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Diario literario 2024, noviembre (parte I): la guerra de Venezuela, poetas de La Gran Guerra (2), Ungaretti
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Milán, lunes 4 de noviembre de 2024
La guerra de Venezuela
Para todos los efectos prácticos, lo que ha ocurrido y ocurre en Venezuela es una guerra, tan sencillo como eso. Una guerra civil, un nuevo episodio de la misma pesadilla que, con carácter de exclusividad, diezmó el siglo XIX venezolano después de su prematura independencia. Las guerras se conocen más por sus efectos que por sus causas. Nadie recuerda bien las causas de la guerra de Vietnam, pero sus secuelas están lejos de haber sido superadas. Las causas de la guerra en Venezuela son irrelevantes; sus efectos, no; que son los de toda guerra seria: decenas de miles de bajas, millones de refugiados (que no somos otra cosa cuando somos extranjeros), enfermedades, aumento de los índices de mortalidad en la población, no importa dónde se encuentre; desórdenes post-traumáticos, colapso de la producción, surgimiento de una élite que se beneficia con la guerra (como en toda guerra que se respete), corrupción generalizada, desaparición de las clases intermedias, destrucción del parque industrial, tal como si hubiese sido bombardeado; deterioro casi total de los servicios básicos (agua, luz, transporte), eliminación del estado de derecho, desconocimiento de la constitución, acoso a las universidades y demás niveles de la educación, empobrecimiento humillante, y tantos otros males. Son signos de toda guerra de agresión, como la de Israel en Palestina o la de Rusia en Ucrania. En Venezuela, se trata de la agresión reiterada de una minoría resentida contra el resto de la población. Hemos entrado en el año veinticinco de esta guerra “permanente”. Un novedoso tipo de guerra prefigurado por Ernst Jünger en algunas de sus ficciones. Escribo estas notas en mi cuaderno, este precario inventario de los vates de la Gran Guerra, y me pregunto por los poetas de la gran guerra que se lleva a cabo en una imaginaria Tierra de Gracia, llamada Venezuela.
Poetas de La Gran Guerra. Italia (I)
A pesar de su importancia estratégica (el control de los Balcanes, el seguro acceso de Austria al Mediterráneo, el control de islas estratégicas como Cerdeña), la guerra entre el imperio Austro-Húngaro y el Reino de Italia ha sido dejada de lado por los historiadores fuera de la península. Es cierto que el desastre épico del Frente Occidental, las absurdas pérdidas humanas en las más estúpidas batallas y el inútil heroísmo de los combatientes, devaluó los combates, no menos criminales e insensatos, en el llamado Frente Sud-Occidental. Fue la más esforzada y costosa participación de Italia en el conflicto. Suficiente para que sus poetas cantaran sus ilusiones y miserias. Unos, como Gabrielle d’Annunzio, con la sintaxis de un estilo en decadencia, y otros con una dicción en plena formación estimulada por el genio visionario de Marinetti. De estos, el más notable, y uno de los más notables de la lírica europea, fue Giuseppe Ungaretti. Para D’Annunzio, la Gran Guerra era necesaria para que Italia, con apenas medio siglo de unidad nacional, fraguara su identidad con el alto fuego de las grandes batallas. Participa en ella como heroico piloto y como oficial en tierra inspirado en las gestas de los grandes héroes del mito. La Guerra Mundial como una reiteración de la saga troyana protagonizada por una Italia ávida de grandeza. Menos mítico y más moderno, Marinetti estaba convencido, como diría Hesse, de que para nacer era menester romper un mundo. La guerra era el pasadizo para salir del XIX e ingresar al XX. Desde 1909, estuvo anunciando el nuevo tiempo y a la nueva estética. Inventó el arte del siglo XX, por lo menos hasta sus mestizas expresiones post-moderna. Y, en su canto a la guerra (Boom Boom), prefiguraba la poesía beatnick, la concreta, la de Black Mountain, Dada y hasta y los dudosos jams poetry. Marinetti inspiró a otros poetas de la Gran Guerra, como Ardengo Sofizi. E incluso al mismo Ungaretti, que supo, mejor que sus pares, asimilar y adaptar sus intuiciones.
Milán, martes 5 de noviembre de 2024
Poetas de La Gran Guerra (2). Italia (ii)
Ungaretti, quien había nacido en Alejandría de Egipto en 1888, fue llamado a filas por el ejército italiano y destacado al duro y frío frente Sud-Occidental, en la disputada frontera con Austria. La Italia reunificada de los padres fundadores, después de la gesta de Garibaldi, era un país incompleto, cojo, en parte ocupado por el imperio austro-húngaro, que incluía entre sus colonias las importantes ciudades de Trieste y Taranto. Para Italia, en el fondo, se trataba de una segunda guerra de independencia en contra de los mismos enemigos. Casi dos años transcurrió el poeta en las inmediaciones de Gorizia, en el agreste altiplano de Carso. Sirvió como soldado en las peores condiciones, al pie de los Alpes helados y en las orillas de ríos caudalosos, como el Isonzo, a cuyas orillas se desarrollaron las peores batallas de la contienda. En las trincheras, cavadas en suelo granítico de Carso, Ungaretti escribió una serie de estremecedores poemas de guerra recogidos en 1916 en una edición de ochenta ejemplares que llamó Il porto sepolto (El puerto sepultado), recordando un puerto descubierto en las aguas profundas del mar de Alejandría. La particular sintaxis de estos modernos cantos no hubiese sido posible sin el modelo renovador de Marinetti. Sin rimas, sin estrofas convencionales, versos cortos, a menudo de una sola palabra, música entrecortada, imágenes en movimiento.
El otoño de Baudelaire
Me escribe Luis José García, baudelairiano permanente, para recordarme algo que no quería recordar. Me refiero a uno de los mejores “poemas de otoño” de la lengua francesa, que el olvido involuntario me eximió de mencionarlo cuando escribí en este cuaderno algunas notas sobre el tema de la lírica otoñal. Se refiere Luis, quien sí lo recuerda a “Chant d’automne”, de Charles Baudelaire, una de las expresiones más dramáticas del pathos otoñal que se haya escrito. Lo compuso hacia el final de su enferma y corta vida, y el asunto es su premonición del final cercano de sus días en la tierra. He preferido no volver a leerlo, y limitarme a escuchar la hermosa canción que le compuso Gabriel Fauré para barítono y piano. Aunque contaba 22 años cuando murió el poeta, es improbable que el compositor lo haya conocido. No obstante, compartieron la decadencia del Segundo Imperio, que colapsará apenas tres años después de la muerte de Baudelaire con el Desastre de Sedán. Fauré, por su parte, tenía 26 cuando los prusianos escogieron el palacio de Versalles para proclamar el imperio del káiseren 1871. Su música crepuscular es el acompañamiento justo para los alejandrinos del poeta de Las flores del mal.
Milán, miércoles 6 de noviembre de 2024
Poetas de La Gran Guerra (2). Venezuela
Aun cuando el gobierno venezolano, desoyendo la petición de los aliados, se declaró neutral, la participación de escritores de nuestro país fue la más exigua pero no la menos destacada. Dos de sus nacionales fueron reconocidos con las más altas condecoraciones concedida por los gobiernos enfrentados. Al primero de ellos, luego que los franceses les negaran la incorporación a las filas de su ejército ante su negativa a renunciar a su nacionalidad, las autoridades alemanas lo acogerían en sus filas. Y su heroica participación sería reconocida con la legendaria Cruz de Hierro, impuesta por mismo káiser Guillermo. Hablo, por supuesto, de Rafael Nogales Méndez, uno de los grandes aventureros del siglo XX, con no menos recursos intelectuales y acaso más talento como soldado que T.E. Lawrence, protagonista de una saga sin par, mezcla de un personaje de Graham Greene y Tintin, en la ingeniosa imagen de la profesora Ana Mercedes Pérez, editora de sus Memorias para la Biblioteca Ayacucho. Una acontecida existencia que comenzó en el Táchira, en el hogar de una de las familias más holgadas de la región, con un padre de origen vasco, tan preocupado por sus haberes económicos, como por la educación de sus hijos, encargada a distinguidos profesores alemanes radicados en Colombia y Venezuela. Nuestro hombre aprendió rápido y bastante. Dominó sin dificultades las lenguas occidentales y otras más recónditas como el turco. Su participación en la Gran Guerra fue la más esforzada y lo mismo hubiese hecho de haber sido aceptado por los franceses. Fue un soldado e intelectual sin ideologías, pero no indiferente a las grandes injusticias. De sus años en Turquía es su libro de memorias Cuatro años bajo la medialuna, que desconozco, pero no tanto como para ignorar que es uno de los mejores documentos con los que cuentan los organismos internacionales para denunciar el genocidio armenio. Otro de sus libros, Memoria de un soldado de fortuna, leído, pero no olvidado hace cerca de cincuenta años, le garantizarían la inmortalidad en cualquier otro idioma. Nogales no conoció el atrincherado horror de las trincheras en Sedán o el Marne, pero habría de vivir horrores no menores en las sangrientas, y no menos insensatas, acciones de los Dardanelos, donde actuó con honores en el ejército turco, aliado de Alemania. No escribió poesía lírica el venezolano, pero dejó un ars poética del moderno caballero andante digna del Quijote, escrita en tercera persona:
… (Es) un caballero de nacimiento. Para toda voluntaria o desinteresada acción audaz tiene un gesto elegante. A menudo es un soldado de carrera demasiado digno como para vender su espada al mejor postor, pero impaciente para esperar que la guerra lo siga en sus solares. No puede esperarla, la busca, la crea, la inventa y la dirige. No odia sino el orín de su armadura o una disposición pacífica en su alma. Sale al mundo a romper lanzas por sus ideales: el más fuerte de todos está incorporado en la vieja romántica frase actuar o morir. Para algunos hombres no actuar es morir de desagradable muerte espiritual… Me he considerado un ciudadano del mundo en todos los lugares del orbe en que alguna cosa se proyectaba. Un dictador que derrocar. Un ejército de patriotas que organizar y dirigir. Una utopía de oro que sobrellevar. Una ballena que arponear. Una injusticia política que señalar para presentarla desnuda al mundo. En medio de todo ellos he sostenido un solo propósito: la liberación de mi país, Venezuela, de la tiranía que lo agobia… Dios quiera que la experiencia de mis años de lucha pueda concentrarla en ese esperado acontecimiento.
No es lo menos admirable que Nogales, después de combatir al lado de Sandino y Pancho Villa, de defender con su pluma a los armenios y, con su espada, a los españoles contra los norteamericanos, y, con su inteligencia militar, a los alemanes al lado de los detestados turcos, haya mantenido la ilusión de una Venezuela sin tiranos. Conoció a Castro y lo criticó en su propia cara, escapando por suerte de una orden de prisión. Respondió al llamado engañoso de Gómez y regresó al país natal en 1909. A todos engañó el sátrapa paisano, menos a nuestro héroe:
…sólo tuve que mirar una vez en los pequeños ojos de Gómez para darme cuenta de que no ocurriría ningún cambio con la caída de Castro. Por lo menos en los que representaban los altos cauces de Venezuela.
El segundo venezolano que se distinguió en la Gran Guerra fue Ismael Urdaneta, a quien le debemos algunas de las mejores muestras de la poética del petróleo en cualquier idioma. En 1914, busca salida a una crisis existencial mientras estaba en París en la ilusión de la Gran Guerra. Se alista en la Legión Extranjera y defiende la bandera francesa en Turquía, Argelia y Túnez. Y luego en el infierno de Verdún. Sus valerosas acciones fueron reconocidas con algunas de las más altas condecoraciones. Sobrevivió apenas, después de perder la audición en un oído y el pie izquierdo por una herida de guerra. Aunque dignos, los poemas que escribió sobre sus acciones en combate parecen carecer de la inspiración de sus poesías petroleras. Urdaneta, cojo y sordo, sobrevivió a la Gran Guerra. Por desgracia, perdió su último combate contra la desesperación, la pobreza y la melancolía, suicidándose en su adoptada Maracaibo (¡Mi bella y querida ciudad!) en 1928. En estas líneas, de la más ortodoxa poesía de guerra, refiere alguna de sus experiencias en el campo de batalla:
Es tarde –oro y cobalto-
la última que yo viera,
antes de ir al asalto
de la enemiga trinchera.
¡Qué puros miré los cielos
a los parpadeos claro
del sol de los Dardanelos
detrás del golfo de los Zaros!
Horror del ¡ay! que se pierde
en el estruendo del choque;
la bayoneta que muerde
con elegancia de estoque.
Y ya en el foso contrario
épico ardor temerario
anima duelos heroicos,
y a esos encuentros parciales
de lúgubres pedestales
sirven los muertos estoicos…
¡Y en el horror del minuto
funden su cólera sorda
el hosco instinto del bruto
y el ímpetu de la honda.
La ironía quiere que, en la “enemiga trinchera”, estuviera su compatriota Rafael Nogales Méndez. El encuentro personal no se produjo, y el destino no fue ingrato y desvió los disparos de ambos hacia otros cuerpos, nacidos lejos de la Venezuela en la que habían nacido.
Milán, jueves 7 de noviembre de 2024
Ungaretti
Giuseppe Ungaretti (1888-1970) se encontraba en Milán en 1915 cuando fue llamado a incorporarse al ejército de una Italia que había decidido declarar la guerra a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro. Después de unos pocos meses de adiestramiento, fue incorporado a la Brigada Brescia en el Alto Adige. En los primeros meses de su experiencia escribió numerosos poemas. Sin medios adecuados, escribía en tarjetas postales, al margen de periódicos, entre líneas de las cartas recibidas y en cualquier pedazo de papel disponible. Siempre de noche y a la luz de una lámpara portátil con el riesgo de llamar la atención de los francotiradores enemigos. Una actitud sospechosa, que uno de los sargentos tomó como actividades de espionaje y ordenó su detención. Sería salvado por el teniente Giangreco, de quien terminó siendo un buen amigo. El primero de sus dos tenientes “protectores”. El segundo, y también poeta, Ettore Serra, describió su encuentro con Ungaretti:
Hablaba sin prisa, sin alterarse, midiendo las palabras, cabizbajo como si estuviera esperando mi reprimenda. Con la cabeza un poco reclinada, como quien mucho ha sufrido y está preparado con resignación para seguir sufriendo.
Gracias a Serra se salvaron algunos de los muchos poemas escritos por Ungaretti en el frente. Fue el encargado de ordenar el manuscrito y llevarlo para su impresión en una imprenta de Udine. Ochenta ejemplares apenas de lo que iba a ser el mítico Il porto sepolto, uno de los libros más influyentes de la lírica europea contemporánea. Como escribió Ungaretti en ese poemario, serán innumerables los poetas posteriores que, con desigual fortuna, adoptaron su estilo. A pesar de sus deseos de darse de baja en 1917, la Brigada Brescia fue enviada al Frente Occidental, donde tendría una triste figuración en las Batallas del Marne. Pudo, sin embargo, antes de que se presentara el infierno, ir varias veces a París, donde se encontraría con su viejo amigo Guillaume Apollinaire, convaleciente después de recibir graves heridas en el cráneo en una de las batallas en las que participó al principio de la contienda. Dos poetas italianos en el exilio. Apollinaire, ocho años mayor, leía los textos de sus Caligramas, escritos en francés, mientras Ungaretti hacía lo mismo con su Porto sepolto, un ejemplar de los cuales había enviado a Apollinaire apenas salido de la imprenta. Volvería al frente Ungaretti, menos entusiasta que cuando dejó la neblina de Milán para sumergirse en el corazón de las tinieblas del frente. En febrero de 1917, apenas llegado a Francia, escribió un breve poema que incluiría en otro de sus libros, La alegría del náufrago:
Rápidamente retoma
el viaje
como
después del naufragio
un sobreviviente
lobo de mar.
DE IL PORTO SEPOLTO (1916)
VEGLIA
Cima Quattro 23 de diciembre de 1915
Toda una noche
al lado de un compañero
masacrado
con su boca contraída
volteada hacia
la luna llena
con la congestión
de sus manos
que penetraba
en mi silencio
escribí
cartas
llenas de amor
Nunca me he sentido
tan
unido a la vida
SOY UNA CRIATURA
Valloncello di Cima Quattro 5 de agosto de 1916
Como esta piedra
del San Michele
tan fría
tan dura
tan seca
tan refractoria
tan totalmente
desanimada.
Así es mi llanto
como esta
piedra inútil
SAN MARTINO DEL CARSO
Valoncello dell’Albero Isolato 27 de agosto de 1916
De estas casas
no han quedado
sino fragmentos
de pared
Tampoco
es mucho lo que
ha quedado de las
que me correspondían
Pero no falta en el corazón
ninguna cruz
Es el país más devastado
mi corazón.
Milán, viernes 8 de noviembre de 2024
Nieblas
Desde que era niño siempre me he sentido bien en medio de la niebla, la “neblina”, como la llamábamos. No era una experiencia frecuente en los valles bajos y cálidos del paisaje natal. Hoy, Milán amaneció cubierta por el manto espumoso de las nieblas estacionales. Hace frío y la ausencia de vientos mantiene en suspenso este ambiente de blancos grises sin transparencia. Un signo climático que llamaba la atención de Ungaretti cuando residía en esta ciudad en algún lugar cercano al Cementerio Monumental. Había nacido en la egipcíaca Alejandría, más cerca del desierto que de los Alpes. La vida le tenía reservada una amarga experiencia como soldado en el frente neblinoso y helado de la frontera ítalo-austríaca, donde estuvo destacado durante dos años.
Dionisio en el Blue Note
A sus quince años Mike Stern se presentó con cierto retardo al acontecido 1968. No obstante, se convertiría en uno de los más emblemáticos representantes del espíritu de la revuelta. Y es ejemplar no sólo en su dedicación al oficio sino en la manera cómo se ha mantenido fiel a los valores de su juventud, que no son otros sino los del asumir el arte como una crítica permanente, no sólo de la sociedad, sino de sí mismo; la única manera de resistirse a la instrumentalización de la razón y la actividad artística. La crítica tiene que ser permanente, como permanente tiene que ser la adaptación a los violentos cambios de sensibilidad del Occidente contemporáneo. A sus setenta y uno, Stern sigue tan actual como cuando figuró en el memorable Blood Sweat and Tears. Eso fue lo que nos hizo sentir anoche en su presentación en el grato Blue Note, de Milán. Allí estábamos, algunos de sus contemporáneos y jóvenes de todas las edades, emocionados ante aquel despliegue de virtuosismo, dominio de la guitarra y entrega crítica a una música, que se ha enriquecido con sus lecturas tempranas de Miles Davis y posteriores de otros músicos como Philip Glass. No tiene nada de extraño que el mismo Davis lo haya llamado a incorporarse a uno de sus grupos. Coincidían en la fe del espíritu dionisíaco para acceder a la verdad de la música. Y esa fue la esencia del recital de ayer. Pocas veces he participado en un recital de jazz tan tenso. Noventa minutos de intensidad sostenida, incluso cuando le cedió el centro de la escena a sus compañeros de banda, entre ellos Lena Stern, su esposa, y no menos talentosa guitarrista. Y siempre oportuna para poner freno a Mike y evitar que se perdiera en el espacio durante uno de sus largos solos, una celebración de Dionisio en esta ciudad de nieblas y neblinas que se despejaron ante el brillo de uno de los mejores exponentes de la única utopía del siglo XX que valió la pena y en la cual ni Mike, ni Lena, han dejado de confiar.
Alejandro Oliveros
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