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Este cuento fue publicado originalmente por Ediciones b en 2011. Las ilustraciones son de Edo.
Las estrellas existimos para dar luz a las maravillas. Cada estrella que brilla en el cielo tiene como misión iluminar los grandes momentos que ocurren en la Tierra.
Hay una estrella para la música y sólo una para el rock. Otra alumbra la pintura. La de más allá se encarga de todo cuanto se escribe. Una muy brillante es la del teatro, pero la luna es para los poetas…
Yo soy la estrella del béisbol.
Para que puedan ubicarme, si se fijan bien, soy la más luminosa.
Desde aquí he iluminado batazos inmensos y jugadas que sólo yo sé que son posibles.
He sido el lucero de la alegría de muchas y emocionantes historias, como ésta que voy a contarles: es una de mis favoritas.
*
Érase una vez en Costa Rica, semanas antes de comenzar la temporada de béisbol de Grandes Ligas de 1998.
Comenzó una fresca mañana en el pueblo de Turrialba, al pie del volcán, donde Álvaro despertaba cada mañana con el olor del café con papelón que le preparaba Marina, su esposa. A esa hora, él estaba listo para irse a trabajar.
Se acostaba muy tarde peleando con el pequeño radio donde escuchaba los juegos de las Grandes Ligas. La señal iba y volvía en momentos que parecían escogidos para no saber qué había hecho el cuarto bate con la de irse arriba en tercera, si el lanzador había logrado el “0” o si se había prendido un rally.
Todas las noches Álvaro hacía lo mismo: regresaba de la fábrica, cenaba y se sentaba al lado del aparato a disfrutar las narraciones del béisbol hasta que caía el último out.
*
Álvaro podía imaginar todo cuanto oía. Le bastaba con cerrar los ojos para trasladarse al campo de pelota. Su imaginación lo colocaba unas sillas más arriba de la primera base, donde podía disfrutar de las jugadas del short stop y ser parte de la bulla para recibir al líder en cuadrangulares.
Nunca había estado en un juego de béisbol de Grandes Ligas: su afición era religiosa, tenía muchísimas películas, revistas y libros de béisbol y lo que más le gustaba era la descripción de la bola alejándose hasta que el narrador gritaba: “It’s gone!”.
–¡Se fue! –traducía él elevando los puños.
Aquel día salió más temprano que de costumbre.
Se acercó al río, bebió agua, hundió su cabeza con cuidado para no mojarse la ropa y después se quedó un rato mirando la cascada; el ruido del torrente se comparaba con el escándalo que podía oírse al fondo de las transmisiones desde los estadios, cuando el juego está muy emocionante.
*
Cogió una piedra grande, casi redonda. Se preparó como un lanzador, mientras escuchaba el rumor del agua, narró un gran turno, un duelo con el mejor bateador… La tiró durísimo, tanto que pudo escuchar cuando entró al agua. “Strike three” dijo como un umpire y siguió su camino.
Iba contento, era un día especial, llegaba material nuevo, de la mejor calidad y él quería adelantarse para escoger primero que sus compañeros.
Álvaro trabajaba en la fábrica de pelotas de Turrialba. Aunque en Costa Rica el deporte más seguido es el fútbol, es en Costa Rica donde se hacen las pequeñas esferas con las que juegan en las Grandes Ligas.
No había nadie en la fábrica cuando llegó. Los materiales estaban dispuestos en las mesas, así que pudo escoger los mejores.
Tenía en mente hacer una pelota especial, una que fuese protagonista de un momento inolvidable.
Él sabía que su pelota estaba destinada a la celebración cuando seleccionó el corcho que llevaría por dentro. Lo mejor del alcornoque más robusto del bosque.
*
Era un corcho extraordinario; tanto, que el vendedor dudó de si era mejor enviarlo a la fábrica que elabora los tapones de las botellas de champaña con la que celebran los ganadores.
El caucho escogido era de un árbol frondoso, de muchas ramas que habían sido hogar de centenares de pájaros, así que era un caucho hecho para la alegría.
Hizo cada capa de hebras de lana envolviendo el corazón de corcho y hule con mucha fuerza, ajustándolas perfectamente para que la pelota pudiera llegar lejos o correr sobre la grama.
Seleccionó un cuero de vaca Hollstein de Tennessee tan bueno, que los mejores fabricantes de zapatos se pelearon por tenerlo y ofrecieron de todo por esa piel envidiable.
El hilo de algodón rojo y encerado era el ideal para terminar su confección, perfecto para unir las dos mitades de cuero con las 108 costuras que después hubo que aplanar para evitar que el viento pudiera frenarla.
*
Era hora de ponerle nombre.
Como era la primera pelota que hacía, le colocó el mismo nombre que tenía su hija mayor, quien algunas veces lo acompañaba junto al radio a escuchar “la pelota” como a él le gustaba decirle al béisbol.
La nombró Lucía, que significa “la de la luz”.
¡Llegarás muuuuy lejos! –le dijo al terminar.
Sí, claro, Lucía también estaba hecha de ilusiones.
En su esencia estaban las cosas que pensaba Álvaro en cada puntada, preguntándose si aquella esfera terminaría en una repisa del museo de Cooperstown, destacada como un importante jonrón.
Todos los jonrones son importantes y otros batazos también, pero Álvaro pensaba en un jonrón de esos que se inscriben en la historia, sólo esas pelotas pueden habitar el mítico lugar.
El Salón de Fama y Museo del Béisbol de Cooperstown es el sitio donde se guardan los objetos más valiosos que han sido usados por los mejores jugadores de la historia.
*
No sólo hay objetos: en sus espacios hay una galería en cuyas paredes están las placas que destacan los nombres y hazañas de los peloteros que mejor lo han hecho desde que el béisbol existe. Por eso también lo llaman “el Templo de los Inmortales”.
Muy pocos jugadores han reunido las cualidades necesarias para estar en el Salón de la Fama y el Museo del Béisbol, porque hay que ser el mejor de los mejores por mucho tiempo.
Cooperstown es un lugar apacible que tiene muy cerca un lago y su gente es amable y simpática.
Podemos decir que Turrialba es otro pequeño pueblo donde las pelotas de béisbol son muy importantes; se parece a Cooperstown.
Como los sueños y pensamientos de los costureros de pelotas pasan a la piel de cada una a través de las puntadas, hay ilusiones distintas o no hay ilusiones; al menos no ilusiones de béisbol… Depende de quién las haya hecho y lo que estaba pensado.
*
Las pelotas que hace Álvaro son diferentes a las demás. Con cada una de ellas piensa algo distinto, se imagina una escena y hasta la narra.
Sus compañeros de trabajo se divertían muchísimo aunque poco o nada entendían, era gracioso escucharlo recrear un juego igual como lo hacen los locutores de la radio.
Algunas pelotas soñaban con estar en un juego infantil y desaparecer en un patio donde varios niños se divirtieran buscándolas y escucharlos soltar sus risas al encontrarlas en un matorral.
Las pelotas “pequeñas” eran las más traviesas: algunas esperaban romper ventanas y ver la gran carrera de los muchachos desde el aire, justo antes de impactar en el cristal del vecino más rabioso de la cuadra.
Las más egoístas querían ser las únicas de la partida, las que nadie quiere botar de foul ni que se vayan de jonrón.
Ser la pelota de un juego informal de sábado en la mañana, muy apreciada porque no hay muchas más.
*
Las pelotas saben que están hechas para jugar.
En las pinturas más antiguas puede comprobarse que jamás ha existido un juguete tan universal.
Hay pelotas desde siempre y para todo.
Unas son grandes, como las que se usan para el fútbol, voleibol o el básquet. Otras son chiquitas y huecas, como las de ping pong o durísimas como las del golf.
Las de tenis son lindas, amarillitas y rebotan muy bien.
Hay unas que se inflan y se llevan a la playa.
Algunas pelotas sirven para jugar con las mascotas y otras para hacer trucos.
Así que las pelotas siempre han tenido que ver con la felicidad, la risa, la pasión, la diversión y el compromiso.
Lucía, la pelota que con tanto amor hizo Álvaro, sabía que estaba hecha con insuperables materiales y del sueño que le fue metiendo en cada una de las 108 puntadas del mejor hilo rojo.
Las pelotas no pueden ser tímidas, están hechas para ser el centro de atención: les gustan las luces, los cantos, los aplausos y la gente.
*
Álvaro armaba cada pelota con una ilusión espectacular. Silbaba, cantaba, les hablaba y terminaba poniéndoles un nombre.
Mientras los compañeros de Álvaro disfrutaban sus historias de béisbol aunque no lo comprendían, el amargado y rencoroso Adrián Monasterios (a quien todos llamaban por su apellido: Mo-nas-te-rios, como el villano de El Zorro) miraba desde su mesa, por encima de los lentes, como quien no quiere mirar, para no participar de las risas, rabioso por la alegría que sentían los demás.
Monasterios sólo quería irse; que sonara el reloj del almuerzo para dejar de escucharlos, para estar solo sin tantas boberías, para después volver y terminar el trabajo para poder marcharse a su casa.
Los miraba con envidia, pensando mientras escuchaba que ojalá esas pelotas no tuvieran aquellos destinos felices que Álvaro describía.
Así fue cada día en la fábrica de las pelotas hasta que estuvieron listas para ir a las Grandes Ligas, para ser las protagonistas de las grandes cosas que ocurrirían en 1998.
*
El viaje desde Costa Rica a Estados Unidos no era largo, pero igual Lucía, la pelota más querida de Álvaro, tuvo tiempo de soñar con una estupenda vitrina de Cooperstown.
Era casi la media noche cuando zarpó el barco con los contenedores de pelotas, así que la mayoría ya se había dormido.
Lucía no, ella estaba despierta imaginando cómo podría ser su destino, siempre con todas las miradas sobre sí.
Era pretenciosa y tenía con qué.
Todas las pelotas de Álvaro tenían nombres. Las bautizaba como sus hermanas, amigas, vecinas y maestras.
La pelota Celina, que era como una hermana para Lucía pues tenían la misma piel, despertó cuando levaron el ancla y no quiso volver a dormirse. Fue cuando le contó a Lucía que su sueño era ser el último out de un juego emocionante.
Su ilusión era salir de la mano de un gran pitcher y que el tercer bate la enviara al jardín central con un golpe contundente y sonoro de esos que hacen pensar en la vuelta completa, para terminar atrapada en una jugada acrobática que pusiera fin al séptimo juego de la Serie Mundial.
*
Sin duda era un anhelo maravilloso; Celina se imaginaba en la fotografía de la primera página de los periódicos más importantes del país, levantada en el guante de un gran fildeador, exhibida a sus compañeros en plena carrera para sumarse a la fiesta de los campeones.
Celina se emocionó tanto que fue subiendo la voz y despertó a las otras pelotas… Una a una se fueron saliendo de sus respectivas cajitas, apretándose una contra otra hasta que la presión las hizo saltar, abrieron las tapas de las grandes cajas y pronto todas estaban afuera, rebotando hasta ubicarse en un lugar cómodo donde podían seguir la conversación.
Fuera de los estuches el vaivén del barco las hacía rodar y zigzaguear, lo que las tenía un poco mareadas, así que al hablar se les escuchaba como borrachas.
*
Claudia, que era muy romántica, contó que su gran sueño era ser golpeada sólo una vez, para convertirse en el primer imparable de un debutante, que por ella detuvieran el juego y luego la guardaran en un lugar muy especial, además del corazón de la nueva promesa.
Gabriela, más allá, murmuraba su temor…“¿Y si envejezco mohosa guardada en un closet?”.
–¿Y si nos quedamos arrumadas en un depósito? –siguió especulando Elizabeth.
–¿Y si me pierdo y nadie me busca? –dijo Gisela con terror.
–Y si caigo en un sitio donde nadie pueda buscarme? –se preguntó Flor.
–No quisiera ser un jonrón del equipo rival de esos que los fanáticos devuelven con desprecio –pensó Elena, que no quiso ni hablar…
–¿Y si soy un jonrón que cae en la bahía de San Francisco y nadie me atrapa y me quedo en el fondo del mar? –comentó preocupada Fernanda, la más trágica.
Uno de los peores miedos que sienten las pelotas es ése, que nadie juegue con ellas o ser olvidadas.
Les quitaba el sueño no servir para nada.
*
Afortunadamente las que tenían miedo volvieron a dormirse cuando el barco se adentró más en el mar y pudieron soñar con otra cosa. Las otras seguían despiertas hablando como lo hace la gente en los estadios.
Se oía de todo entre las pelotas, eran muchas, los sueños más diversos y toda la incertidumbre.
Alessandra temía que la batearan muchas veces, después del esmero con el que había sido hecha, en verdad no quería ser estropeada a batazos y su ilusión era ser una pelota de un juego perfecto.
Anita, una bromista, se reía sola de imaginarse siendo una conexión enorme, de esas que ilusionan porque parecen que se van y terminan siendo un foul.
Beatriz, que era un poco loca, quería saber cómo se sentiría viajar a más de 100 millas por hora, mientras que Andreína, que sufría de vértigo, esperaba no ser un fly.
–Me gustaría ser un pitcheo descontrolado y golpear a un bateador para que se arme una trifulca y se vacíen los dugouts –dijo gritando Carlota, como buena buscapleitos.
*
La más perezosa, Juanita, no quería que la golpearan nunca y prefería ser firmada por un equipo campeón, por el pitcher de un juego sin hits ni carreras, un Jugador Más Valioso, un prospecto que llegue a ser una estrella o un admirado integrante del Salón de la Fama.
A Juanita seguramente Álvaro le puso especial afecto porque varias veces se le cayó de las manos; no sería una buena pelota de práctica.
En cambio había otras que soñaban con eso, con que las usaran tanto como para quedar para las prácticas.
Las pelotas de práctica son interesantes. Tienen un aspecto diferente, con el cuero rayado, no son blancas de tanto rodar por la tierra y la grama; en cambio, lucen amarillentas y tienen manchas. A leguas se les nota que han servido de mucho.
*
Las pelotas de práctica no se van de jonrón con facilidad; húmedas y aporreadísimas, para sacarlas hay que darles muy duro y con toda la madera del bate, así que antes de que empiece el juego ellas saben mejor que nadie cuál de los bateadores puede lucirse. Son sabias y han visto mucho béisbol.
Patricia y Amanda querían terminar como pelotas de práctica después de estar en un juego de Grandes Ligas, les parecía que esas pelotas son las que más se divierten. Les gustaba pronosticar y dar consejos.
Casi todas las pelotas tienen el sueño de ser un gran batazo… por ejemplo Ivón quería ser un jonrón que cayera en un pasillo para rodar cuesta abajo y hacerse perseguir.
Uno que voltee el juego en el último inning era la ilusión de Enriqueta o ser el único batazo que rompa un juego sin hits ni carreras.
Es divertido ser un jonrón, cualquiera.
Lucía quería ser mucho más, quería ser un jonrón especial que le permitiera llegar a la ansiada vitrina del histórico museo del béisbol.
*
Ella no sabía por qué, pero ese era el pensamiento de Álvaro desde aquella mañana fresca al pie del volcán, frente al torrente de la cascada.
Lucía era la más pretenciosa de todas, Álvaro fue pretencioso con ella.
El debate de sus ilusiones fue amplio, hablaron de las reglas y se rieron a carcajadas con la “bola muerta” y la “bola ensalivada”. Divagaron sobre cuántas maneras de agarrarlas tiene un lanzador y discutieron si es mejor ser una recta durísima o una slider para ponchar al cuarto bate.
Giraron sobre sí mismas como para ir practicando y aprendieron a moverse para engañar, jugaron a dar vueltas y rotaron hacia un lado y hacia el otro… Sí, parecía que estaban ebrias de lo mareadas que terminaron. Estaban eufóricas.
Fue mucho lo que pudieron conversar durante la travesía y, como eran engreídas, se sintieron felices cuando concluyeron que no puede ganar quien las pierda de vista.
*
Y mientras ellas se divertían contando sus ilusiones, varias pelotas seguían en sus cajas, viéndolas por la rendija, incómodas y frustradas.
Estas pelotas las había hecho Monasterios; no tenían nombre y sólo sentían envidia.
Lo que molestaba a las pelotas envidiosas eran las aspiraciones y sueños de las otras pelotas. Las envidiosas eran idénticas a Monasterios, quien las había hecho y él detestaba el béisbol. No entendía el juego y desconocía por completo la emoción de un batazo para ganar.
*
Llegar a las Grandes Ligas también es un anhelo de las pelotas. Sucede igual con los bates y los guantes, las mascotas y los mascotines, con las almohadillas y los spikes, los cascos, las chingalas, los petos, las caretas y hasta con las personas.
Estar en eso que llaman “el mejor béisbol del mundo” es llegar al máximo nivel y las pelotas especialmente son el centro de todo y sólo en este juego son del dominio de quienes defienden.
“No perderle la vista a la pelota” es una de las bases del éxito del juego y eso las convierten en las cotizadas protagonistas, por eso son tan vanidosas.
Se sabían afortunadas: podían haber terminado convertidas en zapatos de fiesta, de esos que sólo se usan de vez en cuando, o en carteras que no llevan nada importante.
Cuando el barco atracó estaban con el ánimo muy alto, listas para su destino.
*
Los caleteros las encontraron desordenadas por el piso y las guardaron en las cajas mezclando algunas de las ilusas pelotas de Álvaro y con las envidiosas de Adrián Monasterios.
Para cada juego de béisbol se usan unas 70 pelotas y en el barco viajaron las que participarían en la temporada que estaba por comenzar…
Ahora la pelota Lucía estaba más cerca de conseguir su sueño, para ello era necesario ser la pelota de un momento único, irrepetible, glorioso, inesperado y delirante.
*
La pelota Lucía, encerrada como estaba en una caja de cajas, no había logrado enterarse a cuál de los estadios había llegado para cumplir con su encumbrado destino.
Todas las temporadas comienzan igual, con muchos sueños e ilusiones. Los novatos creen que pueden convertirse en el mejor de todos y ganarse el premio “Jackie Robinson”; los managers esperan ser campeones: todos quieren estar en la Serie Mundial y ser el Más Valioso. Ganar el Bate de Plata, el Guante de Oro o el Cy Young.
Esa temporada era especial; dos equipos se habían sumado en la nueva expansión: los Diamondsbacks de Arizona y las Mantarrayas de la Bahía de Tampa. Ahora eran treinta, dieciséis en la Liga Nacional y catorce en la Liga Americana.
Así que desde los primeros días se sabía que ese 1998 sería un año para recordar.
Muy temprano, el ritmo arrollador que llevaban los talentosos bateadores Ken Griffey Jr y Mark McGwire hacía pensar en la posibilidad de dejar atrás el récord de más jonrones en una temporada.
*
En los primeros juegos, las pelotas Gabriela, Flor y Elizabeth, que tanto temían no servir de nada, ya habían conseguido pasar a la historia con los jonrones con las bases llenas que dio el catcher Mike Piazza en juegos consecutivos, batazos que lo convirtieron en el quinto pelotero de la historia en hacer algo así. Las pelotas fueron atrapadas por fanáticos que para siempre las apreciaron mucho.
La pelota Gisela fue la elegida por Ken Griffey Jr. y, con ella se convirtió en el segundo pelotero más joven en llegar a los 300 jonrones. Clementina, la pelota curiosa, fue la bola que bateó Dan Wilson y que al final fue un grand slam dentro del parque.
Todas las pelotas que usó el novato de los Cachorros de Chicago Kerry Wood la tarde del 6 de mayo de aquel año para ponchar a 20 jugadores de los Astros de Houston venían con Lucía en el contenedor y por eso sabía que debían estar muy contentas por haber estado en ese juego.
*
Unos días después, el 17 de mayo, la pelota Alessandra y otras compañeras fueron parte de una de las mayores hazañas del béisbol, un juego perfecto: el juego perfecto de David Wells contra Minnesota. Cada una tenía que estar muy orgullosa de haber estado ahí. En un juego perfecto ningún bateador logra embasarse y, además de lo bien que lo hace el pitcher, todos los jugadores hacen lo que sea para atrapar la pelota. Son juegos magníficos.
Las pelotas Mariana, Manuela, Altagracia, Eugenia, Milagros y otras pelotas de las que habían sido hechas con Lucía ya eran jonrones de Mark McGwire, Ken Griffey Jr. o Sammy Sosa, este último también se había sumado a la carrera por alcanzar el récord de Roger Maris.
Roger Maris era un niño delgado y muy tímido, hijo de inmigrantes croatas, que nació en un pequeño pueblo de Minnessota y que cuando creció fue un bateador tan bueno que llegó a las Grandes Ligas y logró una gran cosa.
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En 1961 Maris conectó 61 vuelacercas, uno más que los que conectó Babe Ruth en 1927.
Ruth un muchacho muy distinto a Maris, fue un niño que creció en un orfanato en Baltimore jugando béisbol; sabía pitchear y batear, era extrovertido y escandaloso: un gordito alegre que sabía llevar la pelota muy lejos.
Aún era un jovencito cuando llegó a las Mayores y se convirtió en uno de los mejores de toda la historia, tanto así que fue uno de los primeros en estar en el Salón de la Fama de Cooperstown.
¡Imagínense!, a los jonrones también se les dice “bambinazos” porque a Ruth le decían “El Bambino”.
Mientras sus amigas encontraban sus destinos, Lucía, la pelota que soñaba con estar en el Salón de la Fama en Cooperstown, seguía esperando en el fondo de la caja que le llegara el turno.
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El 6 de junio supo que Juanita, la pelota que soñaba con que la firmara un miembro del Salón de la Fama, lo había conseguido. Juanita cayó de foul en la tribuna, por los lados de tercera y quedó inmortalizada con la firma del segunda base Joe Morgan, de la Maquinaria Roja de Cincinnati, el día que fue retirado su número 8.
Beatriz, una de las que más había conversado con Lucía, fue el ponche 3000 de Roger Clemens y la enviaron a Cooperstown.
Lucía no sintió envidia, que su amiga ya estuviera en el histórico museo, esto le garantizaba que tendría alguien conocido cuando ella llegara.
La temporada seguía avanzando y Lucía seguía metida en su caja. Comenzó a impacientarse; escuchar sobre los magníficos destinos que habían conseguido algunas de las pelotas que habían salido de Costa Rica con ella le preocupaba, ya quería obtener su lugar.
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Supo que Anita fue el jonrón 400 de Barry Bonds y que otras amigas fueron los batazos que iban dando los que perseguían el registro de Roger Maris, hecho que se había convertido en la gran atracción de la temporada.
El 8 de septiembre Mark McGwire conectó el jonrón que rompió el ansiado récord de Maris y la suerte le tocó a la pelota Andreína, quien le perdió el miedo a volar y fue atrapada por Tim Forneris, un joven de 22 años que trabajaba en el Busch Stadium. Forneris devolvió la pelota al enorme pelotero a cambio de cumplir su sueño de estar con toda la familia en los parques de Disney en Florida.
No quedaba mucho de la temporada y Lucía seguía en su caja, enterándose de lo bien que la pasaban sus amigas y soportando a las desagradables envidiosas, que no paraban de burlarse de su sueño…
Habían sucedido demasiadas cosas buenas y eso comenzaba a desanimarla, el temor de quedarse olvidada allí la mortificaba terriblemente.
*
Patricia y Amanda, que querían ser pelotas de práctica para divertirse más, le insistían en que recordara, como manda el dicho: “el juego no termina hasta que termina”.
–Aún falta mucho, en cualquier momento escucharemos “Play ball” –dijo Amanda en voz muy alta para que la escucharan las pelotas anónimas.
El domingo 20 de septiembre, faltando tan pocos días para el final de la temporada, Lucía sintió cuando alguien movía las cajas donde estaba con sus otras compañeras.
Lucía se alborotó tanto que llegó a pensar que podía descoserse.
No pasó nada, sacaron varias cajas y la de ella quedó allí, de primera pero cerrada.
Al ver su tristeza, Amanda y Patricia comenzaron a moverse para provocar que la tapa se abriera, tal como lo habían hecho en el barco. Las envidiosas se dieron cuenta y no querían moverse.
Patricia y Amanda comenzaron a girar durísimo hasta que presionaron a las otras y la caja cayó abierta en el piso.
*
Cuando Lucía salió a la luz pudo darse cuenta de que estaba en un parque bellísimo, moderno, iluminado…
Se escuchaba la algarabía de los fanáticos que iban llegando. Aún era temprano, los jugadores hacían sus ejercicios en el terreno; tomaron práctica de bateo y pronto estuvieron listos para el inicio del juego.
A los lejos, en la cueva contraria, podía ver a los Yankees. ¡Iba a jugar contra los Yankees!
Aunque Lucía estaba hecha en Costa Rica, un país más ocupado del fútbol, ella era una pelota de béisbol, así que sabía perfectamente quiénes eran los Yankees…
Mientras pensaba qué récord podía romperse esa noche para cumplir su sueño de llegar a Cooperstown, uno de los peloteros la agarró y comenzó a jugar con ella sentado en el banco.
Sus amigas y las envidiosas fueron recogidas y pronto estuvieron en juego.
La pelota Patricia tuvo tiempo de decirle que no olvidara que estaba hecha de ilusiones. La escuchó, pero no dio importancia a sus palabras.
*
El juego había comenzado y ella, Lucía, no podía sentirse más frustrada. La engreída pelota que soñaba con la inmortalidad había sido escogida por un jugador que esa noche no estaba en la alineación.
¡No puede ser! –pensaba mientras iba de una mano a otra–, no voy a servir para nada, seré una pelota cualquiera, una pelota más, una pelota que nadie va a recordar, ¡una pelota desconocida!
Si las pelotas tuvieran lágrimas, Lucía habría llorado muchísimo. Ni siquiera podía decirse que había participado en un juego de Grandes Ligas.
Había pasado meses en esa caja, se había enterado de todas las experiencias maravillosas que habían disfrutado muchas de sus amigas y se sentía muy desdichada.
Ella, que se creía predestinada al Museo del Salón de la Fama de Cooperstown, era ahora una simple pelota en las manos de un pelotero que ni siquiera estaba jugando.
–¡Practiqué cómo ser una curva! –pensaba furiosa
*
–¡Quiero jugar –parecía que gritaba–, quiero volar por el campo, rodar por la grama, picar en la tierra, ir de una base a la otra, que me atrapen y me lancen y llegar primero que el corredor…!
Quería engañar a Derek Jeter y que lo poncharan cantado o mejor estar en un doble play encabezado por él.
No debe existir un peor destino para una pelota que ser un objeto para pasar el rato de un tipo que está en el banco… –dijo Lucía.
–Aquí sí es muy hábil jugando conmigo, pero tan bueno no debe ser que no está en la alineación –pensaba Lucía, molestísima.
Estaba tan brava que hasta se le cayó de las manos al pelotero, inmediatamente la recogió. También él estaba realmente aburrido y ansioso, como sólo se está en la banca.
Por su parte, Lucía seguía rumiando: con tantas ambiciones y en manos de un novato.
¡Sí! –pensaba– ¡Claro que es un novato! ¡Estar tan inquieto y nervioso… por eso no juega!
–Hoy era mi único día –pensaba resignada
¡No podía ser peor su suerte! Él no jugaría y ella tampoco.
Era un fracaso como pelota de Grandes Ligas.
*
Cuando el juego estaba exactamente por la mitad (Lucía, llevaba la cuenta), los Yankees de Nueva York salieron de su dugout, ella lo veía todo desde la mano que la tenía.
Comenzó a escuchar aplausos y más aplausos, todos los del equipo sonaban sus palmas y ella tenía ganas de gritar de la emoción…
Era inexplicable lo que estaba sintiendo… la fuerza de la mano que la apretaba y el pulso acelerado…
Si las pelotas tuvieran garganta, no hubiera podido tragar. No era así, pero sentía la piel de gallina…
El pelotero que la llevaba en su mano finalmente se levantó del banco y salió al terreno con ella en su mano. Pudo sentir la ovación y el éxtasis del público que cada vez aplaudía y gritaba más fuerte.
Era tal el escandaloso delirio que apenas pudo escuchar lo que decía el anunciador interno… Cal Ripken Jr., el gran emblema de los Orioles de Baltimore, había decidido aquella noche del 20 septiembre de 1998 quedarse en el banco después de 2.632 juegos consecutivos…
*
“La racha impresionante había comenzado el 30 de mayo de 1982”, resaltó el locutor del Oriole Park at Camden Yards…
Fue entonces cuando entendió lo que estaba pasando con ella…
Ese jugador que no estaba en la alineación, Cal Ripken Jr., uno de los peloteros más legendarios, admirables y ejemplares de toda la historia del juego, era quien la había elegido entre todas las pelotas dispuestas ese día para estar en su mano en un momento tan extraordinario.
Se sentía como una estrella de cine, en su mano, girando, mirando todo el parque desde lo alto, recibiendo la energía de la grandeza.
El día que Cal escogió para no jugar… sólo jugó con ella… Ella fue su compañía, su escape, su apoyo… Ella sabía lo que significaba ese momento para él, estaba en sus manos y había sentido su inquietud.
Mientras pasó de una mano a la otra pudo valorar lo difícil que fue tomar la decisión de terminar la inalcanzable seguidilla.
*
Después de saludar una y otra vez con ella en su mano, la pelota que quería vivir para siempre en el Olimpo de los inmortales del béisbol ya sabía que su sueño no iba a cumplirse y, aun así, se sentía muy afortunada aunque no sabía dónde iría a parar…
Era muy extraño lo que sentía, no iba a llegar a Cooperstown pero no le importaba. ¡Nada se comparaba a haber recibido aquella ovación! Ver al Camden rendido ante la presencia de aquel hombre que la había llenado de una felicidad indescriptible…
El juego tenía que reanudarse y Cal Ripken Jr. debía regresar al banco…
Justo antes de entrar a la cueva, un niño que estaba cerca del dugout llamó la atención del “Hombre de Hierro”; así llamaban a Cal Ripken
Era seguro que en aquel parque y probablemente en el planeta no había un ser humano que pudiera convertirse en la persona más feliz como lo fue aquel niño de Baltimore.
*
Tenía 12 años y toda su vida había visto jugar a Cal Ripken, era su ídolo, su gran ejemplo… Tenía todas sus barajitas y sabía sus números de memoria.
El niño estuvo en el juego del 6 de septiembre de 1996, cuando superó el récord de juegos consecutivos en poder del “Caballo de Hierro” Lou Gerhig, llamado así porque nada lo detenía para jugar hasta que enfermó y los dolores no lo dejaron seguir en el béisbol. El legendario yankee estuvo en todas las alineaciones de 2.130 juegos seguidos y parecía imposible alcanzarlo.
El niño había tenido el gran privilegio de la vida: ser uno de los fanáticos con quien el número 8 había chocado su mano mientras daba la vuelta al Camden.
Esa noche el niño fue el primero en darse cuenta de que Cal no estaba en el terreno y cuando el juego fue legal, cuando los Yankees salieron primero que todos a rendirle tributo al súper pelotero, él ya sabía que la seguidilla había llegado a su final…
*
El pequeño no sabía si era bueno o malo, si reír, si llorar o alegrarse, le provocaba hacerlo todo, por primera vez había sentido ese “nudo” en la garganta del que había oído hablar.
Sin poder controlarse, las lágrimas salían de sus ojos… igual que su risa…
Fue ese momento cuando Ripken lo vio y, para devolverle el tributo, le tiró la pelota que soñaba con la inmortalidad.
En el aire, Lucía, viendo los ojos del muchacho seguir su trayectoria, entendió que la gloria es la felicidad de un niño… Se dio cuenta de que aquellos ojos iluminaban más que todas las luces del estadio…
Cuando Lucía llegó a las manos del jovencito supo que había llegado a un destino mejor que la vitrina soñada.
*
Las pelotas que ocupan las vitrinas de Cooperstown son históricas y fueron objeto de momentos increíbles. Sin duda era una gran cosa estar allí, sin embargo lo que había experimentado en la mano de Cal Ripken Jr. era verdaderamente único e inigualable y lo mejor estaba por venir…
El niño recibió a Lucía con un amor tan intenso que ella podía sentirlo de piel a piel… La miró, la besó, se la llevó al pecho, volvió a mirarla montones de veces hasta que el juego terminó.
Al salir del parque, el afortunado muchacho esperó en la entrada del estacionamiento por donde suelen salir los jugadores…
Quería que Ripken la autografiara y así fue. Aunque había mucha gente esperando, él no paró de dar brincos y gritar para lograr de nuevo su atención. Estiró su brazo cuanto pudo sujetando la pelota con la punta de los dedos hasta que se la entregó.
Otra vez en sus manos volvió a ver sus ojos azulísimos, brillantes y serenos.
*
Pudo sentir aun la emoción, ahora más reposada, en el pulso del carismático pelotero mientras estampaba su nombre entre las dos costuras… “Waaaaao –pensó– Cal Ripken Jr. es la firma que llevaré escrita para siempre”..
Mientras tanto en Turrialba, Álvaro, al lado de su radio, estaba contentísimo, cerró sus ojos y pudo verla ¡dichosa! y él también fue feliz. Total, no todas las pelotas que envían a Cooperstown son exhibidas en las vitrinas; muchas de ellas permanecen en el increíble sótano del Museo, guardadas en gavetas, donde hay más objetos que los que se muestran.
A Lucía se le veían las costuras de risa recordando cuántas tonterías había pensado cuando no sabía que aquel jugador era el gran “récord man” del béisbol; el hombre que jugaba con ella sentado en el banco el día que decidió parar la histórica racha.
Debió disfrutar el paseo de una mano a la otra en lugar de sentirse tan triste.
¡Tan tonta, su vanidad no la dejó darle valor a una caricia!
Ahora tenía uno de los mejores destinos que jamás había pensado, ser el objeto más apreciado de un niño.
Tener un muchacho sólo para ella…
Esa noche Lucía durmió con él, en la misma almohada, apretada en su mano, sintiéndose amada como ninguna otra cosa.
¡Sí, no había mejor lugar en este mundo!
FIN
Mari Montes
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