Perspectivas

Que Dios me ampare

16/03/2020

Virgen de Torriglia. Fotografía de Gabriela Pulido Simne

Esta computadora es la ventana de un barrio universal. Me asomo para hablar con los familiares y los amigos. Finjo que los tengo cerca, que escucho sus voces, que huelo el ambiente donde viven. Pregunto y me responden. Generalmente disfrazamos un poco la realidad. Con algo de ilusión, de sueño, de humor o de esperanza. Sencillamente, es lo que nos toca vivir en esta temporada.

Está decayendo la tarde aquí en Italia. En Venezuela es mediodía. El reloj de la iglesia da la hora. Las campanadas se escuchan tan claramente, de un modo tan exacto a como sonaron ayer, que transmiten una especie de alivio solidario. A las seis de la tarde, lo que más deseamos es que pasen las horas y amanezca nuevamente. Que vuelva el pálido sol anunciando otro día.

En todas estas casas y apartamentos habita gente de distintas religiones y creencias, pero las campanadas son percibidas de la misma manera: no estamos solos, y alguien lo hace saber difundiendo ese sonido que ha surcado el aire durante siglos.

Es como cuando las cigarras cantan intensamente para anunciar que hay una transformación en la naturaleza. Mientras más calor más fuerte es su estridor. Se aparean durante el fragoroso concierto y en su amorío logran que unos cuantos huevos caigan de los árboles y se sumerjan como semillas en la tierra. Esos huevos vivirán subterráneamente y a los 17 años exactos saldrá a la superficie una oleada de cigarras. Eso ocurre generación tras generación. La primavera es una estación completamente ligada a la existencia.

Las campanadas y las canciones que saltan en el viento me han hecho aludir a las cigarras porque la primavera está muy cerca. Ya lo han mostrado por los medios: aquí, de repente y tal, alguien canta en un balcón o en una ventana y de inmediato los vecinos repiten la canción hasta que se vuelve un coro formidable. Voces de todas las edades cantando como una sola persona. Cuando se escucha Volare, O´sole mío, Torna a Sorrento, nosotros nos agregamos al orfeón, porque conocemos esas canciones. Del resto leemos y hablamos. Si lees y meditas no te encierra ninguna pared.

Ciencia y fe

La ciencia a veces tarda en la búsqueda de soluciones, pero siempre logra aplacar los males que afectan al ser humano. Esa es una realidad. Y también lo es el hecho de que las enfermedades nunca dejarán de aparecer mientras exista la vida. La enfermedad es esa lucha hamletiana que los organismos protagonizan: ser o no ser. Descomponerse o seguir.

Epicteto decía:

“La enfermedad es un impedimento del cuerpo, pero no de tu libre albedrío; a menos que decidas que lo sea. Si eres renco, es tu pierna la que está impedida; no tu voluntad. Considera esto en relación con todo lo que ocurre y verás que esos obstáculos no son un impedimento para ti, aunque lo sean para los demás”

Mientras los tubos de ensayo y los microscopios laboran, el ser humano acosado por los temores de la pandemia trata de poner en funcionamiento su abandonado laboratorio particular: la fe.

Los encerrados rezan o invocan a sus santos preferidos. Comparten oraciones por teléfono o computadora. Piensan que en última instancia la fe hará también su papel en esta hora angustiosa.

¿Qué es la fe? Preguntan a cada rato quienes dudan de todo, como este servidor. La Biblia lo explica:

“La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”.

Uno se da cuenta de que la Biblia tiene explicaciones tan hermosas, enigmáticas y profundas como la sabiduría china:

¿Qué es el Tao?

“El Tao no se puede declarar con palabras, lo que se declara con palabras no es el Tao… Quien responde cuando le preguntan por el Tao, no conoce el Tao”.

Como si se necesitara una presencia menos hermética, el poeta griego Nikos Kazantzakis ha exclamado alguna vez:

—¡Ah! Hay que ver por lo que el pobre Dios tiene que pasar. En buen berenjenal se metió cuando creó el mundo.   Los peces gritan: ¡No nos confundas, Señor; no permitas que caigamos en las redes! Los pescadores gritan: ¡Confunde a los peces, Señor, para que caigan en las redes! ¿A quién debe escuchar? Unas veces escucha a los peces y otras a los pescadores… ¡Y así marcha el mundo!

Cada quien tiene su devoción

En esta zona genovesa, cerca de la iglesia y de los parques infantiles, hay una capilla que alberga a la virgen María. Y por la avenida principal hay un Cristo al lado de una acera, como incrustado entre unas matas. Jesús se ve más viejo que la Virgen María. Cada vez que pasaba cerca de ambas imágenes me persignaba. Volveré a hacerlo cuando salga a la calle.

Me persigno mecánicamente. Soy un cristiano de ese tipo. Poco conocedor de los rituales y de lo que llaman fe. Me persigno con respeto, eso sí. Pero sin meditar mucho en por qué lo hago. Ni en por qué soy respetuoso. Mi madre, mi hermana y mis tías me criaron y ellas eran católicas silvestres: bautizaban a sus hijos y ya está. Iban a la iglesia cuando había un bautismo, una primera comunión o un difunto. Del resto solo seguían a los santos y las vírgenes en las procesiones de las fiestas patronales. Y sus rezos solían fluir con dedicación en velorios y novenarios.  Hasta ahí.

Mi madre tenía en el corazón a la virgen María Santísima, esa era toda su fe. La reverenciaba a través de la Virgen de Lourdes. Luego murió con el corazón hinchado por el mal de chagas. Ahora estoy pensando con cierto cariño en la Virgen de Lourdes que vivía en una gruta y que mi madre amaba como si fuera una amiga. Cuando ella era adolescente el nombre de Lourdes abundaba entre las mujeres.

Nunca se hubiera imaginado que yo iba a estar pensando en sus creencias y encerrado en medio de la total belleza del paisaje italiano. Quisiera que terminara todo esto para salir a contemplarlo. No sé si tendremos que sentir la primavera entre cuatro paredes. Pero lo haremos si no hay más remedio. Con el mar tan cerca no sé si podremos salir pitando hacia las playas cuando el verano se encienda. Pero añoraremos el mar con almas de pescadores, si hay que hacerlo.

En fin: la fe en cosas no científicas también ayuda durante trances como el que estamos viviendo.

La computadora y los teléfonos me parecen más fantásticos que nunca. En estos días hablé con varias amigas que viven en Italia. Y lo copié todo para que formara parte de este escrito.

Mirian Gutiérrez Sarpe

Mirian Gutiérrez Sarpe, viuda del cellista Nicolae Sarpe, ambos grandes colaboradores en la consolidación del Sistema de Orquestas de Juveniles e Infantiles de Venezuela, vive en Roma. A una de las orquestas que surgieron en la provincia venezolana le pusieron el nombre de Nicolae Sarpe. En estos días “hablamos” por computadora. Me dijo que cumplirá 72 años el próximo 18 de noviembre. Día de la Virgen de Chiquinquirá.

-¿Cómo estás viviendo este tiempo de epidemia?-  le pregunto.

-Como decimos en criollo: con el corazón «arrugado», no solo porque el virus, particularmente afecta a las personas mayores, sino porque yo tengo una patología de las que pueden también contribuir al contagio: soy asmática crónica. De todas maneras, como buena creyente y poco practicante, me pongo en las manos de Dios y la Virgen y mi amado príncipe. Y así se vive el día a día: la fe ayuda mucho.

-¿Qué haces en este encierro?

-Como soy adicta al internet, en estos momentos me ayuda mucho estar en contactos con amigos. Me preocupa particularmente la situación de Venezuela y trato de dar consejos sencillos a los amigos, como por ejemplo: al salir de casa hacer gargarismos con sal y bicarbonato y lo mismo al regresar.

-¿Estás sola o con la hija y la nieta?

-Estoy sola físicamente. Ellas viven en el exterior.

-¿Cómo está Roma?

-Veo la ciudad por los noticieros locales y uno que otro video: semi desierta, los habitantes han entendido la situación de fragilidad en que nos encontramos. Para mi caso, persona de la tercera edad y sujeta a riesgos mayores, me da mucha tranquilidad que se haya instituido un numero de contacto especial con la Cruz Roja, para que te hagan las compras de víveres y medicinas y te las traigan a casa.

Erika Reginato

Erika Reginato, poeta ítalo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Es muy bien considerada en esta otra patria suya, donde ha hecho traducciones al español de poetas italianos venerados, como Ungaretti.

Ella está escribiendo un libro que comenzó hace años: Catorce días en el paraíso. Dice que no lo ha terminado por miedo. La operaron de un tumor en la cabeza un día 13 y luego de un derrame en la noche la volvieron a intervenir el 14 de enero. Y estuvo en coma durante un mes. Cuando despertó siguió traduciendo y escribiendo su poesía. Ella es dulce y fuerte.

-¿Cómo está todo en Vicenza, Érika?

-Aquí en Vicenza hay un gran silencio…

Fotografía de Erika Reginato

Lisette Fernández

Poeta venezolana-italiana que dirige la institución Associazione Orquídea de Venezuela. Ella es en Milán un símbolo de lucha y solidaridad en favor de los emigrantes de América Latina.

-¿Cómo estás viviendo este tiempo de virus?

-Son momentos muy difíciles por los que estamos atravesando, desde el día 21 de febrero, cuando se comprobó el primer caso de covid19 aquí en el norte Italia. He estado muy precavida, evitando salir y frecuentar la ciudad. Cada día que pasa aumenta el número de personas contagiadas y el número de muertos. Pensar que esto tendrá solución a breve, es un eufemismo. Necesitamos mucha fuerza de voluntad y mucha fe para soportar está calamidad que nos incumbe, no solamente en la ciudad de Milán, sino en todo el país.

-¿Qué ha cambiado en tu vida?

-Prácticamente he cambiado por completo mi ritmo de vida, he suspendido mi trabajo, haciéndolo mayormente desde mi propia casa, he debido post datar, muchísimos eventos de la asociación que represento, y que llevaron mucho tiempo y sacrificio para ser organizados antes, y ahora tuvieron que ser reenviados para una fecha aún por definir. Italia es hoy por hoy una zona roja o «protegida». Debemos someternos a las nuevas disposiciones del Gobierno, para nuestro bien común, solo así, se podrá contener está epidemia.

-¿Cómo ves la situación en general?

-Pienso que Italia es un país muy fuerte, a pesar de los contrastes internos y está mandando una señal poderosa a todos aquellos países europeos, que en su momento la dejaron un poco sola. Será sin duda un gran ejemplo, para otros estados, de cómo combatir este mal que aflige al mundo.

-¿Cómo está Milán?

-La ciudad de Milán se encuentra en estos días desolada, se percibe una atmósfera de silencio y de miedo, que entristece y crea un encuentro cara cara con esa desolación que deja la muerte cuando pasa. Las medidas en esta última semana se han tornado más drásticas, y finalmente la gente ha entendido que solamente quedándose en sus casas, se podrá escampar de esta crisis sanitaria. Es una tragedia como nunca antes se había visto, al menos en los últimos tiempos modernos.

Fotografía de Lisset Fernández

Ingrid Dussi

Ingrid Dussi, graduada en Lengua y Literatura Extranjera en la Universidad de Bologna, es una escritora y traductora que vivió su niñez en Calabozo, estado Guárico, y su amor por Venezuela es tan grande como su amor por Italia. Ella ha organizado durante siete años la donación de medicamentos para los venezolanos de menos recursos económicos y ha logrado encaminar envíos importantes.

-Viví en Calabozo de niña y mis mejores amigas eran las hermanas Cristina y Milagros Morales. Cristina era tu vecina en Caracas ¿no? – pregunta Ingrid.

Ella se ha desempeñado como secretaria general de la asociación latinoamericana en Italia ‘Ali per Venezuela’, una organización sin fines de lucro que ya cuenta con 130 voluntarios en 25 ciudades. Comenzó organizando actividades culturales relacionadas con los dos países y desde el año 2013 se convirtió en un foco de solidaridad para las emergencias venezolanas.

Ingrid se ha preocupado durante mucho tiempo por la escasez de medicamentos para las personas que sufren el cáncer en el país de su infancia.  Su madre falleció víctima del cáncer hace poco. Vivía en Valencia, Venezuela.

Después de 49 años de trabajo ha sido jubilada, pero eso no ha detenido su labor con los medicamentos. En su casa ha aprovechado el encierro para seleccionar y empaquetar una donación de medicinas que recibió hace poco.

-Estoy en casa, ocupada con las medicinas, pero sigo trabajando unas horas para ayudar a la colega de Milán que heredó mi trabajo. Tengo 50 kilos que salen por mar. Casi 100 jeringas de metotrexato y una buena cantidad de inhaladores.

Ingrid Dussi vive la situación dramática causada por el coronavirus, pero no abandona su preocupación por los enfermos que necesitan medicamentos en Venezuela.

-Lamento las víctimas de esta pandemia y las repercusiones económicas, pero estoy agradecida por la elección ética que todos los países han asumido para salvar vidas-dice.

-¿Qué  harás ahora con más tiempo libre?

-Durante unos meses me ocuparé de poner la casa y la bodega en orden. Luego quiero tomar DILE, el certificado del Instituto Cervantes para el idioma español y dedicarme a la traducción, del español al italiano. No por dinero, sino para mantener mi mente ocupada. Pensé en comenzar con El pasajero de Truman. También quiero recuperar la mejor literatura venezolana de los últimos 40 años.

Fotografía de Ingrid Dussi

Hebe Muñoz

La poeta Hebe Muñoz y su compañero Francesco Nigri, viven Parma. Ellos nos han acompañado en recitales aquí en Génova. Inclusive en un foro sobre Venezuela que Hebe organizó.

Le pregunté a Hebe cómo estaban las cosas por su lado.

-Estamos bien y sin embargo preocupados. Francesco se ocupa de hacer el mercado, de ir a la farmacia, de sacar a la perrita y trata de que nada nos falte. Trabaja por internet. Él ha reducido el tiempo de las salidas para cumplir con las medidas establecidas de prevención del contagio del Covid19.

Es él quien me cuenta lo que sucede afuera. Yo no he salido en diez días.

Damos gracias a Dios por nuestra terraza porque tenemos vista y luz. Pensamos en las personas que solo tienen ventanas pequeñas que dan hacia otras ventanas y en lo duro que debe ser no poder contemplar el cielo y la luz.

Damos gracias a Dios porque podemos vivir con serenidad este tiempo difícil.

Vaya un pensamiento y una oración para las personas que están solas, necesitadas y para quienes están dejando este mundo y lo están haciendo solos porque únicamente pueden tener contacto con los médicos.

-¿Qué cambiará?

-Depende de cuánto dure todo esto y de cuáles serán las consecuencias. Cambiará algo en las relaciones humanas y laborales porque muchos que antes estaban ya no estarán y algunas cosas que se vivían ya no se vivirán más.

No queremos que todo vuelva «a ser como antes». No queremos volver a esa “normalidad» aparente con los valores humanos y de vida trastocados.  Que este tiempo no sea una Navidad larga donde todos somos buenos y luego pasa. Nos gustaría mucho que este periodo de prueba fuera aleccionador y modifique nuestro comportamiento y nuestras actitudes hacia los otros. Que una vez superada la pandemia las personas no caigan en despilfarro de tiempo y de recursos olvidando lo que verdaderamente es esencial y vital.

-¿De qué hablan ustedes?

-La cosa bonita de vivir esto en pareja, es que todo se convierte en un hablarse: las miradas, un dedo sobre la piel, un beso en la frente, un tenerse la mano, los mismos silencios compartidos, los mismos miedos, la misma incertidumbre y saber que se está viviendo el recorrido más bello dentro de todos los recorridos que se pueden vivir a través de los tiempos. Es decir, amarse y amar.

Fotografía de Gabriela Pulido Simne

Para terminar

La luz en Génova constituye una extraña y maravillosa presencia. En otoño el gris y el dorado tejen días que resultan melancólicos y a la vez optimistas. En invierno, los callejones o vicos, no reciben jamás la luz del sol y muestran su antigüedad. Su misterio. Casi es posible escuchar los pasos de sus fantasmas luminosos. Colón, Marco Polo, Andrea Doria, Montale, Flaubert, Nietzsche, Mary Shelley, Lord Byron, Percy Shelley, Hemingway, Pound, Yeats, Paganini, Dante, Petrarca.

En primavera las calles y todos los lugares son como el taller de un pintor descuidado que riega colores por todas partes. Y los olores son un aderezo para la hora de soñar. Las imágenes y los recuerdos inundan cabezas.

El verano trae una luz que revela en los estrechos callejones de la antigua ciudad, detalles que no se veían ni se notaban en otros meses. Descubres que ahí mismo estuvo Salgari bebiendo café o que en aquella casona vivió sus dolorosos momentos Constance Lloyd, la esposa de Oscar Wilde.

Dejo el teclado y me asomo a la ventana porque he escuchado un monólogo ciertamente inusual o insólito en esta solitaria calle.

Un muro hecho de piedras y sin argamasa se interpone en la visión del paisaje que por ahora no podremos recorrer. Ah: la belleza de Italia. Al pie de ese muro, un anciano espera que su perro orine. Le habla cómo dándole ánimos.

-Se finisci presto non farà più male…

(Si terminas pronto no te dolerá más)

Me descubre y explica:

-Es que está muy viejo y enfermo y los riñones no le funcionan…

-Qué lástima…-es lo que atino a responder.

-Le hablo para que sepa que no lo voy a dejar abandonado con ese dolor…- comenta, como si estuviera obligado a mostrar una razón de peso.

El perro ha terminado su martirio. Ha mojado unas piedras y las ha manchado con unas cuantas gotas de sangre. El enorme y leonado animal mira al anciano y levanta la cabeza en un gesto de cansancio, como para averiguar de dónde viene la otra voz. Su dueño hace un gesto de saludo y antes de irse dice:

-Questo sta accadendo è unico. È storia. È terribile…

Que pude traducir más o menos así:

-Esto que está pasando es único. Es historia. Es terrible.

No sé si se refería al sufrimiento de su pobre compañero.


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