Perspectivas

Juan Antonio Navarrete y la ilustración en Venezuela

06/10/2023

Fragmento de Arca de letras y Teatro universal, de fray Juan Antonio Navarrete

Tres podrían ser los representantes más notables de la Ilustración en Venezuela, que no los únicos. Un militar y dos sacerdotes. El primero es Francisco de Miranda, lector de los textos de los enciclopedistas en Caracas y protagonista de acciones provocadas por la Ilustración en Europa. Vivió lo suficiente para presenciar el ocaso del movimiento enciclopédico y ser víctima de una nueva ideología, un nuevo paradigma, el romanticismo, que tuvo en Simón Bolívar un entusiasmado representante. Miranda fue “ilustrado” en todo, en lo que hizo y en lo que escribió. Nos dejó su propia enciclopedia en forma de diarios inagotables. De los dos sacerdotes, el primero, Baltazar de los Reyes Marrero, es el más conocido y reconocido. A él le debemos los primeros comentarios sobre Newton en la Universidad de Caracas, y sobre los grandes autores de la Enciclopedia. Suya es la reforma universitaria que modernizó la institución en el país. Marrero será víctima de contradicciones insalvables: ser miembro distinguido de la Iglesia Católica y exponente de las ideas del Iluminismo. Una contradicción en términos, que lo hará víctima de persecuciones e injusticias. Las contradicciones de Juan Antonio Navarrete, nuestro tercer representante, serán, como todo lo suyo, contradicciones desmesuradas, impensables. Acaso compañero de estudios de Miranda, no se contentó con simpatizar con muchas de las Ilustración, sino que el padre Navarrete fue crítico reiterado de la Corona, críticas que inevitablemente lo convertirían en no disimulado patriota.

De lo poco que se conserva de su producción, lo que más sorprende de Navarrete, su Arca de Letras, es lo que menos sorprendería a los hombres de su tiempo. En cambio, sus otros escritos, muchos de ellos con un admirable sentido lúdico, hubiesen sido motivo de admiración por espíritus de iluministas tan distinguidos como Diderot o el mismo Voltaire. Arca de Letras es lo que llamaríamos un diccionario enciclopédico que, como digo, no sorprendería a los contemporáneos del venezolano, porque durante su siglo, el XVIII, todo el mundo, o casi, escribía diccionarios. No sería exagerado decir que se había convertido en el género preferido de su generación.

Uno de sus representantes llegó a lo inevitable, esto es, a escribir un Diccionario de diccionarios. Todo diccionario es una empresa perfectamente respetable, y la de Navarrete no lo es menos, habida cuenta de la rigurosidad lexicográfica de su empeño, una virtud no frecuente y que no encontramos ni siquiera en el difundido Diccionario filosófico de Voltaire. Para el compatriota parecen escritas estas palabras de Lucien Goldman:

Para los pensadores de la Ilustración, la vocación del hombre es la de adquirir un saber lo más amplio posible cuantitativamente y lo más autónomo y crítico cualitativamente con el fin de utilizarlo para actuar técnicamente sobre la naturaleza,y moral y políticamente sobre la sociedad. Por otra parte, en la adquisición de este saber, el hombre tiene el deber de no permitir que ningún prejuicio ni ninguna autoridad externa influya sobre su pensamiento y sus juicios. el contenido de este saber ha de estar determinado únicamente por la razón crítica del hombre.( La Ilustración y la sociedad actual).

Producir diccionarios y enciclopedias fue un signo de la época de Navarrete. La que en historia de las ideas llamamos la Ilustración o Iluminismo. La Ilustración fue la ideología que se extendió, aproximadamente, de 1688 a 1789 y que, en apariencia, tenía como objetivo insistir en la razón como única vía de acceso al conocimiento. Hoy esto parece de Perogrullo. ¿Si no con la razón de qué otra manera vamos a conocer el mundo? Durante los cien años que precedieron a la Ilustración, sin embargo, el pensamiento filosófico era más metafísico que físico. Los reyes lo eran por derecho divino; la voluntad divina todavía influía en el resultado de las empresas humanas como las batallas, fundaciones de ciudades, la salud de los príncipes (Velázquez presenta al niño Baltazar Carlos, hijo de Felipe IV, con su vestidito cargado de amuletos); los santos levitaban y entraban en éxtasis ante la presencia de Dios; los embarazos, o su imposibilidad, eran causados por complacencia o disgusto celestial, sin que importara el estado de la Trompas de Falopio o la calidad de los espermatozoides; los esclavos no eran seres humanos, así que no era pecado tratarlos de manera inhumana; la destrucción de ciudades por terremotos no era causada por fallas geológicas sino por la ira divina. Lo mismo las pestes y epidemias, que no eran producidas por bacilos y otros microorganismos, sino por disposiciones de nuestro Creador, al cual ofendimos de alguna manera.

A todo esto, y con los grandes antecedentes de Galileo, Copérnico, Bruno y, sobre todo Newton, los pensadores de la Ilustración van a oponer la racionalidad más radical. Con Voltaire, la filosofía volverá a ser más física y menos metafísica.  Se trataba, como insiste Cassirer, de reformular la naturaleza de la filosofía, priorizando preocupaciones “más vitales”. Y para serlo, un obstáculo tenía que ser eliminado. Y este impedimento era la religión; la cristiandad, para ser más precisos.

Immanuel Kant, heredero del pensamiento ilustrado, formuló la mejor y más inquietante definición. Dice Kant en sus Escritos políticos: “La Ilustración es lo que hace que el hombre salga de la minoría de edad, de la cual sólo puede culparse a sí misma. Esta minoría de edad consiste en la incapacidad de servirse de su inteligencia sin la dirección de otros. El hombre es el mismo responsable de esta minoridad, cuando ella no tiene por causa la falta de inteligencia, sino la ausencia de decisión y el coraje necesarios para utilizar el espíritu sin requerir la orientación ajena”.

La “orientación ajena” a la cual se refiere el gran pensador no es otra que la voluntad de la iglesia, que se encargó de orientar la inteligencia humana hasta la llegada de los pensadores ilustrados. Simón Bolívar, no un ilustrado, pero sí su heredero, adoptó la actitud descrita por Kant durante el terremoto de 1812. Ante la tesis de que el sismo había sido castigo de Dios por la actitud rebelde de los jóvenes patriotas, Bolívar opone la “decisión y el coraje” kantiano en una muestra de radicalismo anticlerical que habría sido admirado por Voltaire. Todavía en 1812, la iglesia insistía en la tesis del castigo divino. Desmentir esa falacia fue la gran empresa de la Ilustración. Porque de eso se trataba, de ilustrar a los hombres, de iluminarlos con la luz de la razón. Los tiempos modernos son una consecuencia de esta que hemos llamado ideología de la Ilustración.

No andaríamos descaminados si insistimos en que el objetivo central de la Ilustración era insistir en la racionalidad como vía de conocimiento. No obstante, estaríamos más cerca de la verdad si reconocemos, como destaca Paul Hazard, que se trataba de una crítica al dominio total del cristianismo. Este cuestionamiento estimuló la condena de la iglesia a muchos de los productos de la Ilustración, incluyendo la formidable Enciclopedia. Por otra parte, Voltaire nunca disimuló su desconfianza ante la institución religiosa, tal como lo escribe cada vez que puede en su Diccionario filosófico, donde podemos leer afirmaciones como estas: “La religión es la fuente de todos los disparates imaginables; es la madre del fanatismo y de la discordia civil; es la enemiga del género humano”. O, “Es absolutamente necesario, para los príncipes y para el pueblo, que la idea de un ser supremo, creador, dominador y vengativo, sea radicalmente eliminado”. Opiniones como esta, más o menos compartidas por todos los pensadores iluministas, entraban en contradicción con el pensamiento religioso. Como decíamos, Navarrete, aun más que el padre Marrero, va a ser protagonista de esta irreconciliable contradicción. ¿Cómo ser miembro de la iglesia y simpatizar, al mismo tiempo, con sus más acérrimos enemigos? Al final, sentimos que Navarrete, incapaz de superar esta insuperable contradicción, está más cerca de la Ilustración que de la religión. El profesor García Bacca lo reconoce cuando destaca el espíritu tolerante del monje franciscano. Y, como se sabe, la intolerancia se encuentra entre los principios fundacionales del cristianismo. Esta actitud de tolerancia por parte de Navarrete, nos recordará José Balza, es lo que le concede, con su prefiguración de parte de la literatura venezolana contemporánea, una inquietante actualidad.

La militancia de Navarrete en la causa de la Independencia es la expresión de los cambios de la sensibilidad que se están produciendo a comienzos del siglo XIX, cuando el modelo de la Ilustración será desplazado por el modelo del Yo romántico. Sin escribirlo, Navarrete deja de ser un ilustrado y se convierte, como Bolívar, en un romántico, partidario de nuevas utopías. Su entusiasmo revolucionario está más cerca de los líderes de la independencia que de su precursor. Ha dejado de ser uno de nuestros tres grandes ilustrados y se ha convertido al romanticismo, como cuando se expresa en palabras que parecen las de un héroe de Byron: “En Caracas estamos trabajando para destituir el despotismo, que no cesa en muchos petulantes; y procurar la felicidad para el Ciudadano… el pueblo es el único soberano…Instruir al Pueblo es un ramo de nuestra Santa Libertad”. El viejo paradigma será recluido en La Carraca y el nuevo triunfa, protagonizado por un joven caraqueño a quien no le avergüenza, porque es un atributo romántico, haber sido víctima de un delirio en su ascenso al Chimborazo. El Siglo de las Luces dará paso al Siglo de los Sueños. El siglo de los últimos años del inefable franciscano Juan Antonio Navarrete.


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