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Antonio Guzmán Blanco es un político de importancia en 1869, pero no es la figura estelar de la política venezolana. Su rol de coordinador de los ejércitos y su intimidad con Juan Crisóstomo Falcón, triunfador en la Guerra Federal, lo han hecho famoso, pero no ocupa el primer lugar debido a la preponderancia de los hombres de armas más temidos. Durante la administración del ahora Mariscal es la luz de los gabinetes y llega a encargarse de la jefatura del Estado, sin dominar en el centro de la escena. Tiene numerosos competidores. Las penurias dejadas por las batallas y la desorganización de un gobierno sin cabeza conducen a un caos del que forma parte, a nuevas contiendas civiles y a señalamientos de corrupción que lo involucran. El derrumbe de la primera administración federal lo mete en el saco de los apestados, y solo logra el ascenso definitivo debido a un acontecimiento aparentemente trivial del cual nos ocuparemos ahora.
La impericia de Falcón y la mediocridad del equipo que lo acompaña conducen al retorno del octogenario general José Tadeo Monagas, quien inicia el ¨Gobierno Azul¨ mientras puede sostener el peso de su edad. El caos anterior se multiplica y vuelven los jefecitos de Oriente a reclamar su parcela, mientras la prensa clama venganza por las depredaciones atribuidas al gobierno anterior. Cuando muere el anciano prócer, el poder se dirime entre las espuelas de su hijo José Ruperto y las agallas de su sobrino Domingo, hijo del fallecido general José Gregorio Monagas, sin que asome la posibilidad de un freno para la severa crisis. Caracas queda a la merced de grupos violentos, llamados lincheros, que provocan disturbios en la vía pública, apedrean los domicilios de los impresores, sirven de escolta a los mandones recién llegados, vituperan a los pocos voceros del antiguo liberalismo, anuncian el degüello de los godos, asaltan a los viandantes y amenazan la paz de los hogares. La policía contempla sus desmanes sin hacer nada porque son ¨ruperteños¨ o ¨domingueros¨, es decir, amigos de los nuevos caudillos incompetentes o mandados por ellos.
Guzmán se salva de la violencia debido a las relaciones de su padre con el viejo Monagas. Como se sabe, Antonio Leocadio Guzmán ejerció una fugaz Vicepresidencia de la República durante el primer mandato de quien ahora regresa vestido de azul, y su Partido Liberal lo acompañó entonces en las luchas contra el paecismo hasta cementar el poder del oficial de la Independencia convertido en dictador. Ahora el hijo se ha relacionado con un Sociedad Liberal de Caracas y ha escrito en un periódico que pretende ser autónomo, La Unión Liberal, pero apenas ha recibido una amonestación hecha con cortesía. De allí que quizá sintiera que no sería tocado por las espinas de la política; o los reclamos de su egolatría, que ya comienza a evidenciarse, lo invitan a una conducta más intrépida. Ha traído de París un mobiliario de lujo y unos trajes con los que desea pavonearse en sociedad, pese a que nadie parece ganado en esos momentos por los afanes de la ostentación. Nada todavía peligroso, en todo caso, nada que provoque las sospechas del régimen, hasta cuando se pasa de la raya.
Para comunicar su importancia ante la colectividad, o la prominencia a la cual aspira, o solo porque quiere que admiren su porte personal, invita a un sarao que se realizará el 14 de agosto en su casa ubicada entre las esquinas de Conde y Carmelitas. Abre las puertas a lo mejor de la sociedad, al presidente encargado, a los ministros, al señor Arzobispo, a jefes de milicias, a escritores prestigiosos y a los miembros del cuerpo diplomático. Encenderá por primera vez grandes lámparas llegadas de Europa, hará un banquete bañado con champaña y sonará una orquesta para que se bailen las danzas de moda presididas por doña Ana Teresa Ibarra, su elegante esposa. Al principio todo marcha sobre ruedas y la mansión se llena de invitados, pero el gozo se va al foso antes de que suene la primera nota debido a la aparición de un tumulto. Con piedras y palos, los lincheros se hacen presentes en el frente de la residencia y en las calles aledañas. No solo impiden la entrada de los convidados que no habían llegado, entre ellos el presidente encargado, sino que también lanzan piedras y basuras hacia los que ya se encontraban en el festejo. Amenazan de muerte al anfitrión y desembuchan insultos gruesos contra sus amigos, para que reine un caos que obliga a cancelar la recepción. La policía no impide la tropelía y el Comandante de Armas se hace el desentendido, para que los lincheros celebren después su hazaña brindando y bailando en la plaza de armas. Guzmán escapa bajo la protección del embajador de los Estados Unidos, y en breve marcha al exilio.
El malogrado jolgorio importa porque hace que el anfitrión se convierta en celebridad indiscutible. No solo es ahora el centro de las tertulias, sino también el hombre en quien se fijan los liberales para iniciar una guerra triunfal. Lo comienzan a considerar como el rival más destacado del Gobierno Azul, pero especialmente como el único líder capaz de unificar el descontento generalizado. Los caudillos del campo lo proclaman como su capitán, entre ellos los famosos generales Linares Alcántara, Salazar y Crespo, para que comience la Revolución de Abril que lo conduce a una hegemonía de la cual no se desprende durante treinta años. Todo empieza en una engalanada casa entre Conde y Carmelitas, en lo que debe ser un encuentro de gente principal, cuando un tumulto de lincheros le arruina a Antoñito la primera gran fiesta que da en su vida. Después, cuando se le conozca como Ilustre Americano Regenerador de Venezuela, las hará con derroche en la casa de gobierno y en los salones de París.
Elías Pino Iturrieta
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