Perspectivas

La primera lista de libros en Venezuela

Mapa en "The Principal Navigations" de Richard Hakuyt. Londres, 1598.

26/10/2019

Las listas de los libros que se leen en una ciudad en una época determinada son un precioso testimonio para conocer el estado de la cultura en ese lugar y en ese momento. En el caso de las primeras ciudades de la América española, se trata de una forma de estudiar los inicios de la cultura europea en nuestras tierras, un instrumento invaluable para acercarnos a la historia de las mentalidades en el Nuevo Mundo. Las primeras listas bibliográficas hechas en las ciudades cultas de la América hispana entre los siglos XVI y XVII (Santo Domingo, México, Lima y Bogotá. Caracas y Mérida en lo que después será Venezuela) se remiten a inventarios de bibliotecas conventuales o privadas, testamentos y actas mortuorias puesto que los libros se heredaban, acuses de préstamos, listas de importación de libros traídos de Cádiz o Sevilla, pleitos judiciales en que los libros constituían una preciada forma de pago y, por supuesto, procesos inquisitoriales o de incautación de textos prohibidos. En nuestro caso está claro que, como dice Julio Febres Cordero en su Tres siglos de imprenta y cultura venezolanas (Caracas, 1959), durante la colonia en nuestras ciudades “se leía, y mucho”. Sin embargo, la primera lista de libros hecha en Venezuela tiene una historia muy diferente.

El cuento lo echa don Ildefonso Leal en su invaluable Libros y bibliotecas en la Venezuela colonial (Caracas, 1978), que ya hemos citado en otras ocasiones. A principios de 1633 llegan a Margarita noticias muy inquietantes. Al parecer, colonos ingleses se han establecido en Trinidad, entonces parte de los dominios españoles de ultramar. Se dice que los ingleses han levantado fortificaciones e incluso han esclavizado a algunos indios, poniéndolos a su servicio. De inmediato se imparte la orden de organizar expedición contra los invasores. El 26 de febrero el gobernador de Margarita, don Juan de Eulate, despide la cruzada, que va capitaneada nada menos que por su primogénito, Juan Álvarez de Eulate. La expedición no solo logra capturar a los invasores, sino que confisca también “un barril de libros en lengua inglesa, los cuales se tienen por heréticos y como tales se mandó se trajesen para entregar al Santo Oficio de la Santa Inquisición”.

El legajo 180 correspondiente a la Audiencia de Santo Domingo del Archivo General de Indias contiene el expediente que se instruyó entonces. En el mismo se incluye el catálogo de los “Libros apresados a los ingleses en la Punta de la Galera (Isla de Trinidad) y llevados a la Isla de Margarita, Año de 1633”, la primera lista de libros hecha en lo que después será Venezuela. La lista es por demás inexacta, puesto que la mayoría de los libros están en inglés y es evidente que el amanuense que la hace no domina el idioma. La misma está precedida por un encabezado que reza: “Inventario y minuta de los cuerpos de libros que se remiten al Rey, Nuestro Señor, en manos de don Fernando Ruiz de Contreras, de los que cogió don Juan de Eulate, en la Punta de la Galera al enemigo”. 

Pero ¿qué es lo que leen estos ingleses que tanto pudiera preocupar al rey de España? La lista contiene los títulos un total de 35 libros, entre las cuales figuran un “Primero intitulado The Principal Navigations, que según parece trata del Descubrimiento y razón de las partes y Reinos del Orbe. Pasta negra”; “Otro cuyo título empieza The Tirland Last Volume, que según parece trata de lo mismo que el antecedente. Pasta negra”; “Otro que comienza el título History of Twelve Caesar (sic), que según parece es Historia de los Césares Romanos, traducido en inglés de Suetonio Tranquilo. Pasta pergamino”; “Otro que empieza el título The Historie, que según parece es traducción de la Historia de Plinio. Pasta negra”; “Otro que empieza el título Olympeou, y son las ‘transformaciones’ de Ovidio. Pasta pergamino”; “Otro intitulado Les Epistres, que son Epístolas de Cicerón. Pasta negra”, y así por el estilo…

Es verdad, no falta razón de preocuparse a los burócratas de Su Majestad. A comienzos del siglo XVII y ante la decadencia española, la hegemonía de Francia y la expansión comercial de los Países Bajos, Inglaterra emerge como una potencia política y económica. The Principall Navigations, Voiages, Traffiques and Discoueries of the English Nation (Londres, 1589), el libro que encabeza nuestra lista, es un firme alegato en favor de la colonización inglesa de América. Su autor, Richard Hakluyt (1553-1616), fue un influyente clérigo que ocupó importantes cargos en la catedral de Bristol y después en la abadía de Westminster, antes de llegar a ser Secretario de Estado de la reina Elizabeth I y más tarde de Jacobo I. Ya en 1582 Hakluyt había publicado sus Divers Voyages Touching the Discoverie of America, que había dado notoriedad. Su cercanía al rey fue crucial en la emisión de las cartas patentes que autorizaron la colonización de los territorios de Virginia. Jacobo I, además, apoyaba firmemente a la iglesia anglicana en contra de los católicos.

Otros textos por el estilo conforman la lista, así como compendios de geografía y cosmografía, pero ninguno tuvo la influencia de la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, la Historie que aparece en la lista. Verdadera enciclopedia que reúne todo el saber de la antigüedad, los 37 libros de la Historia pliniana tuvieron una autoridad crucial en la conformación del imaginario geográfico y de la idea del mundo durante la Edad Media, especialmente aquellos libros que versan sobre geografía y la etnografía de las regiones situadas en los bordes del mundo conocido. Ya en el siglo II Aulo Gelio decía que Plinio había sido “el hombre más sabio de su tiempo” (aetatis suae doctissimus). Su influencia se extiende a los catálogos de “maravillas” tan populares en la Edad Media, pero también, conviene tenerlo en cuenta, a los Cronistas de Indias, de modo que a Plinio no solo lo leyeron los ingleses. Hay noticias de que la Naturalis Historia era leída directamente en latín, o traducida al español, por lo menos desde los tiempos de Alfonso X el Sabio.

En cambio respecto de los demás títulos antiguos que conforman la lista, llama la atención el hecho de que todos hayan conocido una gran popularidad también en España. Así la Historia de los doce Césares de Suetonio, las Metamorfosis (llamadas en la lista ‘transformaciones’) de Ovidio o las Cartas de Cicerón. Todos estos textos habían sido traducidos al español desde el siglo XIV por lo menos, a más de leídos directamente en latín desde mucho antes, como nos cuentan Lafarga y Pegenaute en su Historia de la traducción en España (Salamanca, 2004). Entonces, ¿por qué estos libros son “tenidos por heréticos” y se les manda al Santo Oficio, como dice el expediente? Quizás simplemente por el hecho de estar traducidos al inglés, la lengua de los herejes.

A menudo la historia gusta de hacernos inciertas metáforas y oscuras premoniciones. Quizás si el curioso caso de la primera lista de libros hecha en Venezuela, tan lejos del solaz de las bibliotecas y la paz de los conventos, y tan cerca de ataques e invasiones, confiscaciones y herejías, haya sido una sombría advertencia sobre las accidentadas relaciones que mucho después tendrá el poder con la inteligencia y la cultura en nuestro país.

 


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