Memorabilia

Los estudios filosóficos en Venezuela

27/10/2020

Fermín Toro por el pintor Antonio Herrera Toro (1897).

[Este artículo –publicado en forma de carta en el periódico El Liberal (Caracas, 25 de septiembre de 1838)– es la respuesta de Toro a un remitido que, bajo el seudónimo de «Unos Estudiantes», había aparecido en el número anterior del mismo periódico (el 13 de septiembre). Como se sabe, Fermín Toro (1806-1865) fue uno de los más importantes próceres civiles de la Venezuela del siglo XIX. En el momento cuando publica este texto ejercía de profesor en un prestigioso colegio de Caracas.]

Señores estudiantes:

Antes de entrar en el fondo del artículo que han insertado ustedes en El Liberal, número 123, en contestación a otro publicado en el mismo periódico, número 122, en que se hablaba de los exámenes del Colegio de la Independencia, permítannos ustedes dar algunas explicaciones y aun algunos cargos de falta de ingenuidad que menoscaban en algo el mérito de su producción.

El artículo en cuestión, aunque publicado contra mi voluntad, contiene mis ideas; y encargado de dar lecciones de filosofía en aquel Colegio, debo defender las doctrinas que enseño. ¿Cuáles son mis títulos para enseñar?, preguntarán ustedes. Ninguno; solo un vivo deseo de contribuir en algo a la educación de la juventud estudiosa.

Al recomendar aquel establecimiento porque en él se enseñan la existencia de un Ser Supremo, de la inmortalidad del alma y de creencias intuitivas, no se ha pretendido sino escudar el Colegio contra la injusta hostilidad que sufre de parte de algunas personas que, con extraña solicitud, procuran hacer sospechosa la pureza de las doctrinas que en él oyen los alumnos. No se pensó en la Universidad ni ciertamente se creyó posible que esto tuviese asomos de censura a ella.

Cuando se quiere lealmente combatir ideas ajenas, es preciso conservar fielmente la expresión. Ustedes han alterado la parte que copiamos del artículo que combaten: de dos proposiciones, han hecho una, para que lleve el aire de fortificar más la opinión que quieren ustedes se forme de su sentido; y ustedes olvidan la lógica o no han procedido muy noblemente. Tiénenla ustedes con quien diría con mucha serenidad que en la Universidad o en cualquiera otra parte se pretende enseñar el ateísmo, si así lo creyera; pero veo, al contrario, regentándola personas graves, religiosas y morales que no pueden sino inspirar respeto.

Me parece que ustedes, al combatir las ideas de que en el Colegio de la Independencia se oyen las primeras lecciones de la filosofía del siglo XIX, sabían en qué sentido se toma esta palabra filosofía, y no han debido con buena fe mezclar los cánones, teología, derecho civil y de gentes, matemáticas, medicina y anatomía, que se enseñan en la Universidad. Cuando se dice la filosofía del siglo XVII, la del XVIII y la del XIX, se entiende la parte especulativa, los principios puramente racionales, que suelen dividirse en metafísica, psicología, ética, teodicea, etc., donde se investiga cómo es posible la adquisición de la verdad, cuál es su criterio, cómo se prueba la existencia objetiva del mundo exterior, cómo se explican los fenómenos de la inteligencia, qué pruebas hay de la inmortalidad del alma, de la existencia de Dios. Principios que varían con los siglos y que producen lo que se llama revoluciones filosóficas. Más adelante veremos cuáles han sido los resultados de la doctrina de Condillac que ustedes citan como buen texto. Conocida por ustedes la filiación de las ciencias, al hacer una defensa gratuita de la enseñanza universitaria, en lo que se llama la filosofía del siglo, ¿no es muy extraño que citen ustedes los cánones, el derecho, un pasaje de Laplace y tres pasajes de los cuadernos de la clase de anatomía? ¡Y todo esto amalgamado con Condillac!

Han andado ustedes tan cautos para descubrir el terreno en que debían mantenerse firmes, que casi casi no se dejan asir; pero de poco valen cautelas cuando se trata de escudriñar la verdad. «Principia un niño a estudiar ideología, ¿y qué libro se le por manos? El arte de pensar de Condillac. ¿Y puede haber exposición más clara ni más precisa que la de Condillac, principalmente sobre los puntos en cuestión?». Así dicen ustedes. Pero arte de pensar es lógica, y lógica no es ideología; luego, ¿por dónde se aprende ideología? Lo que se refiere extensamente a la formación de las ideas se llama en Condillac «tratado de las sensaciones», aunque en la lógica toque de paso la misma materia. ¿Por qué no hablan ustedes de este tratado? ¿Por dónde aprendieron ustedes ideología? ¿Por qué tienen tanto miedo de nombrar a Destutt-Tracy? ¿Creen ustedes que no se les conoce el estudio en nombrar de Condillac la obra que les parece más pasable? No deben usarse ardides, señores estudiantes, cuando va en ello una cuestión grande, importante y bella. Cualquiera que haya leído las obras de Condillac conocerá fácilmente que con un talento de poca extensión, pero lúcido, dotado de exactitud y demasiadamente apasionado a la simplificación en todo, ha estampado en sus obras cierta unidad que salta a la vista, hallándose su idea madre reproducida en cada una de ellas. En el mismo capítulo VI, parte primera, que ustedes citan, se encuentra todo un sistema en dos palabras. Allí se hallan sensualizadas las ideas del vicio y de la virtud. Él hace derivar estas ideas de los sentidos, punto el más grave de su doctrina y que encierra todas las de Volney, Helvecio, Destutt-Tracy y demás filósofos materialistas, como lo veremos muy pronto.

Entremos en la cuestión. Muéveme a ello el final del artículo de ustedes, en que, abandonando al Colegio de la Independencia la gloria de enseñar por primera vez en este siglo en Venezuela la creencia de las ideas intuitivas, lo lamentan como un retroceso en la civilización, como un descarrío del entendimiento, y teniendo yo la no merecida honra de enseñar estos principios a una parte muy lucida y muy bella de nuestra juventud, tócame, como un deber, probar que tales son las autoridades que los sostienen, tan graves y de tanto peso, que no pueden ser juzgados ligeramente, y que para ser tachados de descarríos se necesita de algo más que un mero dicho. La cuestión es de hecho; la autoridad, extrínseca. Probaré con textos de filósofos del siglo XIX, célebres, de reconocida y universal reputación: 1. Que la doctrina de Condillac que ustedes llaman buena es funesta y desastrosa. 2. Que ha caído combatida no por la escuela espiritualista y la teológica, sino por la escéptica e impía; y 3. Que la doctrina de las ideas o creencias intuitivas es la admitida hoy en las primeras universidades de Europa. Estos son los textos:

[1.] La filosofía sensualista de Locke había, es verdad, encontrado en Condillac un hábil intérprete. Condillac no hizo, en efecto, sino continuar a Locke; él dio solamente extensión a su sistema, ligó sus partes más íntimamente y esclareció algunas. Personalmente (hagámosle esta justicia) Condillac no iba hasta las últimas y desastrosas consecuencias de su sistema; quizá no las preveía porque así frecuentemente sucede. Si Locke, religioso antes de su filosofía, permaneció religioso después de su filosofía, no debe concluirse que la filosofía de Locke sea religiosa. El materialismo, tal como lo hemos visto en nuestros días, no ha sido sino la consecuencia lógica y necesaria de la filosofía de Locke comentada entre nosotros por Condillac. Nunca es bajo su forma primitiva, sino bajo la última y definitiva que un sistema filosófico aparece claramente lo que es en sí con todas sus consecuencias políticas morales y religiosas. Helvecio, cuyo famoso libro del espíritu no es otra cosa que la constante negación de todo lo que puede encontrarse de bueno y de noble en la naturaleza humana, fue en moral el órgano y el apóstol de la doctrina de Condillac. El autor del sistema de la naturaleza hizo una aplicación más vasta de esta manera de filosofar. «No se puede, en buena filosofía –dice Holbach–, ocurrir a la hipótesis de un alma; el cerebro basta. El que distingue su alma del cuerpo no hace más que distinguir su cerebro de sí mismo.» La filosofía de la sensación, el materialismo de Locke y de Condillac, encontraron después nuevos intérpretes. La parte moral del sistema tocó a Volney. A los ojos de Volney, como a los de Helvecio, el interés personal es la base de toda moral y el móvil de toda acción humana. En el curso de su libro, Volney hace un inventario de todas las virtudes; en el número de esas virtudes coloca el aseo. Destutt-Tracy parte de los mismos datos de Condillac y marcha por la misma senda. En política, las doctrinas del Contrato social, de Mably, de Diderot, son las de M. de Tracy. Él desprecia la historia y la experiencia de los siglos al igual de aquellos arrojados novadores; su comentario sobre Montesquieu es la prueba. Ingenio absoluto, esencialmente lógico. M. Tracy nunca deja de ir hasta las últimas secuencias de sus principios una vez puestos; y nadie, que yo sepa, ha profesado como él con menos disfraz y miramiento las doctrinas materialistas (i). Esta fue la filosofía del siglo XVIII, incrédula sobre todo, menos sobre lo que veía, palpaba y descubría por medio del análisis y la experiencia. Sus consecuencias religiosas fueron la incredulidad; sus consecuencias políticas, la Revolución francesa. En materia de religión, Las ruinas, de Volney, y el libro de Dupuis fueron sus catecismos; en teorías políticas, el Contrato social y las teorías de Mably, su gran carta. En psicología, las doctrinas de Condillac y D. Tracy; en moral, las de Helvecio y Volney; en cosmología, las de Holbach, todas son idénticas; todas pertenecen a un mismo movimiento filosófico.» (ii)

***

Condillac fue el fundador de la escuela sensualista en Francia, Destutt-Tracy, Garat y Volney, los representantes de dicha escuela. «El punto de partida de este sensualismo es la sensación; de la sensación sale el materialismo metafísico, moral, político, estético y religioso. Al sensualismo corresponde, bajo el Directorio y el Imperio, la poca fe en las cosas morales, la corrupción de las conciencias o su baja servilidad, la conducta brutal del poder, el materialismo de las artes y el desdén hacia la religión.»(iii)

***

Condillac ha permanecido hasta estos últimos tiempos como el tipo de la filosofía francesa y jefe declarado de la escuela empírica. Negando las ideas innatas y haciendo derivar todos los hechos intelectuales de la sensibilidad, fue conducido a sostener que el alma no es capaz de ningún desarrollo sino por el intermedio del cuerpo. Él no era desfavorable al materialismo y admitía una cierta afinidad entre el alma de los animales y la del hombre. Otras continuaron con más orden y audacia en el sentido del ateísmo, del materialismo y de un riguroso determinismo, las consecuencias del sistema empírico con relación al alma y a la moral. Los hombres que se llamaban en esa época filósofos en Francia se esforzaban por hacer prevalecer la libertad de pensar; pero dominados por disposiciones estrechas y frívolas, no pusieron en crédito sino doctrinas de ningún valor, que confundían al hombre con la naturaleza o divinizaban el mundo; que declaraban la creencia en un Dios dudosa y poco necesaria, y que combatían toda religión positiva como una impostura de los sacerdotes.(iv)

***

Sin embargo, haciéndole justicia (a Condillac), debo observar que, aunque un sistema que reduce todo sentimiento (feeling) a una mera sensación y, por consiguiente, conexiona todo sentimiento con las cualidades de la materia, debe ser favorable al materialismo, y que incuestionablemente le dio vuelo en alto grado en la escuela metafísica de Francia, no hay razón para considerar al mismo Condillac como un materialista.(v)

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¿Os proponéis explicar la inteligencia por el principio célebre de la sensación, que en otro tiempo, entre las manos de Locke y de Condillac, ejercía sobre los ánimos un poder tan irresistible? Hoy, pues, sin mucha sagacidad ni grande esfuerzo de dialéctica, basta un poco de lectura para poner en descubierto, detrás del seductor principio, sus terribles consecuencias, al lado de Locke, Mandeville y Collins, al lado de Condillac, de Holbach y La Mettrie, todas las saturnales del materialismo y del ateísmo.(vi)

Me parece que basta de citas, señores estudiantes, para mostrar cuál es la opinión dominante en el día sobre Condillac. He copiado los pasajes de profesores eminentes de la escuela francesa, alemana y escocesa, que con justos títulos se pueden llamar filósofos del siglo XIX. Sin duda ignoraban ustedes los tremendos cargos que una filosofía más racional, más vasta, más consoladora, más humana, hace a las desastrosas doctrinas de Condillac, cuando dicen ustedes que se pone al niño en las manos, al principiar ideología, el arte de pensar de Condillac. Que ahora medio siglo, como ustedes dicen, se hubiera querido conciliar los principios de Condillac con la espiritualidad del alma, la idea religiosa y una ley moral universal independiente de hábitos y costumbres, cuando el mismo Condillac ignoraba el alcance de sus principios, bien está; pero que piensen ustedes hoy hacer esta conciliación después de que Tracy, Volney, Helvecio, Holbach, Lametrie desarrollaron sus principios en ideología, moral, cosmología y religión, espantando a la humanidad con las saturnales del materialismo y del ateísmo, es una cosa que no puedo concebir.

¿Creerán ustedes, señores estudiantes, que los ascéticos, los beatos, los fanáticos, los teólogos fueron los que echaron a tierra las doctrinas de filósofos de tanta nombradía como Volney, Helvecio y Tracy? No; recibió los primeros golpes decisivos de mano de los escépticos e impíos, que con lógica irresistible y argumentos incontestables probaron que la experiencia sola no basta para fundar la ciencia, y el puro empirismo, sorprendido en su impotencia de explicar los fenómenos intelectuales y la realidad del mundo exterior, cayó con estrépito. Pero oigamos sobre esto a los que se llaman filósofos del siglo XIX.

[2.] El escepticismo del ingenio eminentemente superior de David Hume, debía ejercer aún mayor influencia en la historia ulterior de la filosofía. Hume partió del punto de vista empírico de Locke; pero por medio de razonamientos sutiles y bien deducidos, llegó bien pronto a afirmar la imposibilidad de un conocimiento objetivo del mundo exterior. Sentando que nuestros conocimientos son sacados de la experiencia, prueba que la experiencia es eminentemente accidental, contingente, y no lleva consigo ningún carácter de universalidad y necesidad; y con el rigor de una lógica verdaderamente desesperante, zapa todas las verdades del orden moral, aniquila las bases de la ciencia y destruye, una a una, cada parte de la planta misma. La física, la historia natural, en una palabra, todo lo que constituye los conocimientos humanos, se encuentran en este caso. ¿No serán las ciencias más que creaciones fantásticas de nuestra imaginación? A esto la filosofía empírica no tenía ninguna respuesta que dar, a lo menos que fuera de algún valor.(vii)

***

Del punto de vista empírico de Locke, Hume echa una mirada llena de profundidad sobre la naturaleza del hombre considerado como un ser inteligente y activo. Razonamientos bien deducidos de consecuencia en consecuencia le condujeron a este resultado escéptico: que no puede haber un conocimiento objetivo filosófico, y que estamos reducidos en nuestra conciencia a los fenómenos que pasan en ella y a sus relaciones puramente subjetivas.(viii)

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Desde los ensayos de Locke o de Leibniz, o más bien desde el origen de la metafísica, al menos hasta donde llega la historia, ningún acontecimiento ha ocurrido más decisivo de su suerte que el ataque escéptico de David Hume. Confieso francamente que fue este golpe de Hume lo que me hizo despertar de este sueño dogmático de tantos años, y dio nueva dirección a mis investigaciones en el campo de la filosofía especulativa.(ix)

***

En verdad, yo había creído a la escuela sensualista más fuerte. Lejos de debilitarla, si estuviese en mi poder, yo la fortificaría, yo le daría un representante serio y digno de ella, porque encierra grandes verdades, debe ocupar un rango elevado en la ciencia y yo veo, en conciencia, como una verdadera desgracia el estado deplorable en que ha caído entre nosotros. Siento sinceramente que M. de Tracy, desarmado por la edad, no pueda entrar en lid con la filosofía moderna.(x)

***

La filosofía del siglo XVIII no tiene ya otros adeptos que algunos viejos restos del tiempo pasado.(xi)

Ya ustedes ven, señores, que no es culpa nuestra que el sensualismo de Locke y Condillac no haya podido resistir a los escépticos, que se haya mostrado débil y haya caído en presencia de sus viejos atletas. Sostienen ustedes a Condillac, le encuentran muy bueno, y repelen con soberano desdén las doctrinas que han sustituido al condillacismo. Esto me hace creer que ustedes son viejos y me recuerda lo que dice Hume, que ningún físico en Europa que hubiera llegado a la edad de cuarenta quiso nunca admitir la circulación de la sangre demostrada por primera vez por Harvey.

Caída, pues, la que se llamó filosofía del siglo XVIII, ¿qué cosa caracteriza a la que se enseña en el XIX? Me parece que en el fondo de los sistemas filosóficos de este siglo, cualesquiera que sean las diferencias que los caracterizan, lo que los distingue de lo pasado es la admisión de algo, de un punto en la inteligencia independiente de la experiencia y del testimonio de los sentidos, para poder levantar sobre él, como de base sólida y necesaria, conocimientos positivos y universal y objetivamente válidos. Llámese este algo noción, idea o creencia intuitivas, o leyes o concepciones a priori, sin ellas, según la filosofía del siglo, no hay metafísica, ni psicología, ni moral, ni teodicea posibles. Que esta es la creencia de las más célebres universidades de Europa será el tercero y último punto que probaré citando textos de los más eminentes profesores del día.

[3.] Escuela escocesa. —El más filosófico escepticismo respecto a la existencia de los objetos externos es incuestionablemente el que está fundado sobre la misma observación de los fenómenos del entendimiento. Contra este argumento yo confieso que no conozco otro que pueda ser aducido en oposición, como tampoco conozco ninguno que pueda oponerse a las extrañas conclusiones que son más legítimamente deducidas de la infinita divisibilidad de la materia y de varias otras aplicaciones físicas y matemáticas de la noción de infinito. En ninguno de estos casos, sin embargo, nuestra fe o creencia se conmueve, porque está fundada o en asociaciones tempranas, fuertes o indisolubles, como las que he procurado demostrar, o en principios de directa intuición, en aquella especie de «interna revelación que da a la razón misma su divina autoridad en las verdades primitivas sobre que ha de fundarse todo argumento.» (Brown)(xii)

Escuela francesa. —Entremos ahora en el examen de las principales ideas cuyo origen y estado actual tenemos que determinar. Pueden reducirse a tres: las ideas de intuición, las de inducción y las de deducción. Son intuitivas todas las del yo, de Dios y de la naturaleza que no tienen muestra de análisis ni carácter de abstracción. Que estas ideas se refieran en el yo, en Dios y en la naturaleza a sustancia, o a causa, o a tiempo, espacio, número, bueno, bello, verdadero, etc., desde el momento que no proceden sino de un instinto del pensamiento, son siempre intuitivas. Las ideas intuitivas son espontáneas y simplemente verdaderas. Pues que tales son en sí mismas las ideas intuitivas, no es difícil concluir lo que son en su origen. Desde luego, como ideas, no pueden ser sino los hechos de una facultad cuya propiedad es de ver y de creer, o más simplemente de juzgar; ellas no pueden proceder sino de la inteligencia; ellas no tienen otra causa. (Damiron)(xiii)

Escuela alemana. —La idea, lo absoluto, absorbe en su seno todas las realidades posibles. La idea se desarrolla en tres manifestaciones: lógica, naturaleza y espíritu. En la esfera de la lógica, la idea se determina bajo tres formas diferentes: como ser, como esencia, como acción. La idea, en la esfera de la naturaleza, se desarrolló en tres grandes determinaciones: como mecánica, como física, como orgánica. La idea en la esfera del espíritu se determina como espíritu subjetivo, como espíritu objetivo, como espíritu absoluto. El primer caso se determina como antropología, como fenomenología, como psicología. En el segundo caso, como derecho, como moralidad, como sociabilidad. En el tercer caso, como arte, como religión revelada, como filosofía. (Hegel)

He aquí las ideas o creencias intuitivas que ven ustedes como descarríos del entendimiento profesadas sin disputa en las primeras universidades de Europa. Me conformo con citarles a Brown, Damiron y Hegel, como los últimos textos que yo conozco publicados en las universidades de Edimburgo, París y Berlín; pero ellos no están aislados, cada uno pertenece a una escuela representada por insignes varones. Kant y los discípulos que ha formado, Fichte, Schelling, Hegel, profundos pensadores que han merecido la denominación de tercera familia filosófica, que va a la par de las otras dos grandes familias que cuenta la historia, la socrática y la cartesiana: Royer-Collard, el elocuente y popular orador de la restauración en Francia, el primero que atacó de frente en la Sorbona el condillacismo, seguido de los profesores Cousin, Jouffroy, Damiron; Dugal-Stewart (xiv) y Brown, eminentes profesores de Edimburgo; todos han combatido el sensualismo del siglo XVIII, y en el fondo de las grandes escuelas que representan encontrarán ustedes el famoso postulado, fundamento de la filosofía del siglo XIX:

Toda verdad necesaria, universal, inmediata e irresistible, tiene su origen en el mismo entendimiento y no deriva de la observación ni de la experiencia; toda verdad o percepción que tiene el carácter no de necesidad, sino de contingencia, no es percibida a priori en el entendimiento, sino que deriva de la observación y la experiencia.

He aquí, señores, lo que yo creo que puede llamarse filosofía del siglo; y si ustedes la desechan como no enseñada en la Universidad, como enteramente opuesta a los textos de Condillac que ustedes citan, la consecuencia forzosa es que por primera vez se enseña en nuestro país en el Colegio de la Independencia, a menos que prueben ustedes que es otra la doctrina dominante en Europa y que la sigue la Universidad. Como yo les presento a ustedes textos de profesores de escuelas, de universidades de primer orden, nombres ilustres conocidos en toda Europa, yo espero que en oposición no me citen ustedes lo abolido, lo caído en las mismas universidades, cuyos textos del día yo produzco; tampoco uno que otro escritor como un Broussais, etc., que ni son seguidos ni forman escuela, y cuyas producciones mueren al nacer; tampoco las críticas que suelen hacerse en periódicos o folletos, porque todo esto, cuando se trata de doctrinas dominantes ha de despreciarse. Yo soy el primero que quiero convencerme de si estoy o no en el error, sin ciencia, sin saber, amante solo de la verdad; si ustedes franca y lealmente me presentan autoridades más respetables que las que sigo, yo las abandono en el instante, me daré por convencido, lo publicaré y ustedes habrán adquirido nuevos títulos a mi estimación.

Hasta ahora estoy cautivado por lo que ustedes ven con lástima. Confieso a ustedes que cuando me figuro a Brown joven, lleno de títulos literarios y científicos, en una de las primeras universidades del mundo, en el siglo XIX, diciendo a lo más culto e ilustrado de su país:

Señores: No conozco argumento que oponer al de los escépticos, que ponen en duda la existencia del mundo exterior, el razonamiento humano, la lógica no alcanza allá; sin embargo, nuestra fe, nuestra creencia no se conmueve, fundada en un principio de directa intuición, en aquella especie de revelación interna que da a la razón su divina autoridad en las verdades primitivas sobre que ha fundado todo razonamiento; confieso, repito, que esto me parece hermoso, grande, sublime: una filosofía más noble, más pura, más digna del hombre, y que nunca puede remontarse hasta ella por las doctrinas estrechas y sensuales de la escuela de Condillac.

No crean ustedes que al defender yo esta doctrina tenga ni la más remota idea de hacer un agravio a la Universidad; si alguno de sus textos me parece en contradicción con otros y con el movimiento del siglo, lo digo con franqueza, sin que esto menoscabe en nada el profundo respeto que me inspiran sus distinguidos profesores y el ardiente deseo de verla siempre descollar como el primer establecimiento de enseñanza pública en nuestro país y foco de la civilización venezolana.

Al publicar mi nombre por las razones antes expresadas, no exijo de ustedes lo mismo; siempre serán muchos contra uno, será más ingenua la discusión si continúa y no por eso creo que dejará de ser siempre decente y decorosa, sin mortificaciones ni resentimientos.

Concluyo pidiendo a ustedes y al público perdón por tan largo y pesado artículo, y me suscribo su más atento servidor,

F. Toro.

***

Notas

(i) Sin embargo, los únicos textos de ideología reimpresos en Caracas para instrucción de la juventud, son los de Condillac y Destutt-Tracy.

(ii) Barón Barchou de Penhoёn: Historie de la philosophie allemande.

(iii) Damiron, profesor de filosofía en el Real Colegio de Luis Grande y en la Escuela Normal: Essai sur l’histoire de la philosophie en France au XIX siécle.

(iv) Tennemann: Manuel de l’histoire de la philosophie, traduit de Pallemand par V. Cousin.

(v) Thomas Brown, profesor de filosofía moral en la Universidad de Edimburgo: Lectures on the philosophy of the human mind.

(vi) V. Cousin, profesor de humanidades (Facultad de letras) de la Academia de París: Introducción al Manual de Tennemann.

(vii) Barchou de Penhoёn.

(viii) Tennemann.

(ix) Kant: Prolegómenos para toda futura metafísica. Traducido del alemán al inglés por Richardson.

(x) Cousin: Introducción a Tennemann.

(xi) Barchou de Penhoёn.

(xii) Debo a la bondad de nuestro ilustrado compatriota doctor Alejo Fortique las Lecciones de filosofía del profesor Brown, recomendándomelas como el texto de más crédito en Inglaterra.

(xiii) Damiron: Cours de philosophie au College Royal Louis le Grand et a l’Ecole Normale.

(xiv) Hablo de Steward sobre la fe de Tennemann y Damiron.


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