“Sigo mi lucha. No me voy a dejar detener de nuevo”

18/02/2020

Roberto Mata documentó violaciones de derechos humanos durante las protestas de 2014 en Venezuela. Seis años después, compartimos nuevamente su trabajo.

Ángel Matute, 24, séptimo semestre Comunicación Social. Fotografía de Roberto Mata

El celular de Ángel está sin batería y en la fiscalía. Fue lo primero que le quitaron.

El reloj, la correa y los cordones de los zapatos después.

Agachado, esposado y viendo hacia el piso lo trasladaron en una Toyota chasis largo junto a ocho más al CORE 5. También estaban con él en ese traslado alguien que acababa de hacer una compra en Farmatodo y alguien que había llegado de El Tigre el día anterior para hacer una diligencia en Caracas. Todos bajo la misma incertidumbre, todos directo a la incomunicación.

Aunque los guardias nacionales sí les comunicaron durante el trayecto todo lo que les podría pasar. Lo hicieron en voz alta. Muy alta.

Rezó, rezó y rezó.

No suele rezar.

“Padre Nuestro” y “Ave María” en loop.

A Ángel lo detuvieron en Parque Central, lejos de Parque Carabobo, mientras una señora lo insultaba, lo señalaba. El orden real de los acontecimientos es: una señora lo comenzó a insultar y la Guardia Nacional decidió arrestarlo. Ángel dio media vuelta y se entregó.

Le hicieron una foto, con letrero con su nombre, y el cargo: terrorista 0074. También le tomaron las huellas dactilares, las diez.

La única llamada que se permite, se convirtió en cinco llamadas a las once de la noche, siete horas después de la detención.

Papá.

Mamá.

Hermano.

Novia.

Nadie atendió.

—Entonces llamé a casa de mi abuela, 77…

Durmió esposado en el piso y al aire libre. Frío. “Estar esposado es la primera pérdida de libertad. No estás en un calabozo, pero no te puedes mover. Es la primera sensación de cárcel”.

Ángel descubrió que las reglas entre detenidos son mucho más severas que la de la sociedad del otro lado del muro. No se aceptan equivocaciones.

—¡Diez años en Tocorón te salen a ti! —le aseguran los guardias.

Desde el CORE 5 llevaron a Ángel y al resto de los detenidos a La Dolorita, en Petare. Allí ya había huéspedes previos en la habitación de una sola puerta y una gran pestilencia. Estuvo detenido de miércoles a viernes.

“El sonido de una bala aturde. Las ráfagas aturden. Las ves pegando en las paredes, en las rejas, aturdido pierdes el miedo y avanzas. Miedo da perder la libertad. Y cuando la pierdes la aprecias más. Yo nunca había sentido una emoción así por ver a mi mamá. Nunca. Lloré”.

—¿Culpable?

— De nada. Sigo mi lucha. No me voy a dejar detener de nuevo.

***

Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 18 de febrero de 2014.


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