Conversación sobre lo inútil

César Seco: “Un poeta miente cuando el lenguaje en que se expresa es ajeno”

25/11/2023

César Seco retratado por Argelia Malaver

César Seco (Coro, 1959) es poeta, ensayista y artista visual. En 2007 Monte Ávila Editores Latinoamericana publica Lámpara y silencio, antología que reúne sus libros escritos hasta 2005. Fundador de la Casa de la Poesía “Rafael José Álvarez” y de la Bienal Internacional de Literatura “Elías David Curiel”. Es, además, director de la revista Oikos y autor de El viaje de los argonautas y otros poemas (Premio Bienal de Poesía Ramón Palomares, 2006), El poeta de hoy día (2014), La playa de los ciegos (2014), Los colores del cielo (relatos, 2013) y de los libros de ensayo Transpoética (2008) y El hacha flotante (2017). Sus poemas han sido traducidos al árabe, portugués, italiano, inglés y francés.

Seamus Heaney sostiene, a propósito de la poesía de W. H. Auden, que la poesía constituía una fuente curativa. Presiento que para ti también es así. ¿Qué opinas?

Son los poetas quienes mejor leen a los poetas, incluso si son diferentes en lenguaje, forma o estilo expresivo. Siempre hay un hilo con el que el poeta lector logra dar entre los versos del poeta autor. Me explico, logra dar con una clave que resume su propuesta, eso en que existencia y estética colindan, pero que le exige tomar distancia necesaria para no encubrirlo todo de emoción o de literatura; ese algo que les permite oírse desde la otra orilla y hace que se involucren con su propia visión sin desestimar la del otro. Sí, Heaney acertó en cuanto a Auden. En una entrevista que me fue hecha por unos jóvenes estudiantes hace ya unos años les dije que padecía una enfermedad terrible, pero también que desde muy temprano me vi expuesto a la violencia de la calle, a sucesivas caídas y levantamientos debido al padecimiento interior que implica la epilepsia, pero a su vez al enfrentamiento de todo temor ante la desnudez del afuera, con toda sus acechanzas y peligros, con el repentino alumbramiento y oscuridad instantánea de la enfermedad en principio. En verdad no sé qué hubiera pasado conmigo si no descubro en mí la poesía para expresar esto. La poesía ha tenido para mí un significado altamente curativo. Claro, en un sentido más espiritual que físico.

¿Qué atributos debe tener un poema?

Sencillez y profundidad, las cuales no siempre van de la mano. En ello, creo, está la tarea del poeta. Entre una y otra está su travesía.

¿Son suficientes la emoción y las palabras para construir un poema?

De ninguna manera. Son elementos que lo conforman, pero lo que verdaderamente da constitución a un poema es relacionar la naturaleza de las cosas más allá del significado o de la apariencia; al igual que tener consciencia de que el lenguaje no solo es un instrumento expresivo, sino transformador de la realidad. El poeta busca aproximarse a ese algo que subyace al fondo de cuanto le circunda y llama su atención. Eso que unos tienen por asombro y otros por misterio. «Un no sé qué que queda balbuciendo», le nombró Juan de Yépez.

Tu poesía es la celebración de lo espiritual en los detalles pequeños de las calles. Háblame de esta honra a lo almático.

No separamos alma de espíritu, aunque sabemos que ocupan espacios de manifestación diferentes del Ser en la vida. El alma busca asirse al espíritu, quizá en esto tenga su conjunción lo que tenemos por búsqueda del poeta. La vida con todas sus contradicciones y certezas nos hace sospechar que el espíritu no existiría si antes no da lugar al alma o viceversa. La aventura del poeta, aunque no coincide del todo con el desprendimiento del iniciado, tiene lo que llamaría lazos de comunión o encuentro. La calle es un reconocimiento, una pertenencia, pero también un despojo a través de la palabra.

Tus poemas no mienten, honran, tributan los altos sentimientos. ¿De dónde viene esa conmoción en tu lenguaje?

Mi poesía está estrechamente ligada a mi experiencia de vida, o trata de guardar fidelidad a ella. La enfermedad y el trato con las incidencias que implica haberme visto expuesto a la calle, igual han hecho de sonda con otras experiencias o temas que alimentan mi poesía. Déjame decirte que no pretendo la verdad por la verdad y menos erigirme en juez, pues no soy un moralista a ultranza ni quiero nada con absolutismos. Un poeta miente cuando el lenguaje en que se expresa es ajeno. «El lenguaje es la casa del ser», dejó dicho Heidegger escuchándose en Hölderlin. Esa conmoción es mi estado natural de ser: alguien sacudido en todos sus sentidos por una convulsión que lo arroja en una breve noche o pequeña muerte de la que vuelve encandilado, un estado en que todo se le hace más nítido, incluyendo por supuesto el dolor físico que le dice que está vivo, sintiéndolo. Cuando se me dieron los poemas de Árbol sorprendido (1995) y Oscuro ilumina (1999) todo esto que no sé si logro definir bien en tu pregunta buscó por sí mismo pasar de la interioridad al afuera, pero lo que llamas conmoción sigue ahí, quien ya no lo es soy yo. Ya desde Mantis (2004), El viaje de los argonautas (2005), hasta La playa de los ciegos (2013), por supuesto que el tema de la enfermedad está o sigue en mí, pero mi sensibilidad se desplaza a otros temas.

¿Cuándo estorban las palabras?

Cuando tienden al exceso o cuando nada dicen. Lujo, ornamento, escasez que pasa por brevedad fundida. Esto es un punto de vista muy personal, porque la diversidad de la poesía nos trasciende. Puede haber una poesía que logra decir con pocas palabras y otra que nada dice con muchas.

¿Cómo impacta a tu lenguaje la geografía falconiana? ¿Qué le agradeces a ese paisaje?

Falcón tiene una geografía diversa. Montañas, llanuras y costas. Ahora, la geografía de Coro, donde nací y donde he escrito, específicamente es desértica. Un paisaje árido y de vegetación espinosa, tierra arcillosa y arenisca, una fauna mayormente cabría, reptiles y aves de rapiña. La ciudad se la disputan un sol ardiente y una cortina de dunas que abre su paso hacia la península bordeada de mar. Una ciudad solar que parece detenida en el tiempo. La espejeante luz del día y la inconmensurable oscuridad de su noche reúnen la vigilia de los vivos con el reposo de los muertos y el presunto aparecer de sus ánimas. Esto persiste aún en la modernidad. Sin duda todo ello me ha impactado y de alguna manera influenciado, pero no como representación metafórica o juego verbal que tienda a la figuración o a un intento de descripción, sino más bien como respuesta sensitiva, es decir, obrando en el hacer y suceder del sujeto hablante en el poema.

César Seco retratado por Alfredo Campos Loaiza. Dibujo de Gustavo Colina

¿De qué poetas te sientes o deseas ser continuación, como deseaba Vicente Gerbasi?

No somos dados a mentir, pero tampoco a ocultar. Te digo que lo que nos reclama, lo que nos exige es aquello con lo que sentimos una filiación y ello me pide responderte con toda sinceridad: deseo ser continuación (que no imitación) de dos poetas de mi ciudad nativa, el poeta judío coriano Elías David Curiel y el poeta Rafael José Álvarez, que vivieron en tiempos distintos, pero que por obra de ese hilo secreto que teje la poesía se encuentran en un mismo decir que nos espabila. Curiel en el alba del siglo XX y Álvarez en la culminación de éste e inicio del presente. Curiel, un olvidado de la literatura venezolana, siendo precursor de nuestra modernidad poética, autor de una intrincada obra que trató temas existenciales, filosóficos y metafísicos con las fisuras de su yo distanciado del ambiente social en que le tocó vivir y del que un día se despidió por mano propia. Temas que trató bajo las formas clásicas, pero con la extrañeza de un alucinado. Su «Soneto bárbaro» prefigura al Vallejo de Trilce. Álvarez fue un maestro laborioso del lenguaje y su obra no descubierta del todo lo atestigua. Poseedor de un lenguaje prístino que conjuga poéticamente luz y oscuridad de la ciudad. Con una visión más actual, con un decir más decantado que Curiel, aunque haya comenzado escribiendo sonetos, Álvarez sondea el mundo de la fantasmagoría, los aparecidos y la esencialidad de una manera específica del ser coriano, manifiesto en su conducta, creencias y leyendas; así supo adentrarse con los ojos abiertos del asombro en la casa solar coriana. Igual hay otros autores nuestros y extranjeros donde bien encontramos aquello que Lezama Lima llamó «sintonía» o «confluencia». Autores de todo tiempo y de propuestas diversas, pero son estos dos autores, Curiel y Álvarez, los que nos mantiene despierto.

¿Por qué debemos leer y cuidar el legado del poeta Rafael José Álvarez?

El poeta Álvarez, como le decíamos afablemente, tengo la seguridad de que es muy conocido de nombre, no así su obra, reitero, pese a que ha sido objeto de tesis universitarias y escasas líneas le conceden en antologías. No era muy dado a figurar en encuentros literarios, esto porque era un poeta discreto, sin ningún apego a la nombradía o la fama. Escribió poesía, ensayos, cuentos y crónicas, y en todos estos géneros se aprecia una unidad expresiva, a manera de un trato devocional con las palabras, quiero decir: una visión de mundo muy propia. Todo dialoga en un lugar (la casa) y por igual todo parece diluirse en el espacio (el paisaje), como una aprehensión de lo invisible en la magicidad del súbito, del asombro, de la revelación. Lo visitábamos en su biblioteca polvorienta y allí estaba fraguando sus versos o sumido en la lectura, apartado en una mesa como si con irrestricta vigilancia debida no se le escapara el tono que le era tan particular y que más tarde comprobábamos en sus pocos libros impresos. O bien, de tarde en tarde, le llamaba la compañía de cercanos para compartir unos tragos que trajera contento a la soledumbre coriana. Debe preservarse no solo su legado poético, esa prodigiosa síntesis que va de su primer libro hasta Trina y otras memorias, donde traslada prodigiosamente su percepción y sentir de niño sorprendido por un rayo en el patio al ver y hacer de su abuela, guardando en su memoria todo lo que hoy es proclive al olvido.

¿Es la poesía una muralla contra la tentación del poder?

Al poder no lo detiene o limitan las murallas. En todo caso el poder las construye, los ejemplos en la historia de la humanidad son conocidos. Pero también es cierto que la poesía es libre por naturaleza y esto le ha valido siempre la persecución por parte del poder. También, se sabe de la cantidad de poetas que han sido perseguidos, execrados o asesinados por los esbirros del poder de toda índole, no por ser una muralla sino por representar un inminente peligro, debido a que detentan la palabra y nada nos acerca más a la verdad que ésta.

¿Cómo escribes un poema?

Fíjate, es una pregunta que me hacen por primera vez y no sé cómo responder. Esto, porque no tengo un modo de hacerlo, digamos un método. Puedo estar equivocado, pero pienso que es obedecer a una costumbre íntima, lo cual respeto. Incluso hay poetas que tienen todo un ritual que incluye hora y lugar. Para mí, el poema es algo orgánico, psíquico, sensible. Algo invisible que por la palabra busca hacerse visible. Pero antes está cómo esto vive en mí, como súbito, como conmoción, como asombro, como aprehensión, en sí, como existencia. Tanto así que a veces escribirlo es un accidente o bien una liberación de algo inquietante o de una misiva de placer. Quiero decir que lo normal es que el poema se manifieste por una palabra, una frase, un verso o un fragmento que entrañen un sentir, una visión, una revelación que llevas a una hoja en blanco de un cuaderno o a un trozo de papel que buscaste con ansiedad y diligencia antes de que la imagen que podía conjuntar ese todo se te escapara como arena entre los dedos. Pero no todas las veces es así. Esto que digo es atemporal, la mayoría de los poetas de ahora escriben directamente en el ordenador, la tabla o el celular, pero la experiencia de que es algo invisible que por la palabra busca hacerse visible se conserva, pese a las diversas estéticas o fórmulas, y esto porque es un hecho vivo.

¿Escribir un poema es un acto amoroso?

Se goza y se sufre, es placer y dolor, luz y oscuridad, confusión y revelación, reacción y rebelión, entonces nada puede estar más cercano al amor que el poema.

Tu poesía es familia de la pintura: plástica y luminosa. Dinos sobre este vínculo.

Coro es una ciudad solar, como ya te dije, por lo que es propio que esta intensa luminosidad se traslade a la obra de sus artistas plásticos y poetas. Pero desde el punto de vista personal he tenido una muy buena relación afectiva con sus pintores. Cuando estuve claro que si algo deseaba era ser poeta, siendo un aspirante a ello solía salir de la biblioteca pública donde laboraba y mis pasos me conducían a los talleres de tres pintores: Emiro Lobo, Nicasio Duno y Luis Wiche Colina. Siempre he sido poco conversador por lo que prefería verlos pintar que hablar, pero igual agradecía cuando alguno de ellos, al calor de un reposo, rompía el hielo y en amena conversa me refería detalles de su arte, entre los cuales yo valoraba y ponía atención a esto de la luz y su intensidad luminosa. Mucho quedó en mí de esa experiencia, al punto de que pasado un tiempo comencé a escribir para los catálogos de sus muestras, no como crítico sino como quien reconoce un lazo de percepción donde imaginación y realidad se comparten. Claro, cuando estoy escribiendo para nada pienso en ello. Y qué cosa no, aquí viene el misterio inherente de la poesía, en mis primeros libros predomina algo así como un claroscuro. Solo a partir de Oscuro ilumina (1999) y Lámpara y silencio (2000) esa luminosidad se manifiesta o aparece de manera casi constante. Lo otro es el rayo de la enfermedad, luz enceguecedora o candil del regreso. Tal vez.

¿A quién salva o alivia la poesía?

Al lector, creo, pareciera una contradicción, pero de hecho es así. Cantidad de lectores en todo tiempo han manifestado lo que ha significado para bien en sus vidas un libro, un poema, un verso. En cambio, en la vida de los poetas todo los conduce a la soledad, al silencio, a la intemperie, a una muerte para nada decorosa, al margen. Cuando nos referimos a salvación o alivio en los lectores quizá lo que confirmamos es que la poesía los libera de la banalidad, y cuando hacemos mención a los poetas solo queremos dejar claro que se trata de sobrevivencia.

César Seco retratado por Jonathan Bautista

¿Qué lugar ocupa el silencio en tu lenguaje?

Un lugar primordial. Tanto así que tuve la necesidad de reflexionar sobre ello. En mi libro de ensayos Transpoética (2007) digo: «El silencio es la materia dúctil de la poesía», quise decir: la simiente engendrante o de que es allí donde la naturaleza de las cosas se nos revela. Digo también: «Escogí no apartarme de mis latidos, de mis sonajas interiores, de allí de donde las palabras se fueron reuniendo para decirme todo lo que me debía». Esto es como decir que el silencio habla, suena dentro del poeta. Y más adelante afirmo: «Me preservo en mi silencio, pero no me niego a compartir su revelación y cada vez que lo intento agradezco si la poesía llega a hacérmelo presente». Es el estado que necesito para expresarme y siempre encuentra lugar en el poema. Un silencio que puede ser como una roca en medio de las aguas y a la que el sucesivo golpe de las olas va desnudando hasta hacerte ver de qué está hecho, o bien puede ser un ruido interior para nada audible, pero que se expresa como la inquietud o expectativa que te pone por delante lo que se está diciendo. Nunca olvido aquello que dijo Miles Davis: «El silencio es el más poderoso de los ruidos».

¿Reescribes algunos poemas?

Sí. Suelo hacerlo con insistencia, incluso con lo ya publicado. No lo hago por perfeccionista o por una especie de masoquismo escritural, sino por sentir que siempre quedo en deuda con la palabra misma. Creo que fue Borges quien dijo que publicaba para no seguir corrigiendo.

Háblanos de la profunda filiación entre amistad y poesía.

El excepcional poeta que fue y sigue siendo a través de su palabra Juan Sánchez Peláez dijo alguna vez que «lo mejor de la poesía era la amistad entre los poetas». Creo, profundamente, que es así. He privilegiado la amistad por sobre las posturas o imposturas sociopolíticas; respeto, sí, cuando esto último conlleva una responsabilidad civil, una coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Te confieso que no he cultivado intereses, becas, premios; he cultivado amistad incluso entre poetas de pensamiento antagónico al mío.


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