Perspectivas

El primer curso de griego en Caracas

08/07/2023

Casa donde funcionó el colegio El Salvador del Mundo (hoy Casa de Nuestra América José Martí). Foto cortesía del blog Todasadentro

A tono con los demás centros de estudios superiores de Hispanoamérica, tampoco la universidad colonial venezolana dedicó grandes espacios al estudio de la lengua griega. En realidad, era el carácter mismo de la universidad preilustrada, dedicada fundamentalmente al cultivo del latín y de la filosofía escolástica. Digamos más, la esencia misma de los estudios humanísticos reposaba en el dominio del latín y el conocimiento de sus textos. Así lo vemos claramente en el pensum de estudios de los primeros grandes colegios y seminarios venezolanos, primero el Colegio de San Francisco Javier de Mérida, que funcionó entre 1628 y 1767, pero también en el Seminario de Santa Rosa de Lima en Caracas, en la Real y Pontificia Universidad de Caracas y en el Seminario de San Buenaventura, precedente de lo que después fue la Universidad de Mérida. En todas estas casas de estudio, el dominio del latín constituía un estadio previo e imprescindible para el resto de los conocimientos que se impartían.

Esto no quiere decir que en Caracas nadie conociera la lengua griega. Sabemos que Andrés Bello aprendió griego de manera autodidacta en la biblioteca de Francisco de Miranda, en su casa de Londres. Y lo aprendió tan bien, y alcanzó tal dominio de la lengua que después se ganó la vida por un tiempo dando clases de griego… en Londres, pero ¿y dónde aprendió griego Miranda? Miguel Castillo Didier (Miranda escritor, Santiago de Chile, 2011) se hace eco de una tesis de García Bacca (Los clásicos griegos de Miranda, Caracas, 1969), quien piensa que pudo haberlo aprendido en Caracas, con algún jesuita antes de la expulsión. Ya en el Cursus philosophicus que impartía en la Universidad caraqueña el maestro Suárez de Urbina en 1758, aunque escrito en latín, se puede apreciar el uso de ciertos vocablos griegos. Y en el Arca de letras y teatro universal del padre Navarrete, verdadera enciclopedia del saber caraqueño, se nota también el conocimiento de las etimologías griegas. Todo apunta a que por estos tiempos en la pequeña Caracas, como en muchas ciudades de América y Europa, el conocimiento del griego estaba reservado a unos pocos eruditos que lo cultivaban de forma personal y solitaria, lejos de los centros de enseñanza.

Esto va a cambiar con la independencia y la llegada al poder de los revolucionarios ilustrados. Es interesante constatar el declive que significó el cambio político para el uso del latín como vehículo del saber. En un trabajo de María Josefina Tejera (“La decadencia del latín como lengua del saber en Venezuela”, Mérida, 1994) se da cuenta del cambio que supuso la asociación del latín, como lengua de la Iglesia, al imperio español, y cómo el anticlasicismo que surge a comienzos del XIX supuso su declive como lengua del conocimiento. Un anticlasicismo que puede notarse ya en los escritos de pensadores como el Licenciado Sanz o Simón Rodríguez, e incluso hasta los tiempos de Cecilio Acosta. Sin embargo, el griego, menos conocido y reservado a unos pocos sabios, pudo salir indemne de este ambiente intelectual hostil a la antigüedad clásica. En los Estatutos de la Universidad de Caracas de 1827, Bolívar y Vargas no solo conservan la importancia del uso del latín, sino que también disponen el estudio de leguas modernas, básicamente el ingles y el francés, así como el aprendizaje del griego (Leal, Historia de la UCV, 1981). De hecho, a partir de 1833 es posible hallar acuerdos y resoluciones del Consejo Académico de la Universidad donde se dispone la erección y dotación de una Cátedra de Griego.

Claro que las difíciles circunstancias que afectaron al país en los años posteriores a la independencia imposibilitaron la implementación de estas medidas, y el primer curso formal de lengua griega en Caracas no se dictó en la Universidad, como habría de esperar, sino en un colegio. El 1º de marzo de 1848 Juan Vicente González fundaba el colegio “El Salvador del Mundo” en una vieja casona ubicada en la calle Carabobo, hoy boulevard Panteón, entre las esquinas de Veroes a Jesuitas. González, destinado a ser uno de los intelectuales más influyentes de la Venezuela del dieciocho, había tenido la formación humanística más completa que se podía tener en la capital, y había estudiado griego con el doctor José Luis Ramos, que llegó a publicar una Gramática greco-española. Hay que decir que la casa ocupa un lugar importante en la historia de la educación venezolana. Allí funcionó a finales del siglo XVIII la Escuela de Primeras Letras, donde Simón Rodríguez dio clases al niño Simón Bolívar, y allí José Martí enseñó gramática francesa, después de que se convirtió en el Colegio Santa María en 1859.

Que González concedió la mayor importancia a la enseñanza del griego en su colegio lo dice él mismo cuando recuerda: “traje profesores de Europa, litografié gran parte de una gramática griega y algunos pliegos de una hebrea, que di gratuitamente (…) hice venir diccionarios y clásicos griegos que distribuí sin ningún interés entre los alumnos”. El profesor de griego fue el doctor Luis Splieth, que se desempeñó por un año antes de volver a su país y fue sucedido por el doctor Schichedantz. Y como no había textos para la enseñanza del griego en nuestro país, González en efecto hizo litografiar una gramática para el uso de sus estudiantes. En 1851, el colegio El Salvador del Mundo tenía una matrícula de veinticuatro alumnos internos y ciento dieciséis externos. “El rico pagaba una módica cuota y el pobre lo que podía o no pagaba nada. Ninguno halló, por pobre, cerradas las puertas de mi establecimiento”, escribió González. Por las aulas de su colegio pasaron futuros hombres de letras, como Eduardo y Julio Calcaño, Rafael Villavicencio y Eduardo Blanco.

En su obra Terra patrum. Páginas de crítica e historia literaria (Caracas, 1930), el ensayista mirandino Luis Correa cuenta cómo fue la realización de los exámenes de griego de ese primer curso. Realizados el día 18 de abril de 1852, de manera anticipada por el retorno del profesor Splieth a su país, los exámenes se celebraron en acto “público y solemne”, como era costumbre, “al que asistieron destacados personajes de las ciencias y la literatura”. El mismo González acostumbraba a invitar a los exámenes de su colegio a personajes ligados al mundo del saber, como el doctor Vargas, nada menos, y los obispos Talavera y Fernández y Fortique, junto a otros intelectuales.

El examen se hizo en latín, como se usaba en la colonia. Pero escuchemos al propio Correa:

“Se les preguntó primero, contestando los alumnos en declinaciones como en la conjugación, a satisfacción general. Siguió después la traducción del Anábasis de Jenofonte, así en latín como en castellano, y además el análisis mismo del texto; aun en estos ejercicios satisfacieron (sic) los alumnos, no obstante el corto tiempo que pudo destinarse a ello. Se procedió en seguida a declamar simultáneamente y sin ademanes cómicos, como lo hacían los griegos mismos, una tragedia y una Olintiana de Demóstenes. Se representaron primero tres escenas de la tragedia de Sófocles titulada Edipo Rey, por los alumnos Eugenio Morasso, Pacífico Gual, Manuel V. Casañas y Octavio Pardo, después de haber explicado este último el argumento de toda la tragedia. Subió entonces Octavio Pardo a la tribuna para pronunciar la arenga de Demóstenes titulada “El Gobierno de la República”, habló primero sobre el argumento y el motivo del discurso, y recitó luego la arenga en castellano y al fin en griego, con aplausos de todos los oyentes. Concluido el examen, el Director exhortó en verso a sus alumnos al estudio de la lengua griega, después de haber manifestado su sentimiento por la ausencia del doctor Splieth”.

Cuenta Correa que a los pocos días se acordó otorgar un certificado honorífico al colegio El Salvador del Mundo, “como primero y único plantel de literatura griega en Venezuela”. La velada fue reseñada por el periódico Correo de Caracas, “con plácemes para el Director y sus alumnos y una censura a la Universidad, que permanecía cruzada de brazos cuando pudo aprovechar los conocimientos del profesor que se marchaba”.


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