Perspectivas

Ignorancia, política y xenofobia

05/10/2019

Xilografía de Sebastian Münster de 1544 que representa, de izquierda a derecha, un esciápodo, un cíclope, unos siameses, un blemio y un cinocéfalo. Imagen de Wikimedia Commons.

En carta fechada el 4 de mayo de 1718, escrita por Manuel Martí y Zaragoza, doctísimo humanista, deán de Alicante que fue bibliotecario del Cardenal José Sáenz de Aguirre en Roma, helenista y “especialista en antigüedades e inscripciones romanas”, se lee la siguiente disuasión dirigida a un joven llamado Antonio Carrillo, el cual desea venir a estudiar a América:

¿A dónde volverás los ojos en medio de tan horrenda soledad como la que en punto a las letras reina entre los indios? ¿Encontrarás por ventura, no diré maestros que te instruyan, pero ni siquiera estudiantes? ¿Te será dado tratar con alguien, no ya que sepa alguna cosa, sino que muestre deseo de saberla –o para expresarme con mayor claridad-, que no mire con aversión el cultivo de las letras? ¿Qué libros consultarás? ¿Qué bibliotecas tendrás posibilidad de frecuentar? Buscar allá cosas tales, tanto valdría como querer trasquilar un asno u ordeñar un macho cabrío.

Por esos caprichos del destino, en 1736 la carta cae en manos de Juan José Eguiara y Eguren, catedrático de la Real y Pontificia Universidad de México, religioso y brillante predicador. Eguiara y Eguren es un apasionado lector de textos eclesiásticos, especialmente de oratoria sagrada, en los que busca inspiración para sus reputados sermones. Es así como da con la afrentosa epístola, y su indignación es tal, que se propone de inmediato “vindicar de injuria tan grave y tan atroz a nuestra patria y a nuestro pueblo (…) hija tan solo de la ignorancia más supina”. Su venganza consistirá, nada menos, en componer la monumental Bibliotheca Mexicana, bibliografía escrita en latín que recoge cerca de dos mil obras y autores españoles, criollos y aborígenes, no solo de la Nueva España, sino también centroamericanos, dominicanos y venezolanos. De la Bibliotheca Mexicana, la primera compilación bibliográfica de Hispanoamérica, solo llegó a imprimirse un primer tomo en 1755 (hasta la letra “C”), quedando otros cuatro inéditos en la Universidad de Texas. Finalmente, no fue hasta 1990 que se imprimió en México, con texto latino y traducción.

La polémica de América

En realidad, las opiniones del cultísimo Martí, autor, por cierto, también de una Defensa del pedo (Oratio pro crepitu ventris, Lausanne, 1767), se inscriben en una larga tradición de agravios y degradantes opiniones sobre nuestro continente y sus habitantes, que aún tendrá continuación años después y tal vez hasta nuestros días. Con el tiempo, estos insultantes prejuicios cobrarán forma de ciencia y filosofía. En un estudio insuperable, La disputa del Nuevo Mundo (Milán, 1955), Antonello Gerbi rastrea a profundidad lo que los historiadores darán en llamar “la polémica de América”. Tras la querella, que busca cuestionar las capacidades intelectuales del indio e incluso del criollo americano, puede entreverse no solo la esencia eurocéntrica de buena parte del pensamiento ilustrado, sino también una puesta en duda del papel colonizador de España por parte de las potencias que la rivalizan. El primero en plantear tales ideas será el naturalista francés George Louis Leclerc, conde de Buffon, con su tesis acerca de la “inferioridad” de las especies animales americanas. A Buffon, que escribió una Histoire Naturelle en 44 tomos (París, 1748-1788), le seguirá el prusiano Cornelio de Pauw, quien realmente desatará la polémica con sus Recherches philosophiques sur les américains (Berlín, 1768-1769). A él se suman otros como Guillaume Raynal, que escribió una Histoire philosophique et politique des établissements des Européens dans les deux Indes (Amsterdam, 1770) y el escocés William Robertson, autor de una History of America (Londres, 1770). De América dirá de Pauw que “es, sin lugar a duda, un espectáculo grandioso y terrible, el ver una mitad de este globo, a tal punto descuidada por la naturaleza, que todo es en ella degenerado y monstruoso”.

Claro que del otro lado de la polémica hubo también ardorosos defensores de las bondades de América y el talento de los americanos. Es el caso del jesuita veracruzano Francisco Javier Clavijero, autor de una Historia antigua de México (Cesena, Italia, 1780). Clavijero pensaba que de Pauw, “como en una sentina de albañal, había recogido todas las inmundicias”. También el padre Mier, tan ilustrado, dijo que las afirmaciones del prusiano eran “delirios dignos de una jaula”. Ciertamente la polémica sobre la “leyenda negra” había revivido, como en tiempos de Sepúlveda, Las Casas y Vitoria, pero lo que nos interesa aquí es comprobar cuán larga es la tradición del miedo, el rechazo y el desprecio por los que habitan lo lejano y lo desconocido.

Plinio el Viejo y los antropófagos

Monstruosos eran, ya de antiguo, los habitantes al borde del mundo, los extremos de la ecúmene. En el libro VII de su Naturalis Historia, Plinio el Viejo nos hace un recuento de las repugnantes formas y hábitos de estos pueblos tan alejados de Roma. Nos dice, por ejemplo, que “hay ciertas tribus de Escitas que se alimentan de partes de cuerpos humanos”, lo que practican también cíclopes y lastrigonas, se lee en la Odisea, compartiendo “esa monstruosa característica”. También nos informa de que los germanos, “pasando los Alpes”, practican sacrificios humanos, y que “más allá de los Nasamonas está la tribu de los Machlias, los cuales son andróginos (…) Aristóteles dice que su pecho derecho es de hombre, y el izquierdo de mujer”. Del África y el oriente afirma que “la India y parte de Etiopía están llenos de cosas milagrosas (…) sus filósofos, a quienes llaman gimnosofistas, se quedan desde el amanecer hasta el ocaso sobre la arena hirviente, observando el sol con los ojos inmóviles”.

Gracias al libro VII de la Naturalis Historia, y al resumen hecho por Solino el gramático en el siglo IV, nos enteramos de la existencia de la fauna humana más variopinta, que invariablemente habita los confines del mundo: atlantes, sátiros, trogloditas, cíclopes, amazonas, pigmeos, brahamanes, gimnosofistas, etíopes acéfalos, escitas antropófagos, cinocéfalos (cabezas de perro), panotis (de orejas inmensas), hipópodos (patas de caballo) y los temibles pánfagos que, como su nombre lo indica, se lo comen todo. Solino tomó todo este increíble muestrario y lo compiló en su De mirabilibus mundi (“Acerca de las maravillas del mundo”), que circuló con el subtítulo de Collectanea rerum memorabilium (“Colección de cosas memorables”) y que, a través de las colecciones de mirabilia y los bestiarios de la Edad Media, nutrió por mucho tiempo la imaginación y los temores de los exploradores europeos. También de los conquistadores españoles.

La Naturalis Historia de Plinio el Viejo es quizás la compilación que reúne el mayor acervo científico, cosmológico y etnográfico de la Antigüedad. Sus fuentes se remontan a Heródoto y más allá. Contiene en sus 37 libros todo el saber existente hasta el siglo I en que fue compuesta. Sin embargo, como dice Vladimir Acosta en sus Viajeros y maravillas (Caracas, 1993), su intención está lejos de ser una simple compilación de curiosidades y prodigios. Tras lo pintoresco y lo maravilloso subyace un discurso italocéntrico destinado a legitimar el papel de Roma en tanto que garante de la civilidad, la paz y la mesura.

Mucho más que ignorancia

Los historiadores coinciden en que no hay otro texto que haya influido más en la Crónica de Indias, y por tanto en la invención de América, que la Naturalis Historia. En algún lugar de la Recopilación historial de fray Pedro de Aguado dice:

Estos giraharos están poblados en tierra montuosa; es gente desnuda, muy enemigos de los españoles, grandes guerreros y salteadores (…) Usan de arcos grandes y anchos y muy recia flechería, la cual tiran y avientan con gran furia, de suerte que si aciertan con ello pasan a un hombre de parte a parte. Es gente idólatra y muy supersticiosa (sic).

Y Francisco López de Gómara, que nunca estuvo en América, en su Historia general de las Indias nos cuenta:

…a los sacerdotes llaman piaches; en ellos está la honra de las novias, la ciencia de curar y la de adivinar; invocan al diablo, y, en fin, son magos y nigrománticos.

Todo esto apunta, lo hemos dicho otras veces, a la invención y configuración del concepto del bárbaro, el salvaje, el otro. Sin embargo, y como afirman Cusset y Salamon (À la rencontre de l’étranger, París, 2008), “el bárbaro no existe por sí mismo, sino que se define por contraposición con el otro, con el hombre civilizado”. El bárbaro, en todo caso, será necesario para la autodefinición, surge como necesidad a la hora de configurar el concepto de sí mismo y del propio destino. Se hace, pues, imprescindible para toda autoafirmación. Allí entra en juego un discurso patémico, una retórica de la alteridad, de la demonización del otro, una estética de lo repugnante, del asco y el horror que busca la manipulación a través del miedo, del rechazo hacia lo excéntrico.

Al igual que con aquellos naturalistas e historiadores de la Ilustración, tras el texto de Plinio, así como de los de los Cronistas de Indias, se esconden las excusas para la conquista y el sojuzgamiento que en su momento emprendieron Roma como España. Pretextos para la manipulación política. No será arriesgado sugerir que todas estas historias pueden ser leídas como parte de una propaganda cuidadosamente pensada. Hoy, los soportes y los medios pueden haber cambiado, pero las intenciones continúan intactas. Quizás tras la xenofobia se esconda mucho más que, como pensaba el bueno de Eguiara y Eguren, una ignorancia supina.


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