Perspectivas

Antes de montar el rollo

12/06/2021

Pareja, La Defense, París. -18C. Enero 1997

Mamá lanzó una lancha metálica con motor y me la pegó en la frente. No tenía pilas, pero eso marcó la separación. Yo tenía ocho años. Hasta ese entonces éramos siete del primer matrimonio y tres del segundo. Mi única meta era que fuésemos diez hermanos, un conjunto simple, eliminar el abismo de la madrastra. No lo logré. A partir de ese día nos convertimos en siete de la primera camada, un asilado político de limbo entre hijo e hijastro, y  dos que asumieron el no sabe/no contesta. Eran pequeños, es necesario indicarlo. Todavía siento el golpe del metal frío. Recuerdo su mirada y la puntería. Por suerte, ella olvidó ese evento por completo. No fue Alzheimer, simplemente lo anuló en sus recuerdos. ¿Quién desea vivir con esa reacción en su memoria?

Apenas hallé algo que me permitiera independizarme, lo hice. Soy fotógrafo desde los doce años.

Hice fotos en el colegio. Vendí fotos en el colegio. Así me hice fotógrafo. Se dice rápido, pero no lo fue; lo hice tantas veces que aprendí. Ensayo y error junto con una enciclopedia de fotografía por fascículos y un primo querido: Alejandro.

Librero Sergio Alves Moreira propietario de la librería Divulgación en el Centro Comercial Los Chaguaramos. Retratado para Portugal y Venezuela: 20 testimonios. Publicado por la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana y escrito por Yoyiana Ahumada Licea. Caracas, circa 2010

Cuadro 1

Yo he tenido, usado y apreciado Olympus, Mamiya, Nikon, Canon, Yashica, Leica (de mi papá, jamás usada y solo atesorada); Holga, Lomo, Minox, Rollei, Linhof, Fuji, Hasselblad, pero nunca Sony; nunca.

Mi cámara, la que yo llamo mi cámara, es la Hasselblad. La primera, porque tengo tres. La comprada en Nueva York con mi amigo Iván Gabaldón, la del viaje de quince días, los mil quinientos dólares de presupuesto y de la inversión en mi cámara usada de mil trescientos dólares  al tercer día. El viaje de pasar hambre y frío, de solo comer una ensalada al día, del hotel en Washington Square, de ver a Keith Haring en una esquina, de la nieve por primera vez. Del inglés con acento.

Cuadro 2

Mi cámara usa rollos de doce cuadros y si en esas doce oportunidades no tengo la foto y debo montar otro, seguramente habré perdido el momentum. Mis mejores retratos, por alguna razón inexplicable, son el número tres o el número once. Mi cámara me dio seguridad por muchos años: sacarla de la maleta con su diseño de 1957, montarla en el trípode y que siempre generase un comentario me hizo sentir fotógrafo aunque yo mismo lo dudase. La cámara me representaba.

Es una cámara que se ve en las películas, pero rara vez un ciudadano común tiene acceso a una de ellas. Si en medio de un trabajo le pides a alguien que te la sostenga porque vas a chequear algo de las luces no sabe cómo asirla, no tiene por donde, la agarra como quien agarra una licuadora antes de lavarla.

Atleta especial para Locatel, Club Altamira, Caracas. Circa 2006

Cuadro 3

Hubo una época en la que al salir del metro de La Hoyada te recibían vendedores con catálogos impresos en Intenso Offset llenos de mujeres en ropa interior. Yo hacía esas fotos; no todas, pero muchas de ellas. Le había comprado un respaldo a mi cámara que me permitía hacer fotos verticales porque la original es cuadrada. El formato vertical es el pacto con el ánimo comercial. Semana tras semana el estudio de Altamira, el de Chacao y después en Los Galpones de Los Chorros recibía a la modelo, al maquillador, al diseñador, al productor. Una foto tras otra, una pantaleta tras otra: así transcurría la mañana de trabajo. Lo hacía bien y rápido, pero no hablaba con las modelos, las dirigía pero no les buscaba conversación, no lograba ni aprenderme los nombres. Era un trabajo que me estaba secando. Se convirtió en una fórmula con pocas variantes y yo en una franquicia de mí mismo. Me copiaba muy bien, mi referencia era mi propio trabajo anterior.

Decidí dejar de hacerlo prácticamente en el momento en que esa industria comenzó a entrar en crisis. Me inicié en ello a los veintidós y paré a los treinta; mi temor era llegar a los treinta y cinco haciendo lo mismo.

Técnico petrolero en plataforma marina en el Lago de Maracaibo, Zulia. Para hacer la mayor cantidad de fotografías un mismo día, el traslado a las diferentes plataformas era en helicóptero. Circa 1995

Cuadro 4

Me dediqué a crear imagen corporativa para la primera empresa del país: la industria petrolera. Maraven, Corpoven, Pequiven, Lagoven, Palmaven, PDV Marina y PDV Gas, entre otras, fueron mis clientes. Recorrí el país fotografiando todo lo que se relacionara con las filiales de Petróleos de Venezuela. Planes de responsabilidad social, convenios tecnológicos donde se involucraba Alemania o Japón, refinerías, taladros, barcos, estaciones de bombeo, plataformas en la mitad del Lago de Maracaibo, laboratorios de investigación, torres, servicios médicos, cisternas, cuerpos de bomberos, presidentes, vicepresidentes, directores, gerentes, jefes, supervisores, técnicos, obreros, personal de limpieza. Con total libertad estética, acento personal y sentido de pertenencia.

Volé por horas en helicópteros sin puertas asegurado a un arnés para fotografiar la inmensidad industrial. Vi amaneceres y tardes declinando en plantas como el Centro Criogénico de Oriente esperando la luz ideal. Era un privilegio ser el responsable de la imagen de aquel inmenso entramado humano y tecnológico.

No es la brecha generacional la que acaso impide que algunas personas al leer el listado de empresas no reconozcan sus nombres. Sabemos lo que ha pasado.

Adriano González León para Revista Complot, en el estudio de Los Galpones, Los Chorros, Caracas, Circa 2003

Cuadro 5

La Hasselblad es un instrumento de trabajo y de culto. Es punta roma. De cuero y metal. Pesada. Se desarma en cinco partes. Está toda rayada. Ha soportado caídas, polvo, barro, lluvia, granizo, nieve, bosta, arena y gripe. No lleva pilas, no es electrónica ni eléctrica, no tiene fotómetro, no tiene pantalla de enfoque. La vida es nítida o no, ese es el método. Mi cámara necesita a un fotógrafo detrás. Siempre.

Cuadro 6

Mi cámara vivió las llamadas a líneas fijas de CANTV, el buscapersonas, las páginas amarillas, el fax, el correo electrónico, el celular, el celular que vibraba y no sonaba, y luego el whatsapp. Vivió mis viajes, mis peregrinaciones en bicicleta, la caída vertiginosa del pelo para dar paso a una agresiva incursión de la calvicie.

El último viaje –todavía me siento a gusto con la selección final de treinta y seis imágenes y música de Radiohead–  fue a Croacia: su postguerra en cada mirada y el azul inédito del mar.

Y el viaje que me hizo dejar de usarla: la incomprensible India. La incomprensión no tiene nada que ver con lo que vi y dejé de ver en aquel inmenso país; a eso y más estoy acostumbrado. Se trataba de un asunto íntimo, profundo: me estaba repitiendo; ya mi máquina no me merecía. Levantar la cámara era ver lo mismo, sin importar dónde estuviese. En Varanassi y rodeado de más de veinte alumnos y cadáveres flotando en el Ganges, me di cuenta de que disparar era restar y no sumar. Hasta ese día la usé.

Mariachis en El Rosal, Caracas, para Revista Complot, circa 2007

Cuadro 7

Mi cámara no produce el sonido click, eso es un mito. Suena claaaack.

Luego hay que girar una manivela trescientos sesenta grados para cargar el obturador. Medir –a ojo, de ser posible– la luz, fijar el tiempo de obturación, ajustar el diafragma, enfocar, revisar las cuatro esquinas de la composición porque el centro está resuelto, contener la respiración y con el índice derecho, y sosteniendo firme el cuerpo de la cámara con la mano izquierda, disparar. Claaaack. Sentir el golpe certero. Next.

Cuadro 8

Caldera con el tinajero en Tinajero, mi papá en traje y corbata, Gilberto Correa sonreído, Simón Díaz con los ojos cerrados, Elizabeth Schön ante una pared blanca en Los Rosales, un negro de Barlovento viendo cámara, un noruego en Los Roques viendo el sol, Mario Enrique frente a un globo aerostático, Paul Gillman siendo Paul Gillman. Todos comulgaron ante la misma cámara sin conocerse: la promiscuidad en 1/250 de segundo.

When Godzilla goes to Mérida. Páramo La Culata, enero 2005

Cuadro 9

El lente normal es el que se asemeja a la visión humana cuando fijas la atención en algo. En la escuela llevamos veintiocho años explicando eso. Mi cámara tiene tres lentes: dos para hacer dinero y vivir de la fotografía, y uno para gastarte lo que te ganaste. Eso es lo normal con la Hasselblad, el 80 mm. Quiero ver la vida, quiero ver al otro desde una perspectiva que me ponga en escala 1:1. No me interesa lo extraordinario. Quiero descubrir dentro de lo ordinario lo oculto.

Cuadro 10

La vida siguió y sigue con otras cámaras, y todo lo que aprendí con el escarabajo de la fotografía lo dediqué a dar visibilidad a enfermos que con un poco de voluntad política se habrían salvado; a denunciar violaciones de derechos humanos, discriminaciones, injusticias, vidas significativas y causas nobles. Lo dediqué a ser útil.

Chef, pido disculpas por no recordar su nombre, en Los Roques para la Revista Complot. Tres días para hacer una producción, tres días lloviendo. Esto fue una pequeña ventana de luz. Circa 2003

Cuadro 11

La cámara salió de Caracas y ya está en Miami. “¿Qué quieres que te lleve de Caracas que te pueda cambiar la vida?” Oferta difícil de rechazar. Mi cámara.

No la he recibido porque aún no la he buscado. No la he enfrentado.

Emigrar e intentar trabajar en tu profesión –en lo que sabes hacer– es llevar la bandera a media asta. Y cuando no hay viento cuesta levantar la mirada.

Cuadro 12

Llegué al último fotograma sin saber si lo logré, si tengo la foto. Este es el peor escenario para un fotógrafo. La imagen latente todavía sin revelar. Estoy sobreexpuesto. No estoy claro si puedo montar otro rollo o debo resolver en este último cuadro. Nadie me preguntó antes cómo haría para exponer, componer y enfocar esta etapa de mi vida. Se supone que lo sé hacer.

***

[Texto generado en el “Taller de literatura autobiográfica” coordinado por Ricardo Ramírez Requena.]


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