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A partir de 1830, cuando Venezuela se establece como república autónoma, hay una búsqueda de modernización que trata de copiar los adelantos materiales de Europa y de los Estados Unidos para lograr el desarrollo negado por las guerras de Independencia y por la administración colombiana. Solo un individuo se levanta contra ese afán que circula en todos los periódicos y anima los discursos políticos: Fermín Toro. Intelectual de trascendencia en la época, ve serios riesgos en la mudanza de las formas de vida y de los modos de producción que caracterizaban a las potencias liberales. Veremos ahora lo fundamental de sus planteamientos.
En Europa y América, extenso ensayo que en 1839 publica por entregas en El Correo de Caracas, descalifica el modelo de desarrollo industrial impuesto por los empresarios en el viejo continente y anhela una suerte diversa para nosotros. Poco podía esperarse de países como Inglaterra, asegura, cuando las estadísticas sociales de Londres registraban un alarmante panorama formado, ya en 1831, por 20.000 indigentes, 115 ladrones, rateros y contrabandistas; 16.000 mendigos y 75.000 prostitutas. Las reuniones de pordioseros en Wapping, St. Giles y Smittfield, así como el aumento de la criminalidad en Londres, Liverpool, Manchester y Birmingham, descubiertos por los estudios del Recueil Industriel, aderezaban el funesto cuadro. Ni de países como Francia, donde «siete millones de proletarios», un crecido número de delitos contra la propiedad y el aumento de los suicidios, testimoniaban una crisis profunda.
En el caso de Inglaterra, Toro advierte en los males del industrialismo una situación de «opresión interior» generada por un proceso anterior de injusticias y de «opresión exterior». Entre las evidencias del lapso de «opresión exterior» destaca la dominación de Irlanda, las vejaciones escandalosas en Asia, la violencia ejercida en Oceanía y el tráfico anual de 80.000 esclavos, como consecuencia de una «tenebrosa vinculación» entre el comercio y la política de expansión territorial. Los nexos entre el interés mercantil y la administración del reino permitieron la creación de un estado robusto y de una clase opulenta que aprovechó sus ingresos para la creación de un avasallante mecanismo de explotación de los seres humanos.
Veamos cómo describe los contrastes de la Inglaterra de la época:
«Que en su mismo seno a la vista de los suntuosos palacios de sus grandes, exista una muchedumbre famélica contemplando con frenética avidez las inmensas acumulaciones de la nueva Tiro, oyendo por una parte el estruendo de las fábricas de Manchester, Birmingham, Glasgow, donde la industria humana ha apurado todos sus poderes para seguir al pensamiento en sus concepciones, aumentar la lista de las necesidades de la vida y tentar en sus caprichos veleidosos la vanidad y la molicie; y por otra parte oyendo resonar en los salones de Wetsminster los acentos de la elocuencia que ostenta el saber, la libertad, el poderío y la grandeza de la nación británica, que exista, decimos, una tribu de parias, una raza de víctimas que arrastran los arreos de la miseria, de la ignorancia, del envilecimiento y del crimen, sin pan y sin hogar; lanzando en derredor miradas de envidia y desesperación, buscando a quien pedir, a quien arrebatar el alimento y dispuestos a cometer todo linaje de delitos; es una verdad que pocas veces se ha dicho entre nosotros y que debe hacerse resonar en las selvas de América para que sus oscuros moradores puedan decir la verdad: a las orillas del Támesis famoso hay más miseria y mayor degradación».
En el caso de Francia no le preocupa la explotación del proletariado, sino un extravío general de principios políticos cuya consecuencia es la «depravación moral» de la sociedad. El origen fue el «espantoso cráter» de violencia inspirado en la revolución del siglo XVIII, que impuso la fuerza como vehículo de dominación y trastornó los fundamentos éticos de la conducta. En adelante imperó la influencia de líderes «sin temor de Dios ni de los hombres», que postraron la moral ciudadana en nombre de un credo político sin legitimidad. Por consiguiente:
«Religión y moralidad son las faltas reales de Francia. Un pueblo inmoral e irreligioso no puede por mucho tiempo ser libre porque es esencialmente egoísta, incapaz de comprender otro motivo de acción que no sea el propio interés, y la libertad requiere sacrificio».
Tale falencias, prosigue, conducen al atropello de otros pueblos, como Argel y México, que refleja una «nueva cruzada a que Europa se apercibe con escándalo del mundo».
Otros párrafos de Europa y América ofrecen más estadísticas, y citas de autores de actualidad, a través de las cuales llama con desesperación a evitar un modelo de vida que solo traería calamidades a Venezuela y a toda Hispanoamérica. El ensayo hace de Toro un pensador insólito, un autor que nada contra la corriente de la época, hasta el extremo de pronosticar los perjuicios de un imperialismo invitado por la candidez de quienes terminarán en el papel de colonos disfrazados de creadores de una nueva civilización.
Elías Pino Iturrieta
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