Diario literario

Diario literario 2020, octubre (parte I): Virus, Velázquez secreto, Goya público, Robert Walser y la música, de Pasando el tiempo

03/10/2020

Virus. Laura Billings | FLickr

Caracas, domingo 27 de septiembre de 2020

De virus

Recuerdo cómo, a finales de los sesenta del pasado siglo, cuando era estudiante de cuarto año de Medicina, las llamadas virosis comenzaban a formar parte del léxico común. No que fueran muy nuevas estas enfermedades, pero, ominosamente, comenzaban a ser populares. De esos años es la muerte de mi querida tía Olga, víctima de una bronconeumonía “a virus”. Lo grave, me dijo el médico tratante, quien era además su hermano, es que los virus no responden al tratamiento con antibióticos. “Ahí no hay nada que hacer”. Mientras abandonaba las instalaciones impecables del Hospital Militar de Caracas, sentí que algo de ciencia-ficción, de cuento de H.G. Wells, había en todo aquello. Si no con antibióticos, ¿cómo se podían tratar estas patologías? Poco después, cuando me tocó ser su alumno en las lecciones de Clínica Médica, se confirmaba mi temor al escuchar su pronóstico: “Con tratamiento (puramente sintomático) las virosis duran tres días, sin tratamiento duran tres días”. El comportamiento viral no ha variado demasiado. Dura lo que dura. Lo que ha variado significativamente en estos cincuenta años es la agresividad que ha adoptado en cuadros como el VIH, con índices de mortalidad apocalípticos. O el corona, responsable, hasta los momentos, de más de un millón de muertos a nivel planetario. El virus se ha hecho más peligroso y, mucho me temo, la sociedad también. Las alarmas de Marcuse sobre el consumismo “alienado” parecen hoy cosa de niños. Consumir ya no es una opción enajenada sino una obligatoriedad. No consumir, cualquier cosa, es la más reprobable conducta delictual. Olvidan los dirigentes que la ciencia-ficción ya no es tan ficticia. Su recurrencia es inevitable y la única conducta recomendable es la más descuidada, que es la prevención. La virosis, como diría mi “tío Pepe”, dura lo que dura. La única posibilidad es evitarla.

AUtorretrato. Francisco Goya. 1775

Caracas, lunes 28 de septiembre de 2020

Velázquez secreto, Goya público

Ningún “antiguo maestro” es más secreto que Velázquez. Rafael nos dejó un hermoso torso desnudo de su delicada amante. Miguel Ángel no aguantó y dibujó a Tomasso Cavalieri cuando era llevado con violencia sexual irrefrenable por Zeus bajo la forma de imponente águila. Rubens fue, entre tantas otras cosas, un pintor “familiar”, su esposa y su hijo son conocidos gracias a los retratos que les hizo. De Velázquez no tenemos nada, acaso el perfil de su esposa Josefa, presentada como Sibila, y el cuerpo desnudo de su amante italiana desnuda de espaldas frente a un ambiguo reflejo. Más nada. No fue el único, por supuesto, con estos niveles de reserva. No obstante, al escribir sobre Goya, después de escribir sobre Velázquez, las diferencias son las más reveladoras. El maestro de Fuendetodos nos dejó un verdadero álbum de sus intimidades: su esposa, sus amantes, incluyendo la última, su consuegra. Su hijo, su nieto, sus amigos y hasta su médico. Esta “confesionalidad”, otro de los signos de su modernidad, puede ser el tema de un inquietante ensayo.

Robert Walser

Caracas, miércoles 30 de septiembre de 2020

Robert Walser y la música

No sé cuántas veces habré escrito sobre Walser. Lo primero que recuerdo, y no sé si publiqué, son unas notas donde confesaba la mezcla de admiración, sorpresa y confusión que me produjo la lectura de su Jacob von Gutem a mediados de los setenta, cuando la leí por primera vez en la rara traducción de Barral Editores. Hasta ese momento no creo haber leído nada del escurridizo caminante solitario. Tal vez alguna prosa suelta publicada por la inolvidable revista Eco, de Bogotá, especializada en temas germánicos. Desde entonces, he referido nuevas lecturas en estos diarios y he escrito algún artículo a medida que la providencia me facilitaba acceso a las amorosas ediciones de Siruela, en España, y una que otra en Gallimard.

Ahora, también en Siruela, he recibido la versión digital de Lo mejor que sé decir sobre la música, una cuidada selección de ficciones y apreciaciones cuyo asunto es la música. Algunas son dolorosamente hermosas, otras menos patéticas, pero igualmente estremecidas, como éstas que anoto en mi cuaderno, a mano y con pluma fuente (una Delta), la única manera que hubiese aceptado Walser que escribieran sobre él:

Yo en el laúd toco recuerdos. Es un instrumento insignificante con el mismo sonido siempre, que a veces es largo, otras corto, en ocasiones lento, en otras rápido. Respira con bocanadas tranquilas, o de un rápido salto pasa por encima de sí mismo. Es triste y alegre. Lo singular es que cuando suena melancólico, me hace reír, y cuando está alegre y brinca, me fuerza al llanto. ¿Hubo alguna vez nota igual? ¿Se tocó algún día un instrumento tan extraño? El instrumento apenas se puede tomar en la mano; incluso las manos más tiernas y delicadas son demasiado ásperas para eso. Tiene cuerdas de indecible finura y fragilidad. Los cabellos son ronzales comparados con ellas. Hay un joven que sabe tocarlo; y yo, que tengo tiempo para permanecer al acecho, lo escucho con atención. Toca día y noche, sin pensar en comer ni en beber, hasta altas horas de la noche y hasta bien entrado el día. Día y noche, noche y día. El tiempo existe para él únicamente para dejarlo pasar flotando a su lado como una nota. Igual que yo escucho al ejecutante, así escucha el músico todo el tiempo a su amada, el sonido de su instrumento. Nunca se ha mantenido al acecho tan fiel, tan perseverante, un enamorado. Qué dulce es acechar al acechante, ver al enamorado sentir a su lado al olvidado. El joven es artista; el recuerdo, su instrumento; la noche su espacio; el sueño su tiempo; y las notas a las que infunde vida son sus solícitos sirvientes, que hablan de él a los oídos ávidos del mundo. Yo soy solo oído, un oído de indecible emoción.

A los lectores de Walser no debe sorprender su indiferencia por la música de Beethoven ni sus afinidades con Mozart.

Mozart, así se llamaba un músico
que componía fabulosas melodías,
que aún hoy conmueven nuestros corazones,
porque un dios concedió a Mozart
el don de convertir en beso celestial
cualquier disgusto.
Nunca se nos escapará,
convertido en sonoridad pura,
el brillo de su ser.

Puede resultar inquietante, eso sí, su simpatía por el diablo, encarnado en la figura legendaria de Paganini:

Así tocaba paganini, y los oyentes escuchaban con lágrimas en los ojos.  Al libertino más perverso y patán le asaltaban delicadezas cuya violencia era incapaz de resistir, los hombres olvidaban su condición y se abandonaban por entero al placer de escuchar y sentir, y las mujeres se sentían besadas y  acariciadas por un amante imaginario que, con sensualidad ultraterrena,  se arrojaba sobre ellas convertido en caricia. Así tocaba Paganini. Como un ángel, y muchos oyentes se tapaban los ojos para contemplar con los ojos de adentro el reino del alma, del amor y de la radiante belleza.

En sus largos paseos nevados por su Suiza natal y después de escuchar largamente el laúd de sus cumbres, Walser tuvo la revelación definitiva, reservada a místicos e iluminados: “Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música”.

Las Meninas. Diego Velázquez. 1656

Caracas, jueves 1 de octubre de 2020

Velázquez y el siglo XX

Desconozco la fecha precisa, pero, un buen día, el siglo XX amaneció entregado incondicionalmente a Diego Velázquez. Es cierto que, ya en vida, el maestro sevillano llegó a ser considerado entre los grandes, digno sucesor de Caravaggio y émulo de Rubens. Pero fue el novecientos el que lo convirtió en el más grande. De la confirmación de aquella opinión se encargaría el oracular Michel Foucault con un ensayo sobre Las meninas, en el cual se extendía en aproximaciones postestructuralistas que pocos entendían, pero además no importaba. En el peor de los casos, era Velázquez “uno de los dos más grandes”, como distinguió el crítico del New York Times (¿quién era en ese momento?) al reseñar la importante muestra organizada por el Metropolitano de Nueva York, sin aclarar quién era el otro. Aquella selección de obras del sevillano, a pesar de no contar con esos monumentos de la plástica universal que son Las meninas, Las hilanderas, La Venus del espejo ni el Retrato de Inocencio X (¿entonces qué fue lo que exhibieron?), era suficiente para sostener la opinión del ingenioso cronista ante un público ávido de expresiones elípticas sobre el genio español. Ante la curiosidad de mi hermano, quien me había invitado especialmente a Nueva York para ver la exposición, solo se me ocurrió decirle: “A mí también me gusta Poussin”.

Caracas, viernes 2 de octubre de 2020

DE PASANDO EL TIEMPO

TIEMPO CIEGO

El tiempo
es ciego,
pero sigue
siempre
al distraído
viajero.
Se pone
a su lado
y le ofrece
uvas de Corinto
y pan recién
horneado.
Conoce
todos los
senderos,
las formas
del fuego
y el vuelo
de las aves
por el cielo.

Un ciego
que conoce
lo que atrás
hemos dejado,
esas figuras
nocturnas,
que es lo que
llamamos
pasado.
También
de mi futuro
se ha curado,
sabe que
son fantasías,
como todo
lo que he
imaginado.

El tiempo
es limitado
pero es la huella
del hombre;
quien ni siquiera
sueña,
sino que es
soñado.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo