Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
Retirado en la paz destos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con los ojos a los muertos.
Francisco de Quevedo
Cuando Zenón de Citio, fundador del estoicismo, llegó por primera vez a Atenas, ya había transcurrido un largo siglo desde que comenzara la decadencia de la ciudad. André Bridoux (Le stoïcisme et son influence, Paris, 1966) llama la atención sobre el sentimiento de consternación que debió abatir entonces a los atenienses, ante la pérdida de la libertad que significó la derrota de Queronea en el 338 a.C. Alfonso Reyes (La filosofía helenística, México, 1959) fija el comienzo de esta decadencia en el año 322, fecha de la muerte de Demóstenes, el gran orador, pero también de Aristóteles, y un año antes, de su discípulo Alejandro. Pero en realidad la caída de Atenas venía gestándose desde mucho antes, quizás ya desde la derrota de la Guerra del Peloponeso.
Zenón, pues, desembarcó en Atenas poco después de estas fechas, cuando el declive estaba en marcha, probablemente en el 314. Sin embargo, las escuelas filosóficas aún se encontraban en buena actividad. La Academia estaba dirigida por Polemón, que había sucedido a Jenócrates, sucesor a su vez de Espeusipo, y éste de Platón. El Liceo tenía por jefe a Teofrasto, sucesor directo de Aristóteles. Crates de Tebas conducía la escuela Cínica fundada por Antístenes y Teodoro era el escolarca de la de los Cirenaicos, fundada por Aristipo. Como puede verse, la herencia socrática mantenía su vigor, pero este era solo un aspecto de la intensa actividad intelectual y científica que se seguía desarrollando en la ciudad.
Hay una cantidad de relatos que cuentan cómo fue que Zenón entró en contacto con la filosofía, pero el más comúnmente aceptado es el que nos transmite Diógenes Laercio en el libro VII de sus Vidas de los filósofos ilustres. Había nacido en la ciudad grecofenicia de Citio, en la costa sur de Chipre. Dije antes que había desembarcado. Dije mal, en realidad naufragó. Hijo de un mercante fenicio, Zenón había comprado púrpura para venderla en Atenas, pero el barco que lo traía se hundió frente a El Pireo. Ya a salvo en la ciudad, un día se encontraba en la tienda de un librero mirando un ejemplar de los Recuerdos de Sócrates, donde Jenofonte cuenta los años que pasó junto al maestro. Impresionado por la lectura, Zenón preguntó al librero dónde podría encontrar hombres tan admirables como el que se describía en ese libro. Casualmente pasaba por allí Crates el Cínico, entonces el librero lo señaló y le dijo: “síguelo”. Otra versión contada por el mismo Diógenes Laercio, si bien de sospechoso sabor socrático, dice que Zenón había ido a Delfos a preguntarle al oráculo cuál era el mejor género de vida. La Pitia le respondió que debía conversar con los muertos. Zenón comprendió y de inmediato se puso a leer a los filósofos antiguos.
Fue así como el futuro filósofo conoció a los Cínicos y comenzó a seguir a Crates, cuya influencia no han dejado de advertir los historiadores del pensamiento. De ellos aprendió a cuestionar las convenciones sociales y a tener a la naturaleza como única norma de vida. Los cínicos utilizaban el escándalo y el sarcasmo como formas de denuncia, y solían poner pruebas a sus discípulos a fin de que aprendieran a dominar la vergüenza. Diógenes Laercio cuenta cómo Crates ordenó al joven Zenón llevar una vasija llena de sopa de lentejas a través del barrio del Cerámico, oficio tenido por indigno de un hombre libre. Como el discípulo lo hizo sin problemas, entonces Crates le rompió la vasija con el bastón delante de todos. Al ver que Zenón se retiraba avergonzado, tratando de ocultar sus ropas manchadas de sopa, el maestro le gritó: “¿Por qué huyes, fenicio? ¡Nada terrible te ha pasado!”
Uno de los grandes aprendizajes de los cínicos, además de dominar las pasiones y desafiar las convenciones, fue aprender a vivir según la naturaleza, homologouménôs têi physei, que se convirtió en una de las grandes enseñanzas de la ética estoica. Pero Zenón también frecuentó a Estilpón el Megárico, que fue discípulo de Diógenes el Cínico y representaba una variante de esta escuela, y también a Polemón el Académico, que enseñaba las doctrinas platónicas. No son pocos los estudios que buscan desentrañar la genealogía de su pensamiento. Ángel Cappelletti (“Las fuentes del estoicismo de Zenón”, Caracas, 1994) dice que se trata de una “síntesis” a la que hay que añadir, jugando un papel especial, las doctrinas de Heráclito, así como el substrato cultural producto de su origen semítico. En este sentido, John Ferguson (Utopias in the Classical World, London, 1975) recuerda que Zenón arribó a Atenas unos trescientos cincuenta años antes que otro ilustre semita, Pablo de Tarso, quien también quiso predicar a los atenienses una nueva doctrina.
Hacia la edad de 42 años, después de pasar veinte años escuchando a los filósofos vivos y leyendo a los muertos, Zenón empezó a enseñar y se atrevió a fundar una escuela. Sus discípulos, que al principio solo eran los vagos y mendigos que frecuentaban el ágora, fueron llamados “zenonianos”. Después, siguiendo la costumbre de dar a las escuelas el nombre del lugar donde se reunían (la Academia o el Liceo, por ejemplo), se les comenzó a llamar “estoicos”, pues solían juntarse en el llamado Pórtico Polícromo del ágora, la Stoá Poikílê, un edificio decorado con coloridos murales. Allí enseñó el autocontrol, la práctica de la virtud y el desprecio de los bienes materiales con el estilo austero y rudo de alguien cuya lengua materna no era el griego sino el fenicio.
El epicúreo Filodemo de Gadara (Stoic. Hist. Cols. 3 y 6) cuenta que era de complexión débil, delgado y muy moreno, ya que le gustaba tomar el sol. Diógenes Laercio dice que era alto, delgado y bastante moreno, “sombrío, agrio y duro en el semblante” (D.L. VII 6). En eso debió contrastar con los atenienses, de piel más clara y cuerpos robustos por los ejercicios de los gimnasios. Al igual que Aristóteles, vivió toda su vida como meteco en Atenas, extranjero libre aunque sin derechos ciudadanos. Como corresponde al fundador del estoicismo, era frugal y austero, “de una tacañería bárbara”, cuentan, al punto de que decir “más tacaño que Zenón” era una expresión corriente en Atenas. Murió a los 72 años, después de haber pasado casi toda su vida aprendiendo de los vivos y de los muertos, y después enseñando. Los atenienses, que lo admiraban, lo honraron obsequiándole las llaves de la ciudad, una corona de oro y erigiéndole una estatua de bronce. De esto no cabe duda, porque no hay nada que más admiraran los atenienses que un hombre que viviera conforme a lo que predicaba. Sus paisanos chipriotas no se quedaron atrás y también le erigieron una estatua en su ciudad natal.
Mariano Nava Contreras
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo