Historia Perspectivas
Las tribulaciones del peso miranda // Notas de historia empresarial venezolana
por Tomás Straka
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Los cambios que desencadenó el proceso independencia en la economía (y, con ella, en los negocios) han sido estudiados de forma muy general, y tendencialmente considerados poco importantes. Es algo muy llamativo, si consideramos que entre 1810 y 1830 ocurrieron cosas tan importantes como la quiebra de la esclavitud, que si bien pervivió por dos décadas y media más, lo hizo en una decadencia constante; el surgimiento de toda una nueva clase de comerciantes, asociados a nuevos mercados y prácticas; la implementación de lo que en aquella época comenzó a denominarse como liberalismo; y un proceso muy amplio de transferencia de la propiedad a nuevos terratenientes. Intereses políticos posteriores y expectativas sin demasiado sentido histórico sobre la independencia —que por ejemplo podría hacernos de golpe un país capitalista moderno, como soñaron algunos de sus líderes; o fundar una república democrática radical, como no existía entonces en ninguna parte— ayudaron a crear esta visión. Pero el hecho es que sí fue una revolución, y no sólo eso: fue una que generó transformaciones de entidad, más allá de lo que quisiéramos o soñáramos, por las razones que sea, desde hoy.
En la presente entrega nos enfocaremos en tres fenómenos que en lo sustancial fueron nuevos, que trastornaron la vida venezolana (y también, como veremos, la otros lugares como Cuba y Puerto Rico) y que por su naturaleza tienen un alcance teórico muy amplio. Hablamos de la subida de los precios de las mercancías, en algo que se parece bastante a una inflación (pero que en Puerto Rico lo fue sin duda), conectada con algo que podríamos definir como la inyección de dinero inorgánico. Aunque en el proceso intervinieron otros factores, tanto lo que pasó entonces, dos protagonistas centrales tiene esta historia: el malhadado “Peso Miranda”, impreso en Venezuela en 1811; y las monedas macuquinas, algunas acuñadas desde antes de la independencia, pero producidas a gran escala durante la guerra y después esparcidas por las Antillas, como una suerte de dinero inorgánico que disparando los precios dondequiera que llegaran, sobre todo en Puerto Rico. En Venezuela el problema se resolvió a final permitiendo la circulación de divisas fuertes extranjeras, lo que llamaríamos la morocota.
El atribulado “peso Miranda”.
En la Venezuela de 1810 a 1820 confluyeron dos elementos clave para una subida de precios: la caída de la producción interna debida a la guerra de Independencia, y la contracción de los mercados mundiales por el contexto de las guerras napoleónicas. Aunque lo mundial ya venía afectando, y mucho, desde finales del siglo XVIII, primero por el bloqueo inglés a las costas en los momentos en los que España fue aliada de Francia, y después por la ocupación francesa de la península; lo interno terminó de estructurar una especie de tormenta perfecta.
No es cosa de insistir en el tema de los saqueos, las confiscaciones y la recluta de mano de obra para los ejércitos, que practicaron los dos bandos. Es algo que está en general bien estudiado. Veamos algunas cifras para entender el impacto que estas medidas generaron: según algunos cálculos, el ganado vacuno pasó de unas 4.500.000 cabezas en 1812, a sólo 256.000 en 1823; para 1810, por La Guaira y Puerto Cabello se exportaban 120.000 fanegas de cacao anuales, mientras en 1816 sólo se exportaron 30.000; la Gaceta de Caracas del 6 de marzo de 1816 calculaba en 414 el número de casas arruinadas por el terremoto de 1812… Para 1815, se había reparado solamente una[1]. Con menos producción interna y menos productos parta importar, es comprensible que los precios subieran. Por ejemplo, la arroba de casabe que costaba 2,42 reales en 1800, en 1810 había subido a 4,57, a 5,13 en 1813, a 8,14 en 1822 y después baja hasta llegar a 7,33 en 1830; la libra de fideos (sí, ya comíamos pasta) que estaba en 0,81 reales en 1800, subió a 3,25 en 1810 y alcanzó 3,60 en 1814 , para bajar a 1,74 en 1815 y mantenerse más o menos en el mismo precio hasta 1830 (aunque en 1820 se disparó por un tiempo a 6,00 reales); la carga de maíz pasó de 26,00 reales en 1800, a 53,72 en 1810 y mantenerse en ese estándar por los siguientes años (en 1830 estaba en 55,75 reales); la libra de queso blanco subió de 0,20 reales en 1800 hasta 0,43 en 1815, valor en el que se mantuvo por la siguiente década; la unidad de queso de Flandes pasó de 7,22 reales en 1800 a un espectacular precio de 32,00 reales en 1814, para bajar a 15,53 al año siguiente y mantenerse en ese precio; una botella de vinagre que costaba 0,86 reales en 1800, subió hasta 1,78 en 1810, llegar a 1,85 en 1815 y mantenerse en ese costo (para 1830 estaba en 1,84)[2].
Ahora, sumémosle a todo esto, el problema de la escasez de numerario. Los venezolanos, como casi todos los habitantes de la América Española, pasaron en cuestión de pocos años de tener la moneda más fuerte del mundo, el peso fuerte, que se usaba como moneda de intercambio internacional[3], a tener monedas que no valían nada (como el irónicamente llamado “peso Miranda”), o casi nada, como la macuquina. En efecto, una de las consecuencias de la independencia, es que los pesos fuertes que llegaban sobre todo de México, donde se acuñaban[4], comenzaron a escasear en todo el Caribe. A eso sumó el hecho de que con la incertidumbre por los cambios políticos y, muy pronto, la guerra, las monedas de oro y plata fueron guardadas –y, cuando fue posible, sacadas del país- por sus dueños. Es decir, básicamente dejó de haber circulante y eso paralizó muchas actividades, incluso tratándose de un mercado muy poco monetarizado para los estándares modernos. Como no se trataba de la primera vez que algo así ocurría en una revolución, la república decidió aplicar en esto, como en tantas otras cosas, la “solución” que ya se había aplicado en las revoluciones norteamericana y francesa: el papel moneda. Lo que pareció no haber tomado en cuenta de estas experiencias anteriores, es que en los dos casos los resultados habían sido catastróficos.
El 27 de agosto de 1811 el Congreso decretó la emisión de un millón de pesos en billetes de 1, 2, 4, 8 y 16 pesos. Es un cono monetario que hoy podría llamar la atención (¿billetes de 8 y 16 pesos?), pero que respondía a al hecho de que aún no se había asumido el sistema decimal, de modo que estamos hablando de una relación de ocho reales por peso, por lo que los billetes eran de ocho reales, dieciséis reales, treinta y dos reales, sesenta y cuatro reales, y ciento veintiocho reales. Como hemos visto con los precios, el cálculo para aquellas transacciones que no eran muy grandes se hacía en reales, cosa que se ha mantenido en nuestra cultura: hasta hoy queda en el habla de los venezolanos. Decimos que cuando alguien tiene mucho dinero “tiene mucho real”, o cuando algo es muy costoso entonces “cuesta un realero”, o cuando alguien hizo un buen negocio: “se ganó unos reales”. Pero precisamente, como aquellos reales circulaban en monedas de plata (o fracciones de pesos fuertes de plata), a nadie le pareció que los billetes fueran más que un papel que tenía como único respaldo la promesa de un gobierno en el que cada vez gente creía menos, algo así como un pagaré otorgado por una persona en cuyas finanzas no había ninguna confianza. De modo que cuando se le llamó, con sorna, “Peso Miranda”, toda la impopularidad del que pronto sería nombrado Dictador y Generalísimo de los Ejércitos de la República, se transmitió a los billetes[5]. Así, como pasó en Estados Unidos y Francia, nadie en realidad quiso recibir los billetes, y aquellos a los que se les obligó a hacerlo, sintieron que básicamente los estaban confiscando, los venezolanos vieron a los billetes como una pesadilla. De hecho, como otra buena razón para deshacerse de la república, como lo hicieron en breve.
De la macuquina a la morocota
El papel moneda pasó tan rápido como el primer ensayo republicano, cosa que en 1812 la mayor parte sintió como un alivio, pero la falta de numerario se mantuvo. Así se volvió a una solución más vieja, y a su manera efectiva: la acuñación de pesos macuquinos o macuquinas. Se trataba de monedas que no se hacían con cuños, sino que se moldeaban a martillazos, como los patacones (de allí que, un poco con ironía, en el Caribe se les llama aún patacones a cierta forma de preparar el plátano verde frito, picado en partes que a golpes se le da forma redonda, pareciéndose mucho al patacón colonial), pero a diferencia de los viejos patacones, no siempre con metal de buena ley. De hecho, las monedas macuquinas solían combinar el oro y la plata con otros metales, lo que equivalía a una especie de creación de dinero inorgánico, ya que el valor facial de la moneda no correspondía al intrínseco del metal. Veámoslo así: un peso de plata que, en realidad, contenía menos de un peso en plata. O que con la cantidad de plata que debía hacerse un peso, se hacían dos, o tres o tal vez más. En situaciones normales, a eso se le llama falsificación. Además, como no eran acuñadas, no tenían cordoncillo, por lo que era fácil desprenderle pedazos, en parte para facilitar el cambio (se hacía ya con los pesos fuertes de plata: fuertes porque eran de buena ley), y en parte porque el valor de la macuquina se desprendió tanto, que muchos las rompían para obtener el metal, fundirlo y venderlo por monedas de mayor valor u otros bienes que sí pudieran cambiarse por moneda verdadera.
Tal vez en Venezuela las macuquinas ayudaron al aumento de los precios, pero la situación de guerra hizo que su circulación fuera restringida, tanto en el caso de las acuñadas por las autoridades realistas como de las muy pocas acuñadas por los republicanos[6]. No obstante, sus consecuencias fuera del país, especialmente en Cuba y Puerto Rico, fueron muy grandes. En efecto, cuando una gran cantidad de venezolanos realistas emigraron a Puerto Rico después de la Batalla de Carabobo, sus macuquinas se convirtieron en un verdadero problema. Es sólo una de las aristas de un tema muy importante, el de la emigración, en el que ya nos detendremos. Para aquel momento, Puerto Rico ya venía sufriendo el problema de la escasez de circulante cuando los pesos mexicanos dejaron de llegar y nada menos que el gobierno colonial decidió imprimir papel moneda. Como en todas partes, nadie lo quiso recibir, cosa que le facilitó el camino a las macuquinas, que por baja que fuera su calidad, al cabo algo tenían de plata.
Los emigrados, como se les llama en los documentos venezolanos de la república (para efectos españoles eran técnicamente súbditos que se desplazaban de una provincia a otra), eran sobre todo de las capas medias de la población, como artesanos y comerciantes, lo que significa que muchos tenían algunos caudales que pudieron llevarse consigo. El problema fue que buena parte de ellos estaban en macuquinas. Así, mientras en Venezuela comenzó a haber escasez de mano de obra calificada y gran cantidad de casas y fincas abandonadas[7], Puerto Rico vivió una inyección de población y mano de obra calificada, pero también de algo que se pareció bastante a lo que hoy llamaríamos dinero inorgánico. Madrid se alegró por la posibilidad de atraer finalmente población para la isla, por lo que dio toda clase de facilidades –incluso tierras- a los emigrados, pero no se imaginó que el problema de la inflación, que ya era un problema en la isla, llegaría a niveles nunca antes vistos.
En efecto, las macuquinas venidas de Venezuela, junto a las que comenzaron a acuñarse en Puerto Rico, generaron verdaderas distorsiones. Hay que recordar que Puerto Rico tuvo, probablemente, el primer caso grave de inflación en América, que en 1811, cuando aún las macuquinas venezolanas no habían llegado en masa, alcanzó un 300% anual. La inflación siguió siendo un problema por mucho tiempo. Hay que recordar que tanto el papel moneda como las macuquinas tenían un valor nominal que no correspondían al que poseían en metal, lo que, por una parte, expandió la masa monetaria, en grados peores a lo que ya la plata americana había hecho en España en el siglo XVII, sino que además lo hizo sólo en valor nominal, lo que hizo que formalmente hubiera más oro y plata del que realmente había. En Puerto Rico el problema no se resolvió hasta 1857, cuando finalmente se prohibieron las macuquinas y lograron ser recogidas y cambiadas por monedas de buena ley.
En Venezuela la república lo resolvió como Estados Unidos cuando asumió como moneda de curso legal al sapanish dollar (que en cuanto comenzaron a acuñarlo, simplemente lo llamaron dollar), es decir, permitiendo lo que ya era una realidad: la circulación de monedas de buena ley extranjeras. El peso venezolano se mantuvo como una unidad contable, pero en la práctica no existía. Hasta que en 1871 empezó a circular el venezolano (que pasó a llamarse bolívar en 1879), lo usual fue la circulación de monedas extranjeras. Aún se recuerda a las morocotas, como se les llamaba a los dólares de oro por su color y forma relativamente similares al pez morocoto[8], pero de forma paulatina fueron siendo abandonadas en las siguientes décadas. El bolívar funcionó bastante bien. Su estabilidad puede medirse por el hecho de que por cien años, de 1879 a 1983, tuvo un valor de unos cinco por dólar (a veces bajó a siete por dólar, y a veces subió hasta algo más tres por dólar: nunca, como se afirma en la leyenda urbana de las redes, valió más que el dólar). Y si bien sabemos que la diferencia entre lo que representaba un dólar a finales del siglo XIX, y lo que significó en la década de 1980, hacen de esta comparación algo bastante limitado, no deja de ser irrelevante que por más de un siglo el cambio se haya mantenido estable.
Además, esta estabilidad no fue necesariamente siempre buena, no significó una especial bonanza ni significó que fuera una moneda muy valorada, al menos hasta la década de 1930, cuando se mantuvo estable –y lo siguió estando por cincuenta años- en un mundo de devaluaciones. Tampoco significó que en su conjunto la sociedad fuera próspera (al contrario, una gran parte de la población vivía en la pobreza y sólo un 20% estaba realmente monetarizado, según algunos cálculos). De hecho, la revaluación del bolívar a partir de 1930 fue vista como una maldición para los productores venezolanos, que no podía exportar su café por los altísimos precios de cualquier cosa hecha en Venezuela. Pero sí significó que cosas como la inflación de inicios de la independencia o como la vivida por Puerto Rico, quedaran en el completo olvido. Hubo algunos casos puntuales, sobre todo cuando el petróleo comenzó a bombear mucho dinero y en la década de 1930 las quejas por el costo de la vida se hicieron comunes. Sin embargo, no fue hasta finales de la década de 1970 que se vio una inflación de dos dígitos, punto del que no ha hecho sino subir desde entonces y, ya a finales del siglo pasado, la maldición del “peso Miranda” pareció haberse posesionado del bolívar.
No deja de ser llamativo, visto todo este recorrido desde 2023, que un descalabro monetario iniciado en parte por un billete revolucionario sin valor se haya remediado por una especie de dolarización.
***
Notas:
[1] Federico Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, Caracas, UCV, 2da. edición, 1973, T. I, pp. 221-222
[2] Los datos fueron tomados de Tomás E. Carrillo Batalla (Coord.), Proyecto cuentas nacionales de Venezuela 1800-1830. Series de precios y sueldos de la administración pública, Caracas, Banco Central de Venezuela, 1999, dos tomos.
[3] Muchos países de Asia siguieron usándolo por mucho tiempo, o usando monedas basadas en su valor, con el nombre de piastra. Como veremos, EEUU lo adoptó como moneda con el nombre de Spanish dollar.
[4] Gran parte del circulante que llegaba a Venezuela y a todo el Caribe, provenía de la Nueva España, tanto por la vía del Real Situado, es decir, del dinero que desde la Nueva España se enviaba a las otras dependencias del Caribe español para el pago de la administración pública; y de la venta de cacao.
[5] El apoyo a la reacción realista de 1812 y la rebelión popular de 1814, demuestran que la república fue muy impopular hasta alrededor de 1820, cuando un conjunto de errores políticos de España, y finalmente su crisis con la Revolución Liberal; las sucesivas victorias del Ejército Libertador, la creación de un Estado viable con la República de Colombia, medidas como las propuestas abolicionistas del Bolívar, la supresión de las normas de segregación racial, el reparto de tierras entre oficiales y soldados, así como la aparición de líderes de gran arraigo popular, como José Antonio Páez y Manuel Piar, inclinaron la balanza hacia los patriotas.
[6] En 1817 José Antonio Páez, que ya tenía algún control de Apure, acuñó el llamado “real de El Yagual”.
[7] Véase: Marco Tulio Mérida, Emigración de Venezuela a Puerto Rico tras la ruptura colonial, Caracas, s/n, 2006; y Alejandro Cardozo Uzcátegui, “El ramo de cacao. Exilio, pobreza y lealtad de los inmigrantes venezolanos en Puerto Rico, 1813-1873”, Revista de Indias, No. 282, 2021, pp. 473-501
[8] Sobre el tema: Ángel O. Navarro Zayas, Historia monetaria documental de Puerto Rico (la moneda macuquina), Ponce, s/n, 2016; Daniel Lahoud, Escenas de historia monetaria en Venezuela, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2001; y Tomás Sthor, Macuquinas de Venezuela, Caracas, Armitano Editores, 1992.
Tomás Straka
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