Literatura

Mariano Picón Salas: Historia útil para tiempos de coyuntura

17/03/2018

Fundador de la Revista Nacional de Cultura y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela, Mariano Picón Salas es uno de esos escritores nacionales que todo venezolano y latinoamericano debería leer.

Guillermo Sucre, en el prólogo a una edición recopilatoria de Biblioteca Ayacucho (esa joya del pensamiento latinoamericano que fue posible gracias a la iniciativa de Carlos Andrés Pérez), titulada Viejos y Nuevos Mundos, ya señalaba algunas de las implicaciones en la manera de escribir e historiar de Picón Salas. Con respecto a su decisión de suprimir los textos publicados antes de 1938 en una edición de sus Obras selectas en 1958, justificada en la observación de un abuso del “yo” en estos, Sucre desarrolla la opinión de que lo que le ocurre escritural y vitalmente a Picón Salas es un alejamiento de ese “yoísmo” inicial para dar paso a la persona. No se trata solamente, aclara, de un recurso estilístico (el uso del “nosotros” en lugar de “yo”), sino del nacimiento de un “sujeto imaginario” que para Sucre se encuentra en las “creaciones auténticas”, “en las que se borran los límites entre realidad e invención”. El viaje de la vida se torna también la aventura del descubrimiento y desciframiento de América. Su obra es la vida en su Mérida natal, la remota Caracas de comienzos de siglo XX, su exilio en Chile y Chile mismo, Perú, Brasil, Estados Unidos, México, Checoslovaquia, países desde los que observaba o participaba en el devenir político de su patria mientras los descubre y se descubre en ellos. En esa aventura de doble descubrimiento, el de los rostros que pululan por las ciudades y el de sí mismo como latinoamericano, y más aún como venezolano merideño, hay una correspondencia directa con su acercamiento a la Historia.

Para Salas, había que “ver, más allá de la Historia externa y de las fórmulas frecuentemente convencionales y mentirosas, lo que Don Miguel de Unamuno llamaba la intrahistoria, el oculto y replegado meollo de los hechos”, lo cual es, según él, “la tarea sutilísima del historiador”. Es decir, la Historia es también la vida de todos los días y no sólo (e)vocación libresca; una necesidad humana primordial, algo útil, esencial:

“Tanto como una fuente escrita son testimonios históricos para explicar contactos o formas peculiares de cultura, los instrumentos musicales del pueblo, el ritmo de sus canciones, los materiales de su casa o decoración, el estilo de su cocina. Que la historia nos sirva más; que concurra con sus datos para aclararnos problemas e interrogantes de cada día; que no sea tan sólo el tema del discurso heroico sino la propia vida y el repertorio de formas de la comunidad”. De este modo recomienda “completar siempre la Venezuela ya escrita en los Archivos y papeles viejos, con la que el emocionado caminador, el auténtico baquiano de la patria, descubre en un diálogo campesino, en una canción popular, en una de esas casas de provincia donde parece haberse detenido el tiempo”.

Es de este modo que en una de las bellas páginas de Comprensión de Venezuela Salas atrapa un fragmento del alma caraqueña. Teniendo en mente los momentos compartidos con su amigo Pedro Emilio Coll, escribe:

“Dentro de lo que puede llamarse nuestra tradición literaria, la auténtica nota caraqueña ─pensemos en Bolívar, en Pedro Emilio Coll, en Teresa de la Parra─ no es de ningún modo el tropicalismo estrepitoso, sino un arte más íntimo de sugestión, de prontitud metafórica y hasta de amable ironía que suaviza todo estruendo como las nieblas del monte Ávila templan desde el mediodía, la abierta y regocijada luz de este valle. El alma frecuentemente extrovertida del hombre costero y la seria intraversión de nuestro hombre serrano, parecen armonizarse en este clima medio, en la espontaneidad no exenta de discreta reserva, del caraqueño. Aunque la inmigración Antillana y el descuido de la escuela en corregir los defectos fonéticos, cada vez más frecuentes, están estropeando demasiado la lengua común, el caraqueño habla con gracia; una metáfora inesperada le sirve para reemplazar el más tranquilo proceso del pensamiento lógico. Y estos hallazgos del habla vernácula; casi lo que llamaríamos el surrealismo popular hecho de asociaciones y símbolos sorpresivos; ese arte de evitarse todo un discurso de Sociología con una anécdota reveladora, constituía, en gran parte, el encanto de charlar con Pedro Emilio Coll”.

La Historia no se puede comprender en su totalidad a través de los libros. Una enorme cantidad se escapa al historiador en la tradición oral, en el compartir con las personas que van tejiendo esas intrahistorias que la componen. Lo mismo nos mostraba José Rafael Pocaterra en sus Memorias de un venezolano de la decadencia: una historia siempre presente y viva en su extraordinaria experiencia.

Ahora bien, ¿para quién escribió la Historia Picón Salas? Directamente a nosotros, lectores del siglo XXI. En un momento tan desalentador como este, me parece más que oportuno citar y divulgar largamente estas palabras:

“Quizás los estallidos que frente a la voluntad de orden democrático siempre se produjeron en el país, sea también un sutil y complicado problema de cultura colectiva. En 150 años de vida independiente no hemos podido aprender todavía el buen juego de la política como se puede practicar en Inglaterra o en los países escandinavos. Hay que continuar civilizando la política como todas las actividades humanas, como el deporte, el amor o la cortesía. Hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizaron en un solo ‘slogan’ y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema. Hay que sacar a muchas gentes de las pobres fórmulas abstractas que mascullan con odio y sin análisis, para que por un proceso fenomenológico (tan característico del pensamiento contemporáneo) definan el hecho y la circunstancia concreta. Hay que acercar nuestra Cultura no sólo al siglo XX ─que ya está bastante canoso─ sino al siglo próximo que emerge en la inmediata lejanía, con sus promontorios y cordilleras de problemas. Contra la idea de una catástrofe y una retaliación universal donde la sangre del hombre sería el combustible revolucionario, brota también de nuestra época una más humana esperanza. La Ciencia, La Técnica y sobre todo el fortalecimiento de la conciencia moral, puede ayudarnos a ganar las nuevas batallas y aventuras del hombre sin necesidad de ‘paredones’ y guillotinas. En un país como el nuestro, ya no sólo 8 millones de venezolanos que debemos ser en el momento, sino los muchos que seremos en el año 2000, podrían vivir en concordia, seguridad y justicia si nos dedicamos a la seria tarea de valorizar nuestro territorio; si trabajamos y estudiamos de veras, si aquel igualitarismo social que proclamó hace ya cien años la guerra federal se realiza en la educación para todos, en la equilibrada redistribución de la renta pública; en salvar por medio de la renta y de la seguridad social los tremendos desniveles de fortuna. Y sentir lo venezolano no sólo en la Historia remota y el justo respeto por los próceres que duermen en el panteón, sino como vivo sentimiento de comunidad, como la empresa que nos hermana a todos. El venezolanismo de nuestros hombres ejemplares ─de Bolívar, de Miranda, de Bello, de Simón Rodríguez, de Fermín Toro─ tampoco se quedó enclavado a la sombra del campanario, sino salió a buscar en los libros, las instituciones y caminos del mundo, cómo enriquecerse y aprender de la humanidad entera.

El país es hermoso y promisorio, y vale la pena que los venezolanos lo atendamos más, que asociemos a su nombre y a su esperanza nuestra inmediata utopía de concordia y felicidad”.

Este mensaje de vida y esperanza, como hubiese dicho Rubén Darío, nos sirve también para reconocer a aquellos que con sus antítesis históricas nos han llevado a la retaliación (nunca mejor dicho) en la que estamos. Ya señalaba Salas: “El engrandecimiento y tecnificación del país debe hacerse aun por encima de las guerras políticas y colisiones de credos e ideologías que tornaron tan áspera la Historia Universal de los últimos años”. Y el chavismo no se ha cansado de enrojecer al Estado venezolano, rechazando así a una inmensa cantidad de gente apta y con un gran amor por el país (a contracorriente de la supuesta verdad que ellos se inventan). Además, como veremos de inmediato, ha hecho tediosa y exactamente lo contrario a lo que Salas aconsejaba: “Conocer sin que el conocimiento se convierta, precisamente, en consigna política”.

Ociel Alí López, en su libro Dale más gasolina (publicado en 2015 por la Casa Bello) ha comparado las “hordas” chavistas con esa masa de desposeídos que, como señala Orlando Araujo, se mantuvieron en su condición después de la Guerra de Independencia y más tarde se sublevaron durante la Guerra Federal con el mismo resultado (pero esta vez dejando al país arruinado, como ahora). López también retoma otros antecedentes de odio similares, como este de Boves:

“El éxodo a oriente de 1814, es una de las máximas representaciones del terror. Pero más recientemente, el petróleo terminó de impulsar al pueblo en retaguardia a tomar las ciudades que permanecían en manos blancas y urbanizadas.

Lo que presentamos a continuación es un intento de construir otro enfoque para entender nuestra historia. La guerra interminable seguirá, pero ahora en los espacios que los europeos creían ‘pacificados’. Justo allí sale un zambo, vengador anónimo, que roba, secuestra y mata a decir de Humboltd. Caracas y las ciudades de calma terminan siendo ‘ciudades de despedida’”.

De ese espíritu de igualitarismo del que hablaba Salas al mencionar este surgimiento militar en los llanos venezolanos, López hace la fuente de un devastador resentimiento, con el cual justifica la violencia social que anualmente arrasa con la vida de miles de venezolanos de todas las clases sociales. Si esta es la escritura chavista, entonces el chavismo es toda esa abstracción que Salas advertía. Basándose en sus lecturas de Gramsci, de Baudrillard, etc., López quiere justificar hechos injustificables; en pocas palabras, celebrar el crimen y la violencia. Y lo hace destrozando ese pacto social que Salas llamaba “la conciencia de nuestro mestizaje conciliador”. Es la antítesis histórica de la cual debe surgir una tesis de país futuro y convivial.

Contra el pesimismo y la celebración de la anomia, Salas dejaba unas palabras desde las cuales valdría la pena pensar este hilo histórico en su relación al chavismo, la coyuntura actual y, por lo tanto, con su propia manera de entender la apropiación del pasado:

“La Historia no puede interpretarse sólo como antítesis, como alternancia de gloria y miseria, de premio o de castigo. El hecho histórico tiene una vibración infinitamente más amplia que la que le impone nuestro subjetivismo romántico. Y ver, por ejemplo, en Venezuela una época grandiosa y dorada a la que se opone en claroscuro una época negra, es una forma de ilusión, una metáfora. La turbulencia y la ilegalidad violenta de todo un período de nuestra historia no significa para nosotros, ninguna inferioridad específica en relación con cualquier pueblo americano o europeo, sino una explicable etapa de nuestro proceso social. Y aún podemos preguntarnos si esas revueltas que retardaron nuestro avance material no contribuyeron, desde cierto punto de vista, a solucionar o cuando menos a precipitar, la solución de otros problemas que sin ellas gravarían o complicarían más la vida venezolana”.


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