Perspectivas

Tarantino: el sueño eterno

06/09/2019

Fotograma de Open Upon a Time in Hollywood. Quentin Tarantino, (2019)

A finales de la década de 1960 el cine de Hollywood sufrió un cambio fundamental que le hizo afrontar con renovados bríos el siguiente decenio, donde realizadores como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, George Lucas y Steven Spielberg, entre otros, irrumpieron con fuerza para refrescar una industria que, en ese entonces, parecía agotarse.

Atrás quedaban La novicia rebelde y Doctor Zhivago, los dos grandes éxitos de taquilla de mediados de los sesenta, convertidas en dos de las películas más vistas de la historia del cine a partir de los cuales la audiencia pareció desconectarse de la gran pantalla, poniendo en peligro a buena parte de los grandes estudios de Hollywood, que en vano invertían dinero en producciones que no lograban recaudar lo esperado.

En 1969 se estrenó Easy rider (Buscando mi destino), producción independiente con Peter Fonda, Jack Nicholson y Dennis Hopper (quién además la dirigía), capaz de mostrarnos –a través de un viaje en moto por carreteras desconocidas, y con su aire de rebeldía y libertad– un país hasta entonces ignorado por el cine de masas.

Con el conflicto de Vietnam en pleno desarrollo, en 1969 también pudo verse Butch Cassidy & the Sundance Kid, protagonizada por Paul Newman y Robert Redford, en donde éstos encarnan a dos asaltantes de trenes que a principios del siglo XX buscan refugio en la lejana Bolivia para escapar del acoso de la justicia estadounidense. Dustin Hoffman y Jon Voight harían dudar además del idílico sueño americano con su conmovedora Vaquero de medianoche, que a la larga se convertiría en la ganadora del Óscar como mejor película de ese período.

En agosto de ese año, la trágica muerte de Sharon Tate, víctima –junto con otros amigos– de la locura de un grupo de fanáticos que irrumpió violentamente en su residencia, sacudiría a la sociedad norteamericana.

Cincuenta años después, la Hollywood de 1969, con sus brillos y sus sombras, es el lugar y el año escogido por Quentin Tarantino para desarrollar Había una vez en… Hollywood, la novena de sus películas. El realizador, nacido en Knoxville (Tennessee) en 1963, evidencia una vez más su profundo amor por el cine –como ya lo ha demostrado a lo largo de sus producciones– al nutrirse de las referencias que lo impactaron desde que comenzó su relación con el séptimo arte, en especial el período que pasó atendiendo clientes en un video club de Manhattan Beach en Los Ángeles, lo que le ha permitido desarrollar una cinematografía marcada por un estilo muy personal.

Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt) resultan las dos caras de una moneda. Dalton, el lado luminoso: un actor cansado de su trabajo en televisión, quien a pesar de sus inseguridades decide probar fortuna en el cine a fin de mantener su popularidad. En el reverso está Booth, que arriesga su integridad física como doble de Dalton y se desempeña, además, como su asistente personal; relegado como profesional a un segundo plano, aunque firme y seguro en sus decisiones. Ambos se complementan en una especie de perfil único, como figura icónica de la época.

Sharon Tate (Margot Robbie) emerge como la princesa de un cuento de hadas, tanto en su belleza como en su ingenuidad, con una capacidad seductora que enamora y crea angustia en el espectador que conoce lo realmente ocurrido y siente el presagio de su terrible destino. Tarantino juega con ello y logra sorprendernos con un final alternativo, redefiniendo a través del cine (como ya lo había hecho en Bastardos sin gloria) los sucesos reales.

Para Tarantino, la venganza siempre ha tenido un significado particular. El llamado séptimo arte le ha permitido hacer catarsis en ese sentido, logrando que ciertos personajes alcancen a satisfacer sus ansias de reparación por el daño (personal o colectivo) recibido o, acaso, por recibir. Si bien de alguna manera ello está presente en sus películas, resulta más evidente en el caso particular de Pulp fiction, Kill Bill y Django sin cadenas; además de la ya antes mencionada Bastardos sin gloria.

Había una vez en… Hollywood destaca por una extraordinaria puesta en escena –tanto a nivel de dirección de arte como de vestuario–, unida a una atractiva banda sonora que nos permiten viajar a esa época y deleitarnos con las marquesinas de esos grandes teatros que, como templos, en algunos casos exhibían de forma continua sus películas.

Todo ello bajo los enormes avisos luminosos de restaurantes, bares y hoteles que resplandecen en las noches como estrellas artificiales de un territorio donde se fabrican fantasías que suelen contrastar con una realidad en ocasiones despiadada e implacable. Un mundo mágico donde las imágenes en movimiento son capaces de hipnotizar al espectador en una especie de sueño eterno que le aísla y protege de su cotidianidad.

Por momentos, el cineasta pareciera engolosinarse con toda esa reconstrucción de época –fascinante para un público cinéfilo–, lo cual, de alguna forma, hace resentir su narrativa al extender el metraje; pero luego cierra con impetuoso brío al punto de sacudir a la audiencia con una conclusión al mejor estilo Tarantino.

Brad Pitt y Leonardo DiCaprio se lucen en la interpretación de sus personajes. Seguramente ambos serán reconocidos en alguno de los certámenes que comenzarán a conocerse en pocos meses, como inicio a la temporada de distinciones que concluirá el domingo 9 de febrero de 2020 con la ceremonia número 92 de los premios de la Academia, donde se entregarán los codiciados Óscar.


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