Literatura

La poesía del exilio de Bertolt Brecht

08/04/2018

Como buen representante de la generación de hombres en tiempos oscuros, Bertolt Brecht fue protagonista de un largo y arriesgado exilio que comenzó justo el día siguiente del incendio del Reichstag, y se prolongó por catorce años. Las etapas de su itinerario incluyeron Dinamarca, Finlandia, Estado Unidos y  Suiza. A las miserias del destierro se sumaron las de la persecución política. Primero por parte de los nazis y al final por el neo-fascismo de McCarthy. Fue un desterrado cuando el exilio parecía inevitable para intelectuales y artistas. Se huía de Hitler, Mussolini, Stalin Franco, Salazar, en una situación trágica con dos salidas igualmente nefastas: la emigración o el suicidio. En la segunda pensaron todos y no pocos la asumieron. La mayoría, sin embargo por la primera y, escapando a duras penas del acoso, vinieron a dar sus blancos huesos a las Américas. Brecht huyó de Hitler en 1933 y de McCarthy en 1946. De vuelta al Berlín comunista por el que tanto luchó y escribió, acaso pensó en un nuevo exilio. A momentos, su fe en las bondades de la dictadura del proletariado entre en crisis que, no obstante, superaría, apoyando el totalitarismo de Ulbricht con el mismo entusiasmo que gente como Eluard, Aragon, Sartre, Neruda, apoyaban a Stalin. Hombre precavido, Brecht no abandonaría nunca el pasaporte que le otorgó el gobierno de Dinamarca. Murió poco antes de Jruschev denunciara los impensables, e impensados, crímenes del mandatario soviético.

Sobre el exilio escribió Brecht a todo lo largo de su itinerario, en verso y en prosa. A él se refirió de manera reiterada entre 1937 y 1938; y luego, a partir de 1941 cuando se residenció en California. Los poemas sobre el tema fueron recogidos por su hijo en Gedichte im Exil, en 1969. En la primera de las ocasiones, el poeta alemán refiere lo que debe ser la primera impresión del que, de forma involuntaria, que es el verdadero exilio, tiene que abandonar su tierra:

 REFLEXIONES SOBRE LA DURACION DEL EXILIO

No pongas ningún clavo en la pared
y tira tu abrigo en el diván.
No hagas planes para más de cuatro días,
mañana mismo estarás de regreso. 

No riegues el pequeño árbol,
¿para qué sembrar otro árbol?
Antes de que alcances, la altura de un escalón
harás tus maletas y te irás.

Baja la visera de la gorra cuando pase la gente,
¿Para qué estudiar una gramática extranjera?
El mensaje que te pide que regreses
estará escrito en un idioma familiar.

Como se sabe, lo mismo que la guerra, el exilio se sabe cuándo comienza, no cuándo termina. Los que huyeron de una Alemania a la otra antes de la construcción del muro, estaban convencidos de que el destierro era definitivo, no que se acabaría a los treinta y nueve años. Por otra parte, los que fueron expulsados de la España franquista nunca pensaron que el exilio iba a prolongarse por igual número de años. El que emigra, es decir aquel abandona su país para radicarse en el extranjero, lo hace en medio de la incertidumbre llevando en la maleta el don precioso de la esperanza, lo único seguro. Del mismo año es el que tal vez sea el más conocido de sus tratamientos del doloroso asunto:

SOBRE LA ETIQUETA “EMIGRANTE”

 Siempre he creído que es falso el nombre que nos dan:
emigrantes. Eso está bien para los que dejan
su país. Pero nosotros no lo abandonamos
para escoger otras tierras. No llegamos a un lugar
para quedarnos, si posible para siempre. Simplemente
huimos; nos echaron, nos desterraron.
No será un hogar, sino un exilio el país que nos reciba.
Sin tregua, muy cerca de la frontera, esperamos
el día del regreso. Pendientes de cualquier alteración
al otro lado; preguntando con ansiedad a todos
los que llegan, sin decir ni olvidar nada.
El silencio del Sund no nos engaña. Desde aquí
escuchamos los chillidos de los campos. Nos sentimos
como el rumor de un crimen que atraviesa la cerca.
Con los zapatos rotos caminamos en la muchedumbre,
somos testigos de la vergüenza que agobia nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros se quedará. La última
palabra todavía no ha sido pronunciada.

El talento particular de Brecht para lo que llamo “ironía lírica” le permitió escribir sobre uno de los temas más graves, como es el del exilio, obviando el patetismo que se reitera en muchos de los que han cantado el lamentable asunto. Una ironía que en su poesía política puede ser corrosiva, pero que en esta oportunidad parece la única manera de tomar la distancia necesaria para evitar la “falacia patética”. Esta práctica de “suspensión de la empatía” la extendería Brecht hasta su teatro y sería el fundamento de lo que algún profesor ha llamado “método Brecht¨,  “Sobre la etiqueta ‘emigrante’” está escrito como la mayoría de sus poemas didácticos, con una intención pedagógica. ¿Qué es lo que nos quiere enseñar el poeta alemán? Tal vez advertirnos que no hay nada seguro para el que es echado de su país, como no sea la hora y el día de llegada a tierra extranjera, porque la última palabra no ha sido pronunciada”.  En una de sus poesías más difundidas, Brecht vuelve sobre el término emigrante (Klage der Emigranten) que ahora pareciera que no le resulta tan “falso”. Fue escrito en 1938, durante sus años en Dinamarca:

QUEJA DEL EMIGRANTE

Me gané el pan y comí como tú.
Soy médico, al menos lo fui.
El color de mis cabellos, la forma de mi nariz,
me costaron la casa, el pan y mantequilla. 

La que durante siete años durmió a mi lado,
mi mano sobre su vientre, su cara con la mía,
me ha demandado. La causa de mis desgracias:
mi cabello oscuro. Por eso me dejó.

En medio de la noche hui por el bosque
(de allí son los antepasados de mi madre)
en busca de un país donde quedarme.

Pero cuando busqué trabajo no lo encontré.
Usted es muy impertinente, me dijeron
No soy impertinente les dije: estoy perdido.

Brecht nunca abandonó el soneto del todo. Lo utiliza cuando la forma se le exige, adaptando el endecasílabo petrarquiano a la prosodia de la poesía en alemán. En «Lamento del emigrante», el soneto parece el esquema más ajustado al tono casi íntimo, como de cámara existencial del texto. El protagonista, sin que se trate de una pieza estrictamente autobiográfica, es el mismo Brecht. La carencia esencial del emigrante es su hogar, lo primero que se pierde cuando se cruza la frontera, y que será lo más difícil de recuperar, si algún día lo recupera. Que fue el caso de nuestro poeta, quien vivió en muchos lugares y que nunca se sintió como “en casa”. Ni siquiera al regresar a Alemania para vivir en su país como Ulises, siempre pensando en un nuevo exilio: “Mi ciudad natal, ¿cómo la encontré? / Siguiendo los enjambres de bombarderos / he vuelto a casa / ¿Y dónde está mi casa.”

De 1941 es una de sus poesías sobre el exilio más difundidas, un soneto de nuevo, el “Soneto sobre la emigración»:

Arrojado de mi propio país tengo que buscar
una tienda o un bar donde vender
los productos de mi intelecto. Debo regresar
a viejos caminos conocidos,

gastados por las pisadas de los desesperados.
No sé a casa de quién me dirijo. Donde quiera
que vaya me dicen: ¿Cuál es su nombre?
Ah, una vez ese nombre fue importante.

Me gustaría que nadie lo conociera,
como alguien a quien se le ha dictado una orden.
Imagino que no tienen prisa en aceptarme.

Ya he tratado con gente como esta
y sospecho que se preguntan
si mis servicios pueden ser de utilidad.

El poema fue escrito poco después de su llegada a Hollywood, siguiendo los pasos de cantidad de emigrantes que llegaron en las mismas condiciones. La diferencia es que Brecht, por una vez, llegó demasiado tarde. Su situación era la más comprometida. Y aquí el yo lírico, que es el protagonista del poema, se confunde con el yo del autor. No deja de tener razón Arendt en su leído y sensible ensayo sobre el dramaturgo, cuando reconoce que, “Las dos primeras estrofas son notables porque contienen una queja personal, algo muy raro en la poesía de Brecht” (Hombres en tiempos oscuros). A pesar de sus esfuerzos para integrarse al mundo intelectual norteamericano y de Hollywood en particular, el poeta alemán  no tuvo el éxito esperado. Tenía razón al preguntarse si sus servicios serían de utilidad. En términos del crudo mercado, sus productos no encontraron salida. Para él, Hollywood no era más que un “mercado donde se compran mentiras”, una manera de expresar su frustración: “Brecht a sus cuarenta y tres tenía que venderse a la gente del teatro y cine norteamericano que nunca habían oído hablar de él” (James K. Lyon: Brecht in America). A pesar de ser ampliamente conocido en Alemania —en 1928 había estrenado con gran éxito La ópera de tres centavos—, y en toda Europa. En su diario de estos años: “Son las condiciones de trabajo los que me impacientan. Aquí es costumbre venderlo todo, desde un esbozo a una idea. Así uno es permanentemente un comprador o un vendedor”. Dos fueron las razones de su malestar: la falta de ingresos y, tan grave como la primera, la falta de reconocimiento para un autor que siempre necesitó el éxito con urgencia.

El exilio nunca es fácil y mucho menos para el partidario de una ideología que negaba los fundamentos de la American way of life. No obstante, la necesidad de expresar su concepción del mundo, errada como era, en el teatro y la poesía, mantuvieron en actividad a este desterrado. De esos años son obras maestras como Galileo y no pocos de sus mejores poemas, entre los cuales, seguramente, se encuentran  los dedicados al doloroso tema del exilio. Una de las consecuencias trágicas, en Venezuela, de la implementación de un sistema que, a pesar de su lucidez, Brecht defendió toda su vida.


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