Perspectivas

¿Por qué la realidad no es tan real como antes?

Fotografía de Heinrich Hoffmann / Timepix / The LIFE Picture Collection / Getty Images

15/05/2018
«El infierno es el hogar de lo irreal”
Bernard Shaw, Hombre y superhombre.

 

En un régimen autoritario, se disloca la relación con el mundo. Ocurre especialmente cuando se pasa de un régimen democrático a uno dictatorial. El mundo puede resultar familiar, pero surgen diferencias inquietantes.

Hay tres sensaciones resaltantes. La primera es que la realidad nos ha sido robada. La segunda es que se ha degradado. La tercera es quedamos atascados en una realidad repetitiva. En los tres casos ha perdido sentido.

Da la sensación de haberse caído en una grieta en el tiempo. Como en esas posibilidades relativistas sobre las que la física ha especulado y a las que la ciencia ficción ha brindado carne imaginativa. Se tiene la certeza de que las trampas temporales son la realidad, y lo que es peor, que hemos quedado atrapados en ellas.

¿Quién se robó mi realidad?

La posibilidad que nuestro mundo haya sido sustituido por otro está ilustrada en el film Volver al futuro 2 (Robert Zemeckis, 1989). Cuando el Doctor Brown y Marty McFly vuelven a su presente, 1985, creyendo que habían terminado su aventura, se encuentran con que la tranquila ciudad de Hill Valley ha sido secuestrada por el villano Biff Tannen. La explicación es que la historia fue alterada por él cuando tomó sigilosamente la máquina del tiempo. Así se hizo del poder y pudo reescribir el presente a su medida.

La población de Hill Valley, una vez publicitada como un lugar idílico e ideal para vivir, se convirtió literalmente en una ciudad del pecado. La ciudadanía decente está abrumada por el aumento vertiginoso del crimen. Se han disparado los índices de los asesinatos, los tiroteos y los funcionarios policiales corruptos. La escuela secundaria fue incendiada y jamás reconstruida. Las bandas armadas recorren impunemente los barrios aterrorizando e incluso matando a algunos de los residentes. La biblioteca pública fue cerrada y tapiada. El antiguo palacio de justicia se convirtió en el ostentoso casino-hotel de Biff, donde se dan cita los malvivientes. Todo el crimen está a su servicio, como también el departamento de policía.

Al comienzo, Marty no reconoce su ciudad, pero al final tiene que aceptar que es la misma, aunque ahora ocupa otra línea del tiempo.

¿Quién vampirizó mi realidad?

Bajo la experiencia de las dictaduras la vida parece disminuida. Cuando la realidad está degradada, no hay tanta violencia como cuando aparece robada. Es algo más tenue, más metafísico. Como si la textura de lo real se hubiese desvanecido. Lo importante en ambos casos es que percibimos haber perdido la instancia a la que pertenecemos y nos encontrarnos en un carril equivocado.

La mejor forma para ilustrar esta adulteración es a través de la analogía con The Langoliers (Grieta en el tiempo, John Kent Harrison, 2003), una película hecha para la televisión, basada en una novela corta de Stephen King, incluida en la antología Las cuatro después de medianoche, de 1990. La historia es tan poderosa que, al parecer, inspiró a la serie televisiva Lost.

El argumento nos cuenta la historia de un vuelo nocturno, desde Los Ángeles hacia Boston, donde inexplicablemente desaparecen todos los tripulantes y la mayoría de los pasajeros, exceptuando a diez personas, que en ese momento se encontraban dormidas. Cuando despiertan, no se explican nada de lo que está pasando. Afortunadamente, uno de los sobrevivientes es piloto y puede asumir el control del avión.

Cuando logran aterrizar, ingresan a una terminal aérea solitaria, inerte y silenciosa. Es un lugar de sombras, sin sustancia. En ese ambiente los sonidos están apagados, no hay olores, nada parece funcionar, e incluso el tiempo parece estar disminuyendo. Si prueban un bocado de comida, de la que encuentran en los establecimientos abandonados, es desabrida y sin consistencia. En otras palabras, parece que la vitalidad les hubiese sido vampirizada.

Los sobrevivientes toman consciencia de que han viajado en el tiempo. Aparentemente entraron en una fisura espacio-temporal a través de una anomalía. El desplazamiento se reduce a solo quince minutos atrás en el tiempo, lapso que basta para dejarlos fuera de la sincronía cronológica. Los pasajeros quedan atrapados en el vertedero donde se desecha el tiempo pasado antes de convertirse en la nada.

Preso en la realidad

Hay otra experiencia asociada a vivir bajo dictadura, también vinculada al tiempo. Pero esta vez con su aspecto circular. Lo que Nietzsche llamaba el eterno retorno. La película Groundhog Day (El día de la marmota, Harold Ramis, 1993) sirve para ilustrar la idea.

En el film,​ el protagonista, Phil Connors (Bill Murray), un meteorólogo de la televisión de Pittsburgh, se encuentra atrapado en un ciclo de tiempo, repitiendo el mismo día una y otra vez, mientras cubre el evento anual del Día de la Marmota en el pequeño poblado de Punxsutawney, Pennsylvania.

Poco a poco, Phil descubre que es el único ser consciente del extraño fenómeno y decide aprovechar la información que obtiene cada día para beneficiarse «al día siguiente». Sin embargo «más tarde» decide enamorar a su redactora sin suerte. Día tras día, es rechazado, así que decide suicidarse al pensar que dentro de ese bucle temporal nunca logrará su deseo. Para ello roba un coche y se lanza a un acantilado, pero de nuevo se despierta por la mañana como cada día. Pasa, entonces, a probar otras formas de quitarse la vida. Se arroja desde un edificio, se mete a la bañera con un tostador y lleva a cabo muchos más experimentos autodestructivos. Todos los intentos resultan inútiles ya que cada vez se despierta de nuevo el mismo día.

Escapar de la trampa

No es el caso de Volver al futuro 2. Marty, junto al Doc, viaja al año 1955, para contrarrestar la perturbación que el villano Biff del futuro produjo en el pasado y así restablecer así el año 1985, que es su presente.

En cuanto a The Langoliers, los sobrevivientes descubren que tienen que regresar a la grieta en el espacio-tiempo para viajar 15 minutos hacia el futuro, es decir, al lugar que les corresponde. De lo contrario, serán asesinados por los devoradores del tiempo pasado, que son demonios del inconsciente.

En El día de la marmota, al ver que sus acciones egoístas no funcionan, Phil Connors empieza a deprimirse; pero aconsejado por Rita, se da cuenta de que puede mejorar su vida como un benefactor que ayuda a los demás. En las cintas mencionadas, nuestros héroes no se quedan atrapados en sus trampas temporales. Han podido rebelarse con éxito frente a su situación de acorralamiento. Para lograrlo, han tenido que desarrollar diferentes estrategias.

Tal vez tengamos que hacer otro tanto para escapar de nuestras propias trampas temporales. Primero, determinando las causas y el momento en que toda la debacle se originó. En segundo lugar, dominando nuestros demonios. Finalmente, actuando en nombre de la compasión.

Jorge Luis Borges, inspirado en Shaw, asoció la irrealidad a lo infernal. Seguidamente identificó la tiranía con la sensación de irrealidad. En tal sentido, hace especial énfasis en el nacional-socialismo:

«El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inhabitable; los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe» Otras inquisiciones. ‘‘Anotación al 23 de agosto de 1944’’.

Aunque las dictaduras nos quieran hacer creer que estamos condenados a ellas, nuestros instintos nos alertan sobre la falsedad de sus escenografías. Especialmente acude en nuestro auxilio el instinto de lo auténticamente real. Ello supone recuperar nuestras mentes. Hacernos capitanes de nuestras propias almas. Las trampas funcionan si lo permitimos. Mientras nos sintamos víctimas y nos quedemos en la pasividad de la confusión o la desesperación. Según Mandela, si nos ponen presos, debemos hacernos del control de la cárcel. Eso significa resistir frente a la línea tiránica de tiempo, y desde adentro restablecer el ritmo temporal de la libertad.


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