“¿Te duele mucho el pecho?”

15/03/2022

Nelson Dudier retratado por Roberto Mata

I

“Mis hijos (26) y (21) viven afuera. Sintieron que no tenían opciones aquí. Yo marcho y protesto para que ellos quieran regresar, no solo de visita. He participado en las manifestaciones desde que empezaron en abril. No he faltado a ninguna. Esa es mi contribución y sé que suma. Hice click con el movimiento estudiantil, especialmente con los de la UCV @creoenlaucv y eso me motivó mucho. Muchachos que podrían ser hijos míos. Los acompaño, les tomo fotos y aunque nos separamos cuando empieza el bululú, al final de la tarde siempre les mando las imágenes del día. Me cuidan, me tratan con cariño y me tutean, aunque no todos. Creo que algunos quizás me ven como un papá.

El 3 de mayo fue igual. Nos reunimos en la plaza Altamira y de allí fuimos al distribuidor de Altamira, líderes adelante, movimiento estudiantil detrás. Bajamos a la autopista, seguimos hacia El Rosal donde empezó la guerra de bombas y yo como siempre para atrás, corriendo. Misión cumplida. Había hecho presencia, labor de bulto.

Retirándome, junto a muchas otras personas, desde el aeropuerto de La Carlota (Base Aérea General Francisco de Miranda) nos empezaron a disparar bombas y tuve que correr hacia Altamira. En el puente del distribuidor, muy cansado, vi cómo llegó un contingente motorizado de la Guardia Nacional Bolivariana disparando lacrimógenas por el Liceo Gustavo Herrera. Estaba en el medio de una emboscada. Corrí de nuevo. Decidí meterme a la urbanización La Floresta, tapándome la cara, tosiendo, llorando, ahogado. Todos huimos de la cada vez más agresiva represión.

Estas bombas que están lanzando ahora me trancan el pecho, me dan un ardor, pensé, es como un fuego. Las anteriores daban picazón: estas duelen. Frente a la Clínica La Floresta dudé en entrar. ‘Esto se me quita cuando esté lejos de las bombas y respire mejor’, pensé. Seguí caminando, sudando, muy cansado. Cien bolívares pagué a una camionetica que iba a Petare para que me dejara en Parque Cristal, donde estaba mi carro. Ya no podía caminar ni esas dos cuadras. Conecté mi celular ya sin pila y de inmediato, un mensaje desde Buenos Aires. Mi hija Andrea.

—¿Cómo estás, papá? ¿Ya saliste de la marcha? ¿Estás bien?

—Bien.

En el código padre e hija, ella entendió. Algo pasaba. Ante la sospecha, activó toda la red familiar.

—¿Te duele mucho el pecho? ¿Tragaste muchas bombas lacrimógenas o es otra cosa?

Después de esa pregunta se cayó Whatsapp a nivel mundial y no le pude responder a mi esposa lo que sentía.

Manejando a mi casa comenzó a dolerme el brazo, me costaba conseguir una posición para ponerlo sin dolor. Sudaba y trataba de hacer ejercicios de respiración. Había tráfico.

Nelson Dudier retratado por Roberto Mata

II

—Usted tiene un infarto en desarrollo. Aquí no lo podemos atender. Vaya a una clínica con servicio de cardiología.

Me fui con mi hermano y el diagnóstico de infarto a otra clínica. El día antes de morir, a mi suegra le dolía el brazo, a mí también. Estaba asustado. ¿Cuánto tiempo me queda?, fue mi pensamiento durante todo el camino. El ardor que sentía en el pecho y el brazo era un infarto. El no saberlo me ayudó a sobrevivir. Cuando me enteré, me angustié mucho. Solo quería llegar a que me atendieran. He podido caer en la autopista, pensé. Un viejo que se muere huyendo de la guardia y la gente le pasa por encima. ¿Cuánto tiempo les hubiera tomado saber quién era? ¿Cómo contactar a mi familia?.

Cateterismo, stent y dos días hospitalizado. Frustración e indicación de un reposo inteligente. Tengo que averiguar bien qué significa eso cuando vaya a la consulta.

Tengo sentimientos encontrados, porque mis hijos nos enamoran para que nos vayamos. Queremos estar con ellos, pero el arraigo país es muy fuerte. De solo pensarlo duele”.

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Nelson Dudier, 52, educador, miembro activo de Fundación Una Mano Amiga. @FundacionUMA

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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 15 de mayo de 2017.


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