Perspectivas

Camaleones

Fotografía de gato-gato-gato | Flickr

27/08/2019

Dicen los zoólogos que el camaleón es uno de los reptiles que mejor se adapta a la vida en los árboles porque es en ellos donde los disparos de su lengua pueden atrapar mejor a los insectos. La lengua es demasiado larga: mide lo que mide el cuerpo del camaleón desde su cabeza hasta donde comienza la cola y su disparo es veloz. Es una trampa para los insectos que viven en los árboles, pero la lengua no funcionaría en el suelo porque hay allí demasiados obstáculos que impedirían los disparos. El camaleón intenta situarse más arriba de la víctima. Capturar a la presa en tierra, en superficie plana, se le hace difícil. Esta lengua sorprendentemente larga es pegajosa y al atrapar a su presa ya no la suelta. En el camaleón hay cambios de color que abarcan una notable variedad de tonalidades y diseños.

Se llama mimetismo esta acción de adoptar apariencias de otros seres u objetos de su entorno. ¡Es camuflaje! Perfecto disimulo. Por lo general, es tan verde el color de los camaleones que parecen hojas, pero cuando cambian de color también se producen cambios en su organismo que van perfeccionando su desempeño como cazadores. ¡Son arbóreos! En esto coinciden los expertos y sus patas están hechas para sujetarse a las ramas y parecen tenazas; los ojos giran libres e independientes, el uno del otro refugiados en unos párpados que ocultan su brillo a unas víctimas que descubren demasiado tarde que han sido localizadas.

Desde hace largos años, taimados y peligrosos como la lengua de los camaleones, estos asombrosos reptiles se comparan con los codiciosos personajes que trepan a los árboles de la política para alimentar y enriquecer sus intereses personales con la savia de esos árboles que crecen con deslumbrante riqueza y poder.

Las caricaturas en tiempos de Juan Vicente Gómez o Eleazar López Contreras, o quizás desde mucho antes, mostraban a estos oportunistas reptiles humanos como camaleones vestidos con pantalones de rayas, levita y pumpá porque así vestían los mandatarios en ocasiones de gala. Desaparecieron de las caricaturas, pero siguen arbóreos en la política siempre frondosa para los negocios y de fáciles oportunidades para la corrupción, trajeados ahora de Armani, luciendo corbatas de seda italiana, relojes caros y zapatos de quinientos dólares lengüeteando la savia política con la incontrolable avidez de los verdaderos camaleones.

Todavía en tiempos de Rómulo Betancourt aparecían en los actos de alta solemnidad patriótica vestidos de galas aristocráticas soportando bajo el paltó levita y el pumpá los calores caraqueños y la agobiante retórica de los homéricos discursos políticos. Las caricaturas los mostraban siempre ávidos, cínicos, sobornables, pero sin poder ocultar la cola y los ojos saltones. Hoy se muestran más modernos y menos disfrazados de aristócratas, pero siguen siendo camaleones escapados del África Oriental y adaptados al verdor del Caribe.

Un primo mío se excedió porque cuando murió se descubrieron carnets que lo acreditaban como miembro activo de URD, Copei y Acción Democrática, es decir, era el perfecto camaleón que reptaba por los árboles de tres partidos políticos que le ofrecieron sus ramas para que viviera en ellas cada vez que removían a su conveniencia las frondas que daban sombra a sus manejos oportunistas. Pero era un verdadero experto en mimetismo porque además se encontraron tres cédulas de identidad con fechas distintas (¡nadie pudo revelar la edad que tenía al morir!), se teñía el pelo, se afeitaba o se dejaba una barba candado y vestía unas veces como adeco y en otras se atildaba para parecer copeyano. No creo que se haya empleado a fondo con uerredé tal vez porque fue un partido de vida relativamente corta o porque el liberalismo que lo nutría resultaba débil cuando ya se había apagado el medinismo; pero supo engañar a Jóvito, a Caldera y a Rómulo Betancourt. Hizo dinero, ¡pero no se sabe cuál de los carnets le sirvió mejor!

Personalmente llegué a conocer a varios camaleones que, a lo largo de la democracia representativa, merodeaban por las inmediaciones de los ministerios y entidades financieras. Algunos se disfrazaban, además, de versificadores, de hombres de la cultura y se valían de algunos versos o de un breve relato publicados en algún periódico o revista para trepar con cierta agilidad al árbol de la alegría. La literatura fue utilizada como trampolín por los reptiles políticos llamados camaleones.

La única entrevista que me ha tocado consignar la hice a uno de estos camaleones literarios, flaco poeta convertido en robusto economista y amigo del odioso gobierno de turno. Prácticamente me dictó sus respuestas marcando los signos ortográficos. Decía: “Ante semejantes circunstancias coma” y así, a medida que respondía, ponía “comas” o “punto y coma; dos puntos; abra interjección, cierre interjección…”. ¡Me ofendió! ¡Ofendió la profesión de periodista! Me trató como si yo fuera un imbécil. Después supe que él era un vulgar camaleón y yo un simple reptil, ¡pero mejor escritor que él!


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