"De la Tierra a la Luna" en el Piccolo Teatro. Foto tomada de www.piccoloteatro.org
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Milán, miércoles 1º de enero de 2020
De la Tierra a la Luna
Ayer, para despedir 2019, en el Piccolo Teatro, en una más de sus incesantes actividades escénicas. Esta vez De la Tierra a la Luna, la ficción para títeres que se presentara, con una serie de connotaciones sociales que ya no se sienten, por primera en 1893, por el grupo fundado por signore Cola, cuyos descendientes han mantenido la compañía activa a lo largo de más de cien años. Un milagro, si los hubiera, en una Italia que ha pasado por todo tipo de desajustes sociales, el no menor las décadas de fascismo que no se caracterizaron por el estímulo a las producciones espirituales de sus súbditos, especialmente después de que Mussolini se estabilizara en el poder. La presentación de ayer en una fecha tan significativa como las que nos toca vivir en Venezuela le otorgó caracteres de forzada alegoría al espectáculo. Una manera de desear que atrás haya quedado la tierra arrasada con todas sus limitaciones y adelante quede la brillante Luna líquida. El montaje incluye el despliegue de más de cien marionetas, algunas de ellas casi centenarias, con sus ricos vestidos copias de los originales. Lo que aparece en escena es algo digno de uno de esos sueños que nunca tendremos, pero nos damos cuenta de que un despliegue de imágenes y belleza como esta son la materia de las cuales están hechos los sueños. Por un instante en el cual la magia del espacio vacío llegó a su apogeo, llegué a pensar que las figuras animadas eran realmente seres humanos. Conozco la compañía desde hace unos años y, en uno de estos cuadernos publicados, reseñé otro montaje, el de Aladino, que ha sido para mí uno de los espectáculos teatrales más conmovedores que haya podido presenciar, como el Macbeth de Verdi en la Arena de Verona, o Arabella de Strauss en la Opera de Viena. Es tanta la belleza de la presentación del Piccolo que uno se pregunta cómo algo puede ser tan bello, recordando al protagonista de Aldous Huxley. Difícilmente una forma más adecuada de despedir al difícil 2019 que viajar con lo títeres de Cola De La Tierra a la Luna.
Verona
Los días iniciales del año en esta ciudad que visité por primera vez, en la misma fecha, en 1997, después de recibir el año en Roma. En otras ocasiones la he visitado para algunas funciones del festival de ópera en la Arena. En aquel lejano noventa y siete nada me hacía creer que estábamos en el umbral de la más grande tragedia colectiva que ha padecido Venezuela, más terrible incluso que las guerras federales que fueron la amarga herencia de una independencia apresurada y mal dirigida. A la vuelta de dos décadas, lo que ha quedado son las ruinas de un país que, no sin dificultades, procuraba incluirlos a todos. Con mucho retraso e injusticias, es cierto, pero es que las democracias son lentas e imperfectas, como reconocía un canciller alemán que había padecido las prisas de un gobierno de atajos como el de Hitler.
Verona, jueves 2 de enero de 2020
Grieg en manos de un niño
Mi primera experiencia musical del año, a cargo de un virtuoso venezolano que su familia supo poner a salvo de la catástrofe nacional. Un breve programa grabado dedicado a Grieg, un músico que conocemos por lo más conocido, como diría un comediante mexicano. No obstante, es mucho lo desconocido de Grieg que merece ser conocido, como sus canciones para piano y otras partituras de cámara. Pero esta vez el tema no es lo más importante, sino la versión que logra este compatriota. Una lectura llena de lirismo, como casi todas las que le conozco, que, por desgracia, no son muchas. Las veces que lo he escuchado he tenido la misma impresión. Siento en este Grieg una poesía que no he sentido, o en todo caso, no de la misma manera como la siento ahora. Lo mejor de todo no es sólo que se trata de un virtuoso venezolano, sino que Juan Diego Molina no llega a los nueve años, algo de lo cual se da cuenta sólo el que lo escucha en persona o en una grabación. Sus ejecuciones son impecables y, me gusta insistir, profundamente poéticas. Escuchándolo se siente uno, sin mayores dificultades, que va en fascinante viaje, de la Tierra a la Luna.
Dante y su amigo veronés
Anoche, caminata por la ciudad que parece girar alrededor del magnífico coliseo romano, la Arena de Verona en cuyos festivales de ópera se han presentado los mejores protagonistas del teatro lírico. En dos oportunidades me he contado entre los asistentes. La primera vez para un extraordinario montaje de Macbeth y la segunda para una Traviata. Verona es también la ciudad de Catulo, uno de los tres grandes poetas elegíacos romanos, consentido por la estética de la modernidad por su exacerbado erotismo y transgresoras expresiones, prefiriéndolo al no menos grande Propercio, como lo entendió Ezra Pound y algunos de sus lectores, como el venezolano José Agustín Silva. La ciudad lo recuerda, como Arezzo a Petrarca, con el nombre de algunas trattorias. Pero, sobre todo para los lectores de Dante, esa exquisita urbe es conocida por haber estado bajo el control del poderoso político del XIV, Can Grande della Scala, quien se convertiría en protector del exiliado vate y a quien la famosa carta donde expone el sentido plural de su Divina Comedia. La larga misiva comienza con un exaltado reconocimiento a su influyente mecenas:
…Así como una vez la reina de Saba subió a Jerusalén, así como Palas
subió al Helicón, así yo subí a Verona para dar fe a mis ojos de las cosas
que había oído. Y allí vi sus grandezas, y al mismo tiempo vi y palpé
sus beneficios y así como antes sospechaba en exceso de lo que se decía.
Después me di cuenta que los hechos eran muchos. Y a la manera como
primero por la sola fama estaba bien dispuesto hacia usted, ahora
apenas haberlo conocido, me volví su devoto y su amigo.
Para un poeta exiliado, en el implacable sentido que le otorgaban los antiguos griegos y romanos; es decir, implicando la absoluta prohibición de retornar al país natal, que es lo que hace tan amarga la amargura del exilio, la amistad de los poderosos puede ser, y lo es y seguirá siendo, una de las pocas posibilidades de sobrevivir.
Verona, viernes 3 de enero de 2020
Verona es, como Milán, una de las ciudades más teatrales, por lo menos desde la época de los romanos. Algo de lo cual, mucho después, se daría cuenta Shakespeare en su visita a la ciudad, una circunstancia que los biógrafos oficiales del vate se empeñan en negar, porque para eso son los biógrafos oficiales, y situó aquí, en una casa con el famoso balcón a pocos metros de la medieval Piazza delle Erbe, su conocida tragedia adolescente y aun otra obra temprana no tan conocida. En la actualidad, con sus temporadas de ópera, se presenta anualmente una estupenda una programación teatral que este año incluye una Antígona y un Falstaff. La de Sófocles es una de mis tragedias más queridas, a la cual vuelvo cada vez que se me presenta la ocasión, para comentarla con mis estudiantes. A los cuales, en unas semanas, pienso dirigir en una lectura de la obra de Shakespeare. Lo cual no es la mejor manera de expresarlo, ya que Shakespeare no le dedicó ninguna pieza al festivo y obeso Falstaff, pero lo hizo protagonista de Las alegres comadres de Windsor después de darlo a conocer en las dos partes de Enrique IV. Lo de Falstaff está incluido en un curso con otros dos viejos formidables de Shakespeare, Lear y Próspero. A propósito, recuerdo algunos textos importantes, aunque tal vez no tan actualizados, sobre la tercera edad: La vejez, del maestro italiano Norberto Bobbio; y Viejo, del venezolano, maestro de la prosa y la vida, Adriano González León.
Milán, sábado 4 de enero de 2020
De regreso a esta ciudad sólo para darme cuenta de que, sin previo aviso, han pasado ya cuatro días desde que comenzó este efímero 2020 que, de acuerdo con mi implacable agenda, ya no tiene 365 días, sino apenas 361; una nueva estafa en este comercio desigual que siempre ha tenido el tiempo con nosotros los mortales. No es un dios de buenos ánimos Cronos, quien, como regla, una de las tantas, mantiene aquella de castigar a los que, como yo, mucho se quejan, acelerando el paso de sus días en este mundo, convirtiéndonos en “fast food” de su insaciable apetito.
Time present and time past
Il passato fa male (“El pasado hace daño”), dice un personaje de la comiquita que Alessandro mira en la televisión. Y es lo que debe haber pensado T.S. Eliot cuando se enteró de que su amiga Emily Hale había dispuesto la publicación, cincuenta años después de su propia muerte, de las cartas que el vate le había escrito a lo largo de una larga y ambigua relación. Ambos protagonistas han muerto, los cincuenta años han pasado, las cajas con la correspondencia han sido abiertas, los especialistas las han revisado y su publicación será cuestión de tiempo. Todo esto se llevó a cabo en las augustas aulas de una biblioteca de Princeton University, previa la lectura de la comunicación que Eliot había puesto como condición para que las misivas fueran publicables. Se trata de una breve e infeliz declaración en la cual el poeta, nacido en Missouri, y no se nace en Missouri impunemente, minimiza la importancia de su relación con Emily. Llega al innecesario extremo de destacar su supuesto mal gusto y asegurar que, de haberse materializado el noviazgo, la joven norteamericana habría matado el poeta que había en él convirtiéndolo en un aburrido profesor de filosofía en la provinciana Cambridge, Massachussets. La ingratitud de la innecesaria aclaratoria contradice el tono de la mayoría de sus cartas, en las cuales hace de Emily el objeto de sus e anhelos amorosos. La misoginia es una de las constantes de su poesía y uno de los rasgos de su existencia. Su primera esposa, la malograda Vivienne, quien terminaría sus infelices días en un manicomio, aparece como una protagonista de su poema más influyente, quejándose amargamente de la lejanía de su esposa. La segunda no aparece en ningún poema, pero agradece que, si bien mató el hombre que había en él, lo cual no debe haber sido particularmente difícil, mantuvo vivo el poeta. Emily, por su parte, es aludida en uno de sus grandes poemas tardíos:
El tiempo presente y el tiempo pasado
acaso estén presentes en el tiempo futuro
y tal vez el futuro lo contenga el pasado.
Si todo tiempo en eterno presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es una abstracción
que sigue siendo perpetua posibilidad
solo en un mundo de especulaciones.
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
tienden hacia un solo fin, presente siempre.
Ecos de pisadas en la memoria,
van por el corredor que no seguimos
hacia la puerta que nunca abrimos
hacia el jardín de rosas. Así en tu mente
resuenan mis palabras.
Así fuera solamente por haberle inspirado estas líneas el “gran Tom” (así lo llamaba, no sin ironía, Virginia Woolf) ha debido ser más agradecido con la pequeña Emily. Pero si Machado nunca persiguió la gloria, Eliot hizo de su búsqueda la esencia de su existencia.
Alejandro Oliveros
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