Entrevista
Juan Carlos Méndez Guédez: “Necesitamos convocar la risa para sobrevivir”
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El venezolano Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967), cuyas obras muestran la profunda preocupación que le causa la realidad venezolana, es un escritor que afirma tener cada vez menos certezas.
En una época en que se respira un militante feminismo, Los maletines brinda una conmovedora visión sobre un «padre coraje» capaz de traspasar ciertos límites con el fin de procurar la supervivencia de sus hijos.
Esta novela, publicada en España por Editorial Siruela y en Francia por Ediciones Métailié, recientemente ha sido contratada por Black Square Edition de Nueva York. Este 2023 Ediciones Curiara la ofrece al mercado venezolano.
Méndez Guédez es un autor prolífico que en el lapso 2016-2022 publicó títulos en España, Venezuela y Colombia, entre los que destacan: La noche y yo (Madrid, Páginas de Espuma, 2016); El baile de Madame Kalalú (Madrid, Siruela, 2016 / Caracas, Madera Fina, 2016); Veinte merengues de amor y una bachata desesperada (Caracas, Madera Fina, 2016); La ola detenida (Madrid, HarperCollins Ibérica, 2018); El vals de Amoreira (Bogotá, El Taller Blanco, 2019); La diosa de agua (Madrid, Páginas de Espuma, 2020) y Round 15 (Bogotá, Caballito de Acero, 2022) .
¿Había imaginado que los maletines cargados de dinero provenientes de Venezuela ya no los entregaría un personaje de ficción, como el Donizzeti de su novela, sino que saldrían de la mano de algunos gobernantes?
Cada vez que estalla un nuevo escándalo de corrupción en Venezuela, que en ocasiones tiene implicaciones internacionales, en las redes algunos lectores hablan del carácter profético de mi novela. Es halagador pensar la ficción de esa manera, pero cuando escribí Los maletines e imaginé la cadena de chantajes, compra de conciencias y negocios oscuros que movía el poder a través de maletines, ya habían sucedido algunos escándalos.
La ficción tiene esa potencia: es una máscara que genera otras voces y desde esas voces nos asomamos a lugares que no deseamos contemplar en nosotros y en lo que nos rodea.
Lo que me interesaba en esta novela era reflexionar sobre varios puntos: los nuevos modos con que ahora se ejerce la paternidad; la fuerza movilizadora que tiene la amistad en nuestras vidas; la forma en que la podredumbre de una dictadura no solo se queda en las altas esferas, sino que desciende y contamina a una sociedad; el amor a los hijos y el electrizante sabor de la venganza.
Los maletines se desarrolla en un ambiente sórdido, con espacio para la ternura y la alegría. ¿Cómo capta los momentos oportunos en la narración para introducir el humor?
Uno tiene que estar conectado con su historia, conocer sus pulsos, sus variantes. En buena parte de mis libros aparece el humor e irrumpe de una manera natural. Los seres humanos necesitamos convocar la risa para sobrevivir. Quizá en esta novela de la que hablamos, en la que suceden acciones vertiginosas, escenarios de historia de espías o peligrosas persecuciones, encontraremos menos humor que en otros de mis libros como El baile de madame Kalalú o Chulapos mambo, pero el tono de la historia me pedía esa dosificación. Adoro el humor, pero dejo que fluya cuando la situación lo permite.
Te pongo un ejemplo, yo creo que Ifigenia (1924), de Teresa de la Parra, maneja esas pinceladas de humor con una precisión envidiable. Dos de las mejores novelas que he leído en estos años: Simpatía (2021), de Rodrigo Blanco Calderón, o Los cielos de Curumo (2019), de Juan Carlos Chirinos, no las recuerdo habitadas por el humor; sin embargo, creo que son retratos muy hondos, muy conmovedores sobre la condición humana, sobre el dolor de la Venezuela de este momento. Para mí son títulos tan entrañables como el divertidísimo La vida exagerada de Martín Romaña (1981), del peruano Alfredo Bryce Echenique, que es uno de los libros que más he leído y que más quiero.
Uno de los temas que exalta Los maletines es la amistad. Una amistad duradera a pesar de las diferencias de gustos sexuales y opiniones políticas contrarias de dos de sus personajes.
Pienso que esta novela refleja precisamente una amistad perdurable que como las amistades verdaderas es capaz de sobrevivir a las diferencias. Esto surgió de manera natural en Los maletines. Desde El Quijote pensamos que toda gran aventura requiere de dos personas que la emprendan. El otro es indispensable para lograr la plenitud, la risa espontánea, el alivio, la continuidad de la aventura. Al pensar y escribir esta historia tuve la certeza de que eso debía ser parte explícita del modo de escritura. Por eso hay aquí dos narradores, dos distancias diferentes sobre lo narrado. Un modo de reflejar las divergencias, las separaciones, las sumas que dos amigos pueden realizar en torno a unos mismos hechos.
La novela muestra el momento en que un antichavista y un chavista descubren que el primer deber que tienen es salvar a los suyos y salvarse ellos, aunque para lograrlo deban enfrentar enemigos crueles y peligrosos; eso es algo que solo se atreven a hacer reviviendo la amistad que los unió en el pasado.
Ha cambiado de ciudad y de país y también es un escritor que se mueve entre distintos géneros. ¿Cree que puede querer una segunda patria casi tanto, igual o incluso más que la propia? ¿Sucede igual con los géneros y los libros?
No sé si quiero de igual modo los géneros. Como lector, desde luego que necesito pasear de uno a otros, pero como escritor es inevitable tropezar con los límites de mi capacidad. Es cierto que me suelo desplazar, no solo de géneros sino de registros. Miguel Gomes comentó en una ocasión que le llamaba mucho la atención mi manera de reinventarme en cada título. Me encantó esa lectura suya; sentir que, en verdad, cada libro es un comienzo, es un nuevo viaje.
En cuanto a si se puede querer una segunda patria tanto como a la primera, imagino que eso va en cada persona. Tabucchi adoraba y conocía muy bien Portugal; algo que se encuentra presente en sus libros. Luego pensemos en ejemplos menos literarios: todos esos españoles, italianos, portugueses, colombianos que se radicaron en Venezuela y que la han amado con gratitud, con inmensa ternura, con ferocidad, porque saben que esa es su casa. A mí me ha sucedido lo mismo con España. Mi ojo está de manera cotidiana en lo que sucede en Venezuela y en lo que sucede aquí. Son mis dos pasiones, mis dos insomnios, mis dos furias, mis dos alegrías. Hay temas sobre los que en mí presencia no permito que se hable con desprecio o maldad. Si quieres verme muy cabreado habla injustamente de España. Amo, respeto, tengo gratitud y admiración por este país maravilloso, generoso y plural, por las gentes del lugar en el que vivo y del que formo parte hace treinta años.
¿Por qué es importante para usted la publicación de Los maletines en Venezuela?
Los lectores venezolanos siempre han estado allí; siempre vivo su ternura, su curiosidad, su apoyo. La novela ha tenido un camino muy grato que se inició en España, que a través de la traducción se extendió a Francia, que ahora mismo se extenderá a Estados Unidos. Me apetecía mucho que también mis paisanos pudiesen tener esta historia en sus manos. A muchos debería resultarles próxima; sucede en calles que caminan, tiene palabras y situaciones que conocen. Por eso estoy tan feliz del inmenso esfuerzo que hace Ediciones Curiara al apostar por este libro. Lo he dicho en alguna parte: los editores, las librerías, los lectores de Venezuela son una forma de resistencia ante el horror. Me gusta formar parte, aunque sea de una manera pequeña, de ese esfuerzo.
Le gusta trabajar o reinventar mitos y leyendas. Una muestra de ello es La diosa de agua. La escritora Irene Vallejo nos acerca al mito de Anteo, que rescata el misterio de «ese cordón umbilical que nos une a la tierra en que nacimos… el poder de Anteo era su arraigo», «hasta el último momento Anteo buscó la caricia de su tierra materna».
Es un mito que me encanta. También me conmueve mucho el cuadro de Zurbarán. Se supone que uno debe identificarse con Hércules pues es el prota, pero a mí me produce mucha pena ese gigante que va a ser destruido precisamente porque ha perdido el contacto con la tierra. Disfruto mucho que en mis libros aparezcan relecturas, revisiones de mitos griegos, chinos, wayús, waraos, pemones, guaraníes, mayas, celtas. Me encanta leer mitos, y luego en mi cabeza comienzan todos a alimentarse unos a otros. Lo mismo con las leyendas: me fascinan, viven en mí. Y por eso al escribir aparecen mezcladas, hago un trabajo imaginativo de transformación. Creo que, en tiempos recientes, desde las universidades gringas se ha esparcido la idea de que eso no puede hacerse, hay que respetar las etiquetas, cada universo cultural debe permanecer aislado del resto y mantener su pureza. Aprovecho para pedirles perdón por mi mala conducta. Lo siento, soy venezolano, adoro las mezclas y las vivo como una expansión de lo humano y de la vida.
Volviendo a Anteo, me encanta esa idea de que cada tanto debas pisar la tierra para alimentarte de ella. Y mi tierra es un lugar donde todo apunta a la mixtura, a la recombinación, a la reinvención de lo que estaba allí y lo que apareció de lejos.
Hablemos del lenguaje. Rafael Cadenas señala: «La lengua está más cerca de nuestro ser que cualquier otro instrumento. La tenemos a flor de los labios, de piel y de alma». ¿Qué le divierte más cuando escribe, el contenido o la forma?
Un escritor, entre otras cosas, es su lenguaje. Por lo general, me llega una voz, alguien a quien le pasan cosas, alguien que me susurra frases, alguien a quien puedo mirar en ciertas situaciones. Podríamos pensar que lo primero que tengo es un personaje, pero a partir de sus palabras. ¿Sabes cómo sucedió todo en Los maletines? Caminaba por el parque El Retiro y escuché con nitidez la frase: “Solo creo en Dios cuando escucho la Pasión según San Mateo, de Bach, y cuando vuelo en avión”. Le estuve dando vueltas a la frase e imaginé una oficina siniestra y a un canalla que trabaja allí inventando noticias positivas para los milicos, haciendo guerra sucia contra adversarios del régimen, ocultando informaciones incómodas. Pese a su vileza el tipo me producía ternura; así comprendí que era un excelente padre y que pronto debería montarse en un avión. Así comenzaron a desplegarse las primeras palabras que ponían en marcha a ese personaje.
El lenguaje es fundamental en lo que cuento, no es un fin en sí mismo. Su simplicidad, su rareza, su exceso o su concisión, su universalidad o su localismo, vienen dados por la historia que estoy contando. En alguna ocasión le escuché decir a Guillermo Arriaga (que a su vez citaba a alguien) que existen dos tipos de narradores: los del verbo y los del adjetivo. Yo me ubicaría en el primer caso: el peso va en el verbo, en las acciones. Quiero que sucedan muchas cosas; lo que ocurre es que eso genera cierto tipo de relación con el lenguaje. Las palabras que voy a utilizar son las propias de lo que necesito contar.
Recuerdo que en el caso de Los maletines traté de diferenciar dos registros: el de un personaje que ama el boxeo y que tiene un fraseo más concreto, más veloz, más inundado de lo inmediato; y un segundo registro más reflexivo, más distante y elaborado, que acompaña al otro personaje de la novela.
En Los maletines leemos:
En este momento, se encuentren donde se encuentren, muchos venezolanos son seres con los hombros hundidos. Arrastran un cadáver llamado país, llamado fracaso, llamado miedo, muerte, miseria. Arrastran una pregunta: ¿cómo es posible que estos torturadores (…) hayan estado entre nosotros? ¿Cómo pudieron estar allí, acumulando tanta ambición, tanto odio?
¿Sigue haciéndose estas preguntas en sus nuevas obras?
Me despierto en las mañanas y reconozco que allí sigue mi propio odio. Odio a los monstruos que destruyeron y que humillaron a Venezuela. Los que están allí dentro, los cómplices que viven fuera. Frente a eso, la escritura es un modo de curarme, de convocar la belleza, de rondarla, de sentir gratitud por la vida y de pedirle compasión. No sé si en los libros que vienen siguen esas preguntas. Serán los lectores quienes podrán afirmarlo.
Estoy corrigiendo las pruebas de La montaña de los siete tambores que saldrá en Venezuela publicada por Ediciones Monroy. Allí hay varios puntos: por un lado, es una ucronía; imagino que la conspiración militar que ya estaba en marcha desde los ochenta alcanza su objetivo y derrocan a Luis Herrera Campíns. El resultado es idéntico: destruyen el país, solo que mucho antes de lo que ha ocurrido en la realidad. Por otra parte, también miro algo que me surgió leyendo a Campbell. Hay personas que viven un llamado a emprender el camino del héroe: un camino de aventuras y sabiduría que pueden aceptar o rechazar y en este caso mi personaje lo rechaza. Así que esta es la historia de cuando ya en su madurez, devastado por un desencuentro amoroso, los espíritus, dioses, las imágenes y rituales que abandonó en su adolescencia regresan a él reclamando su espacio.
Está prevista la aparición en España de otra novela: Román de la isla Bararida, para principios de 2024. Es la historia feroz, salvaje, terrible de dos amantes y guerreros que habitan una isla latinoamericana ubicada en una especie de edad media. Es un libro donde trabajé con mucha libertad, jugando con mixturas que habitan en mi cabeza. Son solo cien páginas, pero allí hay mitos indígenas, relatos artúricos, novelas pastoriles, poemas en prosa, cuentos de hadas, cuentos moralizantes, merengues de Elvis Crespo… Incluso me atreví a escribir un breve romance. Una narración en la que aparecen muy próximos Barquisimeto, Celanova, Fowey, la montaña de Sorte, Siquisique y Paniceiros, el pueblo asturiano del gran escritor Xuan Bello, y por la que transitan San Francisco de Asís, María Lionza, una maga llamada Merlina, goliardos, caballeros con armaduras y también un relámpago mágico y una bruja muy siniestra.
Escribo varios proyectos que van a medias. Coincido con Graham Greene cuando dice: «A veces me pregunto cómo sobreviven los que no escriben o pintan o componen música para escapar de la locura, de la melancolía, del terror».
Karen Lentini Gómez
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