Filosofía

Los negros cuadernos de Heidegger

10/02/2018

Martin Heidegger

Las obras completas  Martin Heidegger, las famosas Gesamelte Werke, sin incluir la correspondencia, se extienden por 94 volúmenes, con cientos de apretadas páginas cada uno. Las de Hegel y Nietzsche no son más breves. Los alemanes son así, no escriben libros, escriben bibliotecas. El mismo autor participó en el proyecto de la edición, al lado de su hijo, el Dr. Herman Heidegger, otros miembros de la familia, y un pequeño y cerrado círculo de colaboradores del maestro.

Entre las indicaciones del autor, la más misteriosa fue la de disponer, para el final de la empresa, la publicación de treinta y cuatro cuadernos empastados en hule de color negro, los codiciados Schwarze Hefte (Cuadernos negros), escritos a lo largo de treinta años y rigurosamente inéditos. Para los lectores del “rey de la filosofía” (Hanna Arendt), el interés no podía ser exagerado. ¿Por qué Heidegger, quien nunca fue tímido, más bien lo contrario a la hora de publicar sus escritos, seminarios, cursos y conferencias, decidió publicarlos de manera póstuma?

Sobre una serie de cuestiones, el filósofo había estado lejos de ser transparente. Especialmente, en el alcance de su vinculación con los nazi, y la influencia de su ideología en su breve desempeño como rector de la Universidad de Friburgo. Para los críticos más radicales, el proyecto heideggeriano sería indisociable de la irracionalidad milenarista de los ideólogos nazis. Es el caso del profesor Victor Farías en su no exento de fanatismo Heidegger y el nazismo. Para otros, como George Steiner y la misma Arendt, la cuestión no era tan sencilla y podría tratarse de una lectura parcial, estimulada por el tono oracular, a menudo impenetrable, de la escritura de Heidegger. En vivo, a pesar de las reiteradas demandas, el filósofo nunca ofreció explicaciones. Ahora, muerto, algunos de sus admiradores esperaban que lo hiciera. La lectura de los Cuadernos negros no los hará sentirse más tranquilos.

Los Cuadernos negros, siguen una progresión cronológica, pero no debemos asumirlos como diarios, sin embargo. En ningún momento se señala el día en que fueron escritas las entradas, limitándose a indicaciones de los meses y el año. Recuerdan a los copiosos y maravillosos Notebooks de Coleridge. No son pocas las coincidencias y muchas las divergencias. La primera y definitiva, es que tomó años a la profesora Kathleen Coburn y poner orden al opiáceo caos de los papeles de Coleridge; mientras que el pensador alemán dejó todo listo para la publicación. Al final, son dos magníficos monumentos a las capacidades del ingenio humano. Por su parte, más discreta, la profesora Hanna Arendt, seguramente conocedora de los Cuadernos, gracias a su privilegiada relación con Heidegger, escribió los suyos que serían publicados, también de manera póstuma, como Denktagebuch (Diario de pensamientos), un título que se justifica por el interés de la autora en señalar el día de sus entradas. En el caso de Arendt, las notas fueron escritas a lo largo de veinte años, mientras que al maestro le tomó cuatro décadas. En las primeras entradas de ambos “diarios” filosóficos se nos ofrece una buena idea del ideario de ambos de cada uno. Arendt, en junio de 1950:

El mal radical es lo que no ha debido producirse; es decir, aquello
con lo que no nos podemos reconciliar;con lo que nunca, bajo
ninguna circunstancia puede aceptarse como un destino; ante
lo que uno no puede guardar silencio.

Para la leída autora de Eichmann en Jerusalén las prioridades son éticas. La vida activa y la contemplativa son expresiones de este ethos. Una preocupación que se reitera en sus mejores libros. Por su parte, Heidegger en la primera página  de los Cuadernos, de acuerdo a la edición italiana de Bompiani (hay traducción castellana en Editorial Trotta), fechada en octubre de 1931:

¿Qué debemos hacer?
¿Quiénes somos?
¿Por qué debemos ser?
¿Qué es el ente?
¿Por qué ocurre el ser?

De estas preguntas procede de forma unitaria el filosofar.

Y será esta, precisamente, una de las preocupaciones centrales de Heidegger en el primero de los cuatro tomos de los Hefte, ese “olvido del ser”, esa lamentable circunstancia que sólo puede ser superada a través de la vieja aletheia  (develación) de los griegos, la cual ha sido desterrada por la “tiranía de la técnica”. La misión del filosofar es volver la aletheia al centro de la metafísica occidental, “osándose a todo”; el cual  es, tomado de Platón, el epígrafe de la obra. Al parecer, en el ejercicio de este “osar”, Heidegger, durante estos años que coinciden con los de su efímero rectorado,  llegó a creer que el nazismo y Hitler, su profeta podían propiciar el regreso de la “verdad del ser”:

Es una gran fortuna y experiencia que el Führer haya
estimulado una nueva realidad que coloca nuestro
pensamiento en el camino correcto con la fuerza de un
impacto. De otra manera, con toda su profundidad, habría
permanecido extraviado en sí mismo, y sólo con grandes
dificultades habría encontrado el modo de ser eficaz.

(otoño 1932)

Se ha querido ver en esta “simpatía por el diablo”, una expresión de la  adhesión de Heidegger a la ideología nazi; pero, en el mismo 1932, el filósofo manifestaba sus reservas ante las pretensiones del movimiento encabezado por Hitler:

En qué sentido el nacionalsocialismo no puede ser nunca
el principio de una filosofía, sino que debe ser puesto por debajo
de la filosofía como principio. En qué sentido, por otra parte,
el nacionalsocialismo puede ciertamente revestir determinadas
posiciones y pueda así alcanzar una nueva posición fundamental
en el enfrentamiento con el ser… (sólo en tanto) entienda ser
verdadero, cuando sea capaz y esté en capacidad de preparar
una verdad originaria y darle curso.

Las referencias a Hitler no se repiten en este primer tomo de los Cuadernos, y a partir de 1936 es posible sentir un cierto distanciamiento  que no llegaría  a la total ruptura. Esta “filiación oscura¨ le ha sido criticada a Heidegger con entusiasmo digno de mejores causa. Se tiende a olvidar que casi toda Alemania y casi toda Europa sentía una terrible atracción por el Führer. En algunos casos, como Italia, de manera directa, y en otros, como Inglaterra y Francia, de manera escandalosa. Se justificaba el proyecto nazi con el argumento de que Hitler era la única defensa del cristianismo ante la amenaza del ateísmo comunista.  En su apreciable introducción al filósofo, George Steiner se refiere con lucidez al polémico asunto:

El engaño y la presunción de Heidegger consistieron en creer que podía influir en la ideología nazi… Era un necio error… Pero, para noviembre de 1933, ya no se sentía nada bien entre sus colegas nazis. Su participación oficial en el movimiento duró sólo nueve meses y renunció –vale la pena insistir- antes de que Hitler tuviera todo el poder. Muchos intelectuales notables hicieron cosas peores.

(George Steiner, Martin Heidegger. Chicago University Press. Trad. castellana FCE, 1983).

El silencio del filósofo sobre su acercamiento al nazismo, que tanto se le fuera reclamado, sólo  es comparable al que reservó sobre los ataques que recibió por parte de las autoridades del partido: a partir de 1933, las clases de Heidegger eran vigiladas o prohibidas; su estudio sobre Kant no pudo ser reeditado; el dedicado a las enseñanzas de Platón ni siquiera publicado. A todos los editores alemanes se les prohibió, por un decreto de la Gestapo, mencionar sus escritos y se le impidió salir de Alemania sin permiso. En 1934 fue excluido de la lista de participantes en el congreso de Filosofía de Praga y, en 1937, se le impidió asistir al de Paris. Sin contar que la Universidad de Friburgo comenzó a ser boicoteada para evitar que la juventud de Alemania fuera corrompida con sus enseñanzas. (Jean-Michel Palmier, Les écrits politiques de Heidegger. L’Herne 1968).

 La historia de Heidegger no hacía sino repetir la de muchos filósofos anteriores. Comenzando con el divino Platón cuando acudió, lleno de esperanzas, a Siracusa, llamado por el tirano para que lo asistiera en la organización del gobierno. La realidad siempre es más dura que el deseo y el encomiable proyecto, en el cual casi pierde la vida, terminó en el fracaso y  el regreso penoso del filósofo a Atenas. Pareciera que, en su enorme vanidad, los “amigos de la sabiduría” alimentan la aspiración de ser solicitados por los amos del poder, o los pretendientes, para poner en práctica sus ideas. Después de Platón, Aristóteles, menos idealista, tuvo más éxito con Alejandro; en todo caso, mucho más que el pobre Séneca, quien se desangró en el intento. Se cuenta que, después de la guerra, cuando por fin Heidegger pudo volver a enseñar, un colega, al encontrárselo en un pasillo de la universidad, le preguntó, “¿De regreso de Siracusa, profesor Heidegger?”.

El primer tomo de los Cuadernos negros se extiende por casi 700 páginas, muchas de las cuales, como las dedicadas a Hölderlin, uno de sus “descubrimientos”, en una época en la cual el alucinado bardo no era aceptado sin reservas, o a Nietzsche y el nihilismo, al olvido del ser, o la huida de los dioses,  además de contarse entre las mejores dedicadas a esos temas, tienen la atracción de lo inconcluso, de lo inmediato. Sobre muchos de sus colegas se expresa de manera que no lo haría, ni lo hizo, en sus libros publicados; Dilthey y Jaspers, por ejemplo. Otras páginas, igualmente reveladoras, las dedica al tema de la acción y el compromiso; las cuales, desarrolladas en otros libros de estos años, van a gravitar de manera decisiva en la conducta de “hombres de acción”, como los miembros de la resistencia francesa;  con uno de ellos, el más arriesgado y lúcido, el poeta René Char, mantendrá una de las amistades más francas de su alta edad, y  a quien  dedicará las mejores de sus irregulares incursiones en la poesía. Sobre la meditación y el actuar:

Meditación: la insistencia en la acción.

Meditación! Meditación? Concédele a la acción su propio derecho, pero en base a ellas hazte capaz de la meditación originaria, en base al secreto abierto del esencial desplegarse del ser.

En esta Venezuela indigente, este llamado de Heidegger debe entenderse como complemento al fragmento citado de Arendt cuando nos recordaba que el mal radical, que es el que vivimos, no puede, bajo ninguna circunstancia, aceptarse como  destino, como fatalidad, y que la responsabilidad de la polis y del individuo, es insistir en la acción y concederle su propio derecho.

Coda

Uno de los mejores aportes de la modernidad a la historia del estilo fue, siguiendo el modelo de Nietzsche, quien continuaba el de los filósofos pre-socráticos, privilegiar la escritura fragmentaria. Heidegger, aventajado estudioso del autor de  Zaratustra, nunca dejó de sentirse atraído por esta sintaxis tan poco académica. Los Cuadernos negros son la realización secreta de esa afinidad. Para el encargado de la edición alemana, el profesor Peter Trawny, se trataría de un nuevo recurso expresivo: “Preguntarse cómo estos distintos modos de expresarse están relacionados, se encuentra entre las tareas más importantes de un pensador que se dedique a comprender en su conjunto el pensamiento de Martin Heidegger”. No puede uno menos que recordar la frase atribuida a Hegel, según la cual habría dejado a la humanidad  la “tarea de entenderlo”. Diario o no diario, “diario filosófico”, notebooks, cahiers (como los de Valéry), “cuadernos” o como se les quiera llamar, los Schwarze Hefte, al menos el primero de ellos, y no tienen por qué ser de otra manera los restantes, son una empresa  admirable. Son el testimonio de la agobiante dedicación de un hombre a pensar el ser, su olvido y su verdad, día tras día a lo largo de décadas; un proyecto que, independientemente de los resultados tan diversos, tomó a los griegos casi cien años. Estos fragmentos son el legado de un filósofo que lo dejó todo, y arriesgó no menos, para dedicarse a la reflexión sobre el asunto más exigente: mantener viva la necesidad de volver a la pregunta por el ser, antes de que el ser nos abandone, como ya nos abandonaron los dioses.


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