Literatura

El alunizaje visto desde Caracas

Fotografía de Juan Barreto | AFP

03/08/2019

El primer plano de la televisión suelen acapararlo las estrellas de cine, de la música o del baile. Sin embargo, el 20 de julio de 1969 sería la Luna, nuestro satélite natural, el objeto que brilló en las pantallas de todo el planeta, como un inolvidable astro del espectáculo. Por primera vez el hombre fue capaz de caminar sobre otro mundo. Esta proeza se convirtió en un hito de la ciencia, la política y las bellas artes, y aún continúa reverberando en la memoria de muchos testigos.

De acuerdo con la página oficial de la NASA, más de seiscientos millones de personas en todo el mundo vieron aquella hazaña “en vivo y directo” en sus televisores. Sin duda, el alunizaje ha sido uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia humana.

La novelista Victoria de Stefano, el crítico de cine, cronista y narrador Rodolfo Izaguirre; la mezzosoprano y directora Isabel Palacios y el periodista Manuel Felipe Sierra recuerdan aquel domingo cuando Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins condujeron el módulo de mando Columbia, de la misión Apolo 11, y luego los dos primeros –Armstrong y Aldrin– posaron el módulo Eagle en el Mar de la Tranquilidad de la Luna.

En La Guaira, los buques atracados en el puerto sonaron sus sirenas ese 20 de julio en apoyo a los astronautas, cercanos parientes de antiguos exploradores marinos. La prensa venezolana reprodujo artículos de medios extranjeros en los que se daban detalles sobre el viaje espacial iniciado el jueves 17. Por esos días, además, los diarios estuvieron plagados de anuncios publicitarios diseñados con motivos espaciales.

Victoria de Stefano recuerda que en Caracas había gran expectativa respecto al alunizaje. “En particular, yo fui a casa de unos amigos para ver el espectáculo. Lo vimos por Radio Caracas Televisión, por supuesto. Creo que fue un acontecimiento de suma importancia para la humanidad. Verlo en vivo fue simplemente fascinante”.

Pese a que el 20 de julio resultó “el gran día”, las reposiciones de la transmisión no tardaron en saturar los televisores venezolanos. Poco después, la industria cinematográfica produjo documentales y películas con la Luna como protagonista o inspiradora de las tramas, según fuera el caso. Para de Stefano, aquellas retransmisiones fueron importantes porque de ese modo se pudo apreciar mejor lo sucedido: “Aquella noche los ánimos estaban agitados. Creo que no observamos, solo vimos lo que pasaba. Verlo más tarde permitió apreciar con mayor detalle todo el descenso. Uno estaba más calmado”.

El encuentro del hombre con el satélite natural le pareció una cosa “extrañísima”. Quienes estaban reunidos aquel día –comenta– elucubraban sobre nuevos destinos: Marte, Júpiter o Saturno. Aunque sondas y naves de la NASA han ido a lugares tan recónditos como Plutón, para los humanos esos lugares de nuestro sistema solar siguen siendo inalcanzables. La posibilidad de pisar otros planetas, como se hizo en la Luna, aún continúa en el terreno de lo imaginario.

La narradora recuerda su vida en 1969: “Caracas era una ciudad agradable. No obstante, ese año el país vivía coletazos de la lucha armada impulsada por las guerrillas, lo cual creó un ambiente tenso. Más allá de eso, sin embargo, era una urbe muy tranquila. La gente vivía feliz. Yo era profesora en la Universidad Central de Venezuela y criaba dos hijos que no superaban, cada uno, los diez años de edad. Por ello no salía casi de noche –ríe–: iba de las clases directo a casa para atenderlos. Pero sí disfrutamos aquella época rica en cultura; frecuentábamos el cine y los museos”.

Siente vergüenza por no recordar con mayor precisión los detalles del alunizaje. Con todo, reconoce que aquel día no hubo discurso político capaz de interferir en el disfrute de aquellas imágenes que también veía Venezuela. “Para Occidente fue otra historia. Gracias a esos intrépidos hombres Estados Unidos ganó la carrera espacial que se desarrolló durante los años de tensión de la Guerra Fría”, puntualiza.

Para el crítico de cine y cronista Rodolfo Izaguirre nuestro satélite natural es un lugar donde depositó dos veces su amor. “Aquel gran salto de la humanidad, que fue la conquista de la Luna, tiene que ver con Belén y con mi hermana. Tiene que ver con mis sentimientos”, enfatiza.

Izaguirre, de 88 años, viaja al pasado con asombrosa lucidez. Sus ojos brillan cada vez que el recuerdo de Belén Lobo, su esposa, se cuela en sus pensamientos. Aunque murió hace cuatro años, ella aún baila en cada rememoración; es una hermosa figura reflejada en la dulce manera como la trae al presente en cada verbo o adjetivo. Por otro lado, los gratos recuerdos de la Venezuela de su juventud lo obligan a sonreír.

El día que el hombre llegó a la Luna Izaguirre se encontraba en Rusia. Un filme sobre Simón Bolívar producido por España, Italia y Venezuela formaba parte del Festival de Cine de Moscú. “Para mí eso fue como una luna de miel. Estar tan lejos de casa en una ciudad tan preciosa como Moscú y con mi esposa: ¡vaya experiencia! Agradecí mucho ser director de la Cinemateca Nacional, eso me permitió realizar ese viaje”.

Sin embargo, el viaje a la Unión Soviética tuvo un ligero sabor amargo: “Nos enteramos de que los rusos no iban a transmitir la llegada de Armstrong a la Luna porque no eran ellos quienes habían logrado la hazaña. Se trataba de la Guerra Fría. Recuerdo haberle dicho a Belén que debíamos ir a Paris para ver ese acontecimiento; al final nos quedamos en Moscú. No recuerdo exactamente cuándo, pero vimos el alunizaje retransmitido; eso no es lo mismo que verlo en vivo y directo, claro, como lo hizo casi todo el planeta”.

Izaguirre sube el tono, como regañando a los rusos: “Nunca les perdonaré haberle negado a su gente ver ese momento histórico. Era puro odio político, la rencilla ideológica interfiriendo con la ciencia. Fue un momento en que la política se metió en las casas. A eso se le llama biopolítica, una cosa terrible que ataca la racionalidad. Además, estamos hablando de un pueblo incapaz de expresarse, porque si lo hacía lo más seguro es que acabara en la cárcel.”

Cuando regresa a Caracas y vio las retransmisiones donde Oscar Yanes presentaba la llegada de la misión Apolo 11 a la superficie lunar sintió extrañeza. “Yo respeto muchísimo a Yanes, era un periodista muy importante, pero no era la persona adecuada para que narrara lo que estaba pasando. Recuerdo que en su descripción decía cosas como ‘la Luna ingrávida de colores’. No creo que haya sido la persona adecuada. ¿Por qué no haberle dado esa responsabilidad a un poeta, a un escritor?”

Viendo las imágenes retransmitidas del alunizaje, Izaguirre pensó en su hermana mayor, Lilian: “Nací en enero, pero mi hermana murió en diciembre del año anterior. No la conocí. Sin embargo, cuando fui creciendo me dijeron que ella vivía en la Luna y yo a la Luna la adoro. Sé que ahí está mi hermana. Lilian vivía arriba y cuando Armstrong puso su pie sobre esa superficie de cráteres, sentí envidia. Él estaba conociendo a mi hermana. Yo solo quería que él me contara cómo era, si era una tipa preciosa, inteligente y amable; pero el carajo se murió antes de poder decírmelo”.

El crítico cuenta que Caracas pasaba por un momento de modernización importante que benefició también a la cultura. La comunicación terrestre y aérea facilitó el intercambio entre los diferentes estados: “Descubrimos un país. Nos encontramos con nosotros mismos para aprender y nutrirnos. Además, venía mucha gente del exterior a presentarse en los grandes teatros; algunos se enamoraron inmediatamente de la ciudad y decidieron quedarse. La inmigración de españoles, portugueses e italianos favoreció nuestra riqueza inmaterial”, concluye Izaguirre.

Mezzosoprano, directora coral y fundadora de la Camerata de Caracas, Isabel Palacios guarda una opinión particular sobre la llegada del hombre a la Luna: lo ve desde una perspectiva más pragmática que romántica. A pesar de eso, reconoce que aquel evento fue conmovedor. “Ese día llegaba a casa luego de ejecutar por primera vez un concierto de Tchaikovski en el Teatro Municipal. La emoción acumulada desde la mañana, cuando toqué con la Orquesta Sinfónica de Venezuela dirigida por Gonzalo Castellanos Yumar, se mantuvo hasta la noche cuando, junto con mi hermana y mis padres, vimos el alunizaje por Radio Caracas Televisión.

El anclaje del Eagle en el Mar de la tranquilidad hizo reconsiderar a Palacios algunos paradigmas sobre los límites y las capacidades humanas: “La Luna era inalcanzable; ver nuestro primer sitio de fantasía ahora conquistado me hizo pensar que nada era imposible. No sé no si me gustó la idea porque prefiero las cosas con las que uno sueña en la invencible distancia, pues esa lejanía alimenta la imaginación, el espíritu y el deseo. Tenerlo todo al alcance de la mano no es tan bueno”.

Sin embargo, la Luna tiene un lado oscuro: “En aquel momento me puse a pensar en todos los millones de dólares que Estados Unidos y la Unión Soviética estaban gastando en esos proyectos y cuestionaba si la conquista del espacio sería algo realmente provechoso. Me preocupaba más saber que había gente muriendo en guerras, por hambre y enfermedades. Entonces, no sé si cambió la historia aquella caminata de Armstrong y Aldrin en suelo lunar; sí, fue un momento emocionante y bello, llegamos a la Luna, pero en el fondo algo me decía que nada iba a cambiar en la humanidad. Creo que fue una lección, un hecho de gran trascendencia emocional y filosófica, pero nada tangible para los que nos quedamos en la Tierra”, argumenta.

Hace 50 años la ferviente vida cultural caraqueña permitía disfrutar conciertos, obras de teatro y festivales de todo tipo. “Al salir del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, por ejemplo, íbamos al Gran Café de Sabana Grande hasta las dos o tres de la madrugada a conversar, a leer poesía, a conocer artistas. Era un país precioso; Caracas, una delicia. La comunicación entre personas era más humana, éramos felices, vivíamos en paz, estábamos abiertos al mundo. En los sesenta los colores políticos no importaban porque, para todos ellos, Venezuela iba primero”, puntualiza Palacios.

Manuel Felipe Sierra, periodista y analista político, recuerda estar en Coro cuando Neil Armstrong puso su pie izquierdo en la Luna. “Me encontraba frente al televisor esperando que funcionara con éxito la transmisión directa prometida por Radio Caracas. Por supuesto, la expectativa era total por cuanto, de alguna manera, se trataba de convertir en realidad un sueño de la humanidad, y una promesa de la tecnología sobre cuya eficacia todavía existían dudas.”

Cuando Neil Armstrong pisó suelo lunar, además de alivio, el periodista experimentó una sensación de triunfo. “La civilización se imponía frente al largo misterio que representaba la Luna que, hasta entonces, se consideraba un privilegio de los poetas y soñadores. Para muchos significó también el triunfo de Estados Unidos frente a la Unión Soviética en el plano tecnológico, ya que en el marco de la Guerra Fría representaba la victoria.”

Sierra contemplaba la belleza de los médanos y la particularidad de la arquitectura colonial de Coro; su visión, sin embargo, era más amplia: “El mundo seguía marcado por las expectativas de la Guerra Fría, pero ya percibía y saludaba el cambio cultural reciente representado por la explosión cultural de los jóvenes en los grandes países en el orden musical y artístico y también político con el reciente Mayo Francés. En el país se abría la expectativa de un nuevo gobierno distinto a los de Acción Democrática y por las señales del fracaso de la insurrección guerrillera”.


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