Cine

Roma contra el imperio

05/01/2019
“Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestras riquezas”
Paul Geráldy

 

Los recuerdos son caprichosos. Mantienen su carácter épico mientras son desconocidos. Una vez que se cuentan, corren el riesgo de hacerse vulgares.

La primera declaración de amor, aquel agónico gol en la niñez y el debut en una sala de cine, tienen olores y sabores indescriptibles. Tanto así, que es imposible contagiar al que escucha de esas emociones.

Probablemente por eso muy pocos cineastas se atreven a recrear el pasado sin alterar el carácter episódico de la rutina que vive cualquier personaje. La mayoría de los guionistas buscan los “momentos más cinematográficos” para vender su historia.

Sin embargo, en manos de un buen director, pienso en el Woody Allen de los 80 y mediados de los 90 por ejemplo, la rutina puede ser un suelo fértil.

Haruki Murakami, un escritor muy audiovisual (casualmente es admirador de Allen y David Lynch), saca pasajes de su vida, regularmente de sus años como estudiante, y los moja en un caldo sobrenatural para atraer al lector.

Roma, la película que ha divido a la audiencia y que no ha parado de recibir premios, es un compendio de recuerdos desprovisto de cualquier elemento fantástico. De manera que Alfonso Cuarón escoge el camino más difícil para elaborar su discurso. Escribió un streptease emocional y lo convirtió en un estudio sociológico del comportamiento burgués.

Cuarón trabaja cada escena como si fueran pinturas a medio hacer. Los personajes que conforman un núcleo de clase media alta y Cleo, la empleada doméstica, son mediante acciones y reacciones. No reflexionan y por lo tanto el espectador debe rellenar con su experiencia esa ausencia de información. Por eso creo que para los mayores de 30 años será mucho más fácil encontrar en sus recuerdos las imágenes que completan esas pinturas.

La despersonalización de la cinta va desde el guion hasta el despliegue técnico. La cámara observa a estos personajes y sus nexos. No indaga ni los impulsa, apenas los ve. De allí que abunden los planos secuencia y los travellings. Incluso en los momentos más emotivos, que suceden en un pueblo, el hospital y la playa, hay una clara separación entre el objeto y el lente.

Moonlight, la extraordinaria película de Barry Jenkins o Boyhood, de Richard Linklater, involucran al espectador con las emociones de cada personaje. La escena en la que Juan (Mahershala Ali) le enseña a Chiron a nadar es un buen ejemplo. Casi podemos sentir el agua. Veamos:

Roma en cambio tiene un espíritu casi documental y con el blanco y negro, exige que el espectador se vincule no desde la empatía sino desde la racionalidad. Tal vez por ello a muchos se les dificulte crear un nexo con la obra. Hay un excesivo cuidado sobre lo que se cuenta y cómo se cuenta, de manera que no hay espacio ni tiempo para la empatía.

En el siguiente video podemos ver cómo Cuarón usa su cámara contemplativa para captar uno de esos momentos clave del filme:

Aunque hacia el final, específicamente en las escenas que transcurren en el hospital y la playa, Cuarón nos regala dos escenas que sacan a Roma de su línea descriptiva para introducirnos en el drama. Salvo estos episodios, todo transcurre con una excesiva solemnidad intelectual, de manera que es perfectamente entendible que algún espectador pierda el interés.

Sin embargo, otros vemos en este detallado trabajo un intento de hacer algo completamente diferente a lo que hoy reina en las carteleras del mundo, aunque obviamente Roma bebe de un cine que se hizo en México por mucho tiempo y que, así a vuelo de pájaro, nos devuelve a Los Olvidados, Pedro Páramo y Macario, por nombrar solo algunas películas memorables.

A propósito, comparto la opinión del realizador cubano Pavel Giroud (Omerta): “Disfruto del cine en el que el autor sabe de lo que habla, más aún si es sensorial y apela a recursos visuales y sonoros (porque el sonido en esta película es tan exquisito como su visualidad), que solo el cine puede regalarte cuando eres su espectador y, justo aquí, veo a un autor que sabe de lo que habla y además, maneja esos recursos estéticos que solo el cine tiene, con absoluta maestría. Roma es la sofisticación de una rutina que Cuarón conoce muy bien. Muchos detractores alegan que hay impostura en esa sofisticación. Yo, sin embargo, lo veo —o lo quiero ver— como la idealización magna que todos hacemos de nuestra infancia; esos sucesos comunes sin importancia alguna para el resto de los que te rodearon, pero que en tu memoria, con el paso de los años, llegan a ser épicos”.

Nos hemos acostumbrado a consumir lo más rápido y fácil. Un éxito musical es superado por otro en días y las secuelas y remakes salen como cotufas del aceite. Por eso trabajos como Roma tienen un inmenso valor.

Dice Toby Miller, tal vez uno de los autores que más tiempo le ha dedicado a estudiar la industria del entretenimiento en Estados Unidos, que “el problema en Hollywood es que de las 400 películas que se hacen cada año, solamente 90 son producidas por los estudios. Y están concentrados totalmente en la inversión muy alta en los blockbusters, con una calidad técnica muy alta, pero en el sentido de la narrativa o de la capacidad de ofrecer este espejo crítico de la nación, nada”.

De allí que veamos a la obra de Cuarón como una obra contracultural, casi una respuesta al imperio hollywoodense, pues como Miller explica: “Es muy difícil para los directores o los escritores conseguir apoyo para sus historias más pequeñas pero más profundas; deben utilizar sus propias finanzas antes de recibir apoyo con la distribución por parte de los estudios y ya no hay mucha mercadotecnia para este tipo de películas. O sea, la salud de Hollywood, ahorita, es muy buena en la pantalla pequeña, no solamente en la televisión, también en el ordenador, pero en el cine es otra cosa. Para mí no funciona porque hay una tendencia de concentrarse en la capacidad de utilizar las mismas historias, las mismas estrellas, las series como Transformers, Spiderman, etc. Ya basta”.

No deja de ser una ironía que esta cinta, que se aprecia mejor en una pantalla de cine, provenga de un servicio para consumirse en televisión: Netflix. En todo caso, ojalá 2019 nos traiga más Romas y menos superhéroes.


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