Un hombre lee el periódico en la Piazza della Madonna dei Monti, en Roma. Fotografía de Filippo Monteforte / AFP
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Milán, lunes 1º de julio de 2018
Justo ha pasado la mitad de este 2018 pesadillesco. Toda pesadilla tiene su comienzo y su fin cuando son privadas. Cuando abarcan el colectivo, como en Cuba y Venezuela, nadie sabe cuándo habrán de terminar. Mientras, nuestra situación es la de todo náufrago, la lucha cotidiana por la sobrevivencia, una lucha en la cual un amplio sector del pasaje desaparece, fatalmente, bajo las aguas. Mientras el otro sector se las ingenia para llegar al día siguiente con vida. Triste destino y tal vez inmerecido. “¿Cómo nadie nos dijo nada?”, se pregunta el azulejo en la desnuda mata de mango.
*
Borrador de un texto para la segunda sección de mi Cuaderno de Milán.
SUEÑO DE UN ESTUDIANTE EN EL EXILIO
La ciudad no había cambiado.
El metro, como siempre,
nos dejó en la estación
Las Tres Gracias.
Los profesores conversaban
en el cafetín antes de clases;
un curso sobre Gogol
y otro sobre Hamlet.
Después, unas cervezas
en el bar Las Américas
y la caminata hasta tu casa
en Los Caobos.
Las noches eran serenas
bajo la protectora silueta
del Ávila.
Un mistral helado
abre la ventana.
El sueño se interrumpe;
afuera Salamanca,
ajena y fantasmal.
Mi imaginario estudiante cursó la carrera de Letras en la Universidad Central de Venezuela. La Caracas a la que se refiere es una ciudad pre-catástrofe, llena de desajustes, pero todavía humana y casi siempre cordial; lejos del “infierno” creado por la desvergonzada administración de los últimos veinte años.
Milán, martes 3 de julio de 2018
Arendt & The New School
Cuando, a finales de los años setenta, seguí cursos de Continuing Education en The New School for Social Research, en su sede de la calle 14 de Nueva York, todavía era posible sentir en las aulas y pasillos la presencia de los destacados docentes que habían llegado a enriquecer el prestigio de la institución a comienzos y durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de esos profesores fue Hannah Arendt, incorporada al staff en 1940, y cuya fama de haber sido amante de Martin Heidegger la precedía. Su independencia y cosmopolitismo no eran frecuentes entre sus colegas, muchos de los cuales sentían esa especie de fascinación y rechazo que la acompañó siempre. Es probable que no le faltara razón a los que se negaban a reconocer una sola idea original en el pensamiento filosófico de Arendt, uno de los dos atributos esenciales en un gran filósofo, si hemos de creer a Karl Jaspers. Pero son otras cualidades las que han hecho de esta pensadora una de las más frecuentadas en países como Francia y los Estados Unidos. Y ha sido el profesor Richard J. Bernstein, precisamente de The New School, uno de los primeros en precisar las particularidades de estos aportes, no siempre reconocidos y muchas veces ni siquiera mencionados.
En una apretada síntesis de su estudio de reciente aparición, Why read Hannah Arendt now?, el profesor Bernstein destaca algunos principios en la obra de la autora de Los orígenes del totalitarismo, que afectan de manera urgente a los “venezolanos de la catástrofe”: “En estos tiempos oscuros la obra de Arendt asume nueva importancia precisamente por ser una fuente de iluminaciones”. Y recuerda una frase memorable de la pensadora en el prólogo de Men in dark times: “Incluso en los tiempos oscuros tenemos el derecho a esperar una iluminación”. Esa capacidad de Arendt, como lo haría Joseph Roth en su narrativa, de condensar en una frase lo impensado e impensable, compensaría con creces la supuesta falta de ideas originales en su pensamiento. En esto se parecía a Benjamin, y esa manera de hablar como inspirada la acercaría a los poetas y escritores de su tiempo. Uno de ellos, Robert Lowell, se encargaría de escribir su obituario. Y a otra, Mary MacCarthy, le dejó la responsabilidad de sus papeles inéditos.
Más adelante, el mismo Bernstein nos recuerda otra de esas frases iluminadas de Arendt, que parece escrita para esta Venezuela de la catástrofe: “El más importante de los derechos es el derecho a tener derecho”, que es lo primero que desconocen los regímenes totalitarios. Y para nuestros días de una política basada en la neo-realidad perversa de la post-verdad, también Arendt tiene algo que señalarnos: “La libertad de opinión es una farsa, a menos que la información factual esté garantizada, y los hechos mismos estén por encima de cualquier discusión”. Y en otro lugar, y más grave: “El resultado de una sustitución coherente y total de la verdad por la mentira, no es que ahora las mentiras son aceptadas como verdades y que la verdad es denigrada como una mentira, sino que el verdadero sentido que sirve para orientarnos en el mundo es destruido”.
El título del libro del colega de Hannah Arendt en The New School cincuenta años después no puede ser más claro: ¿Por qué leer a Hannah Arendt ahora? La edición en inglés apareció el 25 de junio de este año. No es necesario esperar una traducción al castellano para leerlo, más satisfactorio, y seguro, es tomar un curso de inglés básico que permita su lectura en el original. Arendt seguramente se lo merece y se los agradece.
Milán, miércoles 4 de julio de 2018
Periódicos y ciudades
El carácter de las ciudades y los países puede precisarse a través de la industria periodística. En Inglaterra, las seculares tendencias se definen en sus diarios principales: The Times, convencional y de derecha, y The Guardian, renovador y de izquierda. “Por el diario sacas el pasajero”, se podría decir. Y la capital inglesa es así, seriamente dividida entre unos y otros. En París, donde la izquierda se parece cada vez más a la derecha y la derecha puede ser de izquierda, un diario es suficiente. Le Monde y basta. Todos los escritores y académicos importantes, generalmente son los mismos, escriben allí cuando tienen que comunicarnos alguna revelación. No importa que uno tenga que esperar hasta después de mediodía, l’après-midi, para leer lo que otros órganos ya dijeron temprano en la mañana. En un país serio, como Alemania, con el Frankfurter Allgemeine Zeitung, un diario de derecha donde publican los intelectuales de izquierda, es suficiente.
En Italia las cosas son más complicadas, y no sé si es el resultado de la misma constitución, perfecta, según los italianos, y obsoleta de acuerdo a los más imparciales. Para un lector mínimamente interesado la escogencia puede ser esquizoide. El que prefiera comprar La Repubblica, publicado en Roma, y desde sus inicios asociado con la izquierda europea, puede resultar afortunado con la lectura de alguno de los inteligentes ensayos de Pietro Citati, para mencionar uno solo. Pero el mismo lector puede perderse alguna de las igualmente afortunadas colaboraciones de gente como Claudio Magris, Donatella Versace o Luciano Canfora, colaboradores permanentes del centrista Corriere della Sera, editado en Milán. El que se decida por Corriere della Sera pierde a los escritores de La Repubblica y ambos, a su vez, se quedan sin leer a los que publican en La Stampa de Torino, entre ellos el inefable e influyente profesor Gianni Vattimo. No queda sino la resignación y acudir al viejo consuelo de tontos: “no se puede tener todo en la vida”. Lo cual, cuando se refiere a algunos de los escritores citados, es una verdadera lástima. Una frustración que los gobiernos revolucionarios, como han hecho con el tránsito, la obesidad, la ingesta de licores y comidas, solucionaron al eliminar la fuente de tal infelicidad cerrando todos los periódicos independientes, bares, restaurantes y mercados.
En Italia, por su parte, no es fácil estar de acuerdo con nadie, ni de izquierda, ni del centro, ni de la derecha. De Gaulle, en una ocasión memorable, reconoció que no era fácil gobernar un país como Francia, donde se produjeran más de trescientos tipos de quesos. Tampoco puede ser un paseo de domingo administrar un país como Italia, cuyas editoriales en los primeros seis meses del año han publicado 766 títulos de filosofía, de los cuales 242 corresponden la resbaladiza fenomenología. Una empresa, la de gobernar el bel paese, que tal vez andaría mejor si la dejaran en manos de un sabio de la ignorancia como el buen Sancho.
Más músicos
Un amigo me hace llegar un video en el que aparece el joven pianista venezolano Juan Diego Molina, interpretando el Concierto para piano en re mayor de Haydn, acompañado por la Orquesta de la Academia de Mozart de Arte y Música.
Decir “joven pianista” no es lo más exacto. Juan Diego apenas tiene once años y su versión de la pieza del maestro austríaco, aparte del rigor, le otorga al clasicismo de Haydn una luminosidad bienvenida y no siempre reconocida. No me extrañaría encontrármelo uno de estos días en el restaurant Papà Francesco, de Milán, celebrando su éxito después de un concierto en el vecino Teatro alla Scala.
Alejandro Oliveros
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