DIARIO LITERARIO
Diario literario 2020, octubre (parte III): Pasando el tiempo; Alfonso Reyes y Esparta; Habermas y Scully; Carrère
Retrato de Jürgen Habermas. 2013. Thierry Ehrmann
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Caracas, sábado 10 de octubre de 2020
De Pasando el tiempo
Música y tiempo
EL tiempo
se detiene
en su eterno
presente
cuando,
por el parque,
se sienten
del laúd
los aires
de la mente.
Notas
que, como
la alondra,
flotan
y se abandonan
en su leve
melodía.
No es dulce
la vida
sin su vuelo
ni es clara
la noche
de luceros.
Todo
lo que duele
es no ser
música
misma,
sin sustancia
ni materia.
Pero vive
también
la música
de deseos,
hacia Dios,
como
en la Pasión
según Mateo;
o hacia
este cuerpo
desnudo
que, en la
noche sin tiempo,
es todo
lo que veo.
Caracas, lunes 12 de octubre de 2020
Alfonso Reyes, Esparta y Venezuela
Esto escribió Alfonso Reyes en 1949 sobre la militarizada Esparta. Cualquier parecido con nuestra revolución tropical sería una seria coincidencia:
Esparta decidió extenderse sobre las tierras vecinas, sobre sus hermanos
de raza, en vez de navegar, como los otros, en busca de tierras despobladas
… Se metió en un callejón sin salida; perturbó su ser para siempre, tuvo
que vivir acuartelada entre pueblos hostiles;… se agotó a lo largo de ocho
siglos en una conquista que nunca pudo consumar; atajó definitivamente
su posible evolución democrática; contuvo su natural respiración al punto
de sofocar los vuelos de la poesía…; mantuvo a lo largo de su dura existencia
una rigidez y una miopía manifiestas…; no veía claro lo que pasaba
más allá de sus puertas; aun cayó en traicioneras alianzas con el tradicional
enemigo… vivió por y para la guerra; se quedó atrasada en formas e
instituciones crueles y atrasadas… Cuando las ciudades griegas se encaminaron
victoriosamente hacia la historia, Esparta se refugió hacia la prehistoria. Entre
la luz y la armonía de Grecia, la negra máscara de Esparta gesticula dolorosamente. Atenas y Esparta siguen peleando en todo el mundo. Los errores de las
democracias victoriosas permiten que las fuerzas oscuras levanten otra vez
la marea.
(“Reflexiones sobre la historia de Grecia”)
Habermas y Sean Scully
En su reveladora, si bien elefantiásica, biografía de Jürgen Habermas, el autor, Stefan Müller-Doohm, nos informa sobre las juveniles preferencias del filósofo por la pintura abstracta norteamericana. Una inclinación que se confirmó durante la visita a la segunda edición de Documenta, la gran exposición de arte contemporáneo que cada cinco años se organiza en la ciudad alemana de Kasel. En uno de los tantos maestros allí expuestos se detendría el joven pensador. Se trata de Sean Scully, su contemporáneo, cuya pintura, como reconoce Arthur C. Dento, es la evolución más lúcida del abstraccionismo fundador de Newman, Pollock, Kline, Motherwell o Rothko. En un momento crítico para la tendencia, cuando las propuestas antiabstraccionistas del minimalismo y el pop-art parecían haber sepultado las posibilidades de una pintura abstracta, Scully insistió en la permanencia de ese lenguaje sin referencias exteriores, hasta conseguir un abstraccionismo tal vez menos violento pero más, si se quiere, filosófico. En esta afinidad coincido con Habermas, y ya sobre Scully escribí en este diario, a propósito de la hermosa retrospectiva organizada por la Fondazione Panza la lombarda Varese. No es casual la preferencia de Habermas, que es también la de Arthur C. Dento, una de las mentes críticas más brillantes de finales del XX y comienzos del XXI. Ahora, cuando se llegan los cien años del inicio de la aventura del abstraccionismo, sentimos en la pintura de Scully una contemporaneidad de la cual, mucho me temo, no disfrutan ni la mayoría de los artistas pop ni muchos de los arrogantes minimalistas. Lo que hizo Scully es lo que siempre recomendaba Pound cuando hablaba de la tradición: no se trata de hacer una nueva, sino de “hacerla nueva”, make it new. En Scully, más que en la mayoría de los grandes abstractos con la posible excepción de Motherwell, la pintura se convierte en la proyección de una idea o de una emoción. Sus irregulares barras de color no sólo quieren que las veamos con la retina, sino que las pensemos con la corteza y el corazón. Y así lo entendió el gran Habermas.
Caracas miércoles 14 de octubre de 2020
Carrère y la “autofiction”
A finales del 2000, durante una gira con mi hermano Daniel por los viñedos del Piemonte italiano, recibí de sus manos un libro de un autor francés del cual no había podido leer mayor cosa: “Léetelo en el avión de regreso a Venezuela, es impresionante, vas a ver”. Y no podía ser más acertado. Se trataba de la traducción al inglés de L’adversaire, el libro que haría mundialmente conocido a Emmanuel Carrère (París 1963). Lo que se cuenta es la increíble y siniestra historia de Jean-Claude Romand, psicópata homicida de rara sangre fría que, antes de asesinar a sus padres, se había encargado de su esposa y sus dos hijos. Sin embargo, lo que había impresionado a mi hermano, y a todo el mundo, no era esta serie de calculados homicidios, sino los dieciocho años durante los cuales Romand los engañó a todos haciéndose pasar por un respetable médico al servicio de la Organización Mundial para la Salud. El fraudulento manejo de los bienes de su esposa y su suegro cuando fue descubierto puso en peligro la verdadera identidad del impostor por lo que optó por eliminar a todos los testigos. Como si fuera poco, durante el juicio, con los más retorcidos argumentos, el adversario estuvo a punto de ser encontrado inocente. Después de, efectivamente, leer el escalofriante relato durante el vuelo de regreso a Caracas, pude enterarme de que Carrère había mantenido un nutrido intercambio epistolar con Romand que le sirvió de fundamento para su narrativa. Por supuesto, la asociación con el Truman Capote de In Cold Blood es inevitable. Lo que había logrado el gran prosista norteamericano era presentar como ficción un suceso real. A partir de Capote, Carrère insistirá en esta ficción-no ficción y El adversario es una lograda muestra de este proyecto. Con el tiempo se convertiría en el más conspicuo exponente de un modo narrativo que ha prosperado de manera inquietante en este XXI. Ya son tendencia los autores que en todo el mundo han adoptado esta “maniera”. Bolaños y Cercas son de los más destacados. En Venezuela, los talentos de Rodrigo Calderón y Camilo Pino han incursionado con fortuna en este subgénero que el mismo Carrère sigue explorando hasta llegar a lo que los anglosajones conocen con “autofiction”, para referirse a una ficción cuyo principal protagonista no ficticio es el mismo autor. Tiene a su favor Carrère su insistencia en una prosa clara, eficiente, directa, en ocasiones casi reporteril (también Hemingway, ¿no?), sin resabios de los retruécanos verbales de sus compatriotas del hoy olvidado “nouveau roman”.
Alejandro Oliveros
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