Fotografía de Ernesto Constante | RMTF
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Contar es una acción esencial de nuestro día a día. Nos pasamos la vida contando; es una forma de organizar la experiencia, de compartirla, de hacer memoria, de informar, de estar en relación con los otros. Todos contamos pero no lo hacemos de la misma forma, ni con tanta gracia o chispa, y no todos escribimos para contar.
El que escribe para narrar tiene un foro privilegiado donde comparte historias y se convierte en voz de algunos o de muchos. El que escribe debe decidir la forma que tendrán esas historias, las palabras que construirán ese relato, el tipo de personajes, la estructura y la estética de lo contado. De modo, que alguien que escribe debe saber contar y hacerlo con gracia.
El Costurero de lata, de Naky Soto, reúne un conjunto de textos escritos por una mujer que tiene talento para echar cuentos. Las pequeñas piezas de este libro son historias sacadas, tomadas del cotidiano de la autora. Fueron recogidas en la cola de la caja del supermercado, en la barra de una panadería, caminando por una calle o viajando en metro. Estas crónicas son historias que podríamos acumular cualquiera de nosotros, seguro tenemos muchas parecidas, pero Naky se propuso escribirlas. Estas piezas, aparentemente sencillas, las podríamos ubicar en el lado B de lo que mira la crónica: no se trata de lo evidentemente violento, pobre, injusto, freak o estrambótico. Digamos que se trata de la pequeña escala del cotidiano. Son textos que abordan las cosas simples (y algunas que no lo son tanto) de la vida, que nos acercan a historias divertidas, tristes, curiosas; que revelan las contradicciones, la solidaridad, los prejuicios, el humor o la ternura de la gente.
Costurero de lata trata sobre personas, en su mayoría mujeres, observadas y contadas por la mirada risueña, reflexiva y bien humorada de Naky. Escritas con un estilo directo, inteligente, que juega con la oralidad, las crónicas parten de la experiencia propia de Naky, ya sea porque es protagonista o porque es testigo, pero siempre lo que muestra está tamizado por su sensibilidad, percepciones y posición ante la vida. La escritora brasileña Rachel de Quieroz dice que la crónica “es el género más confesional del mundo. Pues el cronista, casi invariablemente, toma el tema de los comentarios que hace de su propio cotidiano, o del asunto del día a día en el país, en la ciudad, en su barrio”. Sabemos que Naky hace la estoica tarea de resumir diariamente lo que sucede en el país pero, al mismo tiempo, ella va guardando en su lata de galletas reutilizada otras historias que también son parte del día a día del país, y en ellas encontramos a una Naky que nos confiesa entre líneas su pasión por la escritura, su inquietud por los asuntos femeninos; que nos dice a pedacitos de ella misma, de sus emociones y sentimientos; y, sobre todo, revela su hermenéutica del otro.
Otra cronista, pero venezolana, Elisa Lerner, dice que para ella la crónica es una “manera de estar en la vida; una manera dialogante, amable, donde está el otro, donde no estoy yo sola… es una manera poco arrogante de estar en la vida. También es una forma de ciudadanía”. Costurero de lata es un diálogo amable con el otro, con los otros, es la relación de Naky con lo diverso, diferente, distinto, es el encuentro en las calles de Caracas con otras personas y miradas de la vida y la realidad. Es la manera de estar en la vida de Naky. En estos textos, además, el otro deja de ser algo abstracto, se convierte en una persona como cualquiera de nosotros y nos puede ayudar a comprender la importancia de estar en el mundo en relación con el otro. Eso que señala Lerner de saber que no estamos solos ni somos únicos. El otro en Costurero de lata es un motorizado, una amiga, la señora que te habla sin parar en la cola para pagar el pan, es el señor que te hace el café todos los días, es el vigilante de tu edificio, es la persona que va leyendo en el metro, es el señor que va sentado en el puesto de al lado en la camionetica, es nuestra mamá, es nuestra pareja, somos nosotros. Naky mira, observa a los otros no solo para contar sino para tratar de comprender el mundo, para mostrar lo diverso, para cuestionar ciertos asuntos, para incluso verse a sí misma a partir de esos personajes. Finalmente, la mirada de la cronista es un espejo en el que nos vemos reflejados con nuestras sombras y nuestra luminosidad.
Cuando el lector abra el Costurero de lata se encontrará con unas crónicas caraqueñas, de una caraqueña que camina y recorre la ciudad con una libreta en la mano, que revelan, abierta o disimuladamente, como dice Queiroz que hace toda crónica, “los sentimientos, angustias, esperanzas, alborozos del corazón, pérdidas, promesas y alegrías” de las personas (…), y “le compete al lector inteligente desentrañar las entrelíneas” eso que Naky está diciendo de nosotros mismos, de la sociedad.
Diajanida Hernández
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