Personajes

El astronauta que creció en Venezuela

Fotografía de la NASA

07/07/2018

¿Quién hubiera imaginado que el astronauta con más misiones al espacio vivió parte de su infancia en Venezuela? ¿Quién hubiera podido suponer que el cielo estrellado de Altragracia de Orituco, a la edad de 4 años, sería el escenario para cimentar su atracción precoz hacia el espacio?, o que Venezuela constituiría una de las fuerzas que estimularon su imaginación y formaron su identidad. A escondidas de sus padres en las noches guariqueñas junto a Maruja, su hermana, se trepaba al techo de la casa cargado de toronjas con azúcar para mirar el firmamento: “nunca había visto un cielo tan bello”.  Desde San Juan de los Morros partía de la mano de su padre a innumerables viajes de cacería, y en la noches “el cielo se cubría de estrellas infinitamente más numerosas que en cualquier otro lugar”.

Franklin Chang Díaz, el astronauta costarricense, relata a manera de autobiografía su vínculo con Venezuela en su libro Los primeros años: mis primeras aventuras en el planeta Tierra (Editorial de Costa Rica, 2017), presentado el martes 26 de septiembre en el Foyer del Teatro Nacional. Al leer estas páginas, escritas de manera sencilla, nos enteramos de que su infancia transcurrió entre dos países: “Casi inmediatamente después de llegar al mundo, comencé una vida de transición y vaivén entre dos universos: uno en Costa Rica, en el hogar de mis abuelos maternos, y otro en Venezuela con mis padres y hermanas”.

Los años venezolanos de la familia Chang-Díaz transcurrieron en lugares tan disímiles como Macuto, Altagracia de Orituco, Caracas (Bello Monte), San Juan de Los Morros y la Isla de Toas en el Golfo de Maracaibo. Ramón Ángel Chang Morales, padre del soñador del espacio, logró que lo contrataran en distintos proyectos y desempeñó cargos tales como operador de maquinaria en la construcción de un embalse y una urbanización en Tanaguarena, jefe de  maquinaria pesada en el proyecto de la carretera Altagracia-Guatopo-Santa Teresa del Tuy, gerente de talleres en el Ministerio de Obras Públicas, sub-director de operaciones de una de las plantas de la Compañía Venezolana de Cementos en el Golfo de Maracaibo y director de maquinaria pesada en la construcción de la represa de Guanapito.

Fue así como desde 1945 hasta 1962 el padre de Franklin Chang supo valorar a Venezuela como una fuente de abundancia, donde podía generar el ingreso que le proporcionaría a su familia una vida holgada en su Costa Rica natal. Aquella era la época del “sueño venezolano”. El país progresaba y marcaba un ritmo pujante en Latinoamérica (paradójicamente de la mano de una dictadura). De acuerdo al World Economic Forum, en 1950, el mismo año de nacimiento de Franklin Chang Díaz, Venezuela era la cuarta economía más rica del mundo. El autor relata:

“Ese país sudamericano se había convertido en el destino de muchos costarricenses de aquella época. Su nueva riqueza petrolera había iniciado un período de alta expansión en infraestructura que retaba la capacidad de oferta nacional en personal calificado”.

Franklin, llamado así por la admiración que su padre tenía por Franklin Delano Roosevelt, forjador del llamado New Deal en los Estados Unidos y quien sentó un precedente importante para la instauración de las Garantías Sociales en Costa Rica en los años cuarenta, llegó a Venezuela por primera vez a los 2 años. En la presentación del libro, Franklin Chang relata que en la época no había vuelos directos a Caracas y que era necesario hacer escala en Panamá o Colombia: “Cuando viajaba a Venezuela lo hacía en aviones DC-3. Pedía ver la cabina del piloto y me quedaba maravillado”. Estudiaría y viviría varios años en el país y, luego de regresar a su Costa Rica natal, viajaba en las navidades para visitar a sus padres, como una vez lo haría a la Isla de Toas, sobre la que comenta:

“En la lejanía, a través del inmenso golfo, se veían las luces de Maracaibo y, más lejos aún, los destellos del Relámpago del Catatumbo, las descargas eléctricas que por condiciones idóneas de las montañas del sur se repiten con la regularidad de un faro marino”.

El inicio de los años sesenta marcó el regreso definitivo de la familia Chang a Costa Rica y el fin de esos años dorados. Un hecho, en apariencia contradictorio, que signó este reacomodo fue la transición de la dictadura a la democracia, período que, como se sabe, no estuvo exento de inestabilidad política producto de los alzamientos subversivos inspirados en la revolución cubana. En una cita que podría ser leída como de una actualidad revivida, Chang afirma:

“La situación política de Venezuela se había vuelto cada vez más difícil. Durante nuestros últimos años en Altagracia habíamos podido presenciar demostraciones estudiantiles, balaceras y tiroteos entre agitadores y policías”.

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Franklin Chang dejaría su Costa Rica natal a los 17 años, sin saber inglés y con el sueño si se quiere temerario de llegar a ser astronauta. Gracias a una beca se gradúa de Ingeniero Mecánico de la Universidad de Connecticut y obtiene un doctorado en el MIT con especialización en física aplicada del plasma. A la fecha es una de las doce personas de origen hispano en lograr el sueño de convertirse en astronauta. En el Teatro Nacional comentó: “Convertirme en astronauta fue una cadena de acontecimientos, no una línea recta. El fracaso es la única forma de lograr lo que uno se propone y, entre los fracasos, se logran los pequeños triunfos. Nada hasta el momento en que me fui a Estados Unidos me había demostrado que no iba a poder lograrlo”. Un sueño que, como lo dice en el libro y lo confirma en persona, tuvo que ver con Venezuela: “En Altagracia de Orituco se esbozó esa llamita. Viendo las estrellas junto a mi hermana desde el techo de la casa. Fue el momento cuando verdaderamente empecé a soñar”, dijo ante un público atento de escuchar su historia personal.

Al terminar su doctorado, la NASA abre el programa de reclutamiento tras una década cerrado, y uno de los requisitos es que los postulantes deben tener la nacionalidad estadounidense: Careers with NASA are generally limited to United States Citizens. Franklin Chang obtiene la ciudadanía en 1977 y tres años más tarde es elegido candidato como parte de un reducido grupo de 19 personas entre unos cuatro mil postulantes. Se convierte en astronauta de manera oficial en agosto de 1981. Fue el único hispano escogido en ese momento y el primer latinoamericano en llegar a ser astronauta.

Franklin Chang comparte el récord de siete misiones a bordo de un transbordador espacial. El costarricense, elegido al Salón de la Fama de la NASA, ostenta un cúmulo de 1.601 horas en el espacio con 19 horas y 31 minutos de caminatas espaciales. Su primera misión fue en 1986 en el Transbordador Espacial Columbia y su última misión en el 2002 a bordo del Transbordador Espacial Endeavour.

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Su segunda misión tuvo una duración de 119 horas y 41 minutos, con 79 órbitas de la Tierra en el Transbordador Espacial Atlantis. Durante la misión se produce una conversación tierra-espacio entre el Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, y Franklin Chang, transmitida en cadena nacional. El video de la conversación se encuentra en YouTube y a Chang se le puede ver sonreído y emocionado con sus compañeros de vuelo.

La sobriedad del despacho presidencial contrasta con la visión de los astronautas desde el espacio. Parte del intercambio de palabras transcurre así:

Oscar Arias: Muy interesante todo… ¿Qué es lo que esperan realmente lograr en las investigaciones que harán con respecto al planeta Júpiter?

Franklin Chang: El estudio de los planetas es fundamental para nosotros para entender nuestro propio planeta. En realidad Júpiter no es solamente un planeta, sino actualmente un sistema solar en miniatura. Tiene una gran cantidad de satélites que giran a su alrededor y el estudio de esos cuerpos nos va a enseñar mucho no solamente sobre la Tierra y Júpiter mismo, sino también sobre el sistema solar en sí.

Oscar Arias: Fundamentalmente me imagino que la investigación es en torno a la atmósfera y los 16 satélites de Júpiter y ¿qué otras cosas?

Franklin Chang: Se supone que el planeta Júpiter contiene varios materiales de carácter orgánico sometidos a gran cantidad de radiación, donde tal vez ciertos aminoácidos, ciertos tipos de cadenas orgánicas, puedan unirse y fundamentalmente iniciar los primeros pasos para el desarrollo de lo que sería tal vez “vida”. Claro, no esperamos encontrar ningún tipo de vida a nivel ni siquiera microscópico en el planeta Júpiter, pero siempre estamos buscando la respuesta a la pregunta de cómo se originó la vida en el Universo.

Oscar Arias: Sumamente complejo. En la mente de un político cuesta mucho entender todo lo que usted me está contando pero, en fin, es una experiencia maravillosa para nosotros poderte saludar y realmente creo que te convertís en un ejemplo para la juventud costarricense y del mundo latinoamericano en general. Lo que has logrado es un paradigma para nuestra juventud que necesariamente tiene que ver en vos un símbolo de lo que puede llegar ser cada uno de nuestros jóvenes en la pequeña Costa Rica.

En los comentarios escritos sobre el video se lee el siguiente, cuyo autor se identifica como Audio Leal W.:

“Desde niño siempre le admiré. Casualmente en mi país dos canales (Venevisión y Televen) transmitieron en directo el lanzamiento de esta misión, ya que por las diferencia de horas, su despegue coincidió en horas de la emisión meridiana de noticias y por ello pude verlo en vivo. Un orgullo para Latinoamérica el Dr. Chang Díaz. Saludos desde Venezuela”.

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Franklin Chang es un hombre inquieto y, como tal, no se ha quedado tranquilo viviendo de sus glorias pasadas. En 2005 se separa de la NASA para formar su propia empresa, Ad Astra Rocket Company, cuyas palabras en latín significan “hacia las estrellas”. Esta compañía tiene sede en Houston y en Guanacaste. Chang trabaja en un motor que utiliza plasma, la cuarta materia de la que están hechos el sol y las estrellas y motivo de su especialización en el doctorado. Ello como parte de la búsqueda para el control de la fusión termonuclear: el proceso donde se origina el sol y las estrellas como una fuente de poder en la Tierra. Las pruebas se realizan, como dijo en el teatro, a unos cinco millones de grados centígrados. Chang sueña con llevar a los humanos al planeta Marte a una velocidad diez veces superior a la que actualmente se utiliza para viajar al espacio, sin tanto desgaste corporal. Cree, como ha dicho en una entrevista, en la democratización del espacio, es decir, que de llegar a ser posible, él aspira a que sea un sueño realizable para muchas personas. Un espacio exclusivo para los pudientes no le interesa. Este pensamiento de Chang seguro que no agradaría a Richard Branson, el billonario creador de Virgin Galatic que habla de colonizar a Marte y dividirlo en “Marte Este” y “Marte Oeste”, compartirlo, como los conquistadores europeos de América en su época, con el también billonario Elon Musk, fundador de Space X.

Como parte de sus emprendimientos, en agosto de 2017 un autobús transportado por un tráiler recorrió las carreteras del país. En la cuenta de Twitter @FranklinChangD se pueden ver varios videos. Se trata del primer autobús eléctrico de hidrógeno en Centro América, que hizo su llegada estelar por el Puerto de Limón. Ad Astra Rocket desarrolló este prototipo y convirtió a Costa Rica en el segundo país en Latinoamérica en contar con la tecnología del uso del hidrógeno como fuente de combustible. En la presentación del libro, Chang confiesa que desea ver a Costa Rica como el primer país en utilizar solo electricidad e hidrógeno como fuente de combustible, que sea una nación “libre de petróleo”. Y agrega que así como Costa Rica se convirtió en el primer país en abolir el ejército (1948), desearía verlo como el primero en lograr este propósito referido. El nombre del vehículo, que ya se empieza a conocer como “el autobús de Franklin Chang”, lleva el nombre de Nyuti, que en lenguaje indígena chorotega de Guanacaste significa “Estrella”. La atracción siempre por las estrellas, esas estrellas que tanto cautivaron a Chang en Venezuela como en ningún lugar.

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El Foyer del Teatro Nacional es el escenario en el que se lleva a cabo la tertulia con el astronauta. La arquitectura y el decorado de otras épocas contrastan con los temas sobre el espacio. Está acompañado de su madre, María Eugenia Díaz Romero, sentada en primera fila. Ella también aparece con frecuencia en la biografía. Chang, con humor, le hace consultas frente al público:“¿Cierto madre?”, dice al referirse sobre todo a sus travesuras de pequeño. Chang se muestra sonriente, preserva un aire y actitud juvenil. Se percibe como una persona accesible y humilde.

Tuve la oportunidad de hacerle la siguiente pregunta:

—Don Franklin, en el libro usted indica que su interés no reside en conocer quién creó el universo sino en entender su funcionamiento. ¿Cómo puede un astronauta estar en el espacio, regresar a Tierra, y llevar una vida normal? Uno no puede imaginarse estar en el espacio, es algo demasiado vasto para asimilarlo. Yo supongo que el regresar debe causar un impacto de consideración: ¿tuvo usted alguna crisis de tipo existencial sobre el mundo, Dios, el Universo? ¿Cómo hizo para adaptarse?

—Nadie que va al espacio puede ver el mundo de la misma manera luego de regresar. Cuando uno está en el espacio tiene una sensación de poder, si se quiere, muy grande, porque el planeta está allí mismo, uno lo puede ver completo. Entonces, eso lo pone a uno a pensar y verlo de una manera distinta. También hay que tener en cuenta el hecho de que uno está en una nave y que a pocos metros, traspasando las paredes de solo centímetros, está el vacío. Eso proporciona otra perspectiva. Entonces, en efecto, mi interés es entender cómo funciona el Universo. Mi mente trabaja como la de un científico. Las preguntas sobre Dios y quién creó el Universo prefiero dejárselas a las personas que más saben sobre eso, a los expertos. Uno tiene que ponerse límites, porque sino se puede caer, claro está, en alguna crisis de tipo existencial.

Uno de los compañeros de colegio de Franklin Chang, psicólogo, también se encuentra en el evento y le pregunta cómo logró combinar su adaptación a la vida simultánea en dos países tan distintos, desde todo punto de vista, como Costa Rica y Estados Unidos. A lo que Chang respondió:

“Cuando uno está en el espacio se empiezan a ver las distancias muy cercanas. Antes uno pensaba que Estados Unidos era algo lejano, pero desde el espacio uno se da cuenta de que la distancia entre Estados Unidos y Costa Rica es muy pequeña. En avión desde Liberia (Guanacaste) me toma tres horas llegar a Houston y, en realidad, llegar a San José dura más tiempo por las presas (colas)».

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En una nota final del libro, el autor comenta que su aspiración es que la obra sea una trilogía. De hecho, la narrativa de Los primeros años concluye cuando, luego de conseguir un trabajo en el Banco Nacional de Costa Rica para ayudarse económicamente, encontró una ventana de escape para trasladarse a Hartford, Connecticut, e iniciar el largo camino para convertirse en astronauta. Para ello contaba con unos familiares que lo recibirían, unos pocos dólares en la billetera y un pasaje de ida: “Mi papá me quemó el puente de regreso al darme ese pasaje solo de ida”, afirma ante la audiencia. Al terminar las páginas, Chang, a los 17 años, se dispone a realizar su sueño en territorio estadounidense, así como su padre pudo realizar el suyo, a su manera, en suelo venezolano.

A través de distintos pasajes del libro se trasmite el cariño de Chang hacia Venezuela: “Era una niñez de gran libertad. Tanto en Caracas como en San Juan de los Morros y en otros lugares donde vivimos”. Para su padre fue una“época de oro y juventud que jamás sería igualada en los años venideros”. Al mismo tiempo, habla reiteradamente de la inestabilidad política, huelgas laborales, interrupciones de colegios y escuelas y disturbios violentos en las calles que incentivaron el regreso definitivo a Costa Rica. Y cita en su libro a una muchedumbre que una vez pasó por su casa y gritaba:

“’Dame la F! ¡Dame la I! ¡Dame la D!¡Dame la E!¡Dame la L! ¡¿ Qué dice?! ¡FIDEL!’. Esa letanía de cánticos iba y venía y a veces percutían los disparos y la multitud corría a refugiarse a las casas. Esa fue mi última experiencia de niño en ese bello país”.

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Este texto fue publicado por primera vez en Prodavinci el 7 de octubre de 2017


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