El periodista turco Ahmet Altan habla con la prensa tras ser liberado el 4 de noviembre de 2019. Fotografía de Bulent Kilic | AFP
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Milán, jueves 13 de diciembre de 2019
Santa Lucía
Bajo una intensa, y no muy frecuente, nevada de la vieja urbe lombarda que una vez, como Mediolanum, sustituiría a Roma como capital del imperio. La oscuridad destaca la blancura insondable de los copos, que caen siguiendo una coreografía de Balanchine en sus momentos de mejor gloria. Nada excepcional si, como el maestro ruso, se tiene el oído para escuchar la música que, en su puro silencio, se extiende sobre el horizonte. Una música que recuerda la elocuencia muda de John Cage, con la misma naturalidad y simpatía personal del gran compositor. La escuché por primera vez en diciembre de 1969 y, siendo la misma, sus variaciones son infinitas. La bufera di Santa Lucia es como conocen en Italia la tempestad de hoy, al coincidir con el onomástico de la joven que, con terquedad de mártir, perdió sus ojos al enfrentar la intolerancia religiosa de su tiempo, que no es distinta a la que hace estragos en tierras de Palestina o en los extremos occidentales de China.
Milán, sábado 15 de diciembre de 2019
Como bien puede suceder, después de la tormenta ceciliana, una mañana despejada con su luz tan blanca como la nieve misma, que llega desde las altas cumbres alpinas, cuyos rostros emblemáticos aparecen a lo lejos tan respetuosos y respetables como un templo gótico.
Los jueces y el poder o el poder de los jueces
Desde los lejanos tiempos de la tribu, la sociedad ha enfrentado el problema de la administración de justicia; una palabra que, en su etimología sánscrita, se corresponde con la condición de bienestar social. Como era de esperar, las grandes civilizaciones se ocuparon de un asunto que afectaba a todos los miembros de la comunidad. La mayoría de ellas delegaron la delicada función a los dioses fundadores, quienes la impartían a través de los funcionarios que, en principio, eran elegidos por ellos mismos. Los jueces egipcios impartían la justicia como intermediarios del poder de los faraones, que era como decir el de Osiris o Isis. Lo mismo entre los babilonios, los germanos o los aztecas. Los griegos se ocuparían, por supuesto, del asunto, pero, como siempre, tempranamente entendieron que se trataba, como todas, de una actividad que era parte fundamental de la humana condición. Solón lo dejó escrito en uno de sus poemas, el más famoso: la suerte de la polis, su desarrollo o desaparición, será el producto de las acciones humanas. No culpen a los dioses de lo que es problema de los hombres. Instituciones como el areópago se encargarían de excluir el abuso o el retardo, que es lo mismo, de la justicia. Un nuevo problema, sin embargo, se presentó. Y era, y es, la condición moral de estos administradores de justicia o jueces, como se les llamaría más tarde. Los que han sido sus víctimas no olvidan la voz ni el rostro de los jueces, como los sometidos a violencia sexual no olvidan ni el timbre ni los rasgos aborrecibles y aborrecidos de sus violadores. Porque no es muy distinta la violación del cuerpo físico que la violación de la integridad psíquica. Sin la violencia detestable del que viola, pero no menos violento y detestable, es el juez que abusa de la condición existencial del injustamente acusado. “Nos han quitado nuestros trabajos, nuestras mujeres e hijos, nuestras casas, nos han robado nuestro futuro; pero, sobre todo, nos han robado el amor”, decía un amigo acusado injustamente hablando en nombre del grupo afectado por la sordera ética de su juez.
Hace hoy un mes justo, el periodista y escritor turco Ahmet Altan publicó un conmovedor trabajo en un diario de Estambul, donde refería los detalles de su arresto arbitrario por la mundialmente temida policía de su país. Courrier international publicó la versión al francés, de la cual he traducido un par de fragmentos:
Lo más aterrador que existe es encontrarse frente a un hombre dotado con un poder tan terrible como para tener tu destino en sus manos. Puede mandarte a asesinar o encarcelarte o enviarte al exilio así como puede dejarte en libertad. Que alguien así pueda meterte preso o liberarte son decisiones abrumadoras. Porque nadie te escucha. Las personas que tienen este poder generalmente se visten con una toga y se sientan en un estrado. Son llamados jueces.
La imagen que asiste a la memoria es la del pobre Joseph K., condenado a estar condenado por ser inocente.
Milán, domingo 15 de diciembre de 2019
Nublado y frío este Milán de hoy. Unas condiciones meteorológicas que han sido asociadas en la conciencia colectiva con esta ciudad. Condiciones que, a decir verdad, no difieren demasiado del clima de París en esta época. Pero que, con la habilidad que se les reconoce, los franceses bautizaron a París como “Ciudad Luz” (por la iluminación a gas de finales del XIX), y así quedó, como si se tratara de Puerto La Cruz o Pampatar.
Milán, lunes 16 de diciembre de 2019
Los jueces y el poder o mis noches en el fondo de una prisión
“Mis noches en el fondo de una prisión” es como se llama el artículo de Ahmet Altan sobre sus experiencias con la justicia de su país. El escritor y periodista había sido encarcelado por haber criticado públicamente al prototirano que es Erdogan, al cual, por lo demás, como tantos intelectuales criollos con el dictadorzuelo de turno, había inicialmente apoyado:
Durante mi encarcelamiento tuve la repetida oportunidad de estar frente a los jueces. Nunca escuchaban lo que yo tenía que decirles cuando enumeraba las pruebas de mi inocencia. Repetían las mismas acusaciones, como si no les hubiese dicho nada, en el mismo tono. La primera vez me condenaron a prisión perpetua; más tarde, la pena fue reducida a diez años y medio. Finalmente me pusieron en libertad.
Mientras escribo esto, espero la respuesta de un juez, ya que mi liberación ha sido cuestionada por un fiscal, que puede ponerme preso otra vez. En ocasiones diferentes escuché mi condena a prisión perpetua y, poco después, mi liberación, de la boca del mismo juez. El anuncio de mi liberación ha sido tan oprimente como el de mi condena a prisión perpetua, porque sabía que había sido liberado por una persona a la cual nunca se le ha debido conferir el poder de tomar tales decisiones.
Y termina:
Ahora sé que la cosa más aterradora del mundo es encontrarse frente a una persona dotada con un poder tan terrible como para tener tu destino en sus manos. Conozco el dolor que se siente cuando no son tomadas en cuenta nuestras palabras y sé cómo pueden humillarnos.
Poco después de publicar su artículo, Altan, efectivamente, fue de nuevo encarcelado bajo la acusación de haber participado en el golpe de estado contra Erdogan. De acuerdo a las autoridades, Altan habría promovido la conspiración con “mensajes subliminales difundidos durante su participación en algunos programas televisivos”. The oppressor’s wrongs (“las fallas de la justicia”) es una de la más grandes calamidades a las cuales puede ser sometido un ser humano, de acuerdo a la agudizada percepción del príncipe Hamlet. Suficiente, según él, para considerar seriamente la posibilidad de quitarse la vida con la desnuda hoja de un puñal.
Alejandro Oliveros
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