Copa Libertadores

Boca-River: faltó juego y sobraron los errores

Foto de Eitan Abramovich para AFP

11/11/2018

Cuando los hinchas dicen que nada se compara con un Boca-River es porque entienden que en estos partidos se anteponen las emociones al trabajo táctico. En esos 90 minutos, el arco contrario se convierte en una obsesión y ganarse a la grada en un fin.

Desde lo emotivo, cada jugador tiene una respuesta diferente. Los músculos se resienten, como pasó con Cristian Pavón y Leonardo Jara; la intuición puede fallar, como le sucedió a Franco Armani en el gol de Ramón Ábila (regaló todo su primer poste) o te conviertes en el inesperado protagonista, como fue el caso de Agustín Rossi.

Rossi había perdido el puesto con Esteban Andrada y solo una lesión de este último le devolvió a la titularidad. Hoy, cuando todos dudaban de su respuesta, fue el responsable directo de que su equipo se fuera con ventaja (2-1) al descanso.

La plantilla de Marcelo Gallardo salió con tres defensas centrales y en total cinco jugadores ejercían de guardaespaldas de Armani y aún así no pudieron evitar ese doble remate a boca de jarro de Ábila en el que falló Armani. El mismo Armani que evitó la victoria xeneize en el último minuto.

El arquero de River redujo el espacio de decisión a Darío Benedetto. Ese timing para salir, después del pase de Carlos Tévez (la asistencia es de crack y un grito de lo que necesita Boca en el Monumental), es una clase de instrucción para cualquier joven que desee hacer carrera debajo de los tres palos.

River fue un equipo corto y solidario, sobre todo al principio. Con rapidez buscó los espacios que dejaba Boca. El local, en cambio, fue incisivo y alegre. Con más ganas que fútbol, con más potencia que elaboración, con más chispa individual que colectiva.

El clásico tuvo un primer tiempo muy dinámico, como aquellas primeras películas de mediados de los 80 de John Woo. Y ese dinamismo, ese deseo de liquidar rápidamente el encuentro, derivó en descuidos defensivos que no parecieran propios en un torneo que decide al mejor de América.

Dos goles a balón parado, desde largas distancias, enseñan lo difícil que es pronosticar esta disciplina. Una cosa es la que se planea y otra la que se da cuando rueda el balón.

El único gol limpio del partido fue el de Lucas Pratto. Sirvió para el 1-1 transitorio. Es una jugada realmente curiosa porque Carlos Roberto Izquierdoz adelanta el balón, prácticamente sin querer sirve de “asistidor” y Pratto, que trastabilla en el mismo movimiento, consigue la manera de girar el cuerpo para poner la pelota en un ángulo imposible para el arquero.

Luego vendrían los dos tantos a balón pelota detenida. En el primero sobresale el gran centro de Sebastián Villa, que Benedetto remata inexplicablemente muy cómodo y luego el autogol de Izquierdoz, que en honor a la verdad igual habría terminado en jugada de peligro si no desvía con su leve roce la pelota hacia su propio arco.

El segundo tiempo, no obstante, fue menos atractivo. Ni en lo visual ni en lo táctico, respondía a la expectativa. Pero es difícil definir la trascendencia de un Boca-River. Andrés Calamaro, que ha redactado miles de metáforas para hablar del amor y del desamor, decía que un Boca-River es tan importante como el hundimiento del Titanic.

El de hoy, fue un partido sin mediocampistas. A Boca le faltó creación, que no ha sido su mayor virtud desde hace tiempo, a decir verdad, y a River definición, sobre todo en la primera parte.

En todo caso, el 2-2 deja la sensación de que a Boca no le hace falta equipo para conseguir los goles. River en cambio, cuando circula, luce muy superior. Nada que no estuviera en el análisis previo, pero ya hemos visto que los errores son parte del juego y en esta dinámica, fue el grupo de Marcelo Gallardo el que mejor supo acomodarse a la adversidad. Eso es una ventaja muy grande cuando la final de la Copa Libertadores se decide en tu casa.


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