letras de la República Democrática Alemana, es decir, aquella Alemania que nunca fue democrática. La Reimann murió de apenas treinta y nueve, un mezquino tiempo en el cual se casó cuatro veces, vivió la “dolce vita”, hasta donde era posible en los países del imperio soviético, fue obrera voluntaria en una de las ciudades “ideales” típicas de las revoluciones, que terminó siendo uno de los lugares más contaminados del planeta; escribió con desesperación y terminó dramáticamente desengañada. Publicó obras de teatro, diarios cuentos y novelas, varias de las cuales fueron llevadas al cine o la televisión. Entre otras Hunger auf Leben protagonizada por la estupenda Martina Gedeck, conocida por La vida de los otros. Este año estaría Brigitte cumpliendo noventa, una efeméride aprovechada por las editoriales anglosajonas para publicar parte de su producción. Creo recordar que alguno de sus libros fue editado en España. Debo consultar con mi librero particular, Andrés Boersner, especialmente atento a las manifestaciones de la literatura teutona, antes y después del muro.

Milán, lunes 3 de abril de 2023

De la mano del nieto Alessandro recibo una pequeña rama de olivo. Y recuerdo una mañana luminosa en Montalcino, cuando él era un recién nacido y llegamos a Sant’Angelo in Cole para uno de los memorables almuerzos en el restaurant Il Leccio, con el querido Gianfranco Soldera, el mejor productor que tuvo la región, cuyas preciosas botellas de Brunello circulaban con holgura durante la comida. Debe haber sido la primavera de 2013 o 2014. Allí me recordó Gianfranco que era justo que fueran palmas y no ramas de olivo. Las que arrojaron, como supremo homenaje a Cristo, eran raras hojas de palma traídas de algún oasis cercano. Y así es como debe entenderse al Nazareno y la gracia que nos dejó, como un reposo, un refugio en medio del desierto de la condición humana.

 

J. M. Villaroel París. Fotografía de Héctor López Orihuela

 Notas para una poesía del petroleo (1)

De un pueblo y sus visiones, de J. M. Villarroel Paris, es la más acabada expresión de una poesía del petróleo en Venezuela. Una lírica que cambio el paisajismo tradicional por los lugares donde se estableció la industria petrolera en nuestro país. A pesar de tratarse de una sociedad cuya existencia en los últimos cien años dependió de la explotación y comercio de los hidrocarburos, son contados los vates que trataron el que ha debido ser el “tema de los temas”. Si existe una identidad nacional, esta identidad fue formada y deformada por el vertiginoso desarrollo económico estimulado por el ingreso de incontrolables divisas al tesoro.  A diferencia de los narradores, quienes desde temprano se ocuparon de la cuestión (Díaz Sánchez, Otero Silva, González León) casi ninguno de nuestros poetas más leídos (Gerbasi, Insausti, Sánchez Peláez, Luz Machado, Gramko Palomares, Schön, Pérez Perdomo, Calzadilla, Cadenas) dedicó parte de sus obras a cantar y contar el paisaje y los hombres y mujeres que protagonizaron la cultura del petróleo. Por fortuna, sus excepciones hay, como es el caso, y no son todos, de Ismael Urdaneta, Miguel Otero Silva, Juan Liscano, Carlos Contramaestre, Villarroel París o Simón Petit. Entre todos, sólo un Premio Nacional de Literatura. La lírica venezolana del XX se puede sistematizar, apresuradamente, en dos grandes derivas: la poesía paisajista y la poesía subjetivista. Grosso modo, cada una ocupó la mitad del siglo XX. Pero ninguna de estas dos grandes tendencias produjo una poesía notable sobre el tema del petróleo. Esto sería suficiente para destacar la trascendencia del poemario de Villarroel París, si no fuera porque la tensión y cuidado de la escritura, independientemente del asunto, lo hace uno de los mejores libros de la poesía venezolana del siglo veinte. Por alguna razón imprecisa, el petróleo, en los principales países productores de Occidente, no parece haber sido un asunto que atrajera la atención de sus poetas. No recuerdo en los Estados Unidos un solo vate que se haya encargado del asunto. Sandburg cantó los mataderos de Chicago, Williams la desolación post-industrial de algunos pueblos de New Jersey, Philip Levine la jungla automovilística de Detroit, pero nadie se sintió atraído por la rica y trágica cultura del petróleo. En México lo mismo, al parecer. Ni Paz, a comienzos de la modernidad, ni Pacheco, al final, se ocuparon del oleaginoso paisaje. En Venezuela, como se ha dicho, son excepcionales.

Milán, martes 4 de abril de 2023 

Notas sobre una poesía del petroleo (2)

Lo que ha podido ser, con el antecedente de Urdaneta, el comienzo de una tradición poética que tuviera la cultura del petróleo como objeto de reflexión y canto, sería desplazado por la renovada tentación de una lírica del paisaje íntimo (jardines, patios), o público (la deslumbrante zona tórrida de Bello actualizada por Neruda). Ejemplos habrá, no obstante, de un detestable realismo socialista que se ofrece siempre, con los mismos resultados, como una tercera vía. El caso de Otero Silva no debe ser el único. Menos siniestro el mismo Otero en su alusión a la decadencia del Lago en el irregular Canto coral a Andrés Eloy Blanco.

La gravitación de Pablo Neruda a estas alturas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX, se había extendido por todo el continente con efectos casi siempre lamentables. El mismo Otero Silva era una especie de militante oficial de esta deriva. Sus afinidades ideológicas facilitarían la relación. No obstante, en poetas con simpatías políticas enfrentadas, como Juan Liscano, se sumaron a la larga lista de nerudianos profesionales. En el fondo, se trataba de una salida y una crítica a la creciente influencia del subjetivismo de la poesía francesa de post-guerra. De nuevo, se enfrentaban los poetas del paisaje con los de los del individualismo existencial. Liscano, nunca ajeno al tono adanista en su poesía, publicó su muestra de adhesión a la tendencia con un libro cuyo sólo título despierta desconfianza. Y acaso sea justa esta resistencia. El libro está integrado por una serie de textos en busca de un lector amigo a cargo de una estricta reducción de páginas y versos. Liscano canta la naturaleza venezolana desde el origen y a la explotación de las vísceras oleaginosas del Lago de Maracaibo dedica piezas como “El chorro”, de Nuevo mundo Orinoco.

Milán, miércoles 5 de abril de 2023

Notas sobre una poesía del petroleo (3)

Después de transitar por las tendencias preferidas de la poesía moderna (el individualismo, la subjetividad, el anti-realismo, el hermetismo, el surrealismo, el solipsismo) dos poetas, Hesnor Rivera y J.M. Villarroel París, que vivieron y fueron marcados por la cultura petrolera, van escribir una serie de poemas donde el asunto de la exploración, explotación y devastación, va a ser cantado con estimulante claridad. Un tercero, Carlos Contramaestre, se referirá al tema con una sintaxis de violencia ginsbergiana e ironía surreal. Rivera, uno de los poetas más destacados y activos de su generación, fue fundador de varios grupos literarios (Apocalipsis), profesor universitario y director de Panorama, el periódico más influyente de la región zuliana. Mandrillo y Acosta exponen, en ajustadas líneas, las señas de la poética petrolera de Rivera. Carlos Contramaestre, más conocido como pintor y, sobre todo, como fundador del colectivo El techo de la Ballena, es el autor de poemas poco difundidos, pero de rescatada contemporaneidad. Uno de ellos, “Cabimas-Zamuro” ha sido objeto de la atención de los más recientes poetas y estudiosos. Pero va a ser el poco conocido J.M. Villarroel quien escriba el libro más logrado y permanente de la poesía del petróleo en Venezuela, y uno de los poemarios más importantes de toda la poesía venezolana del siglo   Villarroel nació en Maturín y vivió en El Tigre, el legendario locus de Oficina No.1. Su padre fue encuellador y, con la familia, lo acompañó en los obligados traslados de una explotación itinerante. Llegó a Valencia a graduarse en derecho con Teófilo Tortolero y Eugenio Montejo y a fundar la efímera asociación literaria Azar rey. Sin manifiestos ni declaración de principios los tres jóvenes vates la convicción de que la poesía debía estar al margen de la política, de la provincia y de Neruda. Villarroel recogería la mayor parte de su cuidada poesía en la colección Arquero de la nada, dejando para otra ocasión su De un pueblo y sus visiones. Un libro en la interesante tradición realista de Edgar Lee Masters y William Carlos Williams, alejados de cualquier insinuación realista-scialista. Lo que tal vez impresione más del conjunto de poemas, es su convicción de que la poesía sigue siendo ante todo un arte, no importa el dramatismo del asunto. Como Baudelaire, sabía que la forma es la que hace el poema. Sus textos, extraños a lo exclamativo y ruidoso, son la mejor descripción que tenemos de la cultura petrolera expresada en la trabajada poesía. Durante muchos años olvidado, dejado, de manera unánime, fuera de todas las antologías serias de poesía venezolana, Villarroel hizo por su país lo que su país nunca hizo por él, y moriría pobre y olvidado en su Valencia adoptiva en 200 . En 1979, en su nativa región oriental, el profesor y poeta y director de revistas literarias, Ramón Ordaz reeditó De un pueblo y sus visiones. La geografía del libro de Villarroel es la de Oficina No.1 de Otero Silva. Por rara casualidad, un Villarroel aparece al comienzo de la novela en el recuerdo de su joven viuda. El padre del poeta llegó a El Tigre en 1940, para ese entonces, en la descripción de Otero, la población del Oriente era no más que un caserío. Villarroel París tenía cinco años.

Spring and All

Así es como se llama, Primavera y todo, uno de los libros más influyenes de William Carlos Williams. Con el cual mantengo una relación muy especial. Fue el primer libro de Williams que leí en el idioma original. Y fue gracias a la generosidad del querido Guillermo Sucre, quien me lo hizo llegar desde Pittsburgh, donde vivía en ese año de 1972 y era mi corresponsal en los Estados Unidos para la revista Poesía, que pude leerlo en el original. Para entonces, yo acababa de fundar con la colaboración adicional de Eugenio Montejo desde París, y Raúl Gustavo Aguirre y Rodolfo Alonso, desde Buenos Aires. Ahora es primavera y todos han muerto. Pero la luminosidad musical del día es propicia para recordar a estos cuatro amigos, todos autores de ajustadas poesías.

Pietro Germi

Después de intercambiar saludos con uno de los integrantes de Cátedra Pietro Germi, con sede en Caracas, voy a RAI Movies para encontrarme casualmente con En nombre de la justicia, una de las primeras que se ocupó del asunto de la mafia. Es una de sus mejores cintas pero no necesariamente de las más difundidas. La acción transcurre en una aldea siciliana, escenario de no pocas películas del neo-realismo italiano, comenzando con la Terra trema, de Visconti. El asunto sería suficiente para admirar el film, si no fuera por la escritura de Germi apoyada en la fotografía de su fiel Leonida Barboni. Cada plano es un homenaje al arte de la cinematografía realista, como la entendieron los rusos, franceses y norteamericanos. Lo especial de Germi es su insistencia en la condición táctil de sus planos, donde los personajes parecen tallas de dura madera en blanco y negro. La tridimensionalidad de su fotografía me recuerda a  Alvarez Bravo y Gabriel Figueroa. Los personajes de En nombre de la justicia, si no se movieran, diríamos que son el trabajo de un escultor con las habilidades de Rodin. Tenía un par de años que no me acercaba a nada de Germi. Después de admirar por enésima vez In nome della giustizia, encuentro como el más apropiado el nombre escogido por sus fundadores para la Cátedra Pietro Germi.

Brigitte Reimann

Gracias a la generosidad de Ricardo Bello, paisano y compañero de fogones, vinos, discos de Christian Ferras y Philip Glass, y libros de todo tipo, desde Novalis a Meville (la única persona que conozco que también se ha leído el Pierre de Melville), tengo en mi mesa, como regalo de cumpleaños, dos de los libros de Brigitte Reimann en sus versiones al inglés, Siblings It All Tastes of Farewell (Diarios 1964-1970). Danke, Klein Bruder.

Milán, jueves 6 de abril de 2023. Jueves santo

Las tres pasiones

Por fin, por primera vez en el más de medio siglo que llevo frecuentando la Pasión según Mateo, tengo el privilegio de escucharla, grabación a los servicios especiales de la Biblioteca de Milán, en la legendaria (aquí se justifica) versión de por Günther Ramin, grabada en 1941 cuando se hizo evidente que la vocación de Hitler estaba más cerca de un Götterdämmerung que del Komm, ihr Töchter, helft mir klagen (“Vengan, hijas, ayúdenme con el lamento”) de la Pasión de Bach. Quiero anotar aquí, para no olvidarlo, que Bach fue Kappelmeister de la iglesia de santo Tomás, en Leipzig, desde 1723 hasta su muerte en 1750. El nombre del gótico sitio de culto no puede ser más apropiado. Gracias a la generosidad de Heinrich von Morungen , uno de los trovadores alemanes más destacados, entre sus tesoros se encuentra una preciosa reliquia de Santo Tomás.  Fue allí, por supuesto, donde Wagner sería bautizado. Ramin, siguiendo la ilustre tradición, fue el maestro organista de santo Tomás, desde 1918 a 1939, tiempo durante el cual fueron motivo de peregrinación sus conmovidas interpretaciones dominicales de la música del autor de las Pasiones. Ya por esto la grabación de Ramin es insolayable. Pero no es lo único que la hace legendaria. La responsabilidad del Evangelista se le encomendó a otra leyenda, el barítono Karl Erb, el “Evangelista ideal”, quien ya la había grabado dos años antes con Willem Megelberg. De él me habló, antes que nadie, la poeta y colega María Fernanda Palacios, adicta al Doktor Faust, donde Mann se refiere a Erb apenas disimulado con el apellido Erbe. Aunque entrado en años ,(Erb) fue uno de los protagonistas de la época dorada de la música germana (Richard Strauss and Co) su conocimiento del papel desmiente toda cronología. En suma, la Pasión según San Mateo de Ramin no sé si es  la mejor, lo que sí sospecho es que, como la interpretó el Kappelmmeister de St, Thomas Kircher durante los años duros de la guerra, es como la dirigía el mismo Bach. Treinta años después, superada la guerra y postguerra, pero en medio de la guerra fría, Karl Richter graba su tercera versión de la Matthews, siempre con la Orquesta Bach de Munich.. El aire de los tiempos le permitió una lectura distinta de la milagrosa partitura, tanto como su poética sensibilidad. El sonido de Ramin tiene de desgarrado lo que el Richter tiene de conmovedor. Y es cierto, todo lo que Richter “tocaba” lo convertía en poesía. La lentitud con la cual comienza su versión es inefable. Misticismo suspendido en estado puro. San Juan en Monte Carmelo. Santa Catarina de Siena en sus bodas místicas. La música del Nirvana, si el Nirvana tuviera música. Nada más propicio a la experiencia religiosa. Son 2’01 de una rara e inquietante belleza. En caso de que Dios no existiera, debería hacerlo sólo para sentirse honrado por estos acordes. No obstante, todos sabemos que existe una tercera Pasión. Que no es tan lírica como la de Richter ni tan fracturada como la de Ramin. Es más bien lo opuesto. Un triunfo de la racionalidad y de la arquitectura musical. Menos introspectiva, tal vez, pero más deslumbrante y luminosa. Mas apolínea, en suma, como todo lo suyo. Ya sabrán los que saben de esto, entre los cuales, con mi pobre oído de artillero, no me cuento, que hablo de Otto Klemperer. Quien, apoyado por un inmejorado grupo de solistas (Fischer-Diskau, Schwarkopf , Ludwig, Pears, Gedda), grabó su versión en 1962, dirigiendo la Philarmonia Orchestra.

 

MEMORIAS

 

Cuando llegué, ya el lago estaba muerto;

llegue muy tarde, es cierto.

Valencia quedaba en otro país,

que comenzaba muy lejos de allí.

Maracaibo era el oeste lejano,

con sus cowboys sin caballos

montados en grandes

carros de ocho puertas.

Los lugareños a pie, 

resistiendo con música y protestas.

El lago era el gran hermano,

la mina que nos hacía ser más ricos

que el resto de los humanos,

al menos era lo que decían los americanos.

Mientras, mantenía Coquivacoa,

amarradas las manos,

su dura batalla donde él era el troyano.

Cuando llegué, todas las torres y taladros

se habían esfumado.

El lago de Bellerman era ahora un lago,

pobre y explotado. Aquella superficie

que cruzábamos,

era la piel aceitosa de un cuerpo sacrificado.

Hoy es Jueves Santo, y recuerdo al lago,

por mi mal hallado, cuando, ingenuamente,

creí que era el paisaje de hace cien años

el que me estaba esperando,

al llegar de Valencia un día, tarde

para admirarlo.

 

LA CENA DE LEONARDO

 

Antes de dormir, leo a Alessandro la historia

de la Ultima Cena de Leonardo,

y se la leo donde el fresco está guardado

aquí, en Milán, donde nació hace diez años.

Uno de los doce habrá de traicionarlo,

y se queda mirando para encontrarlo.

Esta versión es una obra de teatro,

con once hombres buenos, al lado

de Jesús, y sólo uno malo.

No logra encontrarlo,

y le digo, sólo Cristo estaba enterado.

Cristo, me dice, y también Leonardo.

Entrèves. Fotografía de lovecourmayeur.com

Entrèves (Courmayeur), viernes 7 de abril de 2023

El invierno, ya de salida, nos recibió con una blanca nevada al llegar a la montaña. Decidimos estar al lado de las alturas alpinas, más cerca de Dios, para pasar los tres grandes días de la semana mayor, muerte, descanso y resurrección. Conmigo siempre la Pasión de Mateo, esta vez en la recién conocida, “en persona”, versión de Günther Ramin. Recuerdo, durante los años cincuenta del siglo pasado, el rito, para mí demasiado prolongado, de la lectura de las Siete Palabras. El comentario de un sacerdote de Caracas, transmitido por radio, a nivel nacional, durante la dictadura de Pérez Jiménez, que se cuidaba de no aludir a ninguna de las expresiones libertarias de Jesucristo en su sermón. Todo era metafísica frente a una feligresía menos ayuna de Dios que de libertades. De esas siete palabras, en realidad siete expresiones, son pocas las que recuerdo. La que más me impresionaba en mi infancia, era aquella de “En verdad en verdad os digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Sobre todo, la seguridad y precisión con la que Cristo expresaba su profecía. Después de esta, o con la misma urgencia, me tocaba aquello de “Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”. Como tantos, antes y ahora, sentía el terror de que algo así me ocurriera.


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