COVID-19

El arco iris manda a decir que todo está bien…

24/03/2020

Fotografía de Gabriela Pulido Simne

No hay ninguna duda: el arco iris es más antiguo que el ser humano. Pero cuando el ser humano lo vio por primera vez tiene que haberse sorprendido tanto como cuando sintió el primer terremoto o descubrió que existía la luna. El arco iris, ese puente entre el cielo y la tierra, ese puente de colores tan insólito y de tanta belleza, fascinaba y a veces infundía temor. Precisamente porque comunicaba las alturas con la tierra y el mar. Tardaron siglos y siglos para descubrir que se trataba de un juego entre el sol y las gotas de agua.

Los griegos, que en cuestión de cultura son más antiguos que muchos otros pueblos, revelaron que esa belleza pintada en el aire era una diosa llamada Iris. Homero escribió la historia de cuando Iris buscó a Ilitia para que fuera la partera y naciera Apolo.

Y Robert Graves echó este cuento: la guerra de Troya se desató a causa de las intrigas entre las diosas:

“Si Hera y Atenea no hubieran estado tan enfadadas con Paris por haberle dado la manzana a Afrodita, nunca habría comenzado la guerra de Troya. Pero tan pronto como Hera se enteró de que él se llevaba a Helena, mandó a Iris, diosa del arco iris, para que le diera la noticia a Menelao. Este se apresuró a marchar de Creta a casa y se quejó a su hermano Agamenón:

—Ese bribón de Paris vino a Esparta como un invitado y el muy villano se ha fugado con mi esposa Helena…”

En el Genesis, el arco iris representa un pacto entre Dios y los seres vivientes: cuando aparece en las alturas es como si Dios dijera “no les voy a repetir lo del diluvio: quédense tranquilos”.

“Y dijo Dios: ‘Ésta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne’”.

En los mitos nórdicos lo llaman Bifrost y desaparece si se violan ciertas instrucciones sagradas. No hay que abusar. Hay que respetar lo que no se conoce.

“Cruzarán el puente del arco iris, el Bifrost, y cuando hayan pasado, el puente se desmoronará y sus luminosos colores se convertirán en sombras de carbón y cenizas. Nunca más volverá a lucir un arco iris sobre la tierra”.

El leprechaun es un duendecillo del folclore irlandés. Hace zapatos talla de hada y acumula sus monedas de oro en vasijas de barro. Según varias leyendas, cuando el arco iris aparece, señala con sus extremos dónde están esas vasijas. El pequeño duende corre a tratar de esconder su tesoro en otra parte. Aseguran que como zapateros los leprechaun no son muy eficientes: solo hacen un zapato. A las hadas no les parece gracioso el asunto.

En el Apocalipsis se describe la cara de Dios y se alude a un arco iris que brilla cerca: “Vi que había un trono en el cielo y uno sentado en el trono. El que estaba sentado era de aspecto semejante al jaspe y a la cornalina. Un arco iris rodeaba el trono, de aspecto semejante a la esmeralda”.

En Italia lo llaman arcobaleno. Para los italianos el arco iris es un símbolo de paz. Y ahora los niños lo usan como bandera de la esperanza. Ellos lo han pintado como una tarea de escuela y lo han colocado en lugares visibles de casas y edificios.  El arco iris recupera con los niños todos sus colores y el lenguaje bondadoso de la naturaleza.

Los cambios que se sienten

Las ciudades han estado cambiando tanto, pero tanto, que ya no son para resguardarse de los enemigos: todos los enemigos habitan sus espacios y es un terrible deber enfrentarlos cada día.

Las niñas también han cambiado: ya no les apetece demasiado jugar con muñecas. Los niños pueden soñar que tienen superpoderes, pero deben aceptar, con ejemplar sinceridad, que las niñas poseen superpoderes de manera natural.

—Papá reparó la máquina y cuando venga el sol iremos a la playa —dice Miranda. Niña genovesa. Tres años de edad. Llaman máquina al carro. Gran certeza.

Ya soporta cuatro semanas encerrada. Antes de comenzar todo, iba a su escuela y de tarde acudía al parque cercano. Que de repente y tal se fue convirtiendo en un desierto donde solamente el fuerte viento frío se atrevía a jugar.

—Como la nonna no ha venido, hice una foto de ella. Cuando venga se la pondré en su cartera gigante —comenta Gini. Genovesa. Tres años de edad. Llama fotografía a un dibujo donde su abuela aparece como una luna llena.

Fotografía de José Pulido

Amanecerá y veremos

Al apenas amanecer escucho que alguien camina y se detiene, camina y se detiene. Siento una especie de entusiasmo. Pienso: “hay gente en la calle”, como si eso significara que ya se puede salir, pero cuando me acerco a la ventana, veo a un hombre uniformado que barre el pavimento meticulosamente. Un hombre que presta su servicio con empeño, como si de su tarea dependiera el equilibrio del universo. Sé que lleva mascarilla. También creo que susurra una canción. Se va alejando asediado de soledad mientras barre.

Me quedo suspendido, tratando de adivinar el mundo, de saber lo que ocurre. Me dedico a preguntarle a la computadora de una buena vez. Lo primero que busco es Venezuela.

El asunto es que parecemos virtuales. Estamos encerrados y el resto del mundo solo se ve a través de las pantallas de la computadora, el teléfono o el televisor si tienes esos recursos a mano. Pero esta apariencia es real. Toda esta tragedia virtual es real. He ahí el preocupante asunto. Y hay que vivirla hasta que se salven los que la naturaleza y la eficiencia de los medicamentos logren salvar. Uno le ruega a Dios, a los seres que se ocupan de la salud sacrificando muchas veces la suya, y a los benditos laboratorios.

(En el caso de nosotros, mi hija menor, Gabriela, es quien sale a la calle a buscar lo que necesitamos. Ella corre todos los riesgos, pero es muy meticulosa y cuidadosa. Sale bien protegida y cuando regresa se baña y lava toda la ropa usada en la calle. En estos días de cuarentena no trabaja, pero cuando lo hace está en contacto con mucha gente de diversos países y regiones: labora en un establecimiento ubicado en la estación de trenes).

Fotografía de José Pulido

La virtualidad

Para saber lo que ocurre debes poner tu cara y tu mente enfrente de una pantalla –y que no fallen las tecnologías– pero quien vive el encierro tiene también la posibilidad de notar algo que ahora destaca sobremanera: qué es lo que poseemos y qué es lo que no tenemos. Y por si fuera poco, se está en posición de vivir una cárcel injusta o no, y una sentencia suspendida encima de todas las cabezas.

Quien permanece en completa soledad, tiene también la preciosa oportunidad de recorrer su propio camino desde la infancia hasta ahora y constatar los sabroso y lo amargo, lo grato y lo ingrato. Y en definitiva, lo hermoso que sería retornar a la normalidad para realizar aquellas actividades que antes parecían obvias, rutinarias.

Pero la cuesta del miedo sigue ahí y hay que vencerla todos los días. Como los ciclistas en la Vuelta a Italia. Somos ciclistas del espíritu.

No me voy a poner filosófico ni fastidioso. Este es un asunto serio. Pero hay que superarlo como el navegante cuando se enfrenta con una de esas tormentas que llaman perfectas. Que aludiendo a Truman Capote, es como decir “monstruos perfectos”.

Un previo para el ejercicio

Dejo la computadora un rato porque mi esposa, mi hija Gabriela y mi nieta Paloma me llaman: tenemos que hacer ejercicios. Yo termino con la lengua por el piso. Ellas se ríen. Sé que lo hacen. En una casa aparte, distanciada, están Victoria, la hija mayor nuestra, con su esposo Ignazio y sus tres hijas. Las dos menores son gemelas. “Gemelinas”, pronuncian los genoveses. Nos llegan videos de ellas cada día. Eso ayuda mucho. Nos reímos. Ellas son como unas Atilas chiquiticas.

—Gini mi ha colpito in bocca e il sangue è uscito —dice Miranda.

(Gini me pegó en la boca y me salió sangre).

—Sì, ma mi sono scusato con te —responde Gini.

(Sí, pero yo me disculpé contigo).

Otro video

Las gemelas están haciendo ejercicios con Katerina, su hermana mayor, quien pacientemente accede a jugar con ellas tal como lo plantean. Las gemelas se llaman Ginevra  y Miranda. A Ginevra le dicen Gini y así se ha quedado. Ellas están en kínder. Katerina en la secundaria. Las gemelas tienen tres años y en ese tiempo han marcado territorio en todas partes. En estos días de cuarentena dice Gini:

—La escuela y las maestras se fueron de aquí.

Y Miranda agrega de inmediato:

—Yo también, y tú también, y la gata también.

Después le piden a Katerina hacer yoga. Imitan lo que a su juicio es el yoga, que vieron en un documental. Las dos hacen algo que al parecer es meditación. Se sientan, como el gran jefe indio Toro Sentado o fingiendo una flor de loto, y exhalan juntas, como debe ser:

—¡Aummmmm¡

Katerina trata de no reírse y repite todo con ellas. Katerina es paciente y las ayuda con una sabiduría envidiable.

—Miranda se cayó de la cama —informa Gini.

Miranda responde, tratando de evadir el tema:

—Cuando la mamma repare el sol vamos a la playa.

Una confesión: sueño mucho

Aquí sueño mucho. En estas noches me desperté y pensé que debería escribir un cuento con todo lo que soñé. Pero después no me pareció nada original. Soñé que la cuarentena se había puesto tan estricta que ya no se podía salir a buscar alimentos, pero alguien dejaba cada semana ante la puerta una caja de comida y agua. Soñé que pasamos varios años encerrados de esa manera. La nieta se transformó en una señorita pensativa que había leído y releído todos los libros que pudimos descargar en la computadora. Hubo un momento en que no teníamos información de ningún tipo. Solo aparecían películas viejas en la pantalla. Y transcurrieron dos semanas sin que avisaran en la puerta lo de la comida y el agua. Entonces decidimos salir. Nos preparamos y abrimos la puerta con mucho tiento. Me di cuenta de que apenas podía caminar. Y en la calle había muy poca gente, pero nos veían con asombro. Hasta que una muchacha de la edad de nuestra nieta, (por los rasgos podría ser una de sus amigas de la escuela) comentó para sí misma, aunque todos la escucharon: “son las personas que estaban perdidas”. Y después gritó entusiasmada: “¡Aparecieron! ¡Aparecieron¡”.

Todo estará bien

En esta otra casa, donde las tres mujeres me vigilan para que haga ejercicios, mi nieta Paloma está leyendo Mujercitas. Y suspende la lectura para mostrarme algo que ha escrito.

Ella ha puesto en las ventanas el arco iris con el mensaje Andrá tutto bene (todo estará bien), que han difundido por toda Italia los niños cuyas aulas se han trasladado a las casas. Ese optimismo de los niños brota por todas partes como la mejor de las oraciones en esta actualidad.

—Ho già dipinto l’arcobaleno cinque volte… —dice, creyendo de repente que está en la escuela.

—Habla español conmigo —le pido.

—Ya he pintado cinco veces el arco iris…

Palomita escribió este mensaje y me lo entregó a manera de aporte:

“Hola, me llamo Paloma. Hoy quería hablar sobre lo que yo vivo del coronavirus. Ahorita estamos todos en cuarentena, no podemos salir. Solamente si hay una emergencia. Los niños no van a la escuela, no hay gente en la calle, está todo cerrado menos los supermercados y las farmacias. A mí lo que me falta por culpa del virus es: ir al parque, ir a la escuela, ver a mis amigos. Hasta la próxima. Andrá tutto bene”.

Después de ese escrito, Palomita se dedicó a ver una película con su madre. Era una cinta muy emotiva. Mi nieta se largó a llorar antes que terminara el filme.

Creo que nunca había visto una película en blanco y negro.

—Era muy triste, abuelo… —fue todo lo que dijo.

***

¿Cómo prevenir el contagio?

La recomendaciones principales de la Organización Mundial de la Salud son:

  • Lavar las manos con agua y jabón con frecuencia, o usar gel desinfectante con una base de alcohol de al menos 60%.
  • Evitar tocarse la cara con las manos.
  • Cubrirse al toser o estornudar con la parte interna del brazo.
  • Evitar el contacto con personas infectadas.
  • Mantenerse al menos a un metro de distancia de otras personas en lugares públicos.
  • Desinfectar las superficies con las que se tiene contacto frecuentemente.

***

Si usted ha viajado o ha tenido contacto con personas que hayan estado en países afectados, o presenta síntomas similares a los de la enfermedad, consulte a su médico.

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