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Publicamos este texto, escrito con motivo de la presentación de la segunda edición de La voz de mis hermanas, por LP5 Editora, en Chile.
La obra de María Antonieta Flores es una de las más completas y coherentes de la poesía contemporánea venezolana. Dueña de una voz antigua, ha ido marcando un camino propio, una voz suya, quizá la marca más difícil de alcanzar en el oficio de la palabra.
Supo leer con propiedad a Fernando Paz Castillo, Ida Gramcko y Elizabeth Schön, y transmutar esta y otras poéticas. Hoy es dueña de una obra completa, con múltiples premios, más de quince poemarios, además de ensayos y presencia firme en antologías y compilaciones.
Celebramos en La voz de mis hermanas y otros poemas, publicado por LP5 Editora, en Chile, un libro ya conocido y otro nuevo. Como Auden y otros, ha trabajado sus poemas para este libro, convirtiéndolo en otro. Transmutación.
La presencia de la mujer, como individuo y como existencia que recorre el tiempo, abunda en el libro. Hay una ansiedad, un deseo constante, un temor casi cósmico. La mujer en la obra de Flores parece ser siempre la esposa del Cantar de los Cantares. Pero es también Anna Ajmátova, Silvia Plath. Anne Sexton, Christa Wolf o Alejandra Pizarnik.
La voz que canta mientras espera su muerte es la que predomina, junto con la que desea. Son voces signadas por la fatalidad, por un extraño e inescrutable sino, a pesar de las cartas y signos que van leyendo a lo largo de la obra. En cabrilleo, por ejemplo, vemos piedad y fatalidad de la mano:
—dame fuerzas para fingir
imploro
ducha en actos de piedad popular
espero que caiga la esperma
coloco la vela junto a las otras
—rafael, digo
no más
en mi alma hay una culebra irredenta
el ángel de la pasión tiene los dedos quebrados
Marcas en el cuerpo, tortura, sufrimiento de la carne. La mujer en esta obra de Flores padece la pasión constante, el desprecio de la prostituta bíblica, la muerte del que desprecia sin compasión.
Es la voz de las mujeres que han sufrido y siguen sufriendo a diario en el mundo, solo por hecho de tener cuerpo y deseo; por ver lo que otros no ven; por ser vistas siempre con un ánimo de brujas.
Como en hablan las ancianas:
perseguimos los andrajos de la tarde
la misericordia
no tuvimos hijos
ni buenas acciones que ofrecer
la torpeza era un atributo de nuestra condición
el gesto suspendido, una cautela
amar fue el precio del pellejo
el manojo oxidado de las llaves
era nuestro símbolo
creímos ser aquello que no éramos
y ahora somos
un gotear permanente
y el rumbo robado
En poemas como ellos os expulsarán (sexto domingo después de pascua), in jail, no le digas la historia que sabes, por mencionar tres, leemos un elemento nuevo: el de la cautiva, la mujer puertas adentro, propiedad, esclava, rapto.
También el mal es registrado por la poesía de Flores, su presencia ciega en el andar de mujeres y hombres por el mundo. En morada antigua, vemos la lucidez implacable:
yo vengo de una estirpe de mujeres solas
eficaces
inembargables derrotadas antes de nacer
por la muerte
siempre guardadas
como semillas que arrastra el viento
entregadas al sacrificio de la vida
sin un futuro ni un presente
sin vástagos que las resguarden
aprendidas en soledad
Hablamos de poemas en donde el peso de las palabras importa, sus resonancias, su desesperanza. Es la voz de la sacrificada que, aun cuando sabe su inevitable destino, habla. Dice la palabra. Como una profetisa. Lo vemos en a los enemigos le dije, los tribunos son blancos, las aguas violentas.
Hay un constante prender de velas, una letanía con la respiración correcta entre palabra y palabra, y muchos tiempos y espacios: África, Transilvania, el desierto, tiempos, lugares.
Este libro me trae resonancias de otro de Álvaro Mutis: Caravansary. Hay un tono lleno de riquezas antes de que caiga el hacha y cercene el cuello.
Hay canto ante la muerte, ante lo absurda de algunas muertes o destinos, ante lo absurdo del mal en el mundo.
No puedo dejar de ver en estas mujeres a tantas mujeres de mi país, recorriendo un país escapando del hambre y de las violaciones desde tiempos de la independencia. Un escapar que pocas veces se logra sin entregar algo a cambio. ¿Es la muerte tan presente en este libro, una callada dignidad que prefiere la muerte inevitable antes que la claudicación?
No lo sé. Sí sé que este libro se escribió para este tiempo de nuestro país, como fue escrito para el pasado y el futuro.
Contemos con que las cartas que lanzan estas mujeres, una donde predomina El Colgado, sean interpretadas con más sabiduría de la que podamos esperar. Ahí están las señales. En la sangre de las mujeres derramadas en el suelo.
Ricardo Ramírez Requena
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