Entrevista

Claudia Larraguibel: “El periodismo te puede llevar a un lado muy oscuro”

21/02/2021

Fotografía de Lisbeth Salas.

A veces, los periodistas se meten en historias sin saber muy bien dónde se están metiendo. Claudia Larraguibel*, periodista que hizo sus primeros pininos en Venezuela y luego se fue a vivir a España, regresó a su Chile natal para averiguar qué había detrás del caso Colonia Dignidad. Un lugar macabro, especie de estación de tortura subsidiaria de la dictadura de Augusto Pinochet. Terminó escribiendo una novela, Sprinters, que ahora se publica en Italia y próximamente en Colombia.

Larraguibel creció en Venezuela, donde se refugió su familia tras el golpe militar de 1973 contra Salvador Allende. Su madre, Verónica Uribe, escritora y editora chilena, fundó junto con Carmen Diana Dearden —bajo el alero del Banco del Libro— la editorial de libros infantiles Ekaré. Más tarde, madre e hija, fundaron en Santiago el sello hermano, Ekaré Sur, que reúne una larga trayectoria y títulos publicados. 

Sprinters. ¡Qué nombre tan entusiasta para encubrir el crimen!

Sprinter es el nombre que Paul Schäfer (el exmilitar nazi que fundó Colonia Dignidad, al sur de Chile) les puso a los niños y niñas de los cuales abusaba. Colonia Dignidad es un horror que nunca se acaba, un horror que sigue impune, que sigue funcionando. Los victimarios, en su mayoría, están libres. Cumplieron condenas cortas. Y las víctimas están allí porque no saben vivir fuera de ese horror. No tienen herramientas para vivir en este mundo “normal”, lo digo así, entre comillas, porque obviamente ya no vivimos en un mundo normal. 

¿No hay asistencia, apoyo a las víctimas?

Sí, hay asociaciones de Derechos Humanos, una Asociación de Víctimas de Colonia Dignidad, que luchan para que se creen mecanismos de reparación, tanto para las víctimas como para los familiares. Hay iniciativas, sobre todo en el ámbito judicial, entre Chile y Alemania (2019), para agilizar los procesos y compartir información de investigaciones que se han hecho, para ubicar a los victimarios. Muchos de ellos fugados a Alemania. Ahí están tan campantes, ¿no? En el parlamento alemán se habló de que había que compensar a esos ciudadanos, alemanes finalmente, pero eso nunca prosperó… Yo cerré la investigación periodística en 2006 para poder escribir el libro. Pero tampoco para mí ha terminado Colonia Dignidad, sigo en contacto con abogados, con las víctimas, con algunos excolonos. Y, por supuesto, leyendo toda la información que se publica sobre el caso. También es importante soltar los libros, aunque éste, como te digo, siempre regresa. 

Fue llamativo encontrar en las páginas de tu libro la mención que haces de tus visitas, junto con tu familia refugiada en Venezuela, a la Colonia Tovar. Esa imagen, que puede ser reconfortante e incluso placentera, empieza a mutar, como el virus, en algo parecido a la incertidumbre que despierta la aproximación a Colonia Dignidad. ¿Podrías hablar de ese episodio?

Yo siempre voy anotando cosas en unas libretitas que tengo guardadas por ahí, cosas de las cuales me gustaría escribir algún día, no sé si para un reportaje, para un cuento o para una novela. Y el tema de la Colonia Tovar estaba allí. Anotaciones que hice de las revelaciones que le escuché de una amiga de mi familia. Claro, es otra época, y los monstruos no son los mismos. Mientras escribí el libro, esas anotaciones sirvieron para un fragmento muy cortito. Pero esa conexión, esa mención que haces, es la que a mí me gusta que hagan los lectores; esa cosa como idílica, digamos, la neblina, las fresas y, finalmente, estos asentamientos que se dieron no sólo en Venezuela, sino en varios países de América del Sur y también en Europa. Esto de los pueblitos alemanes, cerrados, autárquicos, están por todos lados. Y ahí está el peligro, porque es gente que cree que se puede encontrar un paraíso en la Tierra, pero ese paraíso puede convertirse en el infierno como ocurrió en Colonia Dignidad. 

La utopía, muchas veces, termina en auténticas masacres, en experiencias límites de violaciones a los Derechos Humanos.

Exactamente. A los alemanes de la Colonia Tovar les prometieron el paraíso en la Tierra y tuvieron que enfrentar muchísimas dificultades que no sabían. Y lo mismo, Schäfer y sus dos lugartenientes que le vendían un cuento a las familias alemanas. Les mostraban las películas de lo hermoso que iba a ser este asentamiento.

¿Cómo se llega a vincular Colonia Dignidad con la dictadura de Augusto Pinochet? ¿Cómo se establecen esos vasos comunicantes y de qué manera terminan formando un organismo?

Apenas gana Salvador Allende (1970), la derecha extrema se refugia en Colonia Dignidad. Incluso, en ese momento, seguía siendo un Estado dentro del Estado. Nadie podía entrar, nadie sabía si esa gente tenía cédula o pasaporte, nadie sabía lo que estaba pasando allí dentro. Entonces, militantes de grupos extremistas, como Patria y Libertad, se refugiaron en Colonia Dignidad. Bajo el gobierno de la Unidad Popular, el lugar funcionó como campo de entrenamiento. Digamos que allí se establecieron las bases. Al momento del golpe de Pinochet y la muerte de Allende, los militares encontraron en Schäfer un grandísimo aliado. A cambio de facilidades económicas, Schäfer les daba a los militares todo lo que le pedían.

Colonia Dignidad se convierte en un centro de detenciones y torturas, pero lo que uno advierte en la trama de tu libro es cómo esa atmósfera de miedo y terror, de silencio angustiante, coloniza la vida, la cotidianidad, de las personas que vivían (y aún viven) en ese asentamiento. ¿Cómo procesaste esas señales? Lo pregunto porque tu investigación es tan profunda como minuciosa. ¿No te causó ninguna perturbación?

Sí, por supuesto. Pero el periodismo —al igual que la literatura—, a veces, te lleva por esos caminos, a bucear y encontrarte con la maldad, el mundo del horror, el lado oscuro. Colonia Dignidad es algo inasible. Demasiados crímenes. Demasiada locura. Demasiados hechos que merecen ser contados. Pero yo me detuve en las historias que quizás a mí me parecían más luminosas. La primera que me llamó la atención y que me llevó a escribir este libro fue la fuga de Tobías Müller y Salo Luna, que en el libro se representa en el storyboard, en el guion que la narradora está escribiendo. Digo luminosa porque termina relativamente bien. Ellos logran fugarse. Son dos adolescentes que se rebelan contra ese régimen dictatorial de Schäfer y, finalmente, escapan y se quieren. Es una historia de amor. Así que lo mío eran las historias de redención, de resiliencia, más que los abusos a los niños, o que los detenidos desaparecidos, o que los torturados. Por eso Lutgarda —la protagonista de la novela, personaje de ficción— guarda cierta cordura y también una particular luminosidad. 

La historia tiene continuidad —o más bien eco— en un barrio de Santiago, allí también se reproduce esa atmósfera de miedo. Me pareció que era una pincelada, digámoslo así, de lo que fue Santiago durante la dictadura. ¿Podrías hablar de lo que percibiste en ese lugar?

Esa casa, a donde llevan a Lutgarda para que no hable sobre la muerte del niño que ella presenció, existe. Curiosamente queda muy cerca de la casa donde yo vivo actualmente. Es una de las propiedades que tenía Villa Baviera (personalidad jurídica que reemplazó a Colonia Dignidad para evadir impuestos). De hecho, hay un documental muy interesante que se filmó en el interior de esa casa. Al ser un estado dentro del Estado, Colonia Dignidad tenía como embajadas satélites en varias partes de Chile (Bulnes y, al parecer, Valparaíso), que fueron usadas como estaciones temporales de detención, para luego llevar a los detenidos a Colonia Dignidad. Creo que parte del recorrido del libro muestra lo que ocurrió en el país durante la dictadura. Todo ese horror, toda esa violencia, que se vivió como un infierno dentro de esa casa, también se vivió fuera. Igual o peor. Durante una cena, la protagonista está conversando con Lutgarda y ella le dice: «Sí, había detenidos en Colonia Dignidad, me contaron cosas, los torturaban, les vendaban los ojos», y la narradora la interrumpe: «A ustedes también los torturaban», y Lutgarda responde: «Sí, pero a nosotros nunca nos vendaron los ojos». ¿Cómo puede un Estado hacerle eso a sus propios ciudadanos? Entonces, Colonia Dignidad no es sino un espejo de lo que sucedió en todo un país. 

No es fácil clasificar tu novela. Diría que el género es la novela reportaje y en ese sentido me recordó a Persona non grata, de Jorge Edwards. Básicamente, la ficción es una herramienta para desplegar la realidad en todos sus sentidos. ¿Estoy en lo cierto o simplemente es la divagación de una mente distraída?

No. Eso es tal cual. Empecé a reunir toda la documentación cuando vivía en España y luego hice el reporteo en el terreno, acá en Chile. Seguir la ruta, como lo hicieron los excolonos que vivían en el sur de Chile. Con toda esa información no sabía qué hacer. ¿El guion de una película? ¿Una novela? ¿Una crónica? Al final resultó que es una mezcla de todo eso, ¿no? Como las piezas de un puzzle, en el que están todos esos géneros como mezclados. Como reconstruyendo una memoria a saltos. 

Debió ser un desafío, porque la historia —a pesar de que tiene todos esos elementos— es muy coherente. Poner en cintura a personajes que no siempre obedecen al narrador, establecer los límites de cada episodio. ¿Cómo lograste que todo eso encajara?

Bueno, me demoré como 15 años. Me suele suceder que escribo muchas versiones de un mismo libro, hasta que lo doy por finalizado. Tengo un libro de crónicas inspirado en la La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska. Era un libro de sólo declaraciones, una tras otra, una tras otras. Declaraciones de amigos-enemigos, víctimas-victimario, niños-exniños, colonos-excolonos, ésa fue como la primera «proto versión» de Sprinters, porque yo había encontrado el expediente del juicio a Schäfer, un mamotreto de muchísimas páginas. Ahí estaba todo, todo. Si lo leías literariamente, ya eso era una gran novela, en la que estaba toda esta locura y lo que los sucesivos gobiernos de Chile dejaron que pasara. Entonces, ¿para qué voy a escribir, si lo mejor es hacerle una edición a todo esto? Y escribirlo como La noche de Tlatelolco, ésa es la primera versión y en la web está ese boceto del libro. Pero me di cuenta de que eso no funcionaba. No lo iba a escribir al estilo Poniatowska.

Fotografía de Lisbeth Salas.

¿El libro entró en un lapso de hibernación? 

Sucedieron muchas cosas, escribí otro libro, Al Sur de la Alameda, y cuando retomé Sprinters apareció la voz de Lutgarda, que es la protagonista. Ahí me di cuenta de que la única manera que yo tenía de contar el caso de Colonia Dignidad era un poco como abrazando la contradicción, diciendo «esto no se puede contar de una sola manera, hay que contarlo de muchas maneras». Y, por eso, cuando tuve dos cosas supe que tenía el libro. Una era Lutgarda, la protagonista, un personaje de ficción que iba a atravesar toda la información que tenía en mis archivos y lo otro era el caso de Hartmut Münch, el niño que murió en los años 80 en circunstancias extrañaras en Colonia Dignidad, cuya muerte Lutgarda había presenciado. Todas las versiones de esa muerte eran contradictorias. Unos decían que lo había matado Schäfer, otros que había sido el “mamo” Contreras —el exjefe de la Dina, condenado a 529 años acumulados por violaciones a los Derechos Humanos, de los cuales no purgó ni 25— en medio de una cacería y una tercera versión según la cual ese niño había muerto tras caerse de un camión. 

Todas esas versiones están en tu libro. Ya sea porque Lutgarda las recuerda o porque la periodista indaga.

Exacto. Esas dos cosas. Contar las versiones contradictorias, porque, finalmente, la pregunta que subyace en el libro es: ¿se puede contar la verdad o no? ¿Cómo se cuenta la verdad? ¿Cuál de todas las versiones es la verdadera? Y la aparición de Lutgarda que, por muchas cosas, a mí me pareció interesante. De Colonia Dignidad se sabe mucho de las víctimas —los niños— y de los victimarios —los hombres que abusaban de ellos—, pero muy poco de las mujeres colonas y excolonas y ahí yo entrevisté a muchas de ellas, justamente para poder conformar la voz de esta mujer (Lutgarda) que protagoniza el libro. 

El horror no tiene fin ni podemos asirlo en toda su crudeza, el final de tu libro me dejó una sensación melancólica, quizás de tristeza. Y claro, lo quieras o no, es un final inconcluso, porque de hecho hay insatisfacción por donde se mire. ¿Qué dirías alrededor de esta impresión?

Yo tengo una editora en casa, Verónica Uribe, mi madre, fundadora de ediciones Ekaré, ella es la primera persona que lee lo que escribo. «Oye, ese final abierto, ¿por qué no le haces un epílogo?, yo quiero saber que pasó, qué pasó con la narradora». Y lo conversamos mucho, pero a mí me pareció que no había manera de cerrarlo. Igual que yo había abrazado la contradicción a lo largo de todo el libro, con el caso de Hartmut Münch, yo no podía quedarme con una sola verdad o una sola versión, tenía que dejar el final abierto para que fuera el lector el que decidiera qué pasó finalmente. 

Bueno, la historia de Colonia Dignidad, lo has dicho, no ha terminado. 

El alcance es tal, que el actual ministro de Justicia de Chile era amigo de Schäfer y el exministro del Interior (que antecedió al actual) era un conocido entre los colonos de Colonia Dignidad. Los malos, y esto es algo que dicen los abogados de las víctimas, siguen estando en este país y ocupan puestos de mucho poder. 

Venezuela abrió una oportunidad para tu familia a raíz del golpe militar contra Salvador Allende. De hecho, tu madre jugó un papel muy activo en la difusión de la literatura infantil y en la gestión del Banco del Libro. ¿Qué emoción experimentas cuando lees las noticias de Venezuela?

¿Cómo las voy a ver? Con muchísima tristeza. Se me parte el corazón, porque es un conflicto tan complejo que no sé cómo ni cuándo se va a solucionar o cuánto tendremos que esperar para que se solucione. Yo era muy chiquita cuando llegamos a Venezuela. Para mí el exilio no fue una cruz sino todo lo contrario. Crecer en Venezuela es una cosa que agradezco. Menos mal que yo crecí en Venezuela. Menos mal que mis papás se fueron de Chile, un país hundido en el oscurantismo de la dictadura. Veo para atrás y me digo menos mal que yo no crecí aquí, como otros amigos míos que sí crecieron aquí. Entonces, las penas del exilio yo no las viví, más bien viví las alegrías del exilio. La razón por la que yo volví a Chile, desde España, donde vivía, fue para escribir este libro. Pero me fui quedando hasta el día de hoy.

¿Qué has visto en tiempos de pandemia? 

Hubo algo que yo llamo la marcha roja, porque nosotros estábamos en nuestras casas, cuidándonos, y los que hacían funcionar la ciudad afuera eran los venezolanos, ellos tenían los uniformes de Cornershop, que son unas franelas rojas, los de Rappi, que son estos motorizados o ciclistas, con franelas anaranjadas, son ellos los que hacen el delivery para comprar la comida en los supermercados y en los restaurantes. Entonces, veías ejércitos de rojo y anaranjado en la ciudad. Por eso hablo de la marcha roja. Todos eran venezolanos. Esa gente, que hizo posible que nos cuidáramos en nuestras casas en tiempos de pandemia, es la que el Gobierno de Chile está echando del país. Me da una rabia, porque Venezuela fue un país que acogió a los chilenos, que se iban de este país traumatizados por el golpe de Estado, por la dictadura, por los presos políticos. Y este señor que tenemos de presidente, que estuvo en Cúcuta y dijo que iba a abrir las fronteras, no ha hecho nada, sino todo lo contrario.

Alguna vez escuché esta frase, más o menos dice así: «No voy a justificar ni a relativizar los horrores de la dictadura de Augusto Pinochet. Pero (siempre hay un pero), Pinochet fue el tipo que impidió lo que está pasando en Venezuela».  

Uuuhh, ¿fin de comillas? ¿De quién es esa cita? ¿De Hugo Prieto? ¡De Hugo Prieto!

No, no es mía. Sólo hago el planteamiento. 

Mira, eso es ciencia ficción. Tú puedes decir lo que hubiera pasado después de Allende… No lo sé. No sé lo que hubiera pasado. No sabemos. No era fines de los años 90 cuando Chávez llega a su apogeo. ¿Tú crees que Allende se hubiera eternizado en el poder y no hubiera convocado a elecciones? Yo creo que no. Allende era profundamente democrático. Y seguramente, con el desastre económico que se creó con la Unidad Popular, con el bloqueo, ¿tú crees que en las siguientes elecciones hubiera ganado la izquierda? No. Hubieran vuelto a ganar los demócratas cristianos, los que siempre han estado en el poder en este país. Decir la frase que citas, yo creo que es hacer ciencia ficción.

***

*Claudia Larraguibel. Periodista, escritora y editora. Entre otros títulos, ha publicado Reír como ellos, Donde nunca es invierno, Puesta en Escena, Al Sur de la Alameda y Sprinters.


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