Homenaje a José Balza

«Los libros están vivos»

24/06/2023

José Balza retratado por Vasco Szinetar

Es lo que suelo pensar cada vez que leo un libro de José Balza; no que tengo entre las manos un objeto inanimado pero lleno de significados, sino que sostengo a un mamífero fantástico que me habla en susurros y al que tengo que ponerle mucho cuidado. «Este libro está vivo», concluyo siempre, cuando ya he sido ganado para la viciosa lectura. Y quizá sea este el logro mayor de su obra; él la ha creado para que palpite ante nosotros, como fantasmas imperecederos. Precisamente, en «Fantasmas ante los ojos», un breve pero significativo texto incluido en uno de los volúmenes a mi modo de ver más importantes en la ensayística balziana, El fiero y (dulce) instinto terrestre (1988), el autor glosa la idea de Baltasar Gracián según la cual «la vida del individuo posee tres estaciones: empleamos la primera en hablar con los muertos, la segunda con los vivos y la tercera con nosotros mismos». Y como leer es leer lo que otro ha escrito en el pasado, extrae un corolario de finísimas consecuencias: «la máxima expresión de nuestra vida, el idioma, viene a ser un sonido de otro tiempo», con lo cual comprendemos que cuando leemos, leemos fantasmas, porque la lectura es el acto para hablar con los muertos. «Porque esto es leer:», escribe Balza, «recibir la palabra exacta de quien la pensó, descubrir su huella oral, sus preferencias sonoras y significativas; compartir o rechazar sus ideas; realizar nuestro más profundo diálogo con la muerte».

José Balza con Alejandro Rossi

Tal vez por esta conjunción de ideas buena parte de la novelística balziana está anclada a tropos que vienen del más remoto pasado, de las raíces de la cultura occidental: Grecia y su mundo. Me atrevería a afirmar que un sistema filosófico ateniense atraviesa por completo las páginas narrativas de Balza: Platón y sus seductores diálogos, que son ficción filosofante. Y como el cuerpo está indefectiblemente atado al alma en la apolínea cultura helénica, un gimnasio es el lugar perfecto para dar comienzo a una novela: a una novela no; a la que quizá sea la más sensual de las novelas de José Balza: Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar (1974), que en 2021 conoció una nueva y exquisita edición en el sello editorial Eclepsidra que con tanta dulce firmeza lleva décadas dirigiendo la poeta Carmen Verde Arocha. La portada destaca, además, un significativo elemento de unión: la naturaleza, que es igual de feraz en el Ática como en el Delta, allí donde vio la luz el autor. Puede que haya diferencias climáticas, pero sin duda en uno y otro lugar sus habitantes saben que la naturaleza (y su luz) moldeará sus acciones y sus pensamientos: de la identidad, en definitiva. En el agudo texto del narrador y poeta español Ernesto Pérez Zúñiga, que precede a la novela en esta nueva edición, este señala que en la obra de Balza, y en esta novela en particular («en Las palmeras», como los lectores solemos llamar con cariño a esta historia), «sucede una recodificación de la ética que nace del cuestionamiento de la identidad humana. Somos múltiples, por tanto, obramos de manera múltiple. Lo mismo ocurre con el lenguaje. Debe adaptarse a esa multiplicación de miradas. Y Balza logra una elasticidad asombrosa en su sintaxis. El lenguaje viaja de la mente a la acción de sus personajes, y también a los tiempos simultáneos donde sus vidas suceden. Apenas notamos los tránsitos pero sin duda han ocurrido en nuestra lectura».

José Balza con Hanni Ossott

La lectura de la novela de Balza: un fenómeno de consecuencias aún impredecibles. Por eso, más adelante, Pérez Zúñiga apunta una brillante conclusión que siempre ha rondado la narrativa balziana: que se ha escrito en una época que todavía no ha tenido lugar. «En el futuro: contigo», como dice el narrador de otra de sus obras mayores, Percusión (1982). Y aun el prologuista mejora su idea: dice que la escritura balziana es de una época en la que escribir así todavía no es normal, afirmación la cual ilumina, quizá sin proponérselo, un aspecto angular de la escritura del autor: claro que ha de llamar a todos sus textos ejercicios narrativos, porque han sido escritos dentro de cien años y por eso continúan (y continuarán) en construcción hasta que el mundo los alcance.

Tal vez por eso el comienzo remoto de la novela («Esa vez vivíamos fuera de Atenas: tú mismo debes recordar el periodo en que dejamos de vernos») nos suena tan actual. Nada más apropiado para hablar del futuro que recuperar el más lejano pasado. Y todavía un apunte más, siempre un apunte más: esa segunda persona que resuena en nuestras consciencias, porque no le habla al personaje, nos habla a nosotros, y lo sabemos y no lo sabemos, lo suponemos; y no. Nos entregamos a la lectura con la convicción del subjuntivo: aquello que tuviere lugar cuando nuestra materia ya no sea en el mundo. El narrador nos advierte, de nuevo, otra vez: «Y yo (nosotros) sé que la posesión de los cuerpos es otra cosa.» (Qué maravilla, verdaderamente, ese fino humor ejecutado al confundir imperceptiblemente el singular con el plural). «Todo está en mi pensamiento y lo abandonaré», dice el narrador al final de la novela, para enseñarnos qué debemos hacer al cerrar el volumen: allí en las ideas vivirá para siempre el futuro que llegará contigo, lector.

José Balza con Juan Villoro

Pero esta nueva edición de Eclepsidra nos depara un feliz acierto final, gran coda que revela el buen hacer de la editora: nos regala un epílogo, «El verdadero cuaderno de José Balza», del poeta y crítico de arte Luis Pérez-Oramas, que sirvió en su momento como texto del catálogo para la exposición de 2015, Los cuadernos de dibujo de José Balza. «No hay encuentro con Balza que no sea, literalmente, una revelación», escribe Pérez-Oramas. Solo por esta frase, sintética y central, ha valido la pena el placer de pasear de nuevo por Las palmeras. Pero hay más: «Siempre he sentido que la escritura de Balza es inmensa: abstracta pero precisa; inabarcable pero misteriosamente puntual.»  Y todavía más: «José Balza ha escrito algunos de los textos más brillantes que se hayan concebido en el castellano de estas tierras, y ellos se han hecho silenciosamente en el acto de una incesante contemplación de lo visible, y lo visible se ha ido destilando en la mano que lo escribe y lo enmudece de su viva voz, haciéndose, con palabras, también dibujos, imágenes, reflejos, palimpsestos en el verdadero cuaderno de José Balza». Y otra vez emerge, al hablar de la obra de Balza, lo que Ernesto Mayz Vallenilla llama el «logos óptico-lumínico», propio de nuestro entendimiento como occidentales: porque tanto en el Delta como en el Ática, la luz es lo más importante para darle sentido a las palabras y a las sensaciones. Y para que los libros sean como los mamíferos de los ríos. Por eso Las palmeras es una novela griega del Orinoco y una novela deltana del Pireo. Congratulémonos por esta nueva y hermosa, siempre necesaria, edición. Y por la obra toda de Balza.


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