Flavia Pesci por Antonio Pérez | RMTF
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Por razones que no vienen al caso, soy testigo del efecto duradero, transformador y vital que ha tenido en un grupo de poetas el taller “Las ventanas más altas” que dicta Igor Barreto. Una de esas poetas es Flavia Pesci*, quien acaba de publicar Trazos en fuga (Oscar Todmann editores). Encontrar la voz poética no es un camino fácil. Tampoco lo es el del escritor. Dar por acabada una obra no es sino parte del camino, porque el señuelo o el eco de esa voz solo se aleja a un lugar donde la sensibilidad, la dulzura y el compromiso existencial se convierten en una forma de vida. Son esas personas que lucen inalcanzables. Quizás porque leen y escriben con una disciplina, con una vocación, sencillamente amorosa. Indescifrables para nosotros, los simples mortales, cuya sensibilidad es el mero significado que encontramos en el diccionario.
Escribe Igor en su presentación: “Es una poesía de posguerra, el sentimiento de posguerra que sobrevive al fracaso amoroso, pero sobre todo el sentimiento de posguerra de los conflictos cotidianos y sociales. Hay una sobreviviente que habla con altura y dignidad, que no está dispuesta a negociar su condición humana”. Y el trasfondo de todo esto, no vale la pena reiterarlo, es el que hemos padecido todos estos años.
¿Qué es lo que ha dicho en el diálogo poético?
El diálogo ha sido entre mi interioridad y lo que veo o lo que vivo y padecemos. Inevitablemente, uno está vinculado con su entorno. Sí, ha habido una necesidad de describir esa relación, entre estos dos mundos. Un mundo interior y el mundo de afuera. Por supuesto, se relacionan y se padecen mutuamente. He querido expresar el choque que uno puede sentir entre lo que es una cosa y la otra, tratar de complementarlos o de que convivan. Y la manera que encontré, en cierto momento, es escribiendo poesía. Concretamente, con este poemario que se titula Trazos en fuga, no fue algo pensado previamente, me fue saliendo así, pero lo que está detrás, en la mayoría de los poemas, es el intento de complementar lo que está dentro y lo que está afuera y con esto me refiero a lo que hemos vivido y padecido en estos últimos 20 años: una disminución radical de nuestras libertades ante unos gobiernos que han destruido -progresivamente- el Estado social de derecho.
¿De qué se ha despojado? ¿Qué se ha dicho a sí misma?
Quizás me he despojado de la ira, de la impotencia, de la indignación, y me he dicho a mí misma que la única manera de poder salir de esta tragedia es a través del reconocimiento del otro, aunque nos parezca que no tenemos nada en común.
¿Sus versos son obra de una labor artesanal o de una pulsión instintiva?
Creo que cuando se escribe, al menos en mi caso, hay un primer estado de inconsciencia y luego me doy cuenta de que hay ese hilo conductor del que hablé inicialmente. A partir de ahí hay un trabajo artesanal de corregir, de revisar, de descubrir que los poemas los puedo presentar como aparecen en el libro, como un párrafo justificado, de una forma que me siento más cómoda. No me gustan las comas, los puntos y coma, las mayúsculas. También eso forma parte del trabajo artesanal.
No son poemas fogosos, pero sí de la sombra y de una intimidad dubitativa. Dejan entrever fragilidad, quizás pudor.
Lo que pudiera ser característico (de los versos) es que tratan de ser imágenes, como fotografías. Lo que buscan es que el lector las perciba tal cual se presentan. No quiero arriesgarme a caer en lo panfletario o en la cursilería. Pero hay detrás mucho dolor y probablemente soledad. En el proceso trato de aceptar esa fragilidad, que es trágica, dolorosa. En cualquier momento podemos ser atacados, podemos dejar de existir y para eso uno no se prepara. He querido aceptar ciertas cosas con la idea, justamente, de irme preparando. La pandemia, por ejemplo, es una clara evidencia de lo frágil que somos. No solamente somos frágiles en la vida cotidiana, sino que tenemos una fragilidad exacerbada y expuesta, porque nos enfrentamos a unas condiciones sociales y económicas terribles, en donde la incertidumbre es infinita, no tiene ningún tipo de coto. Pero tenemos una responsabilidad. ¿Por qué los totalitarismos se han arraigado? Porque preferimos no tener conciencia de lo que está pasando, porque, como decía Hannah Arendt, “banalizamos el mal” y normalizamos el dolor. Entonces, es una manera de protegerse.
Hemos visto el miedo en distintas esferas de la realidad venezolana. Cuando se reprime, cuando se tortura, cuando se vulnera la libertad y se impone la opresión. ¿No cree que a los venezolanos nos hace falta valor?
El valor surge cuando tomamos conciencia. Cuando nos reconocemos y nos respetamos. Cuando entendemos que, aunque somos frágiles y somos millones, también somos (como individuos) únicos e irrepetibles. Deberíamos estar conscientes de eso y asumirnos como ciudadanos. Exigir nuestros derechos, por el simple hecho de estar y de existir.
¿Hay miedo o hay valor? ¿Quizás incertidumbre?
Creo que hay algo de valor e incertidumbre siempre. También indignación. Ahora pienso que las cosas que he estado haciendo en los últimos años giran siempre alrededor del poder, del ejercicio del poder. No solo del Estado, sino entre las personas. Y el miedo es ejercer ese poder y convertirnos en lo que uno no quiere ser. En las relaciones interpersonales, ya sean de pareja o de amistad. Entonces, uno tiene poder y somete al otro. Eso es dramático. Pero también ocurre a la inversa. Eso genera dolores terribles y funciona en lo colectivo. Quizás lo que me da más miedo son todas las reacciones violentas que se generan cuando nos enfrentamos unos con otros, o cuando como colectivo nos enfrentamos al poder. El miedo que produce el ejercicio del poder.
La puntuación va creando un ritmo, pero también el trazo y la construcción del verso. ¿Qué quita? ¿Qué deja?
Eliminar el punto, el punto y coma y las mayúsculas es una libertad que me di. Mi sensación, cuando leo en voz alta, es que esos signos de puntuación están de más. Los puntos marcan la pausa para que se respire y esa es la pausa, así lo creo, es la que debe tener el poema. Quizás también hace que el verso sea más libre, porque se puede leer de distintas maneras. El lector puede poner la coma donde quiera ponerla. Y si se la pone en la palabra subsiguiente, puede significar otra cosa. Entonces, ese juego me atrapó. Además, estéticamente y seguramente por una manía, me fastidian la coma y el punto y coma. De hecho, en mi trabajo, cuando escribo textos jurídicos, me tengo que obligar a ponerlos. No me gustan las mayúsculas, porque creo que uno no está diciendo nada nuevo. Yo no estoy comenzando algo con mayúscula, sino que hay un discurso que continúa, ya sea de los otros que han escrito o de mis contemporáneos que escribieron. Lo que uno intenta, realmente, es decir las cosas de manera distinta. Me gusta ese juego y la idea de que el diálogo poético sea con todos.
Algunos de sus poemas son duros, concisos. ¿Es una tendencia que apunta en una dirección? ¿Cuál sería esa dirección?
Yo estoy transitando un camino y he visto, en ese andar, cómo se ha ido alargando mi capacidad de expresarme. No hay una tendencia, tampoco una cosa racional, ni mucho menos, sino más bien es un tema de ir aprendiendo en ese camino y encontrando, con más profundidad, lo que sería mi voz poética y la manera como la quiero expresar. Encontrar esa voz no es nada fácil. Es un camino, pues.
Sí -señalo en varias direcciones desde el balcón que nos permite mirar una hermosa vista de Caracas-. Para aquí, para allá, ¿no?
Más que una dirección es una necesidad interior y de sentirme bien con lo que estoy escribiendo, sentirme satisfecha. Cada vez me siento más serena conmigo misma y con la decisión de escribir. No es una decisión fácil, tampoco.
¿Un poema puede ser un arma en sí mismo?
Sin duda puede ser una bala. No quisiera dar como ejemplo uno de mis poemas, ni mucho menos. Pero hay uno que pudiera ser un arma que se titula “hombres gatos”. No lo concebí como un arma, pero refleja el horror que vivimos cuando vemos a la gente sacar algo de comer de los contenedores de basura. Hay otros poemas que alertan o que denuncian y hacen que el lector, quizás, pueda reaccionar eventualmente.
¿Qué otros poemas crees que están en esa línea, insisto, en esa dirección?
Ja, ja. Hay varios. Uno de ellos lo escribí de golpe, que pasa poco. Prácticamente no tuvo correcciones. Se titula “Lubianka”. Esa prisión horrible (del KGB) que se convirtió en emblema de la represión soviética. Habla de un funcionario. Su misión es torturar a los poetas, a los intelectuales. Ahí hay, justamente, una denuncia de la justificación que nos damos los seres humanos para cometer atrocidades y que nos parezcan normales. La mayoría de estos poemas los escribí en ese año terrible que fue 2017.
Uno de sus poemas (“El fin del mundo”) lo relaciona de forma explícita con un pasaje del Evangelio. ¿Podría decir a qué obedece ese vínculo?
En cierto momento empecé a leer la Biblia como curiosidad literaria, no religiosa. Y la empecé a leer después de escribir ese poema. La idea de poner notas a pie de página me gustó. No porque (los poemas) necesitaran aclaratorias, sino porque, de alguna manera, siempre se habla de lo mismo. La Biblia predice el fin del mundo y, en medio de la pandemia, muchas personas empezaron a hablar de ese tema. El fin del mundo para mí es constante, es algo que pudiera pasar en cualquier momento. Digamos, como concepto. Pero las notas a pie de página fueron puestas después. Porque me pareció interesante que Hanna Arendt hable de la banalidad del mal y uno de mis poemas hable del totalitarismo. De ahí, también la pregunta. ¿Cómo es posible que hayamos permitido esta tragedia? Que, al menos desde el punto de vista jurídico, es algo que también me lo planteo. Me pareció interesante encontrar esa nota del Evangelio y ponerla.
Dijo que hay que reconocernos los unos y los otros. ¿Participa en una organización que esté buscando ese encuentro?
Sí, yo formo parte de Dale Letra, este movimiento ciudadano que empezó a manifestarse en 2017, justamente con el tema de las protestas. Salíamos a la calle con estos carteles diciendo frases. Un poco utilizar la palabra para interpelar al otro. En Dale Letra pensamos que es indispensable recuperar la palabra y a través de la palabra poder llegar a acuerdos y a reconciliaciones. Sin que eso excluya que las responsabilidades que cada quien tiene deben ser asumidas y sancionadas por ley. Se produzcan los juicios correspondientes. Sí, creo que hay que reconocerse en el otro, porque nosotros también estamos sujetos a posturas absolutas. De blanco y negro. Y, precisamente, por esas posturas, es que hemos prolongado la tragedia en la que estamos.
***
*Abogada, poeta, profesora de Derecho Administrativo (UCV). Ha publicado tres poemarios, uno de ellos, Lugar de tránsito, fue seleccionado ganador del Concurso Nacional de Literatura organizado por la ULA.
Hugo Prieto
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