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“Me arrepiento de no haberlo hecho público antes”: testimonio de un exdirigente estudiantil
por Anamaría Oxford
William D'Avolio retratado por Miguel Gil D'Avolio.
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William se emociona, se le corta la voz. Recorrer algunos momentos de su actividad política le remueve las emociones. “Si yo hubiese tenido algún referente, alguien de la política que asumiera su orientación sexual –porque hay muchos ocultos–, yo lo hubiese hecho también”.
Cuando se graduó de bachiller, el mismo día del acto –donde recibió los reconocimientos propios de su alto rendimiento académico–, llegó a su casa y se encerró en su habitación a llorar. No paraba. No podía parar. Fue ese día el que marcó un rompimiento con su inocencia. El llanto era un aviso de que lo que era ya no volvería a ser. Era un llanto de despedida.
Ese día le confesó a su madre que era gay.
William lo sabía desde pequeño, pero no era capaz de abrirse. Lo intentó. Antes de graduarse se lo contó a la que era su mejor amiga. Le había mandado una carta diciéndole que era homosexual. La carta no tuvo respuesta. No hablaron de su confesión, pero la amiga sí lo hablaría con muchos en el liceo. De eso se enteraría años después.
Su madre, que constituye un referente importante en su vida, ni lo sospechaba. Esa noche, aunque se mostró amorosa, no sabía qué hacer. Para ella fue inesperado, pero no hubo rechazo. Esa reacción lo tranquilizó. Comenzó su proceso de aceptación, el de él mismo y de su familia.
Al tiempo todo fue encajando en la vida familiar. Sus hermanos no se sorprendieron. Intuitivamente lo sabían. Así que dentro del núcleo familiar la armonía se mantuvo.
“Lo más duro es ‘salir del closet’ a cada momento. No sales una sola vez. Lo tienes que hacer cada vez que conoces a un grupo nuevo, cuando encuentras viejos amigos, cuando comienzas una nueva carrera, cuando te mudas. Es duro. Nadie tiene que decir: soy heterosexual, porque se da por sentado; en cambio los gays tenemos que decir que lo somos”.
William Gil D’Avolio vive en Madrid. Se graduó de abogado en la UCV. Tiene un máster en Acción Solidaria Internacional e Inclusión Social y otro en Dirección de Fundraising. Además, trabaja en España como coordinador de programas en una ONG especializada en asilo y migración por motivos de género. También es asesor de asociaciones y fundaciones en España. Su especialidad es en migración, política internacional y género.
En una reunión con un político venezolano, este le preguntó por qué se había ido a España. William le contestó que no solo tenía una investigación abierta por el Tribunal Supremo de Justicia en Venezuela, sino que tenía aspiraciones políticas y era gay. “En Venezuela es muy difícil ser gay y que en política no lo usen en tu contra”, puntualizó. Un silencio cómodo, para William, se prolongó unos segundos. Para él fue como un “bueno, vamos a lo siguiente, a lo que vinimos”.
Lo vivió en carne propia. Entró en la Universidad Central de Venezuela y ahí comenzó su activismo político. En su segundo año de carrera, William fue electo presidente del Centro de Estudiantes de Derecho. Su plancha ganó todos los cargos. Ese año, en el que estaba bastante expuesto públicamente, comenzó a sentir cómo en los pasillos había comentarios sobre su orientación sexual para descalificar su liderazgo. Él seguía ocultándola.
Podía decirse que llevaba una doble vida. En su vida privada, fuera del ámbito universitario y político, tenía una pareja que era abiertamente gay y compartían con gente que no los discriminaba por ser homosexuales. Ahí se sentía bien. No se sentía juzgado ni señalado. Eso le abrió un mundo diferente. Un mundo heterosexual que aceptaba al mundo gay. Nada ahí era excluyente.
Muchas veces intentó abrirse. Escribir en sus redes “soy gay”.
—Lo escribía y lo borraba. Me arrepiento de no haberlo tomado como una causa, como una lucha por muchos que estaban en la misma situación. Quizás por eso hago lo que hago hoy, lucho por los derechos de la comunidad LGTBI+.
Diariamente se planteaba no ocultarlo, sin embargo, mientras hacía actividad en el grupo juvenil en un partido, se encontraba evitando conversaciones o insinuaciones sobre el tema.
Su participación política en la universidad continuó y ganó el cargo como Consejero Universitario por dos años consecutivos. Ahí asumió que ya no negaría su orientación.
—Implicaba un comportamiento diferente. No me interesaba que me relacionaran con alguna chica o cosas así. Pero tampoco me mostraba con mi pareja o me declaraba públicamente. Sí plantaba caras cuando se pretendía hacer chistes fáciles sobre el tema. El respeto a la diversidad ya era importante para mí.
Era una época de mucha violencia dentro de la universidad.
—El chavismo, que perdía en todos cargos de elección popular, optó por violentar los espacios de lucha estudiantil y los dirigentes estudiantiles éramos su objetivo. Una vez tuve que salir en el maletero de un carro porque si me reconocían me iban a rematar. Me habían golpeado en la cabeza y un vigilante me rescató. Sentí mucho miedo. No lo decía. Sentía que era más vulnerable. Eso también me frenaba a abrirme.
Sin embargo, no fue esa violencia la que le aplicarían en su segunda campaña a la reelección como consejero estudiantil. Fue una campaña soterrada, homofóbica, sobre su orientación sexual.
Una de las planchas, que no lo apoyaba pero que conocía muy bien su liderazgo, creyó que ser gay era una debilidad y que correr ese infundio abonaría a desprestigiar la credibilidad e imagen de William. Y lo hicieron.
Comenzaron a crear rumores. Lo conectaron con varias parejas. Sus supuestos amigos, que habían compartido algunas experiencias políticas, inventaban “secretos oscuros” que no existían. También preguntaban a los votantes si la universidad merecía tener un consejero homosexual.
Nada de eso funcionó. William ganó. Hasta ahora es el único consejero universitario reelecto como principal, por dos años consecutivos.
—Recordar ese capítulo me genera dolor —dice William con voz entrecortada —Ellos eran mis amigos. Nunca hablamos de que yo era gay, pero que quisieran descalificarme por eso, duele.
Fue la campaña más dura, pero también la que le dio más satisfacción.
—El 12 de diciembre, día de mi cumpleaños, cuando Miguel Pizarro me llamó y me dijo “ganaste”, no sabía qué decir. Así que solo le pregunté: “¿por cuántos votos?”. Aunque no era lo importante, fue una gran satisfacción haber sido el más votado de mi plancha y el segundo más votado de toda la universidad, a pesar de todo lo que mis “amigos” habían dicho de mí.
William Gil D’Avolio había ganado por una buena gestión en su año anterior y aumentó los votos porque la campaña sucia tuvo el efecto contrario. Sumó alianzas de otros dirigentes estudiantiles que no solo condenaron esa descalificación, sino que vieron la oportunidad de abrir el espacio para que la homosexualidad no fuera un obstáculo en la política.
William terminó su carrera. Durante su militancia política fue un líder juvenil activo. En ese tránsito tampoco “salió del armario”. Eso no evitó que algunos, que siguen estando “en el closet”, flirtearan con él. Gente que incluso había compartido en la universidad y que solo estando fuera se acercó en plan de romance. Sin embargo, no permitió acercamientos que lo comprometieran. Siempre mantuvo la distancia. Sabía que era el lado más frágil para los ataques políticos.
Pretendía aspirar a cargos políticos de mayor relevancia e impacto ciudadano, pero sabía a lo que se expondría y no estaba dispuesto a seguir ocultando su vida para ser respetado políticamente.
Viajó a España y desde allí se ha concentrado en defender los derechos de orientación sexual, no solo por su vivencia, sino para abrir un camino del que se arrepiente no haberlo comenzado cuando tuvo relevancia en la política universitaria.
—Sé que era un espacio pequeño, pero era visible. Seguro hubiese contribuido a la causa. La gente me respetaba como dirigente estudiantil por lo que hacía. Pude haber colaborado en visibilizar al colectivo, en contra de la discriminación y la homofobia.
—Han pasado muchos años, pero mi experiencia universitaria es lo que hace que sea la persona que soy hoy. Cuando entré en la política solo quería generar bienestar para mis compañeros. Eso lo hago aquí, en Madrid. Lo hago por lo que aprendí en esa época. Era muy joven, entré a la universidad cuando tenía 16 años. Por eso creo que, si hubiese habido un referente que proclamara sin tapujos que la orientación sexual de cada quien no es impedimento, no es un condicionante, no determina nada, seguramente yo lo hubiese asumido también. No es fácil. Lo sé. Lo viví. A los venezolanos nos falta mucha empatía para entender que ser capaz o incapaz, no tiene que ver con la orientación sexual. Nuestros juicios y prejuicios son los que nos determinan. Si no fuera así, no se daría por hecho la heterosexualidad, se daría por hecho la diversidad.
Anamaría Oxford
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