Literatura

Diario literario 2019, octubre (4)

02/11/2019

«Antonio y Cleopatra», de Lawrence Alma-Tadema

Valencia, martes 29 de 0ctubre de 2019

Agudos y crónicos. Así es como los clínicos catalogan a sus pacientes. En su fase aguda, el individuo la supera o fallece. Cuando se hace crónica, la enfermedad se puede prolongar por tiempo indefinido, más o menos con los mismos síntomas; y se puede (o no) recuperar la salud en su totalidad, todo depende del tratamiento. Es lo que ocurre con Venezuela. Después de superar algunas crisis, la enfermedad social, el profundo deterioro de las condiciones no implica la muerte del modelo que la administra. Puede prolongarse el mal durante muchos años. El cuerpo se va adaptando a las nuevas condiciones y así, mal viviendo, sigue día tras día. Si de algo estamos seguros es de la necesidad de un tratamiento nuevo y diferente.

Caracas, miércoles 30 de octubre de 2019

Antonio y Cleopatra (2)

Esta es una de las tragedias más polémicas del Bardo. Pocas veces he encontrado lecturas más irreconciliables. Hay dos asuntos sobre los cuales no se ponen de acuerdo desde el Dr. Johnson en el XVII (“No tiene cuidado en la composición ni se ocupa de la disposición de lo que ocurre”) hasta Eliot y Granville Barker en el XX. El primero de los dos asuntos es un problema de forma. Para los críticos tradicionales, los que se apoyan en Aristóteles para sus comentarios, Antonio y Cleopatra es imperdonablemente desordenada, caótica, concluyen algunos. Las unidades aristotélicas, atributo de la tragedia más neoclásica que clásica, son olímpicamente ignoradas. Si, en su Poética, el filósofo griego, recomendaba que la acción representada no debía durar más de un día, los sucesos que cuenta y canta el Bardo se toman no varios días sino varios años. La acción unitaria de Poética es desdoblada en dos o tres subacciones: la guerra con Sexto Pompeyo, el matrimonio con Octavia y la actitud de Enobarbo ocurren paralelamente a lo que es el tema central anunciado en el título: la tragedia de Antonio y Cleopatra.

Para contribuir a la confusión general, Nicholas Rowe, el responsable de la primera edición crítica de las obras completas de Shakespeare (1709), dividió el desarrollo del drama en cinco actos, como todas las demás, y cuarenta escenas, con la participación de decenas de actores, treinta y cuatro de los cuales tienen algo que decir. El resultado puede parecer confuso y de hecho lo es si se toman en cuenta las direcciones escénicas. A este aparente desorden, también notable en Hamlet y Rey Lear, es a lo que se refería de manera crítica Voltaire, sin dejar reconocer el genio del autor en sus cartas desde Inglaterra. No obstante, lo que para los lectores tradicionales podía aparecer como caótico, para los directores de escena contemporáneos es de una modernidad incuestionable, o ¿es que acaso no son así las películas, con sus innumerables planos y secuencias? Ese dinamismo escénico indetenible es lo que ha atraído y atrae a los realizadores cinematográficos, como Laurence Olivier o Kozintsev, cuyas versiones hamletianas son formidables. Pero también los productores de teatro de nuestro tiempo han salido en defensa de la estructura de Antonio y Cleopatra. Es muy probable que el primero de ellos, y en todo caso el más influyente, haya sido Harley Granville-Barker. Este dramaturgo y director de escena destaca en sus reveladores Prefaces to Shakespeare (1930) como uno de los grandes logros de la obra precisamente eso, su dinamismo, que puede parecer atropellado pero que para él es un signo más del genio del Bardo: “No deberíamos imaginarnos a Shakespeare sentado y entregado a la tarea de construir una obra como un arquitecto diseña una casa en sus tres dimensiones… Era más bien como un músico, el maestro de un instrumento que escoge un tema, y, siguiendo reglas establecidas, improvisa sobre él”.

No ha sido Granville el único defensor de esta tragedia. Según el criterio siempre sano de T.S. Eliot, se trata del éxito más seguro de Shakespeare; para el no menos penetrante Wilson Knight, Antonio y Cleopatra es la más sutil de las obras del autor, así como la más grandiosa, comparable solo con La Tempestad. Y, por supuesto, para Brecht, amante del “teatro de acción”, se trata de un espléndido drama. En verdad, y es lo que creo, se trata de una de las grandes obras de teatro después de los griegos y una de las mejores de Shakespeare: el movimiento de la escena, el desespero terminal de sus dos grandes protagonistas, que no puede ser representado con la serena grandeza y el aliento clásico de Racine. Es una tragedia de emociones, las cuales ya se sabe, cuando se sueltan no pueden ser encerradas en cuatros paredes, sino que requieren de un espacio del tamaño del mundo para manifestarse. Ni Macbeth, ni Otelo, ni Próspero, sólo Hamlet en su locura, es capaz de desplazar tanta emocionalidad en el escenario. El príncipe Hamlet es una estrella fugaz, una stella cadente (estrella que cae) como le dicen en Italia, mientras que Antonio y Cleopatra son dos seres en el crepúsculo; son más lo que fueron que lo que son. Al final ambos decidieron apagarse por cuenta propia antes que otros los convirtieran en sombras.

De la antología griega. Imitaciones 

Anónimo. A Heliodoro 

Cuando te embarcaste en busca de fortuna,
dejabas atrás una Sicilia próspera y optimista,
abundante en mieses, pasto y ganado, rica
en oro y petróleo. Ahora Heliodoro,
veinte años después, tu país es una ruina.
Los jóvenes se han perdido sin horizonte
y la población envejece sin agua ni comida.
Aún no has visto ni una parte de lo que pasa,
un día sabrás lo precaria que es aquí la vida.

Anónimo. Arquises

En castigo por haber criticado
en público su gobierno, Meleagro,
bien conocido como tirano,
castigó a Arquises a soportar
seis meses de exilio cada año.
Para Arquises la vida es ahora
un juego de espejos desdoblados
La noche se confunde y el cielo
taciturno es un navío extraviado.
Incluso en su sueño de cristales,
Arquises siempre está en el otro lado.
Es penoso vivir la vida en dos mitades,
algo que sabía bien Meleagro,
llegamos de la luna sin luz en las ciudades.


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