Béisbol

¿Por qué son guairistas?

30/01/2024

Fotografía de Candy Ávila (@CandyGomela)

Responder por qué mis hijos son fanáticos de los Tiburones de La Guaira lleva tiempo. Trataré de hacer el cuento corto.

Daniel nació el 4 de marzo de 1997, el año en que se jugó la segunda final entre Caracas y Magallanes, disputada en 7 juegos. En aquel entonces era la anunciadora interna de los Leones. Buena parte de mi embarazo transcurrió durante toda la temporada. Phil Regan, el manager, me pidió para los últimos juegos que no bajara por las alineaciones, que las mandara a buscar porque le angustiaba que pudiera caerme.

Engordé 23 kilos, podrían ser unos 20 a esas alturas, mi barriga era enorme. Durante toda la temporada, hasta la final, los jugadores de los Leones comenzaron a decirle “cachorro”, a desearle lo mejor.

Una amiga muy fanática de Leones, que borda precioso, Aminta Fermín, le hizo una docena de baberos con leones, cachorritos, la palabra escrita con varias caligrafías, una toalla y una cobijita; el móvil de la cuna eran unos leoncitos que daban vueltas con una canción de cuna.

Tenía monitos de bebé de leones, le mandaron peluches de leones a la clínica cuando nació. Entre las primeras llamadas de felicitación que recibí estuvieron las de Bob Abreu, Roger Cedeño y Urbano Lugo. En “El Camaleón”, Graterolacho le dio la bienvenida como “cachorro”.

Fue creciendo, usando cuanta cosa existía de los Leones, pues todos en la familia somos fanáticos de los Leones del Caracas.

Cuando comenzó la temporada, los jugadores me preguntaban por él, por “el cachorro”.

Un día que no tenía que trabajar porque era home club La Guaira, lo llevé. Hay una foto de esa noche, con Phil Regan poniéndole su gorra. Comenzaba diciembre.

Después de saludar, paseamos, subimos al palco, y luego nos sentamos con nuestra amiga Yocoima Mata, que trabajaba en ese momento en relaciones públicas de la LVBP. Años después sería madrina de confirmación del chiquillo.

La samba comenzó a sonar y Daniel a saltar en el coche, lo cargamos, se movía estirando las manitos como para que lo lleváramos hacia los tambores y el relajo.

Nos fuimos más temprano, precisamente porque estábamos con él. De regreso cantó algo así como: “¡La guaigua úh!”. Nos dio risa: aún no decía mamá, solo “agua”, clarito, y eso.

Una noche pasados unos meses (ya caminaba y decía otras “palabras”), llegamos a casa de mi papá, que estaba viendo un juego, el niño se acercó al televisor y dijo: “¡A guaigua”.  Lo repitió varias veces, emocionado.

“Para él el béisbol es La Guaira”, me dijo mi papá. Nos pareció gracioso.

Obviamente lo dejamos tranquilo, pero esto se repetía siempre que veíamos béisbol. Cuando la temporada comenzó y volvimos a los juegos, al oír la samba, se emocionaba como se emocionan los guairistas.

No recuerdo quién le dio la primera bandera, pero seguro los periodistas que en aquel entonces cubrían la pelota en Caracas pueden dar fe de esto que digo. Corría por todo el palco con esa bandera, jugara quien jugara, él era un guairista.

Causaba ternura y al mismo tiempo era motivo de bromas para mí.

“Peruchito” Padrón (en paz descanse) y Marian, su esposa, le regalaron una camisa.

En el 2001, Armando Arratia, uno de los gerentes del equipo, le regaló una placa para el carro, y para rematar le enviaron una carta, impresa en la papelería del club, diciéndole que era un honor tenerlo entre los fanáticos Tiburones.

Por aquellos días, un domingo que éramos home club, Felipe Lira, enterado como todos de que Daniel era un fanático guairista, lo invitó a escuchar el himno con él, en la raya de cal, y le regaló una gorra.

Desde entonces fue difícil quitarle esa gorra. Hasta para la guardería se la llevó, metida en su pequeño morral. Después de eso, si no era Felipe Lira, Jorge Velandia o Luis Raven se lo llevaban a escuchar el himno con ellos.

Cierro los ojos y lo veo, con la gorra en el pecho, igual que los jugadores, y con la vista en la bandera.

A todas estas, los peloteros de Leones seguían llamándolo “cachorro” cuando lo saludaban, le regalaban pelotas, jugaban con él, llamaban le buscaban conversación.

Urbano Lugo y Carlos Hernández discutían si sería pitcher o catcher. No le hacían mucho caso a su simpatía por los Tiburones, hasta que un día, de nuevo un domingo, bajamos a copiar el lineup. Bob Abreu estaba con Roger Cedeño y Alex González en el muro del dugout, justo al lado de la pared donde el manager pegaba la hoja con la alineación. Recién había terminado la práctica y Daniel tenía la gorra de La Guaira puesta. Bob le dijo en claro tono de broma: “Si quieres estar aquí no puedes tener esa gorra”. Daniel me vio, vio a todos y me dijo: “Entonces no entro, mamá”. Nos hizo reír, él se quedó ahí por unos segundos, y se fue corriendo al dugout de primera base.

No había nada qué hacer: su corazón estaba de aquel lado.

En el colegio y en el equipo de beisbol, compartía afición con varios compañeros. Muchas veces los llevamos al estadio y los bajamos al terreno para saludar a los jugadores. Cuando Oswaldo Guillén ganó la Serie Mundial de 2005, los invitaron a la embajada de Estados Unidos a ver el trofeo.

Cuando nació Santiago, Daniel papá y yo creíamos que podíamos hacer que fuese caraquista, pero la influencia de su hermano fue mayor. Daniel le regalaba sus cosas, Santi heredaba sus camisas, banderines o lo que sea. Ahora no pedía autógrafos solo para él, sino también para su hermano. Apenas una vez le pusimos una camisa de Leones, era un bebé.

Más grandecito no aceptaba nada de Leones. Un día, como para sacudirse el fastidio, nos dijo: “Cuando cumpla 4 años, me cambio”. Cuando cumplió 4 años le recordé eso, a lo que contestó: “No puedo, lo tengo pegado, no se me sale”.

Lo dejamos así.

La afición no es cuento, mi papá era caraquista, muy caraquista; en su lecho de muerte (no exagero porque esto que contaré ocurrió un sábado en la tarde y él murió en la mañana del domingo), y con su inagotable humor, le dijo a Daniel: “¡Chico, dame esa alegría antes de morirme y cámbiate al Caracas!”. Estábamos todos ahí, Daniel tenía 12 años recién cumplidos. A los segundos le dijo: “Yo te quiero mucho, pero no me pidas eso”, mi papá me vio con cara de resignado:  “Lo intenté”. Nos reímos, fue un momento muy de esta familia.

El resto de la historia contiene muchas anécdotas de muchos días en el estadio. Ellos con sus atuendos guairistas y nosotros con nuestros atuendos del Caracas, viendo el beisbol juntos, con pasión y alegría.

Más allá de las bromas entre nosotros, aunque ellos vieron el juego en otra parte (por razones de cábala), después vinieron a la casa a celebrar con nosotros su felicidad por ser campeones.

Nuestra familia no es la primera ni la única, son montones los hogares venezolanos donde las aficiones se comparten y reparten entre los ocho equipos de la LVBP.

Jugadores que hoy están en un club, son cambiados y pasan de ser villanos a héroes con un solo batazo, y viceversa.

Y como siempre, cuando viene la Serie del Caribe, aunque es un torneo de equipos campeones, esos campeones representan el béisbol de cada país, así que estos Tiburones que comanda Ozzie Guillén, son los Tiburones de Venezuela. Así se leerá en la pizarra de LoanDepot Park, donde tendrá lugar el clásico caribeño.

¡Sonará la samba en Miami, Uh!


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