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“A las 4 y 45 p.m llamaron de la Clínica El Ávila.
–¿Usted es familiar de Pedro Yammine?
–Sí, la mamá.
–Pedro está herido acá en la clínica. Necesitamos que un representante venga.
–¿Cómo está mi hijo?
–Necesitamos que venga
Pedro había estado en la casa media hora antes para buscar agua. Yo le pedí que subiera, que se quedara, pero me dijo que tenía que seguir. La protesta había sido reprimida y desplazada de la autopista Francisco Fajardo hasta Altamira y se fue. Era 3 de mayo. Vivimos a tres cuadras de la Torre Británica, en Bello Campo. Demasiadas bombas, demasiados disparos, demasiado gas, demasiado todo.
Esa mañana desayunó su menú favorito: huevos, arepa y jugo. Se lo hago yo. Él cocina pero no perdona que no le haga el desayuno.
Salió a la una de la tarde a protestar, como ha hecho en casi todas las marchas. Es fotógrafo, pero nunca hace fotos de las manifestaciones, sólo hace fotos para enaltecer la belleza del país. Acaba de hacer un curso de fotografía submarina para mostrar los corales de Venezuela, eso me dice siempre.
Colgué el teléfono. Temblaba. No conseguía las llaves. No encontraba cómo ir.
Un vecino me llevó. Nos tomó hora y media recorrer dos kilómetros. A Pedro lo llevaron en moto dos hermanos. Tenía siete costillas fracturadas, ambos omóplatos, aire en su cuerpo, fuera de los pulmones y varias cortadas y raspones. Llegó consciente. La enfermera le preguntó qué había almorzado. El respondió: gases lacrimógenos.
Tiene 22 años, no es bachiller aunque quiere serlo, es ambidiestro, se hace llamar Pedreishon solo para burlarse de mí. Vive para la fotografía. Es muy querido por sus amigos. Protege a todos. Sufre de un déficit de atención importante y es miope, muy miope. Entonces yo le he dicho:
–¿Y si en medio de la protesta qué pasa si se te caen los lentes? ¿Qué vas a hacer, Pedro?
–Yo defiendo los lentes con mi vida, mamá.
Esa noche, más tarde, mi hija me contó:
–Mamá, Pedro es a quien arrolló dos veces la tanqueta. Lo reconocí en el video.
No sabía qué era lo que le había pasado, yo creía que lo había atropellado una moto.
No he visto el vídeo, mi esposo tampoco. No podemos.
Mi hijo estuvo anestesiado durante dos días. No se movía, tenía los ojos cerrados, estaba hinchado, respiraba conectado a una máquina, y yo le dije: ‘Levántate, fotógrafo, la fotografía te espera’. Lo hice así, sin llorar, porque sé que no le gusta que llore. Él movió los labios, me oyó. Entonces tuve esperanzas de que se salvara.
El médico que lo recibió, compañero de buceo de Pedro por casualidad, cree en la ciencia pero acepta el milagro. Porque los pulmones de Pedro son un milagro. Sobrevivió la noche del 3 de mayo. Esa es la única explicación.
Me dicen que la tanqueta se lo llevó por delante estando de espaldas, la primera vez. No sé qué pasó después.
Pedro es una víctima pero yo no tengo espacio para el rencor. Solo quiero a mi Pedro alegre de nuevo conmigo.
Pedro es y no es Pedro. Su nombre original es Michel. Pedro y su hermana son adoptados. Los tuve en el 96, pero Michel nació en 1994. Los hijos no sólo se tienen de sangre, también se tienen de corazón y son igual de hijos. Los míos los tuve de corazón.
En el Instituto Nacional de Asistencia al Menor (INAM), salió del grupo de niños, me agarró la mano y dijo: ‘esta es mi mamá’. No tuve chance de escogerlo, él me escogió a mí. Vino acompañado de su hermana de seis meses. Soy una mamá vieja, estudié educación bilingüe en Boston, allí conocí a mi esposo que es venezolano, porque soy de Barranquilla. No tengo acento, los costeños no tenemos acento.
Pedro repitió muchas veces lo que tanto le había pedido Pedro Yammine, su padre, si le llegaba a pasar algo: Pedro Michel Yammine, Clínica El Ávila, Seguros Qualitas, la cédula, el teléfono de casa, los celulares. En la clínica no nos han hablado de costos a la familia Yammine y los médicos tratantes desde el primer momento decidieron no pasar honorarios por atenderlo. El apoyo ha sido total, incluida la Alcaldía de Chacao.
Está en terapia intensiva. Ya no está entubado pero tiene un drenaje en el pulmón izquierdo. Respira por sí mismo pero no sé cuándo me lo entreguen. No tenemos habitación asignada y yo me debo ir a dormir a casa cada noche, cuando lo que quiero es estar con él. Soy la que le da la comida y come, tiene mucho apetito. Nos espera año y medio de rehabilitación, me han dicho.
A la clínica entró con los lentes rotos y apretados con la mano derecha. Cuando finalmente perdió la consciencia, sus lentes se extraviaron y hasta hoy vio borroso. La madre de un compañero del colegio le mandó a hacer unos lentes nuevos”.
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María Auxiliadora Escobar de Yammine, 66, egresada de Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico [Barranquilla, Colombia], máster en Educación Bilingüe de la Universidad de Boston [Boston, EUA] y madre de Pedro Michel Yammine.
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La fotografía de Pedro Yammine fue autorizado por él y su madre.
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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 9 de mayo de 2017.
Roberto Mata
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