Ulises y las sirenas (1891), de John William Waterhouse
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Diario de Milán. Parte III
Milán, martes 5 de diciembre de 2017
Guerras, posguerras y Odiseo
“La historia es una pesadilla de la que estamos intentando despertar”, dice uno de los personajes de James Joyce. Un sentimiento que, seguramente, comparte la mayoría de los venezolanos, víctimas (esta es la palabra justa), de la tragedia provocada por una administración que, en lugar del bien común, ha provocado el mal general.
Veinte años después de uno de los gobiernos más desafortunados de la escasamente afortunada historia de Latinoamérica, es evidente que amplios sectores de la oposición se vean tomados por una confusa sensación de desengaño. Y no es para menos. A la inexperta e ingenua conducción del sentimiento de protesta en los tiempos más recientes (cuatro meses de telegrafiado fracaso de las manifestaciones callejeras), se han ido agregando las reiteradas maniobras inconstitucionales de la apenas disimulada dictadura. De poco ha valido lograr una dilatada mayoría en las últimas elecciones parlamentarias, porque el cinismo de la dirigencia, y su cordel de juristas genuflexos, lo ha desconocido.
Venezuela, en los tiempos de un nuevo milenio, con sus nuevas perspectivas y proyectos, se ha visto sometida a los efectos devastadores de las ideologías del milenio anterior. El socialismo del siglo XXI es la adaptación cínica del fracasado comunismo del XIX. Poco le falta al país, muy poco verdaderamente, para verse en las condiciones de ruina que vivieron Alemania e Italia después de la guerra del 1914; como aquella situación alemana, impensada e impensable hasta hace poco para nosotros, de cubrir las paredes de las viviendas más deterioradas con devaluado papel moneda.
Cantidad de signos y síntomas que nos hacen sentir en medio de las mismas coordenadas de un país de posguerra. Solo que esta vez la guerra la ha dirigido el gobierno contra la inerme población. Los resultados son los de toda contienda: hambre, enfermedad, muerte y destierro. En estas condiciones, la única respuesta existencial y política parecieran ser el desengaño y la desesperanza, el ensimismamiento y el repudio a la participación. Porque así es el desengaño: queda uno, literalmente, “contra el suelo”.
Mucho me ha ayudado entender que esta no es la actitud más apropiada, la lectura que de la Odisea, en una versión infantil, claro está, he hecho en estos días a Alessandro, mi nieto. Los enemigos del esforzado Ulises no eran una corrupta banda de psicópatas, sino contrincantes formidables, como el sanguinario y familiar Polifemo, o inmortales iracundos de la talla de Neptuno.
Lo que de la experiencia aprendió el itacense fue que los fracasos, a pesar de su reiteración, no tenían por qué ser definitivos. Obedecían a una lógica rigurosa, al final de la cual estaba la merecida victoria. Odiseo confiaba en su destino, sabía que, después de veinte años de ausencia, llegaría a su anhelada patria. Razones le sobraban al griego para ser presa del desengaño. No obstante, ni aún en los momentos más nefastos (de un solo bocado Polifemo había devorado a varios de su compañeros, que no serían los únicos), Odiseo perdió de vista su objetivo. Las pruebas están para ser superadas, pensó, no para que ellas me superen a mí. Mientras volvía al episodio de los cíclopes, que impresionó tanto a Alessandro, llegué al convencimiento de que no existe mejor ejemplo en este momento para los venezolanos, que el de este hombre, el ingenioso Odiseo, a quien solo los infortunios y fracasos llegaron a convertirlo en el más admirado de los héroes.
Milán, miércoles 6 de diciembre de 2017
Mientras preparo un curso sobre Esquilo, encargado por la profesora María Fernanda Palacios para ser dictado en Caracas a mediados del próximo febrero, me encuentro con un artículo de Claudio Magris en Il corriere della sera, donde se hace alusión al dramaturgo griego. Por las referencias de los historiógrafos helenos, sabemos que en el epitafio escrito para Esquilo, fallecido en 456 a.C., se destacaba su valerosa participación en la decisiva batalla de Maratón, donde se jugó el destino de Atenas y de Occidente, tal como lo conocemos.
No se mencionaba, sin embargo, que había sido el autor de la más permanente dramaturgia escrita hasta nuestros días. Aún así, el autor de los versos para su tumba, consideró que realmente el gran poeta debía ser recordado por arriesgar la vida en defensa de su patria. Lo de Magris es una reseña sobre la más reciente edición italiana de los escritos políticos de Thomas Mann. Aprovecha el cronista el ejemplo de Esquilo para recordar el cambio operado en Thomas Mann, que de aristocrático belicista y radical nacionalista en 1918, se convirtió, a partir de 1922, en uno de los mejores defensores de la democracia, incluso de una tan imperfecta como la de la República de Weimar.
Se trató de un cambio radical, que llevó al notable escritor de las peligrosas cercanías del nazismo, a la más valiente convicción en las posibilidades de un proyecto democrático. Las opiniones de Mann, referidas a la Alemania pretotalitaria, siguen —y esta es la opinión de Magris y de Giorgio Napolitano, expresidente de Italia y autor del prólogo— teniendo la misma urgencia que cuando fueron formuladas. Sobre todo en estos momentos críticos de una unión europea amenazada por enemigos con un inconfundible tufillo fascista.
La actitud de Mann tiene su más claro antecedente en Esquilo y es la única en momentos de grave riesgo para la polis, cual es el caso de Venezuela. Por fortuna, y con lamentables excepciones animadas por el deseo de figurar, el cinismo o la corrupción, los mejores escritores venezolanos, sin soslayar el compromiso superior con la creación, no han sido tímidos en el momento de expresar sus críticas ante los excesos y dislates de una administración con no poco de psicópata.
Alpes
Por unos días en una población de montaña en los Alpes, para aprovechar el largo asueto por las fiestas de la Asunción de la Virgen y el cumpleaños de San Ambrosio, patrón de Milán. No puede uno menos que recordar a dos conocidos visitantes de estas regiones, Nietzsche y Thomas Mann. Del primero es bueno evocar sus estadías en Sils María, la población suiza en la frontera con Italia. Del segundo son inevitables las memorias de su Montana Mágica, o Montagna Incantata, como la llaman los italianos. Pero también deberíamos recordar al olvidado Lord Byron, cuyo formidable poema dramático, «Manfredo», es la mejor relación que conozco de la experiencia del abismo blanco de estos paisajes.
No son muchos los que han querido reconocer en este tiempo el genio del bardo británico que, en vida, fue adulado e idolatrado por los mejores europeos. Su gran admirador, el más oportuno y lúcido, no fue otro que Goethe, quien llegó a situarlo al lado del mismo Shakespeare. No estoy seguro de que sea para tanto, pero, en obras como «Manfredo», no es exagerada la comparación con el Bardo.
Byron ejerció no solo como poeta sino como aventurero en un siglo como el XIX, no ayunó de estupendos protagonistas de estas empresas. En su última aventura, Byron estuvo a punto de incorporarse a la historia de la guerra de emancipación venezolana. Decidido a sumarse a los seguidores de Bolívar. Ya en alta mar, la embarcación fue desviada y tuvo que, como alternativa, ir a pelear por la liberación de Grecia del dominio turco. Allí encontraría la muerte en forma de fatal fiebre intestinal; el menos heroico de los fines para un espíritu que se sintió nacido para una flamante “Heldenleben” (Vida de héroes).
Alejandro Oliveros
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