Perspectivas

El azar, convicto y confeso

20/10/2023

Palabras de presentación de El sabio azar de Luis Ernesto Gómez. Editorial Eclepsidra, 2023, en los espacios de La Poeteca, Los Palos Grandes, Caracas.

El libro que las siguientes palabras acompañan en su día de salida a la luz de la lectura (y de entrada al reposo en los estantes de las librerías y las bibliotecas) se titula El sabio azar (Editorial Eclepsidra, 2023). Y es el tercer poemario que publica Luis Ernesto Gómez en el curso de las últimas dos décadas.

De los dos libros anteriores de nuestro autor tan sólo conozco los títulos y los años de su publicación: uno, El otro lado de la página, de 2005, y Cuerpo de Piélago, una plaquette, del año siguiente.

Aunque, en realidad, me importa sobre todo darme por enterado de que con el cuerpo y alma del poeta Luis Ernesto Gómez convive un compositor del mismo nombre, de cuya música tan sólo tengo el indicio proporcionado por el poeta y matemático Luis Gerardo Mármol en el prólogo al libro que hoy estamos presentando, cuando dice que Luis Ernesto Gómez es un músico “de sutil sensibilidad, muy buen conocedor (y reconocido seguidor) de las corrientes en boga dentro de la música contemporánea, bien avezado en los experimentos de la llamada música aleatoria…”

Y ahora sí, paso a entrar en materia: en el conjunto de los textos, en la materialidad verbal de los poemas de El sabio azar.

¿Cómo es eso de un azar sabio? ¿Hasta dónde puede llegar la pretensión de alojar en la imaginación, el pensamiento o la reflexión nada menos que un concepto, un símbolo, un signo o una señal de algo que se declara al mismo tiempo inherente al azar y a la sabiduría? Y en caso de que semejante proposición nos resultara admisible, ¿a qué azar y a cuál sabiduría nos remite el El azar sabio?

Si el azar, según normalmente se piensa, pero sobre todo se cree, es el reino inabarcable de unos virtuales acontecimientos cuya ocurrencia es por definición independiente de los rigores de la causalidad, y que en cuanto tales son, no solamente imprevistos sino imprevisibles y hasta inconcebibles, entonces ¿qué puede tener que ver el azar con la sabiduría, que pareciera más bien estimarse como el dominio por excelencia de lo previsible y concebible, e incluso de lo consuetudinariamente ya previsto y concebido hasta confundirse con el acostumbrado predominio del lugar común, el prejuicio, lo resignadamente consabido?

Por supuesto, es a la integridad poemática del libro que estamos presentando adonde nos tenemos que dirigir para apreciar cuáles serían sus respuestas a unas preguntas que en sus páginas no se formulan, pero sí se responden. Comencemos la andanza desde el citado prólogo de Luis Gerardo Mármol y notemos que su último párrafo comienza con la siguiente afirmación: “Se roza el delirio, pero no hay que engañarse o precipitarse: Luis Ernesto está plenamente consciente y en completo control de su decir”. Y así es, en efecto. Fijémonos de inmediato en que el libro no se divide en partes, sino que sus cincuenta y un poemas se suceden uno a otro, con la sola mediación entre uno y otro de los títulos que los individualizan. ¿Qué nos dicen estos poemas acerca de las preguntas planteadas a propósito de su título general? Las siguientes sugerencias se apoyan en una primera lectura de El sabio azar.

De un primer acercamiento a su totalidad, me parece que en este libro se debate constantemente el enredo de la pertenencia humana a un mundo, mediante la doble e ineludible referencia que sus habitantes necesitan hacer tanto de ese mundo como de sí mismos. Y me parece también que semejante debate transcurre en las tres dimensiones fundamentales, de tal modo de pertenecer al mundo y a uno mismo.

En una primera dimensión, el mundo es referido en virtud de su exterioridad con respecto a sus habitantes, de manera que las constataciones siempre se sitúan en la posición desde la cual todo es visto como un aspecto del mundo, y referido como tal; todo, ya sea la selva (“La selva mental concibe animales míticos/ y cultiva el desorden), la mente (La mente es el tiempo del colibrí/ El pez indeciso y ávido/ La selva sin fondo ni freno), la palabra (La palabra todo lo puede/ Su ausencia/ colma la aparición inmaterial), el impulso (Por ahora el impulso pide resurrección), 0 el tiempo (Los segundos pueden paralizar el movimiento – Las horas interrumpen a menudo el salto libre”).

En una segunda instancia poemática, que es la menos frecuentada a lo largo del libro, la referencia pasa a tener como objeto y objetivo a la subjetividad misma, sea en primera o en segunda persona (“Duermo en un sueño con jardín/ pero despierto inundado de selva –  Al ganar de un solo golpe/ Con el escándalo de la celebración/ Cada una de las derrotas que te dan motivo – Admite tus lugares oscuros/ Dales confianza/ y de allí recobra/ tus silencios más rápidos/ tus canciones fulminantes/ las frases que más brillen”).

Y en la tercera estrategia de relacionamiento, la más frecuentemente adoptada, la subjetividad se entrelaza con el mundo, cumpliendo con respecto a las dos otras orientaciones el doble papel de desautorizarlas y a la vez justificarlas (“Algo que el viento esfuma/ Nervio quimérico/ Sonidos audaces/ Inmóviles – A orillas de la mañana/ ya ha salido la prisa – Mucho tránsito y pocos planes de permanecer – La urgencia pulsa el estallido/ diagonal y vértigo/ Ella longitud/ es eclipse/ desgarrada por la crepitación – Nos curva una sacudida/ algo en el éxtasis está por suceder/ y cuando retoma el gráfico de lo impasible/ no hubo preludios para el ajuste/ según las emergencias”).

Ahora bien, ninguna de estas alternativas de la existencia, de estas tentativas de fundamentar en imágenes el sentido de la existencia, se bastan por sí mismas, y ni siquiera lo pretenden o intentan. A fin de cuentas, es el poema, la resolución imaginada del problema de ser, lo que las genera y al mismo tiempo las rebasa: “La poética de la fatiga sacudió el nombre/ de las cosas del mundo// mientras aún se siente/ el viento de la velocidad – Cuán difícil es nombrar – Abrir mi cuerpo para sentir el espacio/ Aligerarme para dar el salto/ hacia el poema”.

De manera que en El sabio azar, cada poema, sea en destellos como los que acabamos de escuchar, sea  en la totalidad de sus letras, busca decir la virtualidad a la que los habitantes del mundo recurren para dejar constancia de su intricada manera de ser; como es el caso de éste, titulado “Energía y círculo”: “Un punto se inflama/ no tarda en hacerse línea diminuta/  Aquel trazo renace y se arquea/ en los segundos/ Pero cuando el círculo/ haya sido trazado por completo/ 

Ya tú habrás decidido/


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