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Antonio Nicolás Briceño, prócer de la Independencia, viene a nuestras páginas por una befa de la institucionalidad y un desprecio del orden establecido que conducen a un derramamiento de sangre que no ha merecido juicios severos por el hecho de no ser realista, sino promotor de la república. Veremos ahora lo principal de los delitos que cometió, observados en general con ojos benévolos por la posteridad.
Propietario de tierras y esclavitudes, descendiente de un linaje trujillano que proviene del siglo XVI, casado con la hija de una familia mantuana, estudiante del Seminario de San Buenaventura de Mérida y de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, que le otorga títulos de Derecho Canónico para que se desempeñe como abogado en las Audiencias de Santa Fe y Caracas; famoso en su juventud por un pleito que sostiene con su pariente Simón Bolívar por los linderos de unas haciendas, apodado El Diablo porque representó al siniestro personaje en un auto sacramental, Antonio Nicolás Briceño es uno de los diputados que destacan en el Congreso de 1812 y hacen la guerra sin suerte contra el realista Monteverde. Preocupado por la violencia que entonces se desata, llega a proponer la clemencia en el castigo de unos frailes de Valencia a quienes se quería ahorcar por delitos de conspiración. Quiere, según afirma en una carta de la época, construir una sociedad inspirada en la benevolencia.
Briceño se convierte en hombre de presa después de la reconquista de la provincia por los españoles. Marcha al exilio y vuelve a las armas desde la Nueva Granada bajo la jefatura de Bolívar, pero desconoce las órdenes del comando y llega a cometer unas tropelías capaces de provocar el alejamiento de muchos de sus compañeros de armas. ¨Me ha estremecido el acto violento que U. ha ejecutado hoy en San Cristóbal; pero me ha horrorizado más el que deponiendo todo sentimiento de humanidad, haya U. comenzado a escribir su carta con la misma sangre que injudicialmente se ha derramado, y que me haya remitido la cabeza de una de las víctimas. Crea U. que ni mi religión, ni mis principios, ni mi humanidad, permiten excesos semejantes¨, le escribe en abril de 1813 uno de sus superiores, coronel Manuel del Castillo. Don Antonio Nicolás había ordenado el fusilamiento de dos hacendados españoles de avanzada edad debido a su actitud pasiva ante los acontecimientos políticos, y había enviado sus cabezas a Cúcuta en alarde de su hazaña.
Pero antes, en Cartagena de Indias, había redactado un plan de liberación, parcialmente revisado por Bolívar, y del cual extraemos ahora las siguientes disposiciones:
2. Como esta guerra se dirige en su primer y principal fin a destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles europeo, incluso los isleños, quedan por consiguiente excluidos de ser admitidos en la Expedición por patriotas y buenos que parezcan, puesto que no debe quedar uno solo vivo, y así por ningún motivo y sin excepción serán rechazados. (…) 9. Se considera mérito suficiente para ser premiado y obtener grados en el ejército, presentar un número de cabezas de españoles europeos, incluso los isleños, y así el soldado que presente veinte será ascendido a Alférez vivo y efectivo; el que presentare treinta, a Teniente; el que presentare cincuenta, a Capitán, etc.
Tal vez hayan influido los crímenes antecedentes de Monteverde en la atrocidad de las medidas y en el proyecto escrito por Briceño, pero lo que ahora se desea destacar es la propuesta de un designio de demolición de la vida anterior, de la rutina establecida hasta la fecha, sin la sugerencia de cómo se iniciará después una convivencia diversa.
Como Monteverde antes y como Boves a la sazón, se acoge a la práctica de una ruptura radical para cuya ejecución no se mueven las ideas ni las sugestiones de carácter institucional, sino solo los sentimientos de destrucción masiva que motivan la conducta de un individuo apoyado en sus huestes. Podemos asumir que busca la restauración de la República partiendo de la violencia orientada hacia un holocausto que el lenguaje de nuestros días denomina genocidio, en atención a las pasiones que la guerra ha despertado en su sensibilidad.
Mientras ciertos compañeros de bandería, como Manuel del Castillo, permanecen aferrados a valores que pueden encauzar el conflicto y obedecen seguramente a un parecer de la superioridad, Briceño los desprecia sin formular otros en su substitución.
Pero hay motivos de mayor trascendencia que lo llevan a actuar así. Cuando responde los reproches de su compañero de armas sobresale un argumento que mucho pesará después en la historia de Venezuela. Escribe al coronel del Castillo, en 10 de abril de 1813:
Ahora si U. mira que yo soy un hijo de Venezuela, Jefe de una pequeña expedición que a mi costo y con mil fatigas y trabajos he formado para libertar a mis compatriotas, la que he puesto a disposición de U. con este fin y que también soy un miembro del Poder Ejecutivo de Venezuela según los documentos que U. mismo ha visto, y bajo cuyo concepto ha firmado el papel en que estoy reconocido como tal ¿qué extraño es que cumpla las proposiciones bajo las que he levantado estas tropas y que he mostrado al mismo Presidente de Cartagena? ¿No soy yo quien debo responder a mis conciudadanos de estas operaciones, y no quedo yo aquí mismo para que en todo tiempo me juzguen los que crean haber yo hecho excesos dignos de castigo?
El Diablo Briceño se concibe como parte de un equipo directivo, es decir, como pieza de un elenco que actúa de acuerdo con unas reglas y en atención a una línea de mando, pero también como el capitán de una hueste autónoma que puede actuar según sus deseos. Reivindica su rol de financista y organizador de una tropa para legitimar las órdenes independientes que da y las conductas duras que puede promover. Está en capacidad de crear un sistema de ascensos militares basado en la decapitación de los españoles porque sufragó los gastos de la soldadesca y dedicó grandes esfuerzos en su organización. Cuando degüella a dos desafortunados peninsulares solo ha ejecutado lo que ha anunciado: un hecho que pueden reclamarle a título individual, porque la iniciativa comienza y termina en su persona.
Como se ha visto, recuerda a del Castillo que hizo la tropa de su bolsillo y más tarde la ofreció al gobierno de Cartagena, esto es, que en el fondo ha cedido un derecho previo que le pertenece y que puede reclamar cuando le convenga. Las afirmaciones no solo forman parte del personalismo que en breve determinará la política venezolana. También ofrecen la posibilidad de entender la Proclama de Guerra a Muerte que expedirá Bolívar seis meses más tarde, pero ese es tema merecedor de un estudio más detallado y alejado de prejuicios patrióticos.
Antonio Nicolás Briceño es fusilado en Barinas el 15 de junio de 1813, por órdenes del despiadado jefe realista José Yáñez. El aeropuerto de la ciudad trujillana de Valera lleva hoy su nombre, quizá porque fuera el primer venezolano que tuvo la idea de arrojar cadáveres de españoles y canarios por los cuatro vientos.
Elías Pino Iturrieta
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