Perspectivas

La era del resentimiento

01/02/2020

Ájax lleva el cuerpo de Aquiles, bajo la protección de los dioses Hermes (a la izquierda) y Atenea (a la derecha). Ánfora de cuello ática de figuras negras c. 520-510 a. C

¿Qué relación guardan la violencia desatada en Latinoamérica, el mensaje de Trump en los EE.UU., los chalecos amarillos de Francia, el independentismo catalán y el Brexit? Todos estos fenómenos son producto de causas diferentes; sin embargo, se nutren de una raíz común: indignación, rabia y sed de justicia.

El alma humana es universal. Sus oscuras motivaciones también lo son. Lo que puede leerse en la primera página de Pedro Páramo podría ofrecer una pista a la intrincada capilaridad de estos movimientos. Ahí una madre le dice a su hijo:

«No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

–No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

Es una extraordinaria descripción de lo que el resentimiento representa en el fondo de la psique. Lo que le es dado a uno vivir, lo robó otro. El debate está en pedir o exigir. Y no se cuenta con el alivio del olvido. De lo contrario el otro no lleva la carga en su memoria. Hay que cobrarle la vida robada a causa de su desprecio, y hay que dejarle la carne viva en culpa.

Lo que se observa en la persona que lo sufre es que, incluso después de haber sido «resarcida y recompensada» –en el caso de serlo–, el hueco negro de la insatisfacción persiste. Y es que parece que se “quisiera” algo que en la dimensión del tiempo y el espacio dejó de existir. O nunca existió.

La vida psíquica del sujeto queda consumida por la estrechez emocional del resentimiento, el tipo de pulsión que detiene la evolución de la psique y actúa como rémora.

Apegos feroces

El resentimiento remueve nexos de dependencia con conexiones emocionales profundas. Desacuerdos y diferencias son percibidos como desprecio si carecen de correspondencia emocional. Reflexionando conmigo sobre el tema que le producía indignación y rabia, un paciente me expresó: «para que exista el resentimiento tiene que haber una relación afectiva; si no, no es posible».

Para él, el nexo del afecto trasmite el sentimiento.

Si la expresión individual del resentimiento es cáustica para la vida entre dos personas, para un individuo es letal. El sentir amargo, enconado en el cuerpo, con expresión latente, asumido en soledad, teniendo que aparentar, sin el golpe de la venganza en el otro, se torna sobre el individuo.

Y sobran causas perdidas para resentir. Tarde o temprano algún asunto tocará nuestra inferioridad. Aquello donde carecemos de competencias cognitivas, emocionales, sociales, económicas. Algo que nos resta igualdad y justifica nuestra conducta reactiva. Un asunto donde la inconformidad o la insatisfacción hace un hueco en el estómago, y alguien nos lo hará sentir.

Es urgente redimir las frustraciones. Y sucede que el rencor se lleva mejor en grupo. Hacer una proyección de nuestra complejidad inferior, cargada de envidia, ira u odio, en un asunto colectivo resulta mas cómodo.

No es necesario manejar en el mundo interior aquel rencor que nos hace pasar trabajo y sufrir. Por lo que el reto de la individuación se puede desechar. Además, sentirnos parte de una masa inconsciente que piensa del mismo modo nos excita. Estimula nuestro sentido de pertenencia.

¿Que mejor espejo para reflejar nuestras carencias que una causa social «justa» –de cualquier índole– que nos permita identificarnos? Aquí, la psicopatía ha hallado un nicho. Los nexos emocionales se establecen con entes cercanos y conocidos. Sin embargo, puede haber lazos invisibles, afectos que cohabitan a la sombra de la consciencia y necesitan colgarse de algo o alguien. Un estímulo colectivo, y se tornan visibles. Si se tiene suerte, esos vínculos afectivos ocultos encuentran refracción: un individuo puede personificarlos y contenerlos.

La mecha, por lo general, es un personaje resentido y carismático, con contenido arquetípico: un líder, un guía, una santa, un místico, un delincuente famoso, el presidente de una nación, etc. En fin, alguien «ofendido» que ejerce. Dichos personajes pueden establecer una conexión afectiva sobre aquellos a quienes tienen bajo su influencia, y aplican la división de la secta: los malos y los buenos, los oprimidos y los opresores; es decir, saben hacer florecer la pureza del oprobio.

Cuando una causa colectiva surge, muchas veces no importa cual, justifica el valor personal y se trasforma en retribución individual. En su expresión colectiva, el resentimiento causa estragos. Es como un germen de cambios sociales que en su mayoría degeneran. Con el resentimiento, lo afectivo queda relegado. Sin embargo, se resiente de aquel con quien hubo nexo alguna vez, y aun se tiene. El resentimiento se vuelve infinito, no por el odio sino por el vínculo de afecto dependiente que alguna vez existió.

La lista de emociones de Aristóteles

En la lista de emociones propuestas por Aristóteles, no se encuentra el resentimiento. Pudiera ser que para el griego antiguo no fuese considerado una emoción. En el Áyax de Sófocles es mencionado; no obstante, la disputa por las armas de Aquiles es entre iguales. Odiseo y Áyax son héroes, y la cólera de Áyax porque le hubiesen arrebatado lo que consideraba suyo es el origen de la tragedia.

En la antigüedad, el resentimiento no se reconoce como se identifica hoy día. Lo que no descarta que se haya experimentado. Su manifestación ha sido considerada como algo que “surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos… el sentimiento y el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ojeriza, la perfidia”.1

Es posible inferir de manera hipotética, que el hombre griego libre no reprimía sus manifestaciones emocionales, y que ese sentimiento opresivo correspondiera exclusivamente a la psique del esclavo. De ahí el escrutinio de ser un sentimiento que implique una desventaja. Alguien con poder se impone con desprecio, y el otro obedece enconando el malestar.

Nietzsche hace una observación: “la rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores”.2

Aquel que se siente oprimido, despreciado y hace causa común con otros, tiene necesidad de crear “un mundo nuevo, un Nuevo Hombre”, por lo general al revés de como está, pues nada de lo que existe tiene valor; ha sido desacreditado por el desprecio de los de arriba a los de abajo. “El amo se creía fuerte y no lo era; se creía revolucionario y no lo era; se creía amo y no lo era. Presentación Campos lo despreciaba”.3

Creer que el hombre contemporáneo experimenta las emociones de la misma manera que el griego antiguo, podría ser un atrevimiento. Antes, la esclavitud era legitima. Hoy día, solo focos clandestinos persisten. Quizá el griego antiguo concebía el destino como un tipo de consciencia “superior” atada a las formas de la naturaleza emocional e instintiva de cada quien, vale decir, algo que está más allá de lo que se pueda disponer con la voluntad y la acción.

El estudioso irlandés en asuntos clásicos, E. R. Dodds se expresa sobre los elementos irracionales de la conducta en el griego como “una injerencia en la vida humana por parte de agentes no humanos”4, es decir, dioses o demonios que de forma arbitraria modificaban las circunstancias del sujeto: la responsabilidad individual no había aparecido. Y la idea de justicia cósmica y sus sanciones, estaba asociada a una concepción primitiva de la familia como unidad moral.

En los personajes del teatro trágico griego, el destino sucede al misterio de su existencia. Era inevitable. Delimitaba su realidad. La consciencia trágica era inherente a su proceder. Un cambio notable sucedió con el advenimiento del cristianismo. La herencia judeocristiana transformó la forma de percibir la realidad del hombre occidental.

«La tragedia es ajena al sentido judaico del mundo (…) donde hay compensación hay justicia y no tragedia (…) La concepción judaica ve en el desastre una falta de moral o una falla intelectiva específica (…) Los poetas trágicos griegos aseveran que las fuerzas que moldean o destruyen nuestras vidas se encuentran fuera del alcance de la razón o la justicia».5

 En la cita de George Steiner se puede percibir la forma como la herencia judeocristiana modeló la psique del hombre occidental actual. Cuando hay compensación, la posibilidad de que la psique del ser humano aprenda algo más allá, se limita a la recompensa. Se aprende de aquello que se asimila, sin explicación, ni indemnización.

El resentimiento se mueve en aguas turbias. Es un sentimiento producto de la represión de las emociones. La atmósfera creada por la herencia judeocristiana parece haber introducido una modificación psíquica: el resentido tiene sed de justicia, aunque el premio que reciba por su sufrimiento lo deje vacío. Nada le devuelve lo que cree que merece.

Si es una emoción o no, lo dejamos a la libre decisión de cada quien, aunque a lo que más se asemeja es a un padecimiento.

Si una emoción no se convierte en el reflejo que la representa, no se puede tener consciencia de ella. Su función es su expresión en la actitud, la conducta y el padecer humano. Si eso no es posible, la emoción se encona. No se puede traducir su lenguaje, ni aprender de ella, y puede que luego tenga un efecto devastador para quien no la ha podido manifestar, y para el entorno que le rodea.

La educación sentimental

La educación apoyada en la domesticación de los instintos, el apego a las tradiciones, la cultura, y al reconocimiento de los estados emocionales, no es la que hoy se privilegia. Lo racional y lo material están sobrevalorados en detrimento de lo emocional. Así que el trabajo de educarse se vuelve un asunto individual, sostenido por la cultura. Rousseau acota que “aquel, entre nosotros, que puede tolerar mejor las alegrías y las penas de la vida, en mi opinión, es el mejor educado”. En todo caso, según una interpretación libre a la cita de Rousseau, aquel que sabe tamizar las dificultades y extraer las experiencias vitales para la existencia sin que aquello caiga en un saco de rencores y pensamientos oscuros –y además le sirva para evolucionar desde la psique–, es el más educado.

Se dice fácil, pero el asunto requiere una buena dosis de aceptación de las circunstancias personales. De distinguir las diferencias, de valorarlas; es decir, requiere de individuación. Desde que apareció la recompensa y la justicia, no hay necesidad de hacerlo, ha perdido sentido. Lo justo es mas importante, y nos compete a todos.

La persona resentida, antes de valorar, juzga las experiencias de vida con un toque paranoide. Su aparato emocional tuerce la evaluación de las circunstancias, emociones y estímulos que recibe de lo que le rodea, la carga con ira, culpa, rabia, ambición, agresión, deseo, codicia, reclamo de amor, necesidad exagerada de reconocimiento. Es decir, vive una fantasía sobrevalorada no cumplida. Padece para obtener rédito, una compensación moral o monetaria; por lo tanto, el responsable de su padecimiento siempre va a ser otro.

La fuerza destructiva del resentimiento parte de una raíz: la incapacidad de separarse del otro, y une por causa común. La indignación y la ira son la gasolina. Los agitadores sociales saben que el odio y el miedo son instrumentos de separación entre los hombres y, paradójicamente, son la argamasa de grupos sociales donde el individuo es un número.

Puede que una sociedad donde escasee la valoración educada, en torno a su realidad, se transforme en una cárcel; la justicia y la ley imperan por encima de la condición humana. Y debe estar preparada para constantes motines, revoluciones y delincuencia.

El destino, como lo concebía el griego antiguo, desapareció de la psique del hombre llevándose la consciencia trágica; igualmente, la superpoblación comenzó a ser un problema, y la equidad social se tornó en valor de justicia social a tener en cuenta, ya que el resentimiento y su destructividad habita en todos nosotros. Lo importante es estar alerta.

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Referencias

1. SCHELER, Max. 1938. El Resentimiento en la Moral. Buenos Aires: ESPASA-CALPE, S.A.

2. NIETZSCHE, Friedrich.1887. La Genealogía de la Moral.

3. USLAR-PIETRI, Uslar. Las Lanzas Coloradas. Presentación Campos, capataz de la hacienda.

4. DODDS, Eric Robertson.1980. Los griegos y lo Irracional. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

5. STEINER, George.1970. La muerte de la tragedia. Caracas: Monte Ávila Editores C.A.


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