Entrevista

Ana Teresa Torres: “¿Pero han sobrevivido Las Chicas del Can?”

Ana Teresa Torres retratada por Lara Blacklock | RMTF

09/02/2020

Se ha instalado una atmósfera en Caracas de la que nadie quiere hablar. Es el aire que respiramos, diría que con un sentimiento de culpa. ¿Ha habido una mejoría? ¿Anhelamos el modelo chino? ¿O simplemente nos contentamos con el bodegón? Los que pueden, que son pocos (apenas el 15% de la población) viven en una burbuja, en la que el día a día no es una pesadilla, aunque tampoco son dulces sueños y los que no pueden (el 85% de la población) luchan encarnizadamente para llevarse un pan a la boca y sobrevivir. 

Las ciencias sociales inventaron un área de estudio llamada la psicología social. Las emociones humanas siguen siendo las mismas, pero ante circunstancias que se disparan desde el poder —ya quisiéramos que fuera desde la política— nos inundan, a veces como un tsunami incontrolable, otras como la bruma pegajosa del océano. He querido hablar de estos asuntos con la escritora Ana Teresa Torres, quien ha indagado en la historia de Venezuela con singularidad y precisión. Sin duda, su condición de psicóloga está presente en todo su quehacer literario y también en el trasfondo de esta conversación. 

En las líneas que siguen no van a encontrar autocomplacencia o victimización, sino las pulsiones de la inagotable crisis que vivimos los venezolanos. Como en los programas de televisión advierto: la siguiente entrevista contiene opiniones que podrían perturbar el ánimo de lectores convencidos de que tienen a Jesús agarrado por la chiva y, por tanto, son dueños de la verdad. Pueden dejarlo hasta aquí y ver el partido del domingo (Barcelona vs. Betis) o quizás ir a misa de 10. 

Normalización. Esa es la palabra que va de boca en boca. Incluso, la sensación de que las cosas pueden mejorar. ¿En qué medida la realidad está construyendo esa percepción?

Parte de mis lecturas, en los últimos años, tratan sobre los países satélites de la Unión Soviética (Hungría, Polonia, Checoslovaquia, entre otros). De hecho, tengo un libro a dos manos con Yolanda Pantin, que se publicará pronto, sobre los viajes que hicimos a esos países. Yo creo que en las dictaduras prolongadas se produce ese fenómeno. En los primeros años hay una oposición fuerte, pero en la medida que transcurre el tiempo, esa oposición se debilita, va pasando. Ocurrió en la España de Franco. Son dictaduras largas, impredecibles, y no puedes mantener la efervescencia política durante tanto tiempo. Simplemente, la gente no tiene la energía ni la capacidad ni el interés de permanecer en esa efervescencia. Eso dura un tiempo. ¿Te acuerdas cuando la gente vivía para salir a una marcha? Eso terminó ya. Entonces, la gente va a una normalidad. ¿Qué puedo hacer en mi medio? ¿Qué puedo hacer para mantener mi nivel de vida? ¿Cómo puedo vivir más tranquilo? ¿Cómo puedo mejorar la vida de mi familia? Creo que ese movimiento se está dando, al menos, en Caracas. En el interior es otro contexto y quizás es la mera lucha por la supervivencia. 

Los venezolanos carecemos de cualquier bien público —salud, seguridad, agua corriente, lugares de esparcimiento—. Hay unos guetos donde la gente se puede tomar un café. ¿Qué hace la gente? Busca lugares paralelos, sitios de encuentro, que si bien no son perseguidos por la vocación totalitaria de la dictadura, no son objeto de interés y promoción por parte del Estado.

Todo lo contrario. Eso también es característico de las dictaduras prolongadas. Los grupos sociales van encontrando o creando lugares donde pueden realizar ciertas actividades cotidianas, verse con un amigo para tomarse un café o leer el periódico cuando había periódicos. Ves gente en Los Galpones o en La Hacienda La Trinidad. Son pequeños guetos que han sido tolerados. Ciertamente, no han sido atacados, pero la crisis económica se ha encargado de realizar un ataque mayor, silencioso. El número de librerías que han cerrado, por ejemplo, es impresionante. ¿Han atacado las librerías? No. Pero el sistema económico las destruye. Entonces, estamos en las mismas, ¿no? Esos lugares se van haciendo menos y más costosos. La burbuja de la que tanto se habla deja por fuera al 80%, tal vez, al 85% de la gente. Cada dictadura tiene sus modos. No han cerrado librerías, cafés, pero los cafés y las librerías quiebran. A fin de cuentas es lo mismo. Lo otro es tu casa, te concentras en lo que puedas tener de las puertas hacia adentro. Netflix y tus libros. 

No sería la mano invisible del mercado, pero sí la mano invisible de la vocación totalitaria. Sí, el reducto es tu casa, pero también ahí sientes que te respiran en la nuca…

Lo que creo que se ha utilizado es la mano económica. No han entrado en una librería y ordenan: cierren esta librería. No digo que eso no pueda ocurrir, pero no ha sucedido hasta el momento. Pero el resultado es exactamente el mismo. En el fondo es irrelevante la causa, porque viene de la misma mano. Por ejemplo, los parques. Tengo entendido que el Parque del Este está muy deteriorado. ¿Alguien lo ha cerrado? No, pero lo dejan decaer, lo dejan morir. Es un sistema muy cruel en ese sentido. No es que yo te esté quitando nada. Pero actúa esa mano invisible que va destruyendo el entorno y te va reduciendo y te va aislando, porque al haber menos espacios públicos, tú te tienes que aislar. 

¿Eso fue lo que vio, digamos, lo que pudo constatar en sus viajes a esos países?

No, porque la barrera del idioma es muy grande. Pero en las novelas y ensayos que he leído sobre esos países veo que ese efecto se va produciendo. La gente se va reduciendo, se va aislando. A nosotros se nos une otro factor en el aislamiento. Me refiero a la pérdida de relaciones por la diáspora. Yo agarro mi libreta de teléfonos… pero bueno, la libreta la puedo botar. Todos los que están ya no están aquí. Eso también va limitando tu contexto de relaciones. Son efectos muy favorables para un sistema dictatorial, que te rompen mucho la efervescencia, las ganas de luchar, las ganas de decir estamos aquí

En ese sentido, creo que el chavismo puede cantar victoria. 

Yo creo que sí, han triunfado. Me imagino que alguien dirá: qué derrotista es esa mujer. No, no, discúlpame. Son 21 años. Es un hecho incontestable. Me imagino que tiene problemas económicos, de los cuales yo entiendo muy poco, y que han quebrado al país, pero eso tampoco es un problema para ellos. En absoluto. Es un problema para nosotros. Otro factor es la pérdida de la población. He leído que para el año que viene se habrán ido del país 6,4 millones de personas. Estamos hablando de un país que tenía una población de 30 millones de personas. No es una población grande. 6,4 millones es una cantidad significativa. Más, si le sumas las muertes prematuras por falta de atención médica. Una cifra incuantificable. Estás hablando de una pérdida importantísima. Yo creo que sí, ellos han triunfando. Ahora, nada triunfa para siempre. Todas las dictaduras, tarde o temprano, han terminado.    

¿Qué otras similitudes ha encontrado en los países que visitó? ¿Qué cosas le llamaron la atención o la inquietaron?

Probablemente las circunstancias en esos países han cambiado, pero un efecto muy llamativo es la pobreza. Transitas por carreteras y vas viendo fábricas abandonadas, edificios vacíos. En otros países como Rusia ves cosas que aquí empiezas a ver: los carros de marcas más lujosas, las tiendas más increíbles. Todo eso está allí. Hay toda una nueva clase social con enorme poder adquisitivo, entiendo que no estaban. Eso también lo puedes ver aquí, en una proporción menor. Pero es el mismo fenómeno que, además, contribuye a la idea de normalidad. ¿Pero cuál es el problema? Hay tiendas, hay bodegones. ¿Qué problema tienes?

¿Ese 85% de la población que no está en la burbuja qué pasa a ser? Pierde cualquier conexión con el aparato económico, con cualquier instancia social. ¿En qué se convierten las personas llegado este momento, esta situación?

Primero en sobrevivientes, en tratar de sobrevivir. Un aviso ponía en Catia «3 cambures por 1 dólar». Gente que está en una lucha de sobrevivencia. Esa es su vinculación. ¿Cómo sobrevivo yo hoy? Y la otra instancia, en lo que tú estás planteando, es ¿quién es su interlocutor? Ni siquiera un partido. ¿El PSUV? No lo sé, porque en aquellos países comunistas, el interlocutor era el partido. Y según le escuché a algunas personas, que hablaban en español o en inglés, era un interlocutor que contestaba. Éste no contesta, me imagino que una vía es el carnet de la patria, el petro, el bono de carnaval, el bono de no sé qué, ésa creo que es la vinculación y nadie de los que se benefician quiere prescindir de ella, porque es sobrevivencia. Hay quien dice que son humillados. No lo sé. Si esa fuese mi única posibilidad de comer, yo también lo haría. Es muy fácil decir eso cuando tú tienes otra manera de resolver.   

Es muy fácil decirlo cuando tú tienes el estómago lleno.

Exacto. Ésa es la vinculación. El otro día estaba viendo un programa y veo que aparecen Las Chicas del Can. ¿Pero han sobrevivido Las Chicas del Can? No puedo creerlo. Y me contestó alguien en twitter. No son las mismas, son otras, pero tienen el mismo nombre. Creo que son de Puerto Rico (las anteriores eran de República Dominicana). Entonces yo veo a un presidente, salen Las Chicas del Can y bailan. Salen las chicas y baila el presidente. Me quedé con la boca abierta. Entonces, la narrativa se perdió. Yo escuchaba mucho la narrativa de Chávez, que era muy articulada, la gente piensa que eran puras pistoladas. No era así. Ahora es eso: Chamba Juvenil, el bono de carnaval, el bono de navidad, están inventando bonos. Ésa es la vinculación.

¿El hecho de que en Venezuela uno no pague por la gasolina, por el gas, por el Metro, no es para quedarse perplejo? Y lo pregunto porque al mismo tiempo uno sabe que en el Zulia o en el Táchira la gente pasa días haciendo cola para echar gasolina, pasa días sin servicio eléctrico, hay personas que han muerto en las colas del gas. ¿Qué efectos psicológicos podría tener una realidad tan perversa?

Creo que han conseguido una narrativa eficiente, todo lo que estás diciendo no existe, ese país no existe. Pero, a la vez, es el país que se está yendo y yo creo que ellos están encantados de que se vayan. Menos peso muerto encima. Menos problemas. Ésa es la gente que se está yendo a pie hasta Ushuaia (extremo sur de Argentina). Es como una disolución. A la diáspora (6,4 millones de personas para este año, según Eduardo Stein, comisionado de Naciones Unidas para los refugiados y la migración venezolana), súmale los que han muerto de forma anticipada, súmale las generaciones de niños desnutridos y es como un país que queda fuera del mapa, que no tiene esperanza de sobrevivencia. Ésa es la verdad. 

Ana Teresa Torres retratada por Lara Blacklock | RMTF

Esa palabra: disolución. Ya es más que semántica, ya es más que significado. Es una emoción. ¿Cuál sería esa emoción para Ana Teresa Torres?

Para mí, justamente, el país que perdí, el país que tenía. Ah, ¿que se podrá reconstruir en el futuro? No lo dudo, pero yo no estoy en el futuro. Estamos aquí. Y aquí no se está reconstruyendo. En lo absoluto. Bueno, es una sensación de que tú tenías un país, con todos los problemas que puedas añadirle, pero tenías un país. Ahora tienes eso: Las Chicas del Can, unos bodegones, la musiquita de fondo. Es más que una emoción. Es un sentimiento melancólico. Es algo que has perdido irremisiblemente, que no te lo van a devolver, quizás a tus hijos, a tus nietos, no creo que a nosotros. 

Hemos llegado a esta disolución, a esta pérdida del país, entre otras cosas, porque aquí se cancelaron todas las opciones políticas. ¿Nosotros podemos hacer algo para que se restituyan las opciones políticas? ¿Podemos hacer algo para que tengamos una convivencia más o menos decente?

Yo tengo la idea, aunque no tiene ninguna justificación, de que la historia es imprevisible. Es decir, hay imprevistos en la historia constantemente. Venezuela no se va a escapar de eso, Venezuela también puede tener imprevistos. ¿Veo alguna puerta política abierta? ¿Verla? No la veo. Pero no niego que, en un momento dado, ocurra. Eso es lo que yo llamo la esperanza, que está allí, más allá de tu vida rutinaria, más allá de resolver tu cotidianidad. Creo que esa fuente de esperanza no se ha perdido. Pero no se habla mucho. Quizás porque no tengo nada que demostrar. Es un sentimiento.

Pero también es una posibilidad, ¿no?

Es una posibilidad porque la historia está llena de imprevistos. Nosotros somos un buen ejemplo de esto. El 4 de febrero fue un imprevisto. Ahora puedes hacer el análisis postmortem y llegan los politólogos y dicen que eso es lo que venía, puede ser. Pero la sociedad venezolana no estaba esperando eso. Eso fue una sorpresa, que salió bien para los que la ejecutaron, pero pudo haber salido mal. Ése es el punto único del que me agarro como esperanza. Pero lo que sí veo es que nadie tiene muchas ganas de conversar sobre eso, porque quizás nos duele. ¿Tienes una esperanza? Unos pueden decir ¿pero en qué te basas? Todas las opciones están canceladas. Otros pueden decir lo que pasa es que tú no crees en Juan Guaidó. No se trata de creer o no. Es que no veo el escenario. Digamos, el escenario por donde podamos caminar. No lo veo y nadie me lo hace ver tampoco.

Yo no estoy metido en ninguna insurrección, en ningún levantamiento, mi única opción es la salida electoral. Diría que sí hay unas elecciones, yo iría a votar. Sin embargo, ir a elecciones en este momento también es una calamidad. 

Yo iría, pero antes vería un poquito el escenario. Es decir, ¿quién me está proponiendo? A lo mejor hay nombres por los que yo no iría. Entiendo lo que dices, pero llegado el día, te diría fui o no fui. 

Sí, tiene toda la razón, porque en un país donde te presentan la opción de votar por Luis Parra, perfectamente cabría preguntarse: ¿cuál es la opción? 

Lo que me estás diciendo es que no hay opción. Bueno, no voy. Ahora, si me presentas una opción que realmente lo sea, sí, ¿por qué no hacerlo? El otro tema es que en un momento dado, tú podías entender lo que estaba pasando, podías seguir el hilo de la novela. Pero hoy día no. ¿Tú tienes idea de lo que pueden pensar los chinos, los rusos, los iraníes? ¿Qué papel jugamos en ese tablero? No tengo la menor idea. ¿Tú sabes lo que piensa Putin?

Pero debe haber alguna vía por donde oponerse a todo esto. Un lugar donde podamos encontrar o dar con el antídoto que nos preserve de la vocación totalitaria de la dictadura. 

Creo, a lo mejor porque pertenezco a ese mundo, que la mayor resistencia ha sido en el ámbito cultural. No tengo ninguna duda. Exposiciones como Hacia una historia de la mirada. No es la única, ha habido otras. Tienes el esfuerzo increíble de La Poeteca, que es: aquí existe una poesía venezolana y la vamos a sostener. Vengan, jóvenes o viejos, y aquí se va a leer. La narrativa ha sido más difícil, por un tema de extensión, pero ahí estamos también. No sólo lo que se ha publicado en España, sino de autores venezolanos en Venezuela. Teatro, la obra de Javier Vidal sobre Primo Levi fue emocionantísima. Los periodistas. La resistencia de la vida cultural, ya no la prensa escrita, los portales, los blog. Eso es lo que queda de un país en pie. 

¿Podríamos rescatar la historia?

Dentro de las manifestaciones culturales también está la historia. Hubo una profusión de libros tremenda. Había muchísimo interés por la historia. Probablemente lo haya, pero también hay otros medios. Los podcast. Yo creo que el trabajo que hace Rafael Arráiz Lucca es tremendamente útil. Eso es lo que nos va a quedar como consistencia de identidad de país. No han podido con eso. Lo han ignorado. Lo han asfixiado, porque la cultura cuesta dinero. Ése es el núcleo básico que nos quedará para la identidad, para la historia, para la recuperación de una sociedad. Pero requiere ese imprevisto… ese imprevisto. 


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