Perspectivas

Omar Vizquel sobre “Lucía: La pelota que soñaba con llegar al Salón de la Fama”

29/12/2019

Fotografía de Christian Petersen | Getty Images North America | AFP

El siguiente prólogo es del cuento «Lucía: La pelota que soñaba con llegar al Salón de la Fama», de Mari Montes. Puede leerlo haciendo clic aquí.

En un mundo surrealista, tal como una pintura de Dalí, Mari Montes deja reflejada el sueño de una pelota que quiere ser famosa y valorada, lo que me llevó a pensar nuevamente en mis inicios en este mundo del béisbol. Lo relaciono mucho con mi vida de pelotero.

Mientras unas pelotas piensan en ser usadas por un rato, no quieren ser golpeadas del todo o atrapadas por el cuero de un guante Rawlings, otras quieren estar en el terreno y ensuciarse, jugar con los pequeños o estar en un juego en un famoso parque, como el Yankee Stadium o el Fenway Park, y chocar contra el monstruo verde… ¡En fin!, son tantas cosas las que imaginan, como las ilusiones que pasan por nuestras mentes.

De la misma forma que Álvaro trabajaba esmerado para hacer sus pelotas, mis padres también se esforzaron mucho para instruirme en mi deporte: pasé horas incontables tomando rolincitos, bateando contra una malla o jugando chapitas…

En las noches recuerdo escuchar los juegos con un radiecito que tenía mi papá en su cuarto. Aunque debo admitir que mi equipo era el Magallanes, disfrutábamos mucho de la algarabía de los fanáticos que se oían en la lejanía…

Llegó el momento de partir al Norte y, al igual que Lucía, soñábamos con lo que nos esperaba, si íbamos a ser afortunados en llegar tan lejos como lo que teníamos en mente.

¿Si estaba nervioso? Ahhhhhhh, ¡mucho!, pero si queríamos triunfar teníamos que arriesgarlo todo.

Ya cuando incursionas en lo profesional sabes que debes tener una responsabilidad con tu trabajo.

A medida que vayas leyendo este cuento, te darás cuenta de que cada una de las pelotas tiene personalidades y actitudes diferentes. Eso influye mucho a la hora de tu éxito, puedes quedar como las pelotas de Monasterios, sin hacer nada importante. Sin embargo, otras que no pensaban ir tan lejos fueron famosas en su propia causa, como les paso a Gabriela, Flor y Elizabeth.

Son tantas historias que uno puede recolectar al estar rodeado de peloteros, unos más expresivos que otros, algunos chistosos, otros inocentes o introvertidos, quizá algunos con quienes hubo malos entendidos, pero al final todos amamos lo mismo, el béisbol.

¡Qué ironía que hay mujeres que saben más de records y numeritos que nosotros mismos los peloteros!

Estas pelotas me recuerdan a mi mamá, mis primas, mis tías, mis amigas más cercanas, quienes sin duda alguna me han hecho entender el béisbol de una mejor forma. Sus comentarios también han influido para mejorar mi juego y el trato con las demás personas.

No importa si eres ingeniero o doctor, economista o profesor, no importa qué clase social tengas, de qué color eres o de dónde vengas, si eres hombre o mujer siempre existirá un cariño especial por una pelota.

En este cuento Lucía llegó a entender que no es tan importante la idolatría, sino el compartir toda esa fama con las otras personas y tocar sus corazones, verlos sonreír por el solo hecho de tener una pelota en sus manos.

Y estoy muy contento porque el lado femenino también ha salido a relucir en increíbles historias sobre nuestro pasatiempo favorito, como las que ha hecho mi amiga Mari Montes durante mucho tiempo. Que continúe dándole al béisbol esa visión creativa, como lo ha hecho en este cuento, en su obra teatral Tania en pelota y en la radio.


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